Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La tragedia de Martha Sepúlveda, la mujer que a sus 51 años se atrevió a creer en la compasión humana y los derechos que el colectivo de naciones reconoce para escapar de cualquier clase de tortura, estremece nuestro ADN. Y es que duele hasta en los huesos de nuestra llamada conciencia social la falsa ilusión que ‘el establecimiento’ dio a alguien que se había atrevido a reclamar el derecho constitucional a morir. En efecto, a Martha se le había anunciado la liberación de su prisión corporal, desconsoladora celda de castigo cruel y degradante, una tortura indigna de nuestra posmoderna sociedad. Pero lo cierto es que, a pocas horas de acceder a este derecho liberador, le han quitado esta ilusión.
Cabe, en esta reflexión sobre los acuerdos fundamentales que nuestra civilización ha logrado, recordar los derechos humanos que tocan la situación de Martha. En efecto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948 establece en su ‘Artículo 5’, que nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Y, pienso yo, nada puede haber más cruel, inhumano y degradante que obligar a alguien a vivir para sufrir el dolor creciente, la degeneración anunciada de su propio ser y la desaparición del orgullo, entendido por dignidad básica, de contar con un cuerpo y una mente sana.
Si se acepta este pronunciamiento general de la comunidad internacional como una extensión relativa a los derechos de Martha a morir con el apoyo mínimo de la sociedad, entenderemos mejor su relación con nuestra propia constitución. Y nuestra constitución está sintonizada totalmente con este acuerdo fundamental de las naciones, firmado en 1948. Sin entrar en los extensos análisis filosóficos y de deontología jurídica, extensiva al campo médico, que comprende las reglas del deber y que, como tal tiene la misión de regular el proceder correcto y apropiado, basta recordar que la eutanasia salvaría a Martha de la tortura. Y dicha eutanasia fue precisada recientemente por la Corte Constitucional como un derecho de ‘quienes padezcan intenso sufrimiento físico o psíquico’, por una enfermedad incurable.
Martha podría escoger mil maneras de morir o de dejarse morir, más allá de los convencionalismos y leyes que pretenden regir el momento más sublime de la vida, como es la decisión de llegar al final. Es un momento relacionado con el libre albedrío de un escritor o un periodista, cuando se trata de escoger el punto final de un libro o un artículo de prensa, que su mente creadora concibió en un momento singular.
Nadie podría en la práctica impedírtelo, aunque la sociedad te negara Martha, el derecho legítimo de que sea un final asistido. No sé qué final tenga establecido para tu vida el dios misericordioso, el Dios panteista de Baruch Spinoza, que pretendes encontrar en los abogados, los médicos y los religiosos. Tal vez ese dios no tiene cabida en la mente de ortodoxia cristiana que niega un final asistido por tu EPS. Pero nadie te impedirá, desde ahora que llegues a encontrar tu camino alternativo de la mano de un mar adentro, como podríamos definir el entendimiento de la divinidad, según el filósofo holandés. Nadie te lo podría impedir, ni vivir ni no vivir, como nadie le impidió a la poeta Alfonsina Storni morir de una manera recordada con tan bellas estrofas por Mercedes Sosa:
Por la blanda arena que lame el mar
su pequeña huella no vuelve más.
Un sendero solo de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda.
Un sendero solo de penas mudas llegó
hasta la espuma.
Sabe Dios qué angustia te acompañó
qué dolores viejos calló tu voz,
para recostarte arrullada en el canto
de las caracolas marinas.
La canción que canta en el fondo oscuro
del mar, la caracola.
Te vas Alfonsina con tu soledad,
¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el alma y la está llevando
y te vas hacia allá como en sueños,
dormida, Alfonsina, vestida de mar…