Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Una reforma política que inicialmente puede tener buenos elementos -paridad, democracia interna, financiación pública y renovación- resulta siendo, por ahora, un simple accesorio que no transforma nada de fondo y que por el contrario puede ir en contravía del fortalecimiento de la democracia en Colombia.
Son muchos los puntos que tratan de abordar con la reforma política presentada por el gobierno. Es una modificación a la Constitución del 91 que ya va por la mitad de su trámite en el Congreso, aprobada en cuatro debates y que en este 2023 podría ser aprobada definitivamente en caso de surtir otros cuatro debates antes del 20 de junio.
Acá expongo algunos de esos temas, algunas visiones de cómo podrían ser mejores y algunas de cómo en realidad resultan siendo mucho peores para la democracia.
Primero que todo la paridad entre hombres y mujeres, tema absolutamente necesario, es un paso fundamental para la democracia colombiana que garantiza la participación de más del 50% de la población que tradicional y estructuralmente ha sido marginada de la política.
Esta reforma transforma el sistema actual de una cuota del 30% de cualquiera de los géneros en las listas, a un sistema de 50/50 de igualdad en el número de hombres y mujeres participando en la contienda electoral. Propone además una alternancia, de modo que hombres y mujeres estén distribuidas en igualdad de condiciones en las listas.
La reforma va incluso más allá y contempla las listas conformadas exclusivamente por mujeres, una acción que protege e incentiva la participación de las mujeres, que configura un tipo de reparación, una acción afirmativa frente a la exclusión histórica y estructural y que contempla (al menos como probabilidad) la elección de una corporación pública integrada solo por mujeres.
Ahora la pregunta ¿cómo podría ser mejor? En primer lugar la equidad entre hombres y mujeres no es un asunto solo numérico, la exclusión no se da solo por aparecer o no en una lista. Una reforma progresista debería incluir recursos, formación, fortalecimiento de capacidades, sanción a violencias, entre otros elementos que contribuyan a superar la profunda desigualdad entre los géneros en la participación política.
En segundo lugar, esta reforma mantiene la estructura binaria de hombre y mujer y no da ninguna claridad, mucho menos alguna acción concreta, para superar la exclusión de personas con identidad de género diversa.
Establece en un apartado -como algo voluntario, a decisión del partido que así lo considere y de la manera que se le ocurra- que se podrá “garantizar la paridad e identidad de género diversas”. ¿Eso qué quiere decir? Todo y nada, es lo que quiera el señor director del partido.
Otro tema fundamental y directamente relacionado es el de las listas cerradas. Asunto muy polémico para algunos personajes que aparecen de manera sorpresiva en la política, que muchas veces renuevan, transforman y aportan a la democracia en este precario sistema de partidos.
Pero desde mi punto de vista es un asunto fundamental para el fortalecimiento de la democracia: las listas cerradas pueden reducir la excesiva competencia entre las integrantes de un mismo partido y muchas de las prácticas perversas que esta disputa trae consigo, como la compra de votos.
Además cambia el foco del personalismo y lo ubica en el partido (ojalá en las ideas políticas). Daría paso a cambiar la realidad actual de gamonales, caciques, padrinos o elecciones basadas en slogans, rostros de publicidad y simple mercadeo, por una realidad futura de competencia entre partidos con ideas claras y diferenciadas para una ciudadanía cada vez más confundida con la cantidad de partidos.
Y para volver al punto anterior, las listas cerradas son la única manera de garantizar que la paridad no sea solo en las personas que se inscriben sino en las que se eligen. Es la única manera de garantizar que el número de hombres y mujeres en el Congreso, en los concejos, asambleas y JAL sean realmente iguales.
Hasta ahí vamos bien, pero ahora viene la pregunta: ¿cómo en realidad esto resulta siendo mucho peor para la democracia? Aquí está la trampa de la reforma política. Para conformar listas cerradas y evitar que sea el mismo gamonal, cacique o padrino el que decida quién está en la lista y para que en realidad fortalezca las ideas de los partidos y la democracia, se necesita que estas listas se conformen con un mecanismo democrático al interior del partido y la reforma así lo establece, pero no solo con una sino con varias trampas.
Después de decir y reiterar que la conformación de listas se debe dar por medios democráticos y después de establecer sanciones severas si no se utilizan mecanismos democráticos al interior de los partidos, la reforma dice que también se podrán definir por “consenso”.
¿Qué es el “consenso” dentro de un partido? Como mecanismo de decisión lo he visto funcionar en convenciones, congresos y hasta “constituyentes” de partidos colombianos, lo llaman más coloquialmente “aclamación”, dicen “se eligió al presidente del partido por aclamación”. No es más que un vulgar “aplausómetro”, una montonera sin orden que la elite momentánea del partido hace pasar como democracia.
No contentos con poner en la Constitución “cualquier otro mecanismo de democratización interna, incluido el consenso”, viene lo peor: las listas cerradas funcionarán solo por dos periodos. En ocho años nuevamente la competencia, el gamonalismo, el personalismo y la compra de votos se desatarán.
Y no contentos con eso, viene lo peor de lo peor: en el primer periodo las listas cerradas se podrán conformar con base en la elección anterior y “sin condicionamiento de género”, es decir que se van a reelegir los mismos congresistas -hombres en su mayoría- que están debatiendo y reescribiendo la Constitución.
Paridad y democracia al traste en el primer periodo, democracia interna de falso consenso en un segundo periodo y a partir del tercer periodo todo vuelve a ser como antes. Esos son los grandes logros de la reforma política.