Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La democracia como concepto central en la construcción colectiva del Estado colombiano, se encuentra parcialmente colonizada y secuestrada por los partidos políticos tradicionales, poco conocen los ciudadnos el verdadero sentido y significado de este vocablo.
El concepto democracia en Colombia ha involucionado, ya no es polisémico como en los griegos, ahora su comprensión y representación es singular, parcializada e incluso se encuentra exclusivamente contenida y secuestrada por los esquema político partidista que críticamente la invisibilizan y conducen al exterminio.
En nuestro país la “democracia” se ha centrodemocratizado (centralismo gubernativo fortalecido por la derechización de la política) al punto que para la gran mayoría de la población, la representatividad, el simbolismo y la concreción de la democracia se expresa en el poder concentrado en una persona, ejercido por ciertas familias o establecido por un pequeño grupo de instituciones u organizaciones que atesoran este máximo valor participativo y soberano de profunda legitimidad que dignifica al pueblo, quien contradictoriamente en toda situación se ve desprovisto de los bienes sociales y humanos que el mismo “Estado democrático” produce.
Para Aristóteles la democracia es “el gobierno de los libres y de los pobres que, por lo general, constituyen la mayoría, y la distingue de la oligarquía, el gobierno de los ricos y nobles que, por lo general, representan una minoría” en Colombia según el DANE los pobres representan el 28,4 % de la población equivalentes a 14.184.475 compatriotas, cifra que nos ubica como unos de los países con mayor desigualdad social del mundo, donde la riquezas se concentra en el 1, 5% de las familias que acumulan el 85% de las fortunas en tierras, bienes, poder económico y productivo. En este sentido, el poder económico impone una falsa democracia que se viste de pueblo, pero que está de espaldas al mismo.
La democracia para Pericles se caracteriza por el autogobierno de una mayoría con poder legítimo, moderado y homogéneo. El contexto nacional la comprensión de este mismo planteamiento se ha tergiversado porque se asume que su representación es potestad suprema de políticos “ilustrados” que tienen conocimientos, poder y verdad para ejercela, porque los gobernados son incapaces, incompetentes y faltos de saber para relevarlos.
Por esta vía, se normaliza y se concreta la perpetuidad política que corrompe al Estado y al pueblo en su visión colectiva de la democracia como equidad social en condiciones de derechos y posibilidades para todos.
Al parecer en imposible incorporar un proyecto de regionalización política, por cierta complicidad de las bancadas regionales de representantes y senadores se niegan a liderar una reforma a la política electoral para hacer de este ejercicio un espacio incluyente, diverso, autónomo y colectivo. Cabe preguntarnos, a modo inquisitivo
¿Cuáles son los impedimentos por ejemplo para equipar y/o ampliar las curules en el congreso por condiciones de género, de identidad étnica, de ciudadanos pertenecientes a estos grupos o a movimientos sociales significativos?
¿Qué imposibilita una iniciativa constitucional de representación política regional de crear una tercera cámara legislativa o algo similar para atender los temas regionales estratégicos?
Liderar estas iniciativas implica pensar un nuevo Estado, una nueva reorganización política y de integración democrática diferente que se disponga a entrar en sintonía con los desafíos y el dinamismo social que demanda la población colombiana y el mundo.
Pero, para estas ideas o propuestas poco tiempo e interés hay. La dificultad radica en el entramado de negocios y hegemonías de la política tradicional que en la cotidianidad ha construido una red de sistemas educativos, políticos, económicos o culturales para hacer bien su tarea, empobrecer las ideas, amañar las prácticas, legitimar discursos permitiendo que perviva el ciclo antidemocrático, anti desarrollo, anti ético y se edifique con el tiempo un modelo de democracia fallido, totalmente opuesto a la democracia como gestión política para otorgar a todos igual libertad, iguales derechos e igual dignidad.
En esta perspectiva, para el presidente Duque o cualquier gobernante regional, incrementar impuestos, desmejorar el bienestar de la población o reducir la inversión social, es contrario a la finalidad social y política de la democracia y del Estado como unidad.
El filósofo italiano contemporáneo Carlo Galli en su libro “El malestar de la democracia” plantea que “La democracia no gira entorno a las instituciones, al binomio Estado/individuo y a la mediación del derecho, ni solo en torno al hombre económico y a sus exigencias y contradicciones.
Para que exista una democracia debe existir también una sociedad democrática, es decir, una pluralidad de interese y de poderes sociales difusos, distintos del poder político y que no se pueden someter a él: estos poderes sociales son los poderes económicos privados, pero también los poderes asociativos de los sindicatos, y hoy en día, una serie poderes neutrales de garantía, las authorities.
No hay democracia allí, donde, si bien se respetan algunos principios del pensamiento democrático, la sociedad se impregna de un espíritu y de prácticas antidemocráticas.
No hay democracia donde no existen contrapoderes sociales, donde el Estado, aunque conserve una formal tripartición de los poderes soberanos y una forma de legitimación electoral, sea el único actor político y pueda hacer lo que quiera con la sociedad y los individuos sin encontrar alguna resistencia”.
En este sentido el análisis de Galli, trasladado a Colombia, permite inferir que es absolutamente incipiente la construcción de democracia, porque la democracia en el país se ha edificado al revés de arriba hacia abajo.
Es decir, de los políticos hacia los ciudadanos, no del pueblo hacia sus representantes e incluso se puede afirmar que no existe democracia porque la misma ha sido secuestrada, violentada y asesinada por los políticos en el ejercicio de su propia construcción.
Finalmente, al retomar la visión griega en donde se categoriza que un país sin democracia es inviable. Podemos señalar que Colombia en pleno siglo XXI requiere una transformación política radical para que el proyecto de democracia y de paz sean en el mediano plazo más horizontalizados y efectivamente contribuyan a ser civilizatorios, perdurables y sustentables.