En su discurso como candidata a la vicepresidencia, la líder social y ambientalista afirmó: “Trabajaré para que todos, todas y todes podamos vivir sabroso en este país”. Lo que propuso con esas palabras es que ella entra al mundo de la política para participar y liderar un proceso de transformación del orden económico, político y ecológico, que se construirá a partir de experiencias, realidades y conceptos, distintos a los que ha impuesto el capitalismo depredador en nuestro país y una élite corrupta y distanciada de los intereses de la sociedad.

En este artículo no voy a ocuparme de los ataques y expresiones de racismo, desprecio social, clasismo, negación del reconocimiento, misoginia que han sido dirigidos contra Francia Márquez. Considero que son manifestaciones de maldad y vileza de una parte de la sociedad que está atrapada en el odio; es una estirpe rabiosa que definitivamente no actúa como si perteneciera a una sociedad civilizada. Pero, hablaré solamente de su propuesta política y ecológica.

Las realidades y experiencias de las que parte Francia Márquez son la exclusión social y política de las mayorías indígenas y negras; la situación de pobreza en el país que, según el Dane llegó en 2020 a 21.021.564 personas y a 7.420.265 personas que no ganan lo suficiente para comprar los alimentos mínimos requeridos para sobrevivir; denuncia el machismo, el racismo, el clasismo, el patriarcalismo, la corrupción, el asesinato de líderes sociales y de miembros de las ex-Farc. Señala las grandes limitaciones del Proceso de Paz que han resultado del ataque al Acuerdo Final y a la JEP, hecho por el actual Gobierno y el Centro Democrático. Propugna por la ampliación de los derechos de las mujeres, incluyendo la despenalización del aborto, y por el aseguramiento de los derechos de los estudiantes mediante una mayor cobertura y mejor calidad educativa, y formula una nueva comprensión de la relación del hombre con la naturaleza que permita superar los trastornos sociales y ecológicos que está causando el capitalismo en nuestros territorios. En este sentido, pone en el centro de su visión política el cuidado de la vida, no solo humana, sino también de los territorios, la naturaleza y el patrimonio cultural de las comunidades étnicas y campesinas. “Transforma el régimen estético dignificando y resaltando el rostro negro, la mujer negra y la herencia africana”. Y destaca la dignidad que le pertenece a todos los seres humanos, la cual no admite discriminación alguna por razón de nacimiento, sexo, raza, opinión, creencia o cultura.

Francia Márquez propone, como miembro del Pacto Histórico, pensar el problema de la organización de la sociedad en términos de un nuevo paradigma económico y medioambiental que no dependa de un régimen de crecimiento económico centrado en el individualismo, el consumo, la acumulación y el desperdicio. El crecimiento económico capitalista está produciendo cada vez más destrucción ecológica y un crecimiento socialmente destructivo —desempleo, trabajo precario—, aumento de la desigualdad, más inequidad. Si este crecimiento ya no puede conseguir equidad, justicia, igualdad y empleo, como sucede en todos aquellos países que están bajo la influencia del capitalismo neoliberal, es necesario concebir formas de una “vida buena” que no dependan de una noción basada exclusivamente en el crecimiento y la explotación de energías fósiles.

A partir de esto es posible entender y contextualizar la expresión de Francia Márquez, “vivir sabroso”, que no es nada distinto de vivir bien, es vivir en armonía con la naturaleza, la comunidad, las costumbres y las propias tradiciones; “vivir sabroso” presupone respetar a los otros, a los “mayores y mayoras”, respetar los derechos, las libertades y la dignidad de cada uno. “Vivir sabroso” es también actuar en común para resistir y defender la vida, los territorios y la naturaleza. “Vivir sabroso” parece convertirse en una oportunidad para materializar los anhelos de la Constitución de 1991, de un Estado colombiano pluriétnico y multicultural”. Vivir sabroso es también poder construir una democracia real, que ponga en el centro de la vida, la dignidad, así como también la búsqueda de la anhelada paz.

“Vivir sabroso” como forma de vida —que tiene diferentes nombres y puede expresarse de diferentes maneras— ha sido conocida y practicada en distintos períodos y regiones del mundo. Aristóteles en el siglo V a.C. habló de vivir una “vida buena”. Para desarrollarse bien, “los seres humanos hemos de nacer con las aptitudes adecuadas, vivir en circunstancias naturales y sociales favorables, relacionarnos con otros seres humanos que nos brinden ayuda y no sufrir desastres inesperados”, escribe Martha Nussbaum.

