La realidad, que no queríamos, es que enfrentamos una polarización del 70% entre dos candidatos. Uno de ellos la buscó, aunque favorezca a otro. Ya sé por quién votaría en primera vuelta. Y, en segunda vuelta, no tengo dudas de por quien no votar.   

Contra todo pronóstico, si tenemos en cuenta las encuestas que favorecían hace seis meses al centro-centro del espectro político, la campaña presidencial terminó polarizándose. Y terminó polarizándose porque uno de los candidatos, a quien quedaba más difícil posar de ‘centro’, recurrió a la estrategia de la lucha de clases. De esta manera, las preferencias del “mercado electoral” se desviaron aproximadamente en un 70% hacia dos candidatos presidenciales apoyados por extremos, según la última encuesta divulgada (Invamer). El restante 30% de posibles votantes se reparte entre cuatro candidatos que, comparativamente, tienen propuestas formales y de declaraciones públicas que indican políticas de centro.

Lo paradójico de este análisis es que estos 4 candidatos de ‘centro ampliado’ suman una representación parlamentaria del 59% del Senado (62 senadores) y 61% de la cámara (105 representantes). Esto, sin contar en este ejercicio con los parlamentarios conservadores, sobre los cuales no es claro con quién están en las presidenciales. Es decir que el centro es la representación política dominante del órgano legislativo, que definirá la viabilidad de las transformaciones políticas de dichas propuestas extremas. Esta aparente paradoja solo se resolvería por los candidatos extremos ‘asimilando’ (con “mermelada” o acuerdos democráticos) a parlamentarios centristas. También se podría resolver, en casos no descartables, promoviendo una remoción del parlamento.

La historia de la lucha de clases como estrategia política

Pero, independientemente de cómo se resuelve la paradoja, la lucha de clases como estrategia para gobernar es un concepto más antiguo que la propia ‘democracia liberal’. De hecho, uno puede remontarlo a los tiempos renacentistas de Maquiavelo. Sin embargo, como concepto hegeliano, que sustenta la teoría marxista del materialismo histórico apareció “solo hace poco”, más de doscientos años. Y es en este contexto marxista que la lucha se explica como el resultado de un conflicto central antagónico entre diferentes clases sociales. Se trata, entonces, de dividir al país en dos grandes grupos contrapuestos e irreconciliables.

La lucha de clases en las presidenciales de Colombia 2018  

La campaña política liderada por el candidato Petro, tiene propuestas y discursos afines del ‘socialismo del siglo XXI’, así busque desmarcarse del remoquete de ‘castrochavista’. Esto ha generado el conflicto antagónico, en un país fácilmente ‘polarizable’. Para los líderes de tal movimiento y para muchos de sus seguidores tal conflicto es positivo, por cuanto en teoría, la lucha de clases acelera un cambio o progreso político y social. Esto, por sí mismo, es un gran atractivo político para convocar a las clases marginadas y desesperadas por la corrupción y falta de oportunidades.

Sin embargo, la preocupante paradoja existente entre un parlamento dominado por el pensamiento de centro, y un muy probable presidencia extrema del ejecutivo está inicialmente resuelta desde antes de la primera vuelta. De hecho, según las encuestas, si no hubiera segunda vuelta, sino una elección de mayorías relativas, todo indica que el ganador sería Iván Duque. No obstante, la realidad constitucional, de dos vueltas, es otra. Según esta realidad, y la encuesta mencionada, solo una minoría de colombianos, que hasta ahora ronda apenas un 30%, es suficiente para que Petro pase a segunda vuelta e impulsaría una elección entre extremos.

Ante la encrucijada de la polarización

Menuda decisión para este otro 30% de colombianos que apoyamos alguna de las  candidaturas de ‘centro’ (concepto relativamente ampliado para este análisis). En este caso, la decisión para mi es absolutamente clara. En efecto, lo que está en juego es el sistema democrático o dictatorial que nos rija en los próximos veinte años. Hay un candidato que promueve la lucha de clases, aun admitiendo que al otro lo beneficia. Y la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado. Históricamente las dictaduras del proletariado (que el año pasado completaron cien años de experiencias iniciadas con la revolución soviética) han generado millones de muertos y exiliados. Históricamente también las dictaduras del proletariado nos han llevado a nuevas divisiones de clase aún más elitistas y aberrantes (ejemplos: la privilegiada nomenclatura soviética versus el pueblo ruso raso; la monárquica dictadura del proletariado norcoreana que ha generado proporcionalmente más muertos de hambre que las guerras de los zares de Rusia; la familia Castro, cuasi monárquica, y los famélicos cubanos del común; la archimillonaria dirigencia chavista y el desfalleciente pueblo venezolano). El gobierno del pueblo por el pueblo es la gran utopía marxista aún no realizada.

