Hay que pensar mejor la “temporalidad” del problema migratorio en Colombia.

Las elecciones recientes en Venezuela dieron mucho de qué hablar en su momento, pero la cosa ya pasó nuevamente a segundo plano. Parece que los medios colombianos volvieron a caer en las discusiones de siempre sobre los efectos de la erosión de la democracia en el país vecino, la represión a los opositores y todo lo que tenga que ver con los desmanes del gobierno de Maduro. Pero pasan la página rápidamente. En los últimos días he oído poco sobre el problema migratorio de venezolanos en Colombia, algo sorprendente teniendo en cuenta la importancia que se le da al tema cuando nuestras fronteras con el país vecino se alborotan o cuando de uno y otro lado los políticos lo hacen parte de su agenda. Día a día, sin embargo, siento más y más la presencia de los venezolanos en la capital y, por lo que he oído de otras regiones del país, no es acá a donde están llegando la mayoría de migrantes. Sólo en el centro de la ciudad se ven cambios interesantes entre las personas que atienden almacenes, restaurantes y cafés, sin contar con los innumerables venezolanos que se suben a Transmilenio a vender dulces y otros productos. En las últimas dos semanas creo que de 7 vendedores que se suben en los trayectos que uso, 3 o 4 son venezolanos. Hasta venden colecciones de bolívares en la estación de la Jiménez (a 2 mil pesos) o los ofrecen de ñapa si uno compra dos chocolates.

En Colombia, como en todas partes, discutimos problemas a partir de los eventos que generan ruido en los medios y en las redes sociales, pero se nos olvida a menudo que dejar de “tratar” temas importantes no los hace temporales, ni significa que están resueltos. El profundo desconocimiento en Colombia de las implicaciones que tienen los flujos migratorios como los que hemos visto en los últimos dos años es sorprendente. Desde los debates estériles que se han propuesto en diferentes escenarios, hasta las respuestas del gobierno a la situación migratoria de una parte importante de la población migrante, todo parece apuntar a que la migración venezolana a nuestro país es un problema “pasajero.”

Estoy seguro que hay quienes están pensando más a largo plazo, o preguntándose sobre los efectos de estos flujos sobre la economía, el trabajo, la seguridad social y otros elementos relacionados, no solo en este momento, pero en los años que vienen. Estoy seguro, pero escéptico también, pues leyendo la información que uno se puede encontrar a mano parece que la situación de migración de Venezuela a Colombia se ha tomado como algo provisional, una coyuntura particular que pasará. Parece que asumimos que una vez se concluya la crisis, vuelva la democracia y se active la economía venezolana, la tendencia revertirá a las condiciones más familiares que tomábamos como características dadas hace unos años. Es decir, creemos que de la noche a la mañana todos los migrantes volverán a su país de origen –por eso todas las respuestas son “provisionales”, léase PEP, PTP y lo que siga.

Esta presunción no solo es ilusa y, por más, absurda, sino que apunta a los sesgos históricos de un país que no ha tenido flujos migratorios a gran escala hacia su territorio, en parte por las condiciones políticas que todos conocemos, pero también a raíz de los intereses históricos de las élites tradicionales de mantener el estatus quo y no fomentar el ingreso de poblaciones que potencialmente podían cambiar la relación entre liberales y conservadores. Da lo mismo, porque tenemos ahora miles de migrantes buscando trabajo, tratando de inscribir sus hijos en las escuelas públicas, reclamando servicios médicos y todo lo demás que se necesita para vivir. Y mal que bien lo encontrarán, establecerán nuevas relaciones y se inscribirán en la cotidianidad colombiana como pasa en muchos lugares del mundo.

Creer que después de todo ese esfuerzo la gente dejará lo ganado para empezar nuevamente es alucinar; la sociedad colombiana necesita pensar más transversalmente sobre las necesidades de los migrantes, cómo regularizar su estatus migratorio más allá de los permisos temporales y aprovechar el influjo de personas que más que un problema social y económico, tienen el potencial de enriquecer nuestro país en todos los sentidos. Si, hay problemas con la competencia de profesionales venezolanos que buscan ingresar a los entornos laborales (es más, la gente se queja más de estos Venezolanos que de los del Transmilenio), hay problemas de criminalidad en algunas ciudades y mucho más, pero no debemos olvidar que históricamente a nosotros se nos ha acusado de lo mismo en otros parajes y que sabemos que tales problemas responden a las condiciones estructurales que muchas personas encuentran cuando migran, más que algo que tenga que ver con su esencia. Es contradictorio oír a los bogotanos quejarse de los “inmigrantes” acá, teniendo en cuenta que muchos de los que se quejan han sido estudiantes y trabajadores “inmigrantes” en algún momento de su vida, y que muchos tienen familiares que lo son aún. Los discursos xenofóbicos en Colombia no caben, somos el país de Suramérica que más emigrantes tenía en las últimas rondas censales, aunque ahora las cosas tal vez estén cambiando. Y no estoy hablando solo de las migraciones tradicionalmente discutidas como formas de buscar “mejores oportunidades” en Norte América o Europa. Al fin y al cabo los últimos reportes de la CEPAL son que las migraciones intrarregionales en América Latina están incrementado (es decir hay mas migrantes entre países de la región), mientras que decrecen las extra regionales (fuera de Suramérica). Va siendo hora de tratar un problema que no es temporal a partir de políticas que esperaríamos (y esperamos) encontrar cuando nosotros somos los migrantes.

Profesor de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario. Antropólogo Médico, estudia migraciones transnacionales y migraciones intrarregionales en el área Andina. PhD de la Universidad de California, Berkeley. Ha publicado artículos académicos sobre asilo político y migración...