Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Como cualquier otra cosa en la vida, uno también aprende a ser ciudadano de una democracia. Quizá hemos subestimado esto, o al menos solemos dejarlo en manos generalmente difusas como parte de los procesos formativos.
Muchas personas tienen como único “entrenamiento democrático” algunas referencias generales en su educación, lo que digan los medios de comunicación o hablen en su casa (si es que lo hacen) y la abrupta responsabilidad de votar ganada a los 18 años, ¿y nos preguntamos por la apatía de los jóvenes? ¿Y nos cuestionamos por la reducción del apoyo a la democracia?
La metáfora de ejercitar la democracia es uno de esos buenos lugares comunes. Bueno por explicativo, porque, efectivamente, la ciudadanía democrática es un músculo que a falta de ejercicio se atrofia, y el dolor que produce volverlo a mover puede llevar a que evitemos hacerlo.
Hay mucho por hacer en esto del aprendizaje democrático, pero un buen lugar para poner los esfuerzos está en seguir comprendiendo y abriendo espacios de participación para los niños, niñas y adolescentes.
En los últimos dos años, y con ayuda de muchas organizaciones que llevan tiempo trabajando esta agenda, las iniciativas de participación ciudadana “Tenemos que hablar Colombia” y “Hablemos Medellín” decidieron adelantar sus conversaciones con la participación cuidadosa pero integrada de la niñez.
Precisamente esta semana “Hablemos Medellín” presenta su informe sobre las conversaciones que tuvieron niños, niñas y adolescentes a cerca lo que quieren en la ciudad: “Palabras mayores”. Recoge las ideas, preocupaciones y sueños de más de 300 participantes. Lograr que estuvieran no fue sencillo, pero ha sido un esfuerzo lleno de lecciones.
Y lo que hemos aprendido es muy valioso.
En primer lugar, los niños merecen un tratamiento que se resista a la condescendencia en la participación ciudadana y a las agendas de promoción democráticas. Sus ideas y preocupaciones requieren de tratamientos razonablemente adaptados para facilitar su participación, pero que no los subestimen o consideren inferior en importancia o complejidad lo que quieren decir o hacer.
Lo segundo que aprendimos es que las agendas de la niñez se diferencian de manera muy relevante de las de los adultos. En Tenemos que hablar Colombia, por ejemplo, los niños, niñas y adolescentes que participaron pusieron al medio ambiente como prioridad en buena parte de sus conversaciones.
En las prioridades de los adultos, este tema ni siquiera entró en los primeros diez. Hay otras divergencias y convergencias, pero en general la niñez parece poner siempre por delante preocupaciones que dan mejor cuenta del futuro.
Y lo tercero es una reafirmación de algo que, aunque parece obvio, se hace menos de lo que quisiéramos en Colombia: la participación política y el interés en asuntos públicos se nutren de la deliberación.
Si la democracia no es solo un procedimiento de selección, sino una manera fundamental en la que organizamos y vivimos en una sociedad, hay hábitos que vale la pena motivar y ejercitar. Los espacios de conversación y participación ciudadana pueden ser, ante todo, mecanismos de ejercicio democrático, y deberían preocuparse por permitir y promover que los niños, niñas y adolescentes sean bienvenidos y considerados.
Aquí pueden consultar toda la información referenciada en este texto, sobre todo el informe “Palabras mayores: la agenda de la niñez en Hablemos Medellín”.