A Moreno le faltó proyectarse en su vida como un funcionario público alejado de prebendas políticas, como un docente íntegro y altruista, como un ejemplo de lo mejor de los ciudadanos costeños. Sin duda hubiera vivido una segunda oportunidad con su esposa de llevar una vida cómoda y tranquila.

Si hubiera honrado su cargo hubiera llegado a los más altos honores. 

Cada nuevo escándalo de corrupción en Colombia, como es el caso del ex-fiscal Luis Gustavo Moreno, hiere nuestra propia ‘estima’ como nación. Por esto, ante estas noticias infames, tratamos inconscientemente de que las culpas recaigan sobre otras comunidades que no sean las nuestras. Señalamos entonces, por ejemplo, a otros partidos políticos, familias y universidades. La tendencia es a tratar de desligarnos del delincuente, estableciendo diferencias sociales de origen.

Otras veces, de manera muy consciente y proclive, aprovechamos la ubicuidad y anonimato de los medios sociales para deshonrar a otros, que consideramos adversarios. Es cuando ignoramos la autoestima y utilizamos estos casos para jugar con la reputación ajena. Esto ocurrió, de hecho, al pretender vincular al cuestionado ciudadano Moreno con la ex-primera dama, Lina Moreno de Uribe.

Pero la autoestima, cuyas implicaciones sicológicas generan diversos comportamientos, es algo muy diferente del honor y la reputación. Estos últimos conceptos, de alguna manera medidos por Transparencia Internacional (TI), indican que Colombia está en medio de la tabla de ‘percepciones’. No somos tan corruptos como Venezuela, Norcorea o Somalia. Pero también estamos demasiado lejos de los países nórdicos, Nueva Zelanda, Suiza y Singapur, los países más transparentes del mundo  (https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4c/TI_Global_CPI_Country_Ranking_2016.jpg ).

Claro, el honor y la reputación de una sociedad son valores debatibles, en cuanto obedecen a calificaciones externas, no siempre justas, como señalamos antes. Pero la tabla de honor citada (o de deshonor, según como se haya calificado la ‘percepción’ social) indica la supuesta ”autoestima” de un pueblo. Y nuestra “autoestima”, como es evidente en la clasificación de TI, es absolutamente patética en el contexto mundial.  

Pero cómo hacemos para que nuestra sociedad llegue a percepciones de transparencia tales como los primeros veinte países de la tabla, desde Dinamarca hasta Japón. Quizás debamos examinar las bases de nuestros fundamentos democráticos, y ciertamente los países más transparentes, según TI, son democracias funcionales. De paso, con este mismo criterio, podemos corroborar que en los veinte últimos lugares señalados por TI, la mayoría de países son dictatoriales. Esto indicaría que la transparencia no necesariamente se logra con regímenes autoritarios o con duras leyes.  

Pero si admitimos que el tipo de democracia es causa y efecto de la transparencia, también debemos relacionar la interacción entre democracia y cultura. Determinadas culturas llevan a consolidar las democracias más transparentes. Y los sistemas democráticos más transparentes, en una visión de 360 grados, fortalecen las culturas democráticas de los veinte primeros países medidos por TI en su tabla.   

Mirado desde este punto de vista de cultura y democracia de la transparencia universal, volvamos a estudiar el caso del  ex-fiscal Moreno. Moreno es un  colombiano menor de cuarenta años, nacido en una clase media de provincia con buena reputación social y forjado inicialmente en instituciones educativas también de clase media.

Su destacada trayectoria académica lo llevó a ser profesor, Ad Honorem de la conocida universidad Sergio Arboleda, en la que años atrás había sido estudiante. Entre sus logros académicos acumuló estudios de maestrías en universidades del exterior (http://cr00.epimg.net/descargables/2017/06/28/c75670962f6b36c35db0932b325cb093.pdf). Hasta aquí el resumen vital de un colombiano que podría haber triunfado en el sector privado, el servicio público o en cualquier medio universitario.

