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“Cada uno de nosotros existe durante un tiempo muy breve, y en dicho intervalo tan solo explora una parte diminuta del conjunto del universo. Pero los humanos somos una especie marcada por la curiosidad” S. Hawking.
Se fue el reconocido científico Stephen Hawking, un verdadero “milagro de vida” irónicamente concebido en un ateo fundamentalista. Si su madre no hubiera tomado la decisión de irse a Oxford, en 1942, para escapar a los bombardeos de la Luftwaffe nazi, quizás no hubiera vivido. Veintiún años después de su nacimiento, en 1963, le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica y los médicos pronosticaron que le quedaban apenas dos años de vida. Si entonces hubiera dejado atrás toda esperanza tampoco habría sobrevivido.
El descubrimiento de esta enfermedad causó en él una depresión profunda, que podría haber contribuido a acelerar su fallecimiento. Las perspectivas de Hawking, un bachiller no muy brillante que empezaba a descollar en su carrera y recién acababa de conseguir una novia, eran devastadoras. Contra toda previsión vivió cincuenta y cinco años más. En este tiempo alcanzó a casarse con su novia, tener tres hijos y conservar su matrimonio 25 años, después de los cuales ‘el desahuciado’ se casó de nuevo. Y no solo logró esto: la carrera del doctor en Cosmología de Cambridge avanzó tanto que se convirtió en el científico más renombrado del mundo.
Cómo logró Hawking que su mente venciera la discapacidad física, la sobreviniente depresión y se adaptara maravillosamente a unas condiciones físicas infrahumanas es casi enigmático. Todos recordamos a Hawking en su silla de ruedas, utilizando un sintetizador electrónico para poder hablar –desde 1985, cuando se le efectuó una traqueotomía. Durante años logró cumplir con todas las funciones biológicas de una persona físicamente sana, incluyendo la procreación. Y fue absolutamente brillante en su aspecto humano de resolver enigmas de la mente. Ciertamente, según él mismo declaró alguna vez a la revista New Scientist, el único enigma que nunca logró resolver fue el de ‘las mujeres’. “Traté de llevar una vida lo más normal posible, y no pensar en mi enfermedad o lamentar las cosas que me impide hacer, que no son tantas”, escribió alguna vez.
Qué sentido tuvo la vida de Stephen Hawking, es una pregunta que podríamos resolver si también comprendiéramos su ‘teoría de cuerdas’, esa de 11 dimensiones. Los ‘agujeros negros’ fueron otra teoría a la cual dedicó también tantos años de su vida, y que explicarían un final y principio del universo. Antes del Big Bang no habría habido la noción de tiempo ni de espacio. A quienes a duras penas logramos entender a cabalidad que existen tres dimensiones, Hawking nos explicó que responder esto era como responder qué queda más al norte del Polo Norte. Sin duda nos queda más fácil creer en la versión del ‘alfa y el omega’, del verbo divino, que bíblicamente apunta a Dios. Pero reconozco que es un abuso contextual decirlo pues, reitero, Stephen Hawking no creía en Dios.
Quizás Hawking vivió varias vidas en su vida, en distintos universos, empezando por aquella del Oxford y Londres de su niñez. Vida esta, en medio de las angustias y penurias de la II Guerra Mundial y sus años inmediatamente posteriores. Su segunda vida, muy diferente, de adolescencia y juventud con un cuerpo joven y atractiva apariencia en el apacible pueblo de St Albans. Fue allá donde conoció a Jane Wilde, su primera esposa con quien se casó en 1965. Esta es una pequeña ciudad, en la cual aprendió a montar a caballo, tan enigmática que muestra restos de edificaciones y excavaciones de todas las anteriores civilizaciones y periodos históricos de la Gran Bretaña. Su tercera vida como esposo y padre, de 1967 a 1991 en Cambridge, Inglaterra. Pero esta vida era paralela al universo mental que desde cuando llegó a Cambridge, su portal del conocimiento, empezó a explorar hasta morir en él el día de ayer.
Dónde está hoy esa mente y ese espíritu prodigioso que tanto han contribuido al esclarecimiento de la conciencia de la humanidad sobre su propio ser. Estarán en algún lugar, con la misma conciencia universal que podrían fundirse con sus antecesores en esta dimensión del tiempo y el espacio. Podríamos recordar a algunos de ellos: Ptolomeo, Copérnico, Tycho Brahe, Kepler, Hubble y Einstein.
Lo cierto es que la esencia del pensamiento de Hawking nos acompañará por siempre en algún lugar del ciberespacio. Allá donde constan algunas de las afirmaciones más alentadoras del científico: “Los agujeros negros no son tan negros como están pintados. No son las cárceles eternas que una vez fueron pensadas. Entonces, si sientes que estás en un agujero negro, no te rindas, hay una salida… Las cosas pueden salir de un agujero negro tanto en el exterior como posiblemente en otro universo”.
Quizás paradójicamente, si Hawking hubiera estado equivocado en su ateismo, podría haber pasado a ser parte de un ‘Universo’ más feliz. Estas palabras que pronunció en otra ocasión podrían haber sido la contraseña para ingresar en otro portal universal. Fue cuando dijo: “También es importante no enojarse, no importa cuán difícil parezca la vida porque puedes perder toda esperanza si no puedes reírte de ti mismo y de la vida en general”.