Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Según el Diagnóstico sobre el trabajo de cuidado no remunerado en el ámbito comunitario de Bogotá, realizado por la Secretaría Distrital de la Mujer, este trabajo se entiende como aquellas actividades “necesarias para el sostenimiento de la vida (o de la vida útil) de personas, animales o bienes comunes tangibles o intangibles; que ocurren en un territorio y contexto específico; son realizadas por personas, colectivos u organizaciones, sin remuneración económica o con un pago simbólico; y sobrepasan las relaciones del hogar de quienes lo realizan”.
Vale la pena tener presente, antes de ahondar en los resultados de este diagnóstico, que esta investigación tuvo un alcance limitado, ya que abordó 8 de las 20 localidades de Bogotá. Entre las localidades analizadas encontramos a: San Cristóbal, Usaquén, Bosa, Kennedy, Usme, Engativá, Ciudad Bolívar y Los Mártires. De estas localidades se mapearon 240 iniciativas y se caracterizaron 115 de ellas.
Uno de los resultados obtenidos en estas localidades es que la forma de trabajo más recurrente es la colectiva, en modalidad de agrupaciones informales y de organizaciones formales que realizan cuidado comunitario. Se identificó que el 86% de estas iniciativas están orientadas al cuidado comunitario.
Adicionalmente, en el diagnóstico se estableció que las personas que hacen parte de estos procesos no cobran o son quienes menos cobran por sus servicios. Es decir que su labor no es remunerada o es mínimamente remunerada.
Por lo tanto, de los datos obtenidos evidenciaron que la remuneración en agrupaciones y colectivos se da únicamente en el marco de los proyectos que se ganan, escenario en el cual es posible generar unos pagos simbólicos a las personas que realizan las actividades.
Aunque el pago simbólico resulta ser un aspecto relevante para estos líderes, es clave reconocer que las personas que hacen trabajos comunitarios deben tener otro u otros trabajos para poder solventar sus necesidades mínimas y familiares.
Por ende, la explotación laboral de las y los trabajadores comunitarios es una tendencia que, a su vez, produce que las iniciativas se tomen más tiempo de lo esperado o queden a medio camino.
En el diagnóstico se presentó como otro resultado importante que la autogestión es clave para el sostenimiento económico de las iniciativas comunitarias, lo que implica que las personas que trabajan por el cuidado de lo público no reciben ingresos fijos. Esto se traduce en que gran parte de sus actividades, espacios y materiales son fluctuantes y escasos.
Por tal razón, el tiempo que dedican al cuidado comunitario se ve limitado también por esta situación en condiciones de explotación, búsqueda por la sobrevivencia y la participación en procesos de desarrollo personal y profesional en universidades o institutos.
Se resalta que el trabajo del cuidado comunitario no remunerado o con pago simbólico es la actividad principal del 87 por ciento de mujeres cuidadoras caracterizadas en el marco de esta investigación.
En este sentido, según el estudio de la Secretaría Distrital de la Mujer, 68 de cada 100 iniciativas dedicadas al cuidado de la comunidad tienen como representante a una mujer. Esto indica que en las 8 localidades de Bogotá se reproduce la feminización de los trabajos de cuidado, por lo que en este ámbito también recae una sobrecarga no remunerada en los hombros de las mujeres.

A su vez, en el diagnóstico se estableció que en el ámbito comunitario se reproducen creencias y estereotipos de género que refuerzan el rol de las mujeres como cuidadoras. No obstante, y de forma paralela, en este ámbito también se cuestionan y transforman estos estereotipos de género.
Por ello, en el documento se afirma que hay transformaciones presentes que dan cuenta de que el ámbito comunitario permite el cuestionamiento colectivo de creencias que se han reforzado en los hogares sobre el rol del hombre y la mujer frente a los trabajos de cuidado.
Así, expresiones como “la mujer cuida, el hombre provee”, “las mujeres adultas deben cuidar de sus mamás”, “la mamá es la responsable principal de la crianza de las hijas e hijos” y “las mujeres son naturalmente mejores cuidadoras que los hombres” son aproximaciones que se han venido pensando y transformando en el marco de varias de las iniciativas analizadas.
Si bien, hay procesos colectivos críticos que le apuntan a una transformación de dinámicas basadas en la división sexual del trabajo, ha sido difícil para las mujeres cambiar esa realidad dados sus pocos ingresos, su dependencia económica o su necesidad de explotarse en uno o varios trabajos para responder a las necesidades básicas, entre las cuales también está el cuidado de niños, niñas, adultos mayores, personas en situación de discapacidad, entre otros.
Trabajos de cuidado que tampoco son remunerados y que exigen unos gastos e insumos constantes para el bienestar de las personas cuidadas.
Esta situación es una alerta fundamental para los tomadores de decisión y formuladores de política pública, ya que en el contexto de cambio climático, el trabajo comunitario juega un papel central.
En este sentido, en tiempos de crisis socioambiental no se pueden seguir perpetuando las inequidades estructurales que han dado lugar a que estos ejercicios por el bienestar común precaricen la vida de quienes los ejercen.
Desigualdades en las que las mujeres son las más afectadas por sus situaciones de vulnerabilidad dadas por un sistema que no reconoce el cuidado como un trabajo que debe remunerarse dignamente como cualquier otro.
Es fundamental ampliar el alcance de estos estudios a las 12 localidades faltantes y mejorar las políticas como la de las Manzanas del Cuidado, la cual no está llegando a la totalidad de los territorios de la ciudad y tampoco está abriendo espacios efectivos de dignificación del trabajo comunitario (tema que desarrollaré en la próxima columna).
En suma, aunque este diagnóstico nos da resultados interesantes y relevantes para los procesos de toma de decisión, ciertamente es insuficiente, ya que no incluye a todas las localidades.
Esto hace que sea un imperativo ampliar el alcance de estos estudios para que cada localidad tome medidas concretas por medio de sus programas, planes y proyectos locales para la dignificación del trabajo de cuidado.
Y también para el fortalecimiento del trabajo comunitario en tiempos en los que la mejora de la capacidad adaptativa frente a los efectos del cambio climático es un asunto central en Bogotá.