En América Latina, se encuentran expresiones de la “vida buena” en las lenguas nativas de diferentes países. Sumak kawsay, “buen vivir” en Quechua (Perú), o qamaña sum en Aymara, (Ecuador), ñande reko o teko porã, en Guaraní (Bolivia). Existen conceptos similares en otros grupos indígenas, como los Mapuches (Chile), los Kuna (Panamá), los Shuar y los Achuar (Amazonía ecuatoriana), así como en la tradición Maya (Guatemala) y en Chiapas (México). Este conjunto de expresiones significan “vivir bien”, “vivir en plenitud”, “vivir sabroso”, es decir, vivir en armonía y equilibrio con la naturaleza, el hombre y la sociedad, escribe Alberto Acosta.

Los conceptos de “vida buena”, “vivir bien” o “vivir sabroso” se han desplegado con mucha fuerza en los últimos años en el mundo para transformar radicalmente los sistemas de producción, trabajo y distribución propios de las sociedades capitalistas. Según el informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (Ipcc) publicado en 2021 es irrefutable que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra, y como consecuencia se han producido grandes inundaciones, huracanes e incendios. Colombia está entre los diez países más vulnerables a los efectos del cambio climático por su variedad de ecosistemas, según el mencionado informe.

El cambio climático, escribe Klaus Dörre, es un fenómeno irreversible que está afectado especialmente a las poblaciones de las regiones más pobres del mundo con consecuencias potencialmente mortales. Todo este desarrollo sociopolítico permite ver que el paradigma de crecimiento basado en las energías fósiles es obsoleto, y que los costos sociales y ecológicos de este patrón de crecimiento están siendo cuestionados política y globalmente. En este contexto, Francia Márquez conecta las reflexiones sobre “vivir sabroso” con el llamado global a proteger el medioambiente.

Es importante considerar, para comprender la posición de Colombia en términos internacionales, que la crisis ecológica global está estrechamente relacionada con una tensión política entre las naciones más ricas y las del Sur Global. Los gobiernos de las primeras, buscan mantener el crecimiento económico sin importar las consecuencias negativas en la naturaleza y la sociedad. En los países del Sur Global se afirma que esta crisis medioambiental exige que las economías más desarrolladas reduzcan sus emisiones de CO2, disminuyan progresivamente el uso de energías fósiles y detengan la deforestación. En relación con lo que se debe hacer en Colombia, tomo como ejemplo la posición asumida por el exministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry, quién con claro acento neoliberal, escribe: “no hay transformación posible. La revolución es el pasado. La producción es el futuro. Nada como el capitalismo para producir más”.

Pero el problema climático es más complicado de lo que piensa de manera tan simplista el exministro Echeverry, de lo que ha hecho el presidente Iván Duque y de lo que propone el candidato Federico Gutiérrez. La alternativa que defienden, con un sentido muy pragmático, es continuar, sin cambio alguno, con las industrias de petróleo, gas y carbón, y dándole vía libre al fracking.

Es verdad que el aporte de Colombia a las emisiones globales de CO2 es solamente del 0,2 % de los gases contaminantes del mundo. Sin embargo, Colombia debe entrar de forma gradual en el proceso de transición de un crecimiento basado en energías fósiles hacia el uso de energías acordes con la naturaleza, los territorios y las comunidades. No se trata de sacrificar los miles de barriles de producción de petróleo y los millones de toneladas de carbón y gas. Se trata de que la economía de Colombia debe descarbonizarse —junto con muchas otras economías— a más tardar en el 2.050, pues de lo contrario, habrá grandes catástrofes. El camino de Colombia es construir un crecimiento económico que sea ecológica y socialmente sostenible. Colombia debe participar en la definición de un concepto diferente de crecimiento y en un debate global sobre formas de producción, productos y formas de vida que rompan con la visión unilateral del crecimiento del capitalismo. En este momento trágico de la historia y ante realidad de la autodestrucción que produce la guerra y de la devastación ecológica que causa el capitalismo, es necesario separar el crecimiento económico, entendido como acumulación continua e ilimitada de riquezas, del concepto de “vida buena”. La “vida buena”, como la propone Francia Márquez, en el marco de su planteamiento del “soy porque somos”, es “vivir sabroso”, vivir en armonía y equilibrio con los ciclos de la Madre- Tierra, del cosmos, y con todas las formas de existencia.

Es profesor titular del instituto de filosofía de la Universidad de Antioquia. Estudió fiolosofía y una maestría en filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y se doctoró en filosofía en la Universidad de Konstanz. Fue investigador posdoctoral en la Johann-Wolfgang-Goethe Universitat Frankfurt,...