Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Esta columna es una co-autoría de Lisa Zanotti (@LisaZanottiPhD) y Sandra Botero (@sboteroc)
Tras la jornada electoral del domingo 29 de mayo, algunos analistas y periodistas han recurrido a la comparación entre Rodolfo Hernández y Donald Trump. El New York Times, por ejemplo, tituló “El Trump colombiano podría ganar las elecciones presidenciales.” Esta comparación entre el exalcalde de Bucaramanga y el expresidente estadounidense busca, seguramente, explicar a un personaje mayormente desconocido que se tomó como tsunami la recta final de la campaña presidencial colombiana. Aunque el paralelo es tentador y hasta chistoso, es incorrecto: oscurece más de lo que aclara y nos impide entender mejor a Rodolfo Hernández.
Es cierto que los dos candidatos comparten algunas características: en campaña se presentan como empresarios exitosos y ondean las banderas de la anti-política atacando a los políticos profesionales como una clase corrupta que ellos van a derrotar. También es cierto que ambos son populistas. Pero aquí paran las similitudes. Empresarios hay muchos, y políticos que critican a la clase política cada vez hay más. Pero tal vez lo más crucial es que no son el mismo tipo de populistas, y si no entendemos las diferencias, no entendemos a Hernández. Veamos:
Aunque en el debate público el concepto de populismo lleva consigo una fuerte carga negativa, en la academia hay cierto consenso sobre el hecho de que el populismo es un marco interpretativo de la realidad que marca una división moral entre un pueblo puro y una élite corrupta. El populismo afirma que el fin último de la política debería ser la expresión de la voluntad general del pueblo.
Casi siempre el populismo aparece acompañado de otra ideología (socialismo, neoliberalismo, nativismo etc..) que le añade complejidad. Es esta otra ideología compañera la que llena de contenido las categorías del “pueblo puro” y la “élite corrupta” a las que todos los populistas (Hernández y Trump incluidos) recurren. En la mayoría de los casos la ideología que acompaña el populismo es la más relevante.
En este sentido, Trump es más precisamente un populista radical de derecha (dicho sea de paso, la derecha radical populista es un fenómeno mucho más antiguo y global que Trump). La ideología que prima entre los populistas radicales de derecha (PRD) no es el populismo, sino el nativismo, una mezcla de xenofobia y nacionalismo que considera que el estado debería coincidir con la nación y que rechaza todos los elementos (personas o ideas) foráneos en cuanto amenazan la homogeneidad del estado-nación. A nivel de políticas públicas, los PRD son sobretodo anti-inmigración porque, desde su perspectiva, el extranjero llega a poner en riesgo la identidad nacional a la que ellos apelan. En el caso de Trump, esto fue evidente tanto en su campaña (cuando proponía improbables muros de contención en la frontera con México) pero sobre todo a lo largo de su administración en su constante apelación a la identidad estadounidense en oposición a aquellos (latinos, musulmanes, árabes) que supuestamente la minaban desde afuera.
En Hernández no hay ideología nativista que lo ponga en la categoría de populista radical de derecha. En este caso, como en otros populistas latinoamericanos–por ejemplo Pedro Castillo en Perú–la ideología populista pura es lo que prima. No hay en los populistas puros una ideología compañera, sino más bien vemos una retórica, un discurso, que apela a temas en los que hay consensos amplios entre la opinión pública, como la lucha contra la corrupción o el sentimiento de rechazo hacia ciertos actores políticos o hacia la política en general.
En el discurso de Hernández la contraposición entre pueblo y élite en el plano moral no solamente es central, sino que también se ve reforzada por la lucha contra la corrupción como único atajo programático. El discurso anticorrupción de Hernández viene a superponerse de manera casi perfecta a las categorías de pueblo y élite. En síntesis, para Hernández el pueblo es puro y objeto de injusticias por parte de una elite que es corrupta porque no actúa según la voluntad del pueblo y además “le roba”. Es una discusión moral, pero también tiene una dimensión material.
Rodolfo Hernández es seguramente un empresario outsider y populista cuya personalidad, como la de Trump, no se ajusta a los cánones de un político profesional. Aquí se agotan los parecidos. La comparación, además de servir para altisonantes titulares, no nos dice mucho en términos analíticos. Más bien ayuda al peligroso fenómeno de confusión entre nativismo y populismo, tan común en el mundo actual. El nativismo de Trump y de otros líderes como Viktor Orbán en Hungría es una ideología excluyente, con tintes racistas, cuyas consecuencias desastrosas vemos hoy en muchos países. Hernández es populista, y merece análisis y atención, pero en términos que sean sensibles a la realidad política de Colombia. La política colombiana no es una repetición del libreto y los problemas de la política estadounidense.