Los espacios en que nos movemos moldean nuestro comportamiento, nos hacen ser quienes somos y determinan cómo vivimos.

llenando espacios en un proyecto en que voluntarios y beneficiarios construyen muebles que educan en como mejor habitar esos espacios. Y alrededor de este proyecto común -hacer una mesa, o una silla o una cama- construimos cohesión social. Llevamos algún tiempo aprendiendo como mejorar la vida de familias, trabajando el entorno en que viven. Creemos que un buen espacio manda un mensaje poderoso acerca de la posibilidad de una mejor vida.

Los muebles son herramientas para mejorar vidas. Igual  el proceso de construirlos. Llevamos a la comunidad el taller donde se aprende y trabaja en común. Pero hasta el momento sólo somos visitantes en estas comunidades con las que trabajamos. Llegamos, tenemos algún impacto… y luego nos vamos. No es suficiente.

Tenemos la obsesión de lograr un mayor impacto. No sólo sobre pequeños grupos. Afectar a la comunidad, al barrio dónde trabajamos. Tener una presencia más permanente. Compartir el taller dónde preparamos el material y crear un espacio abierto en Ciudad Bolívar,  para que los vecinos puedan relacionarse de manera casual con extraños, amigos y vecinos. Un taller comunitario para trabajar y aprender. Aprender haciendo. No únicamente carpintería. Queremos un lugar de encuentro dónde den ganas de estar. Para esto planeamos llenarlo de actividades. Crear lazos con colegios, alianzas con otros proyectos. Una versión de los Maker Spaces que ya existen en Colombia, pero más económica y fácil de replicar.

La idea de crear este espacio nos llena los días. Pero las cosas no pasan en el aire. Hay una conciencia colectiva dónde nos conectamos en ideas comunes y entendemos con mayor claridad lo que intentamos hacer. En el New York Times, David Brooks  (“El Barrio es la Unidad de Cambio”) habla de cómo, si se quieren mejorar vidas, el vecindario, y no el individuo, es el espacio que deberiamos pensar en cambiar. “No se puede limpiar únicamente la parte de la piscina en la que estamos nadando”.

En “Palacios para la Gente: Cómo la Infraestructura Social ayuda a Combatir la Desigualdad, la Polarización y el Declive de la vida Cívica”, Eric Klinenberg  da una explicación más clara. Conocíamos la idea de capital social, las relaciones y las redes interpersonales que creamos, en las que podemos apoyarnos cuando enfrentamos problemas. Pero en este libro se desarrolla la idea de los espacios que permiten crear este capital.  Klinenberg  llama a estos espacios físicos, infraestructura social.

La infraestructura social es fundamental, porque la interacción local, cara a cara –en el colegio, en los parques, en las tiendas de la esquina- es el cimiento de la vida pública. Gracias a la interacción repetida la gente crea lazos en los lugares que tienen una infraestructura social saludable. Cuando se comparten cosas  que se disfrutan, inevitablemente se crean vínculos. Necesitamos espacios que permitan esto.

Cuando se construye una infraestructura social sólida, se estimulan el contacto, el apoyo mutuo y la colaboración entre amigos y vecinos. Cuando no existe, los individuos y las familias deben arreglárselas como puedan. La infraestructura social nos afecta a todos. Tal vez no sea suficiente para unir sociedades divididas, pero sin ella no se puede siquiera enfrentar el problema.

La nuestra es una sociedad polarizada, donde la tribu pesa más que la comunidad. Comunidades cerradas y seguridad privada son la norma. La gente no confía en “la otra gente”. Estamos alienados de los espacios públicos y por eso los que pueden se refugian en clubes sociales o detrás de cualquier otro muro. Los muros son la antítesis de la infraestructura social. Nos encerramos y el miedo se convierte en el elemento que nos define como sociedad.

Las raíces de una democracia están en las instituciones sociales dónde nos encontramos. Necesitamos espacios físicos en los cuales congregarnos, conectar con otros, encontrar apoyo. Espacios dónde podamos vernos como parte de una comunidad conectada. Es cómo el extraño en una tienda de barrio que una vez tiene una cerveza en la mano, ya no es un espectador sino un participante. Pero definitivamente cambiemos la cerveza por una herramienta y un resultado concreto, el objeto que construimos, que además empodera y une.

Klinenberg nos cuenta en su libro sobre estos espacios. Las estaciones de tren con candelabros de cristal y mármoles, que Joseph Stalin construyó como “palacios para la gente” que no había vivido en los palacios cerrados de los zares. Las bibliotecas publicas que Andrew Carnegie construyó, también cómo “palacios para la gente”, pensando en la importancia que habían tenido para él, creciendo en la pobreza. Pero igual sobre los centros comunitarios, los espacios verdes, los colegios, la tienda de barrio, la peluquería, etcétera, etcétera…

A esto queremos sumar el taller de carpintería. Que sea otro pretexto para compartir, hacer, aprender y crear comunidad… encontrarnos.

Papá , lector obsesivo, carpintero entusiasta. Construyendo espacios de encuentro.