Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La libertad de expresión, en todas sus formas y manifestaciones, es un derecho fundamental e inalienable, que pertenece a todas las personas, y es una condición básica para la conformación de una sociedad democrática.
La libertad de pensamiento, escribe John Rawls, es también un derecho fundamental y extiende su ámbito de acción para incluir la libertad de creencia sobre todos los temas, sean políticos, literarios, artísticos o filosóficos. Estas dos libertades protegen la libertad de discusión y de comunicación.
La censura niega la libertad de expresión y pensamiento porque excluye del debate público la circulación de ideas u opiniones de otros. Debilita la democracia porque impide la formación de una esfera pública. Obstaculiza la comunicación política pública, que es propiamente una forma de participación política y civil orientada a influir en los procesos de toma de decisiones del poder ejecutivo y de formación de las leyes del legislativo.
La censura niega así la posibilidad de que en una sociedad jueguen un papel determinante la deliberación pública y la cultura públicas. El alcance democrático de la libertad de expresión significa que todos tengan la posibilidad de expresarse y de ser escuchados y que cada uno de nosotros pueda conocer lo que otros tienen que decir, escribe Catalina Botero.
De otro lado, en caso de conflictos entre un columnista y la dirección de un periódico, este debería explicitar “públicamente su visión editorial y establecer unas garantías procesales para manejar las tensiones con sus periodistas y columnistas, sin arrasarles su libertad de expresión”, escribe Rodrigo Uprimny.
En Colombia, la censura y los atentados contra la libertad de expresión y de pensamiento son un asunto normalizado ya desde el siglo XX. De El Tiempo salieron por cuestionar presidentes o poderosos funcionarios: Lucas Caballero Calderón (Klim) (1977), Gustavo Álvarez Gardeazábal (2004), Claudia López (2009), Laura Gil (2019), Margarita Rosa de Francisco (2021). De El Colombiano: Yohir Akerman (2015), Ramiro Velásquez y Francisco Cortés Rodas (2022). De Semana: María Jimena Duzán, Antonio Caballero y Daniel Coronell en el 2020.
Esta forma de exclusión mediante la censura, la prohibición de publicar, priva a los intelectuales de ejercer su derecho a escribir, a las sociedades de poder conocer los problemas sociales y políticos, las investigaciones sobre las necesidades de quienes no han tenido la oportunidad de acceder al ámbito de la discusión pública, y se cierra así también la posibilidad de profundizar el diálogo entre la academia y la opinión pública.
La exclusión que produce la censura y la consiguiente expulsión del columnista tiene como efecto el silencio, tanto el del escritor, como el de la sociedad, que se ve privada de las aportaciones que pueda hacer un columnista en la cultura pública. De esto resulta una sociedad silenciada porque se le niega de forma absoluta la libertad y se somete la crítica mediante el control de la libertad de prensa y de expresión.
Los columnistas son activos participantes de la esfera pública política, son intelectuales que pueden ser denominados los dinamizadores de la cultura, y que tienen la capacidad para mover y agitar las circunstancias de su época. En este momento histórico de crisis, de radicales enfrentamientos y polarización, los intelectuales con una proyección pública relevante que pueden influir sobre los problemas del presente, están abocados a desempeñar un papel especialmente determinante en la marcha de las cosas —hay también columnistas sin proyección pública—.
Los columnistas críticos operan a través de la palabra. Su mundo, que es público, se constituye mediante la discusión, el debate y la escritura. Sus instrumentos hoy son el computador, los diarios, Facebook, Twiter, Spotify, Instagram, en general, las redes sociales, y buscan que la sociedad lea lo que ellos escriben, hablan y piensan.
“Karl Manheim decía que los intelectuales son gente que no está vinculada a un determinado puesto social; vuelan libremente, teniendo con ello una visión panorámica que a otros les está vedada. Joseph Schumpeter añade a esto la facultad de los intelectuales de examinar críticamente con lupa las circunstancias imperantes, incluso las del propio grupo de procedencia”, escribe Ralf Dahrendorf.
Un columnista, que renuncie en tiempos agitados, de enfrentamientos radicales entre grupos sociales y políticos, al uso de la palabra para cuestionar el poder, y deponga el derecho y la obligación de intervenir en lo público, cede el lugar para que actores privados se tomen el espacio público. Mijail Bulgakov lo expresó muy claro: “Un escritor que se calla no es tal. Si se calla, significa que no ha sido un verdadero escritor. Y si un verdadero escritor se calla está perdido”.
