Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La montaña no tiene bienes sustitutos en cambio los centros comerciales si. Cuando podía ir a la montaña iba de “shopping” comprando calidad de aire, salud para mi cuerpo y mis pulmones, tranquilidad para mi mente y paz. Esto me hacía infinitamente feliz.
Leer historias de ciencia ficción siempre me ha parecido una catarsis, un respiro frente a las realidades que se repiten todos los días ante nuestros ojos. Mi gran inspiración en el género ha sido Ray Bradbury, escritor norteamericano, gran pionero y máquina de producción de realidades ficticias, desde Crónicas Marcianas, Fahrenheit 451, El Hombre Ilustrado, entre tantísimos otros.
Bradbury era un genio de la imaginación pero muy pocas personas saben que el hombre también fue una gran influencia en la arquitectura. Durante su trayectoria como escritor, Bradbury influenció el diseño de ciudades, museos, parques de diversiones y además fue el pionero de los centros comerciales. Walt Disney lo contrató para imaginarse a Epcot Center, en Londres sentó las bases para la creación del museo de Sherlock Holmes en Baker Street y en Los Ángeles fue el que inspiró el primer centro comercial de Estados Unidos en los años 70, Glendale Galleria.
Sin embargo, su misión en la arquitectura nunca fue la de meterse con los planos, fue la de imaginarse el lugar y sus múltiples atractivos, atributos, flujos, etc. Bradbury, encantado con la interacción del hombre y su entorno, estaba convencido de que las ciudades tienen que ser espacios donde la gente camina, compra, conversa y contempla. Bajo esta idea, propuso que Los Ángeles debía tener una super manzana con un gran centro de comercio integrando comida, pasillos para caminar, almacenes, zonas para descansar y contemplar. De su cabeza nacieron los centros comerciales que ahora conocemos por todo el planeta.
Las grandes ciudades de nuestro siglo se están quedando cortas en imaginación y les está ganando la contaminación, el tráfico, el estrés de sus habitantes y la sobredemanda de centros comerciales. O al menos así lo vivimos en Bogotá. El primer gran centro comercial fue Unicentro en 1976, de ahí en adelante hemos visto crecer en cantidad, tamaño y diversidad estos lugares.
Los fines de semana hay fila para entrar a los parqueaderos, dentro del centro comercial hay fila para pagar el parqueadero, hay que esquivar niños, despistados, lentos y veloces. Hay fila para entrar al baño, fila para entrar a cine, fila para comprar crispetas. Mejor dicho, fila para todo. Sin duda, ir a los centros comerciales es un gran pasatiempo de los bogotanos donde pueden suplir varias de sus necesidades materiales, escapar de la lluvia y sentirse a “salvo” de la inseguridad de las calles.
Mientras tantas historias ocurren en los centros comerciales de la ciudad, a Bogotá la abrazan más de 40 km de cerros orientales, que van de sur a norte, que brillan con la luz del atardecer y se ocultan con la lluvia. Érase una vez, dentro de mis 33 años, en que iba a caminar a la montaña sagradamente al menos una vez a la semana. En silencio o en conversación. No existe ningún centro comercial, ningún museo, ninguna calle que me produzca el bienestar de subir a la montaña. Niguno. La montaña no tiene bienes sustitutos, en cambio los centros comerciales si.
Cuando podía ir a la montaña iba de “shopping” comprando calidad de aire, salud para mi cuerpo y mis pulmones, tranquilidad para mi mente y paz. Ese shopping me hacía infinitamente más feliz que cualquier par de zapatos o helado en un centro comercial.
Pues mi historia es la de miles de caminantes que se han registrado subiendo a la quebrada de la Vieja, a las Moyas o a las Delicias en la última década. El cierre de los accesos a la montaña por la Vieja lleva más de 8 meses, en las Moyas van para 6 y a las Delicias se le cayeron los puentes hace un par de meses. No es fácil saber de forma pública y transparente qué está pasando y por qué la demora.
Me gustaría pensar que están haciendo adecuaciones para los senderos, que están quitando los árboles que se pueden caer sobre los caminantes, que están poniendo una mejor estructura para evitar el empantanamiento y ampliación de los senderos durante el invierno. Autoridades, si ese es el caso, los bogotanos les estaremos muy agradecidos. Sin embargo, la única forma de saber es a través de un derecho de petición, hablando con el conocido de la ONG, de la CAR o de la Alcaldía. Es muy claro que los derechos de los bogotanos están siendo vulnerados.
El año pasado en mi columna sobre los cerros orientales, cerré preguntándole a los lectores cómo se sueñan los cerros para las próximas décadas. No seré Ray Bradbury pero si me imagino muchas cosas para los cerros de la ciudad. Me imagino un espacio seguro, donde las personas podamos recorrer las montañas, con muchas opciones de senderos, con señalización. El 100% de los senderos estarían adecuados, con buena infraestructura para andar sin afectar a los ecosistemas.
Sueño con la posibilidad de que estos senderos nos permitan a los caminantes contemplar, hacer deporte, mientras que a otros les podrá permitir estudiar y aprender de la biodiversidad urbana. Me encantaría caminar todo el día hasta llegar a Choachi o a la Calera. Pagaría con tranquilidad guías locales que me acompañen en el recorrido. El acceso a los cerros también es una oportunidad económica para las poblaciones vulnerables que viven en su zona de influencia.
Sería un lujo poder caminar desde Monserrate hasta los cerros del norte. Dedicaría un poco de mi tiempo como voluntaria para hacer educación ambiental en los senderos o ayudaría en su mantenimiento. Así, en 10 años caminar por los cerros de Bogotá sería un atractivo en las guías turísticas de la ciudad y las agencias de turismo tendrían una gran actividad para ofrecer. Cada barrio tendría su combo de guías oficiales quienes también serían guardianes de la naturaleza.
Muchas empresas ubicadas en Bogotá se sumarían para destinar una parte de sus recursos de Responsabilidad Social Empresarial para cuidar los cerros. La policía tendría un gran equipo calificado para cuidar de los ciudadanos en la montaña. Así, los fines de semana, la gente iría a caminar por largas horas antes de ir a un centro comercial.
En ese futuro que me estoy imaginando desafortunadamente la mala calidad del aire nos obligará a muchos a buscar mejores alternativas de vida, quizás unos se irán de la ciudad, otros comprarán viviendas cerca de espacios verdes, cuyos precios seguirán creciendo desproporcionadamente y una gran mayoría encontrará su respiro haciendo shopping en las montañas.
