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Isabel Cristina Ramírez Botero*
Dentro de los múltiples factores que se han analizado para entender lo que ha significado Francia Márquez, como novedad y como fenómeno político en nuestro país, es importante estudiar la inmensa riqueza y la coherencia de la propuesta visual de su campaña. Es evidente que, aunque no sea explícitamente reconocido, toda persona que participa en política experimenta de primera mano el poder de las imágenes. Sin embargo, esto no se traduce necesariamente en una conciencia de la responsabilidad que viene implicada con su uso, ni en el reconocimiento público de les artistas y diseñadores que se encuentran detrás de las campañas.
En el caso de la campaña de Márquez, sin embargo, parece suceder todo lo contrario. No solo ella ha hecho público su agradecimiento a quienes han donado su experticia, tiempo y trabajo a la propuesta visual de su campaña, sino que algo más de fondo parece ocurrir allí. Algo que no tiene que ver con la mera instrumentalización de la imagen (no se trata aquí de manipulación), sino, más bien, con una apuesta por hacer de la visibilidad misma un espacio de disputa. Se trata de hacer explícito el gesto con el que, para “hacerse visible” en un ámbito tan saturado –racista, clasista y sexista– como lo es el de la política en Colombia, es necesario tomarse la imagen, ocupar lo visual. Se trata de irrumpir en un régimen que ha sido monopolizado por las élites que han invisibilizado sistemáticamente todo lo que Márquez representa.
Las imágenes que acompañan la campaña de Márquez, los vestidos que han sido diseñados para sus apariciones públicas, y la historia a la que ambos hacen referencia, están dirigidos así no solo a reforzar su discurso, sino a disputarse (tomarse, ocupar) el régimen que permite que dicho discurso pueda hacerse verdaderamente visible. Apuntamos por ahora a dos de las propuestas que dejan clara, con su contundencia, la coherencia entre discurso y estética en la campaña de Márquez y, sobre todo, la conciencia de los retos que representa el buscar aparecer en un régimen de lo visible.

El afiche (Guache Street Art – Óscar González): Márquez lanzó públicamente el afiche de su campaña presidencial el primero de septiembre de 2021: “agradezco a @guachestreetart por este maravilloso regalo, no tengo palabras para expresar la alegría que siento. Crece la esperanza y estoy segura que juntxs podemos hacer de Colombia un lugar mejor para todas, todes, todos”. Esta, como muchas otras piezas de su campaña, Márquez la ha presentado públicamente visibilizando al creador y especificando que se trata de un regalo en medio de una construcción colectiva y de base. El éxito fue inmediato, Elisa Castrillón lo dijo en La Silla Vacía sin titubeos: “El afiche de Francia Márquez fue un boom en las redes”.
Guache es un artista con una importante y prolífica trayectoria en el muralismo y la gráfica. Su trabajo es consistentemente político con comunidades, con un énfasis muy fuerte en la representación de lo femenino, lo afro y lo indígena, a la que se suman alusiones continuas a temas ambientales (la tierra y el maíz), descoloniales (“Nuestro norte es el sur”, “Sentipensantes”), preocupaciones por las víctimas (“No parimos hijos para la guerra”), y la exaltación de las voces del pueblo, especialmente en el contexto del estallido (“el pueblo no se rinde carajo”). Que sea González el creador de la imagen, y que lo haya hecho por iniciativa propia, indica que aquí hay ya, de antemano, una propuesta de concebir la relación entre política y artista que va mucho más allá de la idea de una imagen al servicio del discurso.

