Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Ecpatía es un nuevo término, que según el catedrático de Psiquiatría J. L. González de Rivera, “se refiere al proceso mental voluntario por el cual podemos, de forma voluntaria, excluir o dejar de lado los sentimientos y las emociones que nos transmite una determinada situación que vive otra persona. Es la capacidad por la cual los sentimientos que nos transmiten los demás no nos influyen emocionalmente hablando. Es, como hemos dicho, el polo opuesto de la empatía. Con la ecpatía frenamos deliberadamente el contagio emocional”.
Escuché este concepto recientemente, pronunciado por una colega del trabajo, un día que hablábamos en medio de un evento, rodeados de jóvenes de todo el país, que se congregaban para pedir más atención y cercanía del Estado, oportunidades económicas, participación y salud mental, entre otros asuntos. Y me quedó resonando, porque siento que describe muy bien lo que considero uno de los principales, si no el mayor, problema de nuestro país.
Y sí, me atrevo a proponerla como un asunto trascendental del desarrollo del país, porque si no nos sanamos de la ecpatía que nos atraviesa como sociedad, será bastante improbable que logremos mejorar las desigualdades, el inequitativo reparto de tierras, el clasismo y arribismo tan comunes en nuestra cotidianidad, o la propia violencia. También será muy complejo que logremos diseñar buenas políticas públicas o que seamos capaces de sumarnos masivamente a procesos democráticos, pues es un valor que, como bien lo señala la definición de arriba, nos desconecta de los demás, no nos vincula emocionalmente, nos excluye de la posibilidad de entender los motivos e intereses de las otras personas.
Las sociedades se construyen con base en acuerdos. Su funcionamiento depende de aquellas reglas formales e informales que regulan la interacción de las personas que las integran, y de la forma como se crean y establecen estas reglas. Como dice Luis Herrero, en referencia a Jhon Rawls, los acuerdos que rigen “la estructura básica de la sociedad serán justos si son alcanzados en una situación en la que se cumpla una serie de circunstancias. Estas han de lograr que las personas estén representadas solo como morales, libres e iguales, dejando de lado las coyunturas particulares”.
Mi hipótesis es que la empatía, en contraposición a la ecpatía, permite que esas reglas sean diseñadas y adaptadas bajo una premisa y es que las personas, particularmente aquellas que tienen la responsabilidad de establecerlas, tratarán de ponerse en los zapatos de los otros (o en los pies, porque todavía muchas personas no tienen ni para usar zapatos). Y eso hará que las decisiones sean más justas. Es decir, si somos empáticos, podremos hacer las cosas mejor.
En un reciente análisis realizado por encargo de Usaid y Acdi/Voca, basado en el Barómetro de la Reconciliación Colombiana 2021, se encontró que uno de los principales determinantes de la reconciliación es, en efecto, la empatía, que junto con la confianza establecen las bases para que aquellos que han estado en orillas opuestas, en conflicto, acudiendo generalmente a la violencia, se puedan encontrar en la diferencia, celebrar la diversidad, perdonar e, incluso, cooperar.
Lo bueno es que la empatía y la confianza no son estáticas, sino que se pueden generar. Existen formas muy concretas de activar a las personas y volverlas más empáticas. Si bien el campo de investigación es aún muy amplio, se han detectado algunas claves que, probadas en la práctica, han dado muy buenos resultados.
Iniciativas como DecidoSer han probado la importancia de trabajar en el desarrollo de capacidades y habilidades para la vida. Así mismo, fomentar el trabajo de voluntariado, sobre todo a nivel local, mejorar entornos públicos para recuperar la sensación de harmonía entre los vecinos, ampliar el tiempo de contacto con la naturaleza, realizar actividades de integración que estimulen el deporte, la cultura y el uso del tiempo libre, entre otros, tienen un efecto catalizador sobre la empatía de las personas. Las riñas, la inseguridad y los actos de violencia o acoso sexual contra mujeres o personas de las comunidades Lgtbiq+, por su parte, disparan la ecpatía.
Y los análisis estadísticos refuerzan estos hallazgos: de acuerdo con un estudio realizado por la firma Evaluar y el CNC, por encargo de Usaid y Acdi/Voca, a partir de los datos del Barómetro de la Reconciliación, “aquellas personas que más cooperan aumentan la probabilidad en un 69 % de ser empáticos. Las personas que muestran la capacidad del desapego aumentan la probabilidad en un 40 % de ser empáticos. Las personas que muestran solidaridad aumentan la probabilidad en un 31 % de pertenecer al grupo de empáticos. Las personas que muestran arrepentimiento aumentan la probabilidad en un 30 %”.
No será fácil superar la ecpatía en Colombia. La polarización inherente a la contienda electoral del 2022 no ayudará. Y es difícil juzgar a quienes viven el mundo desde sus privilegios o a aquellos a quienes les cuesta perdonar; no todos hemos tenido la oportunidad de desarrollar las habilidades psicoemocionales mínimas para la vida que nos permiten reconocer las realidades diversas de los otros, sin imponer nuestras perspectivas.
Pero existe un camino. Y así como me resuena el nuevo término, también me resuenan las posibles soluciones.
¡Feliz año!