Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Confieso que hay una idea inquietante que viene dando vueltas en mi cabeza los últimos meses y tiene que ver con que los temas ambientales han venido perdiendo protagonismo en las discusiones políticas en el mundo, y Colombia no es la excepción.
No insinúo que han dejado de discutirse en el mundo político, dado que ahora mismo tienen cierta urgencia de ser atendidos y se ha venido creando cierta institucionalidad en torno a ello. Me refiero a que han perdido fuerza, o mejor, han cedido frente a otros temas que han desviado la atención de la problemática ambiental.
Paradójicamente, las últimas décadas han sido cruciales para impulsar el debate ambiental en la arena internacional, esto se debe principalmente a evidencia científica que muestra los efectos de las acciones humanas en los ecosistemas y a la gran influencia de grupos de presión desde la sociedad civil, cuyas voces venían encontrando eco en los debates políticos a nivel multilateral, nacional y local.
Aunque los progresos se manifestaban a paso lento, si lo pensamos en términos de los umbrales críticos a los que nos acercamos en el cambio climático y la deforestación, los cuales nos obligan a actuar pronto, es innegable que se percibía un creciente reconocimiento de estos temas en los círculos políticos.
Pero, como suele suceder, la coyuntura nos cambió las prioridades. En el 2020 la pandemia nos sumió en debates sobre confinamientos y aperturas, y luego sobre la confianza en las vacunas y teorías conspirativas.
Justo cuando la normalidad parecía retornar gracias a la vacunación masiva, la guerra en Ucrania desestabilizó el suministro energético y agrícola global, impactando la economía y desviando el debate político hacia la recuperación económica. Más recientemente, con el auge de la inteligencia artificial y los ataques de Hamas a Israel, la crisis climática se aleja aún más de la discusión política.
Esa pérdida de espacio en el ámbito político que ha tenido el debate ambiental es un fenómeno que se representa en todas las latitudes. Por ejemplo, en el norte global, Estados Unidos inicia una campaña presidencial centrada en la inflación, la política exterior, el aborto y los escándalos judiciales de los candidatos, dejando de lado las propuestas para enfrentar el cambio climático.
Mientras tanto, en Francia, el presidente solicitó recientemente que se relajaran las regulaciones ambientales para garantizar que las empresas pudieran ofrecer precios bajos ante un escenario de creciente inflación, que los ciudadanos europeos vienen enfrentando desde que estalló la guerra en Ucrania, poniendo este tema como prioridad en la discusión electoral.
Por su parte, en el sur global, países con un liderazgo natural en materia ambiental, como Brasil, enfrentan a su dependencia económica de la extracción de combustibles fósiles. Esto ha mermado la fuerza de sus reclamaciones ambientales en foros internacionales.
En contraste está el caso del presidente colombiano, cuyos discursos internacionales reclamando que los temas ambientales sean prioridad son vistos como exóticos en el actual clima geopolítico. La expectativa predominante es que los líderes nacionales se pronuncien sobre sus posiciones en relación con la guerra.
La pérdida de espacios del debate ambiental también se presenta en las discusiones de los candidatos a las alcaldías de las principales ciudades colombianas, que han girado en torno a la seguridad, el empleo, la infraestructura y los medios de transporte, relegando la discusión de la contaminación, el cambio climático y la transición energética a foros especializados o a ideas muy generales. Ninguno de los candidatos admite que su bandera principal sea la política ambiental.
Probablemente, la razón más pragmática detrás de esto radique en el marketing electoral, que se guía por algoritmos para destacar aquellos temas que resuenan más con la opinión pública. Es evidente que las tendencias en plataformas como Twitter, Threads, Instagram o Tik Tok no giran en torno a cuestiones ambientales. Si estos temas no reflejan las inquietudes del electorado, difícilmente atraerán votos el 29 de octubre.
Sin embargo, debemos admitir que las razones detrás del declive del interés político en temas ambientales trascienden las estrategias de marketing político y la coyuntura mundial desde 2020.
Estos temas, en muchas ocasiones, son percibidos como debates técnicos de difícil digestión, su relación directa con el bienestar humano no siempre es evidente para quienes residen en áreas urbanas. Además, generan tensiones con sectores económicos influyentes que ven con recelo sus planteamientos.
La realidad es que los progresos alcanzados por generaciones, gracias al esfuerzo conjunto de diversos actores para elevar la importancia de la temática ambiental en la agenda política, parecen haberse desvanecido.
Hoy nos encontramos en un escenario similar al de mediados del siglo XX, donde las preocupaciones humanas estaban del lado de la guerra, la estabilidad económica y el impacto de la tecnología.
Lamentablemente, cuando la guerra haya quedado atrás, la inflación esté bajo control y la inteligencia artificial se haya integrado plenamente en nuestro día a día, la Amazonía habrá llegado a su punto de no retorno, transformándose en una gran planicie seca.
La biodiversidad quedará relegada a pequeños refugios, el cambio climático transformará la vida como hoy la conocemos y una migración climática sin precedentes pondrá a prueba la capacidad de todas las naciones. Tal vez, en ese momento, el algoritmo señale la crisis ambiental como tendencia. Sin embargo, la discusión política para tomar acciones habrá llegado tarde.