La imagen del afiche hace énfasis en resaltar el empoderamiento de Márquez como mujer afro y lideresa comunitaria, y lo hace a través de una apuesta visual que tiene múltiples referentes de la cultura popular, urbana y feminista. Además, evidencia visualmente su proveniencia del arte mural y la gráfica, que son expresiones que interpelan la tradición de un arte político que en las narrativas de la historiografía del arte colombiano han sido a menudo estigmatizadas. Baste recordar la batalla contra los muralistas colombianos de los veinte y treinta, pioneros en visibilizar problemáticas sociales, quienes daban un espacio importante a lo negro y lo indígena, y contra quienes se construyó una narrativa que buscaba “despolitizar” al arte colombiano bajo la idea de que el camino de la abstracción conduciría al arte nacional a su definitiva internacionalización. Y ni qué decir con la generación de artistas de los setenta, que desarrollaron un trabajo de gráfica política de denuncia, visibilizando las luchas de los movimientos sociales en ese momento tan activas en Colombia, y quienes fueron sometidos, especialmente durante el Estatuto de Seguridad a finales de los setenta, a un régimen de persecución y señalamiento muy fuerte. El afiche de Guache (como su obra en general) incluye esa tradición y la reactiva, no solamente en sus referentes estéticos y plásticos sino también en elementos iconográficos claves en el arte de estos dos periodos como la representación de la mujer negra y el puño levantado.
Por otro lado, al legitimar el arte urbano del grafiti y el mural, el afiche alude a expresiones muy vivas durante el estallido social que transformaron los muros de las ciudades colombianas en territorios en disputa. Hay que recordar que, ante el ejercicio de pintar los muros en las calles de todo el país en el paro nacional de 2021, se instaló la práctica de disponer de miembros del ejército para que muy rápidamente los borraran. La censura y ocultamiento, hechos además en sí mismos espectáculo en su capacidad de silenciar, contribuyeron a que la práctica tuviera más eco: cada vez aparecían más murales por todo el país, cada vez se hacían más y más grandes, y más explícitamente políticos. Se volvían a pintar murales donde recién los habían borrado, todo ello como estrategia de denuncia y contra-archivo a las políticas de borramiento y criminalización de las protestas del Gobierno de Duque . La conexión de la campaña de Márquez con el estallido es un elemento fundamental de su aparición pública reciente, y que el afiche haga eco de ello y recuerde esta continuidad es un modo de recordar qué y a quiénes busca Márquez representar.

El “atuendo” (Esteban African): Esteban Sinesterra Paz es el creador que ha estado al frente del diseño de los vestidos de Márquez durante su campaña. Para cualquiera medianamente atento a sus apariciones públicas, estos vestidos son, en sí mismos, una declaración política. La apuesta ha sido, una vez más, por irrumpir de manera contundente en el espacio de lo visible, optando por todo lo contrario a lo que “mandan” los manuales de imagen pública en estos casos: colores neutros, chaquetas y bléisers.

Márquez se niega a “pasar desapercibida”, su apariencia es un recordatorio de la fuerza que implica el aparecer en un régimen que de antemano decide por ella el lugar que “debería ocupar” y que la descalifica de manera explícita por el color de su piel; algo escandaloso en el caso del discurso público en Colombia. Ha sucedido a menudo que las mujeres negras cuando entran a la política ajustan su imagen tratando de neutralizarla para cumplir con los estándares y buscar que sobresalgan principalmente sus ideas, pero la campaña de Márquez ha hecho lo contrario. Además de hacer brillar las ideas, también se han puesto deliberadamente en primer plano su imagen y su identidad con una propuesta que busca construir una narrativa desde el vestido. Márquez se inviste del poder de sus ancestros. Aparece vestida con colores muy fuertes, principalmente el amarillo, y estampados africanos. La tela que predomina en su vestuario es el Kente, originario de Ganha, que hace homenaje a las mujeres del campo que fabrican canastas para recoger las cosechas. Todos los colores tienen un significado ritual: en Kente el amarillo, por ejemplo, es el color de la realeza y representa la riqueza, la fertilidad y la belleza. Para la noche del lanzamiento de su candidatura como vicepresidenta, Sinesterra diseñó un vestido rojo, color del poder.

