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La reciente guerra en Europa del este, la volatilidad de los precios del petróleo y el gas y la crisis energética mundial son pruebas fehacientes de que nuestras matrices energéticas deben cambiar. Para lograr esta transformación se debe realizar una transición responsable, en la cual las energías renovables sean confiables, competitivas y a su vez cumplan con el objetivo de reducir las emisiones de CO2 y evitar mayores catástrofes ambientales.
En esta apuesta para crear una nueva forma de energía limpia y para reducir la contaminación ambiental surge el hidrógeno como el camino para cumplir esas metas energéticas, climáticas y ambientales. El hidrógeno como vector energético se ha convertido en una pieza central en la descarbonización de Europa y en países como Japón y Estados Unidos. De tal manera, para entender la producción del hidrógeno con fines energéticos, hay que comprender que se divide por colores y dependiendo su clasificación se sabe sus beneficios y consecuencias.
Por ejemplo, el hidrógeno gris es producido con combustibles fósiles y genera emisiones de CO2 más nocivos que los actuales; el azul requiere aún esa clase de combustibles, aunque se ve como una alternativa baja de carbón. Y entre esas gamas de colores se habla mucho del verde, ya que se constituye como una alternativa totalmente sostenible.
El tan sonado hidrógeno verde es obtenido a través de la electrólisis (proceso en el cual se separan los elementos de un compuesto químico con la utilización de corriente eléctrica) impulsada con energías renovables como la eólica o la solar. Es decir que este proceso no genera gases de efecto invernadero.
En esta búsqueda de este combustible renovable, varias naciones han publicado planes nacionales sobre su producción. La Unión Europea (UE) en su “Estrategia de hidrógeno para una Europa climáticamente neutra”, publicada a mediados de 2020, se comprometió a invertir $430.000 millones de dólares en hidrógeno verde entre ahora y 2030. Australia lidera los planes de producción de este nuevo combustible limpio con propuestas para construir cinco megaproyectos en su territorio.
Por su parte, para latinoamérica esto puede significar una gran oportunidad dado los altos niveles de producción de viento y sol en esta región, que se traduce en energía eólica y solar. Aquí sobresale Chile, ya que fue el primer país sudamericano en presentar una “Estrategia nacional de hidrógeno verde”, en noviembre de 2020.
Asimismo, Colombia no ha sido ajeno a estos proyectos. Durante el 2020, el Ministerio de Minas y Energías trabajó conjuntamente con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en una hoja de ruta para la implementación de este combustible limpio. Además, en marzo del 2022 se iniciaron los primeros pilotos de hidrógeno verde en el país, desarrollados en la Costa por Ecopetrol y Promigas.
Por otro lado, pese a tener un desarrollo limpio tiene dos grandes limitantes para su adopción: el precio de producción y almacenamiento. Lograr la separación del hidrógeno de las otras moléculas, para usarlo como combustible, resulta muy costoso por la tecnología que se usa para su producción. También, es considerado peligroso por ser altamente inflamable, por lo que transportarlo y almacenarlo es mucho más complejo que el gas natural.
El desafío es inmenso. Las temperaturas ya están en 1 grado centígrado por encima de los niveles preindustriales, y si se siguen elevando los efectos podrían ser aún más devastadores. Por tal razón, ante este escenario, es necesario insistir en la investigación e infraestructura para agilizar los procesos como la adopción y producción del hidrógeno verde.
Es verdad, aún no están dadas las condiciones macroeconómicas a nivel mundial para integrar el hidrógeno verde en nuestra matriz energética, pero es el único combustible que responde a afrontar la crisis ambiental y al proyecto mundial de construir una sociedad equitativa, saludable y sostenible para las próximas generaciones.