Se discute con frecuencia cómo la crisis climática amenaza la soberanía alimentaria de las poblaciones más vulnerables, pero poco se habla sobre el efecto acelerador que está teniendo el actual sistema de producción de alimentos en la crisis. Esto se debe a que el esquema mediante el cual se sostiene la cadena de producción alimentaria en estos momentos está basado en un modelo extractivista que maximiza los beneficios del campo a costa de la degradación de la tierra, afectación directa o indirecta de fuentes hídricas, afectación de la biodiversidad y contaminación. 

El ahondar en esta discusión no busca acercarnos de nuevo a prácticas arcaicas de cultivo y producción de alimentos, pues estas podrían poner en riesgo la soberanía alimentaria, más bien busca replantear el modelo mediante el cual nos relacionamos con el medio ambiente y cómo esta relación afecta a los más vulnerables.

“La crisis climática y la de la naturaleza son dos caras de la misma moneda y no podemos cambiar las cosas a menos que transformemos nuestro sistema alimentario, que está destruyendo bosques y hábitats en algunos de nuestros paisajes más frágiles”, dijo Tanya Steele, directora ejecutiva del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en su intervención en un panel de la cumbre COP26.

En este contexto, vale la pena recordar las cinco principales prácticas de la producción agroindustrial que impactan en la salud del planeta: (i) la deforestación, (ii) los monocultivos, (iii) la captación de fuentes hídricas (iv) el uso de fertilizantes y su efecto en las fuentes hídricas (iv) la utilización de hidrocarburos en maquinarias.

La industria de alimentos actual, ante una demanda creciente de materia prima, privilegia la deforestación como medio de conversión masivo de tierra forestal a zonas de agricultura y ganadería. Los efectos de está práctica son devastadores para el planeta, pues es uno de los principales responsables de las emisiones de gases invernadero, representando actualmente más del 30 % de las emisiones anuales. En Colombia, la región de la Amazonía sigue siendo la más afectada por esta práctica, donde se concentra el 68,3 % de toda la deforestación en el país.

Paralelamente, la práctica de monocultivos, como estrategia para satisfacer la demanda de materia prima de grandes corporaciones, afecta la biodiversidad del planeta toda vez que el cultivo y la cosecha sistemática de un sólo alimento en grandes extensiones de tierra trae como consecuencia no sólo la disminución progresiva de las plantas autóctonas, sino que cambia el pH del suelo. ¿Qué pasa a mediano plazo? Al no darle suficiente tiempo al suelo para regenerarse y recuperar los nutrientes necesarios para ser fértil, se genera la desertificación del terreno, es decir, la tierra ya no es útil para poder cultivar en el futuro. Esto trae consigo que comunidades se vean obligadas a abandonar sus territorios en situaciones de bastante precariedad económica.

Otro aspecto importante a tener en cuenta es la utilización del agua en estos esquemas industrializados de agricultura y ganadería, ya que para el mantenimiento de las cadenas de producción masiva, las grandes corporaciones requieren abundantes cantidades de agua. Como consecuencia, han acaparado los recursos hídricos, dejando a poblaciones vulnerables sin acceso a fuentes de agua, e incluso en algunos casos, han sido responsables de la contaminación de los mismos. Los efectos de esta práctica se evidencian en territorios como La Guajira, donde algunas fuentes hídricas son desviadas para garantizar el agua en cultivos de arroz. Allí las comunidades han tenido que recurrir a prácticas insalubres para poder tener acceso a agua, lo cual ha producido graves daños a su salud y la insostenibilidad de sus cultivos.

En cuarto lugar, para la maximización de la producción de alimentos suele ser necesario utilizar fertilizantes nitrogenados que liberan emisiones de óxido nitroso. Esto tiene como efecto la eutrofización, que es el proceso de contaminación de las aguas producido cuando esta recibe desechos y residuos orgánicos y minerales, que afectan el ciclo de otros nutrientes (nitrógeno, fósforo). ¿Qué provoca la eutrofización? El rápido crecimiento de algas y otras plantas que cubren el agua, modificando aspectos básicos para la permanencia de otros organismos como los peces. En Colombia la región del Caribe es un reflejo de esto, pues las ciénagas del sur del Cesar se encuentran en peligro de extinción por cuenta de los sedimentos que llegan de ríos como el Magdalena, Sogamoso y Lebrija.

Finalmente, la producción agroindustrial hoy depende de maquinarias que funcionan a partir de algún tipo de hidrocarburo, por lo que es innegable que tienen un impacto en la huella de carbono. Aunque no tenemos el impacto sistemáticamente documentado, una alternativa sustentable a la política agroalimentaria actual debe tener este componente en consideración.

En el mismo sentido, existe una percepción de que estos esquemas son utilizados para poder atender la creciente demanda de alimentos del planeta. Este argumento debe ser analizado con mucha atención, pues lo que la realidad nos muestra es que el sistema alimentario actual privilegia a unos pocos actores corporativos, que se benefician de la maximización de la tierra, en detrimento de los campesinos, indígenas y en general de las personas que trabajan en el campo.

¿Cómo se refleja esto? Primero, los efectos que tiene la degradación de la tierra la sufren grupos vulnerables de forma desproporcionada, pues son ellos quienes deben desplazarse, por no contar con tierras fértiles y biodiversas que aseguren su soberanía alimentaria. Segundo, los residuos que se generan por la sobreproducción de alimentos, en sectores como el hotelero, supermercados o restaurantes, nos plantea que el tema no puede ser analizado desde una perspectiva de falta de alimentos, sino de barreras u obstáculos para su distribución.

Aunque en la COP26 ciertamente hubo un despliegue de acuerdos dirigidos a promover iniciativas que buscan proteger la naturaleza, fomentando prácticas sostenibles, haciéndolas más “atractivas” que las alternativas insostenibles, llama la atención que siguen siendo planes poco concretos que no toman en consideración la gravedad del impacto que actualmente está teniendo la crisis climática en las poblaciones vulnerables. Esto se refleja, por ejemplo, en el hecho de que la ventana de tiempo más cercana para aplicar estas “políticas” y/o “ acuerdos” es de nueve años, es decir, para el 2030. La pregunta que debemos hacernos es: si a usted se le está quemando su casa y tiene información suficiente para concluir que sus acciones o la de sus amigos/conocidos aceleran este incendio, ¿tomaría usted acciones urgentes orientadas a la supresión de estas prácticas, o colocaría paños de agua en el fuego esperando que en nueve años el incendio se apague?

Es investigadora principal en la línea de justicia económica de DeJusticia en donde investiga temas de derecho a la alimentación adecuada. Estudió derecho en la Universidad Católica Andrés Bello y una maestría en derechos humanos de la Friedrich-Alexander-Universität Erlangen-Nürnberg en Alemania.