Sinesterra es un diseñador de modas empírico muy joven (tiene 23 años). Esteban African, la marca que ahora Márquez ha hecho tan visible, comienza como un taller de costura en el Barrio Cabal Pombo en la comuna 12 de Buenaventura. En palabras de Sinesterra: “No quiero decir que las personas son por lo que llevan puesto. Pero lo que sí podemos decir es que por medio de lo que llevamos puesto también comunicamos y damos un mensaje. Por ejemplo, Francia con sus trajes llenos de empoderamiento cultural, de demostración de que las mujeres sí pueden y que las mujeres negras tienen un poderío ancestral cultural de la diáspora y el Pacífico”. El atuendo y el afiche, junto con los artistas autores de estas creaciones, confirman el gesto de visibilidad que alude directamente al pensamiento y las luchas de Márquez desde que comenzó su activismo político: no basta ya solo con hacerse escuchar, es necesario irrumpir en el régimen de lo visible, desmontar las gramáticas que lo gobiernan, para que esta escucha sea posible.
Este gesto merece ser revisado en el marco de la historia de nuestro país. En el siglo XIX, con el proyecto político conocido como la Regeneración, fue preeminente un régimen estético excluyente que buscó consolidar unas características identitarias que se fundaron en la tríada compuesta por una sola raza (blanca), una sola religión (católica) y un solo idioma (español). Cuando se revisan las fuentes de la época se puede ver que este régimen asoció las características estéticas a condiciones morales, se aludió a menudo a lo blanco como bello y bueno, y a lo negro e indígena como feo, malo y degenerado. Este régimen estético, como se ha hecho evidente en las reacciones que despierta la campaña de Márquez, sigue estructurando los códigos de legibilidad políticos y sociales. Así que la estrategia visual de la campaña de Márquez es fundamental porque dignifica y resalta el rostro negro, la mujer negra y la herencia africana, y de esta manera se resiste a la historia predominante de las imágenes en Colombia y las normas que las regulan. Basta con recordar, por ejemplo, la iconografía del héroe en nuestro país y poner como último eslabón de esa cadena la imagen de Márquez para que se haga evidente el tipo de subversión que su mera presencia lleva a cabo en las jerarquías que han gobernado el régimen visual en Colombia. Márquez incluso ha hecho referencia a ello en su discurso, desordenando de manera explícita las lógicas que han regido estas jerarquías estéticas. Lo decía así días antes de la reciente jornada electoral: “Por primera vez van a encontrar un rostro que se parece a ustedes y marquen esa cara bonita”.
“Cuando lo negro sea bello” es el título de aquella cumbia en acordeón de los Montes de María compuesta por Adolfo Chaparro y hecha popular en la voz de Andrés Landero. Estas palabras recuerdan, desde la profundidad de sus versos, que las normas que rigen el régimen de lo estético no se limitan a ser normas visuales – pero también, que las normas visuales, aquellas que definen quién tiene derecho o no aparecer, a ocupar un espacio en lo visible, determinan mucho más que “las apariencias”. La propuesta estética de la campaña de Márquez insiste en la necesidad inaplazable de subvertir los criterios que hasta ahora han regido y continúan rigiendo las gramáticas visuales de la política en Colombia.
Hay que recordar aquí que la idea central de la campaña de Márquez es un lema que proviene de la filosofía Ubuntu: “soy porque somos”. Muchas de las estrategias de la propuesta visual de la campaña encuentran base, forma y expresión en ese pensamiento que apela al vínculo fundamental con la tierra y la naturaleza para sentirnos parte de ella, pero además “nos recuerda el vínculo entre los seres humanos” para insistir en que “el territorio se teje a partir de relaciones entre los seres humanos y los otros seres con quienes lo cohabitamos”. La manera como la campaña ha incorporado a los artistas y sus propuestas, da muestra de cómo Márquez reconoce un trabajo de largo aliento de los artistas, y lo articula de manera estructural con sus propias ideas.
Por otro lado, Márquez estructura su apuesta por una política de la vida que busca hacerle frente, resistir, e interrumpir aquella política de la muerte que tanto ha denunciado, aquella que rige los códigos que gobiernan y controlan poblaciones enteras, racializadas, explotadas y reducidas a mera fungibilidad, y que opera bajo un monopolio de lo visible que no tiene problema en borrar, ocultar, tachar y hacer un espectáculo de esta capacidad de silenciamiento. ¿Qué modos de aparecer interrumpen esta espectacularización de la muerte y su borramiento? ¿Cómo se ve, cómo aparece, pero sobre todo, cómo logra irrumpir en medio de estas lógicas una política de la vida? La apuesta estética de la campaña de Márquez es un comienzo –uno muy agudo– que puede dar pistas para comenzar a responder a esta pregunta.
*Isabel Cristina Ramírez Botero es curadora, investigadora y profesora de historia del arte de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico en Barranquilla. Es doctora en Arte y Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster en Historia del Arte Contemporáneo de la Università degli Studi di Siena (Italia). Sus intereses de investigación se han centrado en la historia del arte moderno y contemporáneo del Caribe colombiano. Es autora de los libros “El arte en Cartagena a través de la colección del Banco de la República”, “Geografías pictóricas. La exploración del espacio en el paisaje de Alejandro Obregón” y “Fragmentos de Modernidad: una mujer artista, dos instituciones y una idea en el arte en Cartagena”, así como de diversos artículos sobre historia del arte colombiano.