El arrasamiento de la esfera pública y de la libertad de expresión, no es un asunto nuevo y se ha dado de diferentes formas en distintas sociedades. Unas abiertas como la prohibición de escribir de Stalin contra Bulgakov y Zamiatin, otras sutiles mediante la paralización de la crítica pública por el triunfo de lo privado.
En la conformación de las sociedades burguesas, tras la Revolución Francesa de 1789, Napoleón destruyó la esfera pública, que apenas se estaba formando, mediante el destierro, la cárcel y el silenciamiento de intelectuales como Madame de Staël y Benjamin Constant. Ellos y Alexis de Tocqueville mostraron su preocupación por el ocaso de lo público y el triunfo de lo privado.
El problema era que si el ciudadano quedaba absorbido en el goce de su independencia privada y en procurar solamente sus intereses particulares, terminaría renunciando al derecho de tomar parte en lo público. Encerrarse en el territorio del individuo y no hacer uso de derechos políticos como el de examinar el presupuesto estatal, el derecho de voto, el derecho de acceder a los cargos públicos, el derecho a la crítica mediante el ejercicio de la libertad de prensa, puede conducir a que los gobernantes que quieran abusar de su poder lo hagan sin ninguna resistencia y terminen destruyendo la autonomía pública.
Además, hay que recordar que siempre ha habido periódicos e intelectuales que apoyen a este tipo de gobernantes en esta tarea.
Constant reclama contra esta amenaza a la libertad un fortalecimiento de la democracia, el cual se debe concretar en el ejercicio de las libertades políticas: la práctica de la libertad de prensa; el control por parte de la sociedad civil de las actividades de los funcionarios públicos mediante una opinión pública crítica y deliberante; el desempeño de una vigilancia activa y constante sobre los representantes elegidos para ver si cumplen exactamente con su encargo. De otro lado, Tocqueville propone tres mecanismos institucionales para proteger las libertades comunes: la libertad de prensa, el poder judicial y los derechos individuales. La prensa, afirma el autor de la Democracia en América, pone al lado de cada uno de los ciudadanos un arma muy poderosa, de la que puede hacer uso el más débil y más aislado. Así escibe: “La prensa es por excelencia el instrumento democrático de la libertad”.
En nuestras actuales democracias liberales tardo modernas, desarrolladas y subdesarrolladas, el hombre político ha perdido muchas de las características centrales que lo hacían apto para participar en la esfera pública. Aquí han operado otras fuerzas diferentes de las que analizaron Constant y Tocqueville.
Hablamos de la razón neoliberal, que se ha expandido durante los últimos treinta años por el mundo entero, y ha hecho que el ciudadano deje de ser un ser político para convertirse en un ser económico. Este fenómeno ha sido denominado como economización y puede entenderse como el debilitamiento del ejercicio de la libertad en las esferas social y política, que indica que en nuestras sociedades la distinción público-privado también se ha erosionado.
Contra esta erosión de lo público y debilitamiento de la democracia han reaccionado una serie de autores, pero solamente quiero mencionar a Jean Cohen, Andrew Arato y Jürgen Habermas.
Bajo la influencia de estos autores, la idea de que la democracia da vueltas alrededor de la deliberación crítica, más que simplemente de la agrupación de preferencias, se ha convertido en una de las más importantes posiciones en la teoría democrática.
La tesis central de la concepción deliberativa dice que la democracia debe hacer posible la participación de todos en el proceso de toma de decisiones políticas. En este modelo, un Estado es democrático si sus ciudadanos tienen la posibilidad de confrontar lo que el Gobierno decide. Confrontar quiere decir que cada ciudadano puede argumentar con razones contra las decisiones tomadas por los agentes de los poderes públicos. “La democracia deliberativa vincula el ejercicio del poder con aquellas condiciones de la comunicación bajo las cuales puede darse la formación discursiva de la voluntad y la opinión de una parte del público compuesto por ciudadanos del Estado y de generar un poder comunicativo”, escribe Habermas.
Como lo dije anteriormente, la censura y los atentados contra la libertad de expresión y de pensamiento son un asunto normalizado en nuesto país. Además de los columnistas condenados al silencio al ser censurados y expulsados de los periódicos, canales de radio y televisión, es importante recordar algo más dramático. De acuerdo a la Flip, en los últimos cuatro años se han conocido ocho asesinatos de periodistas y 618 denuncias por amenazas en diferentes partes de Colombia, por lo que se ha ubicado en el tercer puesto como uno de los países más peligroso del continente para ejercer la profesión.