Es claro que la formación de un ciudadano no solo está en las aulas escolares, ni en la academia superior. Cómo ignorar la influencia del medio cultural al cual se vincule durante su carrera. Y Moreno optó, o se topó mejor, con un ambiente profesional señalado por la corrupción sistémica, según estudios como el de TI. Se trata del corruptor sistema del funcionamiento político de Colombia. Recordemos esta parte de la trayectoria laboral temprana de un colombiano inteligente, con capacidad de convocatoria y con el don de la palabra.

Cuando Moreno tenía menos de treinta años, en el 2009, fue contratado por la Secretaría de Ambiente de Samuel Moreno como asesor. Con el Distrito también registró un contrato como abogado de la Secretaría Distrital de Gobierno del 2011 al 2012. Pronto pasó a asesorar a la Comisión de Investigación y Acusación de la Cámara de Representantes, e ingresó al Congreso de la República. En ese mismo año y hasta el 2013 la Personería de Bogotá optó por sus servicios como asesor. Luego, del 2014 al 2015, regresó a la Cámara.

Cuáles serían entonces los valores que habían permeado la personalidad de Moreno, independientemente de si de niño o adolescente fue éticamente bien orientado. La administración de Samuel Moreno, mirada desde la óptica de un profesional joven y ambicioso, fue un importante foco cultural. También lo fue el sistema político y los valores morales que, con su ejemplo, promueve el parlamento colombiano.

Pero, si el ambiente cultural de este trabajo público llegó a influir sobre su psiquis, también lo haría el siguiente paso laboral. Dicen que “Moreno llegó a la Fiscalía General de la Nación en la administración de Eduardo Montealegre, aun cuando el abogado había aconsejado a la comisión sobre las investigaciones contra Montealegre”.

No todos los colombianos que ingresan al servicio público se vuelven corruptos, es cierto. En todo caso, ya el joven y brillante funcionario público, daba entonces algunos indicios de haber sido trastornado por un medio cultural corruptor, a pesar de mantener un discurso moralista. Según algunas fuentes de Caracol Radio, Moreno había mostrado estas inclinaciones deshonestas cuando trabajó con el ex-alcalde de Buenaventura, Bartolo Valencia, encarcelado por irregularidades en contratos para la educación en esa ciudad. 

Uno diría que la “autoestima” colectiva es muchas veces falsa y peligrosa. La “autoestima” que nos lleva a creernos de mejores familias, de mejores pueblos, de mejores clubes deportivos, de mejores gentilicios, y otras entelequias más. Esta falsa autoestima, que nos da valor solo cuando pensamos que somos o tenemos más que los demás, puede ser la más peligrosa de las falacias. A Moreno le faltó la verdadera ‘autoestima’, esa conciencia individual pura, de ser una parte incomparable y única de la humanidad, ni más valiosa ni menos valiosa que nadie, por rico o importante que sea. La autoestima de una conciencia holística. Con ese blindaje no hubiera buscado enriquecerse a ultranza, sino ser lo más exitoso posible dentro de consideraciones éticas. 

De esta manera, con una sana autoestima, aquella que distingue a muchos colombianos honestos, Moreno no habría sido vulnerado por una cultura antidemocrática de la corrupción. A Moreno le faltó proyectarse en su vida como un parlamentario sueco, alejado de prebendas políticas, como un docente íntegro y altruista, como un ejemplo de lo mejor de los ciudadanos costeños, dotado de inteligencia y educación. Si así hubiera procedido, sin duda hubiera vivido una segunda oportunidad con su esposa de llevar una vida cómoda y tranquila.

Sí, su futuro habría sido más halagüeño, de haber confiado en sus valores éticos fundamentales, tuviera o no tuviera enormes cantidades de dinero o poder. Pero lo más seguro es que si hubiera honrado su cargo de fiscal-anticorrupción, habría llegado a los más altos honores que  la democracia depara. Quizás hasta hubiera emulado la trayectoria de Fernando Carrillo.

Pero la trayectoria torcida de Moreno, por su falta de verdadera autoestima, o quizás por su falsa percepción de la estima social, arruinó su vida y enlodó más la reputación internacional de los colombianos.

Es consejero del Sena, periodista y ejecutivo gremial. Estudió derecho en la Universidad de Nariño y alta gerencia en la Pontificia Universidad Javeriana.