Hay un candidato, de los dos extremos, que es un claro caudillo sin control partidista, ni control parlamentario y con amenazas de convocar a una constituyente. Hay dos candidatos que han sido  brillantes congresistas pero uno de ellos probadamente incompetente como ejecutivo en el segundo cargo más importante del país (ver promesas de su campaña a la alcaldía de Bogotá comparadas con las ejecuciones). Este último candidato ha sido compañero de ideas de respetables políticos afines a la izquierda democrática y no ha podido desarrollar con ellos un trabajo de equipo (Robledo, Clara López, Carlos Caicedo, entre otros). Tampoco resistieron mucho tiempo en su equipo técnicos, intelectuales y ejecutivos del calibre de Juan Ricardo Ortega, Daniel García Peña y Antonio Navarro.

Yo no podría de manera alguna poner en peligro la democracia, aun admitiendo que es imperfecta, ni acabar con las posibilidades futuras de una izquierda progresista, que no es la de Petro, y que puede hacer parte del centro ampliado, así yo nunca haya estado matriculado con sus ideas políticas. Yo tampoco encuentro argumento alguno, si se quiere aplicar el término “lucha” a los esfuerzos que hacen las personas que se enfrentan en el mercado, para poner en riesgo un sistema que defiende la propiedad privada.

De este imperfecto sistema capitalista dependen las más de tres millones de iniciativas empresariales de los colombianos, formales e informales. De la viabilidad económica de estas empresas, que temen a los resultados económicos de los países del socialismo del siglo XXI, comen la gran mayoría de colombianos y un enorme número de inmigrantes venezolanos. Sobre estos últimos, Petro propone darles de comer como política de estado colombiano, matando a la gallina de los huevos de oro. Sin duda, prefiero esta lucha de iniciativas individuales, por asegurar el mejor precio posible en ciertas condiciones reguladas desde ya por el estado, a una economía estatista que constriña la propiedad privada. Prefiero esta confrontación, entonces, donde la economía es un teatro de lucha permanente de todos contra todos, y no una lucha de clases anticapitalista, que ya fue probada en Venezuela, Nicaragua y otros lugares.

Después de leer la columna de Juanita León sobre Iván Duque, estoy seguro aún más de que votaría por él, Duque, en un dilema electoral con Petro. Y sumo a las luces que arroja esta columna mencionada el análisis de que ya nuestra democracia aseguró un congreso de centro, capaz de servir de contrapeso democrático al mandatario eventualmente electo. Votaría así entonces, en segunda vuelta, con la convicción ética de defender a la gran mayoría del pueblo colombiano, aunque no se entienda por algunos de mis amigos… y no tienen por qué entenderme. Pero por ahora, en primera vuelta, apoyaré a uno de los candidatos de centro-centro, cuyo nombre me reservo, sin pretender influir más allá de esta pista en el voto de nadie.

PD: Mensaje, sobre la presente columna, dirigido a “Manuel, trabajador independiente”: Me parece conveniente aclarar una vez más que ‘mi opinión’ (esta no es una imparcial nota periodística sino una válida columna periodística de opinión), no compromete a nadie, y menos a la Silla Vacía. Para aclarar este pos-escrito a otros que no son “Manuel”, hace unas semanas escribí una columna que no gustó a dicho lector. Del correo de Manuel recibí un comentario a mi columna, que aprovecho para agradecer (lo digo sin ironía). Dice así:

“A este artículo le faltó un pedazo. Tu opinas (SIC) que Petro es un populista por las propuestas que hace, me temo que no tienes argumentos fehacientes para refutarcelas (SIC). Sólo lo dices porque es de izquierda. Como te parecen las propuestas de los otros candidatos arropados en el el centro (SIC), en la tercera vía, en la godarria, en la extrema derecha, a los cuales tú no les críticas sus propuestas. Faltas a la verdad como periodista que te haces llamar. Toda la vida los candidatos tradicionales han ofrecido el oro y el moro y de aquello nada, se han comido el país de cabo a rabo y eso a ti no te inmuta, opinas muy bajito”.    

Es consejero del Sena, periodista y ejecutivo gremial. Estudió derecho en la Universidad de Nariño y alta gerencia en la Pontificia Universidad Javeriana.