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El origen de la corrupción pública y privada que padece Colombia: la manera como se ejerce la política en el país; unida a la intromisión del partido político más grande y sin personería jurídica que tiene nuestra Nación: los contratistas corruptos
Muy pocos han atendido el llamado del Contralor General de la República en sus declaraciones del pasado 18 de febrero a un diario de amplia circulación nacional, en las que señaló el verdadero origen de la corrupción pública y privada que padece Colombia: la manera como se ejerce la política en el país; unida a la intromisión de lo que el Contralor llama, el partido político más grande y sin personería jurídica que tiene nuestra Nación: los contratistas corruptos.
Muchos de los políticos se eligen financiados por contratistas; campañas electorales en las que se gastan miles de millones de pesos, con el propósito central de capturar el botín que les representa el Estado y los presupuestos nacionales, departamentales y municipales.
La corrupción ha permeado múltiples escenarios de la sociedad: la infraestructura; los planes de ordenamiento territorial; los sectores sociales de la educación y la salud que se han visto particularmente impactados por ese verdugo, con el agravante que afectan a los niños y a personas enfermas y vulnerables. En donde se encuentre el dinero, allá llegan los corruptos y en donde se halla el poder también aparecen: el ejecutivo, el legislativo, las gobernaciones, las alcaldías.
Los privados no se quedan atrás: Interbolsa, DMG, Odebrecht, los “Panamá Papers”, edificios mal construidos e irregularmente aprobados en diferentes ciudades del país; son algunos ejemplos de nuestra historia reciente. Muestras de un comportamiento que lesiona el espíritu de la Nación y que indigna a los ciudadanos ante la impunidad que se extiende, porque hasta el sistema judicial se ha dejado permear.
La connivencia que existe entre muchos políticos y esos contratistas es reconocida en los comentarios sociales y en los mentideros políticos desde hace muchos años. El ciudadano de a pie también la señala y lo frustra. “Estamos al borde del abismo por la corrupción”; ahora que lo menciona con énfasis renovado un funcionario de tan alto nivel, parecería que tampoco produce el impacto para que la sociedad reaccione y se subleve contra ese cáncer que sigue carcomiendo lenta, pero de manera sostenida, nuestra sociedad.
Académicos como James Robinson lo dijeron hace mucho tiempo. En su libro “Por qué fracasan los países” señaló que el problema en Colombia radica en que hemos establecido instituciones extractivas, producto de un ejercicio político clientelista que las favorece. En palabras más sencillas, muchos de nuestros políticos se presentan como estadistas en Bogotá, pero actúan como “manzanillos” en las provincias. “Entrégueme los votos que yo le entrego las entidades, los cargos o los contratos”; esto condimentado con la financiación por contratistas con pretensiones torcidas. Así consiguen ganar elecciones. El poder y el dinero los han convertido en fines y objetivos para sus vidas y no los consideran lo que en realidad son: medios para transformar la sociedad.
Sin embargo, en los debates, la mayoría de candidatos presidenciales no trata este problema de fondo. Lo evaden. Parece que no quisieran cambiar la manera en que se ejerce la política en el país. No plantean la reforma electoral que convierta el que debería ser el noble servicio público de la política, en la herramienta anhelada para la evolución del país, que nos conduzca al desarrollo equitativo y solidario que merecemos.
Lo vimos en el encuentro de candidatos presidenciales el pasado 13 de febrero, convocado por el mismo diario de circulación nacional y una reconocida universidad. Los aspirantes que participaron en ese debate, presentaron propuestas para combatir la corrupción de un manifiesto raquitismo, sin ir al fondo del asunto. Planteamientos más orientados a vender el sofá que a terminar con ese concubinato entre políticos y contratistas corruptos. Tan sólo a un candidato presidencial se le ha escuchado hablar claramente contra el clientelismo y la politiquería. Tristemente, su actitud de separarse de esas formas de ejercer la política, es señalada por muchos de soberbia y petulancia o por otros de ingenuidad.
No se puede dejar sólo al Contralor con su denuncia. Ojalá se desatara una reacción en cadena de políticos honestos, funcionarios probos y ciudadanos comprometidos con quienes ataquemos desde todos los frentes posibles esa lacra que es la corrupción; ¿Utópico?, ¿soñador?, ¿idealista? Me resisto a aceptarlo. Si otras sociedades lo han logrado, ¿por qué la nuestra no lo puede alcanzar?
En palabras del Contralor “esto debe ser un propósito nacional, tiene que ser una política pública que tiene que adelantar todo el Estado con sus poderes; con el presidente de la República, con el poder Ejecutivo, con el Legislativo, con el Judicial, con los órganos de control, con los gremios, con la sociedad en general, con todos” De por medio se encuentra la supervivencia del Estado.