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La COP26 inicia este domingo en Glasgow en un contexto de gran tensión geopolítica global, una pandemia que continúa y una emergencia climática innegable.
Como primera COP de la década decisiva para la acción climática, será exitosa solo si logra enviar un mensaje doble al mundo: debe demostrar que somos honestos sobre lo que está ocurriendo -la era de las promesas vacías se acabó- y debe lanzar un salvavidas de esperanza; un salvavidas que nos mantenga enfocados en la rápida transición que debemos lograr a nivel global hacia economías y sociedades limpias y que regeneren la naturaleza.
Nunca antes ha sido tan inminente la crisis climática. No solo se acumulan las noticias de impactos catastróficos de eventos asociados al cambio climático alrededor del mundo, sino que el máximo órgano científico global que estudia la materia, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (Ipcc), año tras año publica reportes más alarmantes.
Este año el reporte se tituló “Código rojo”. Cuando hablé con una de las principales autoras del reporte esta semana me dijo que ya no sabían qué color ponerle: rojo, morado, fucsia, … ¿qué puede ser más encendido?
Nuestro planeta está, literalmente, en llamas, y me llena de zozobra sentir que hemos llegado al punto de repetir la frase una y otra vez como si fuera una expresión de cajón. No lo es. Nos estamos incendiando hoy y atender esta emergencia no es cuestión de las próximas generaciones, sino de la nuestra.
La COP26 -la primera en la historia que se pospone un año por la pandemia que atravesamos- marca el inicio de la década más importante de nuestra vida en la Tierra: en estos diez años debemos reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero y revertir la destrucción de los ecosistemas para entrar en la era de la gran regeneración (del planeta y de nosotros como parte de ese gran sistema vivo).
La ciencia es inequívoca: cada grado de calentamiento global desde el inicio de la industrialización es atribuible a la acción humana y está en nuestras manos resolver esta crisis.
Estamos muy lejos de lograr esta meta, necesaria para evitar que la temperatura global promedio aumente por encima de 1,5°C. El más reciente reporte de las Naciones Unidas, que agrega los compromisos climáticos de todos los países, calcula que, si estos se cumplieran, las emisiones globales aumentarán cerca del 16 % a 2030. ¡Aumentar! ¡Cuando necesitamos reducir a la mitad! La situación es desesperada.
No podemos seguir avanzando sin asumir una postura honesta sobre la situación en la que nos encontramos. Jefes de Estado y presidentes de compañías, líderes de todos los ámbitos que participarán en el encuentro multitudinario en Glasgow están llamados a reconocer que nos encontramos en una situación crítica y que es indispensable reconocer con transparencia todas las brechas -en reducción de emisiones, en adaptarnos a los impactos irreversibles, en financiar la transición- que nos alejan de nuestros objetivos. Esta debe ser la COP de la transparencia, en la que nos miramos a los ojos y nos decimos la verdad, y en la que establecemos los sistemas necesarios para una rendición de cuentas infalible, tanto por parte de los Estados como por parte de los actores no estatales (gobiernos subnacionales, empresas).
Esta es una tarea de todos y ya no hay tiempo para promesas vacías y compromisos de papel. Debe acabarse el “greenwashing” de todo tipo, esa práctica de presentar como amigable con el medioambiente lo que no lo es.
Sin embargo, hay otra historia que también es real y también se desarrollará durante la COP26: nunca antes hemos avanzado tanto en acción climática. Hoy en día 18 de los 20 países del G20 tienen el compromiso de alcanzar la carbono-neutralidad a mediados de siglo -algo impensable en 2015 cuando caía el martillo en París para sellar el acuerdo que lleva el nombre de la “Ciudad Luz” y llenó al mundo de esperanza.
Actores no estatales que representan el 11 % de las emisiones globales están hoy comprometidos con esa misma meta, como también lo están inversionistas con más de 9 billones de dólares bajo administración.
El cambio climático se ha convertido en una de las principales preocupaciones de la ciudadanía y en una variable determinante en los procesos electorales de varios países: desde Alemania hasta Australia. En Colombia, donde nos alistamos para elegir nuevo Gobierno en 2022, también debería ser una prioridad. Las movilizaciones ciudadanas que vemos -empezando por la inmensa energía que inyecta el movimiento de jóvenes- no tienen precedentes.
La COP26 tiene que abrir la puerta grande a todas estas luces de esperanza y multiplicarlas exponencialmente. Debe celebrarlas e impulsarlas, adoptando acciones claras que señalen cómo vamos a acelerar la acción año tras año, día tras día, hasta alcanzar la meta.
Las delegaciones que van a negociar las decisiones deben asegurarse de que la señal política sea inequívoca: el llamado debe ser explícito a que los países vuelvan a la mesa internacional cuanto antes con aún más ambición climática.
Aunque parezca impensable repetir el proceso por el que acabamos de pasar para mejorar los compromisos nacionales, este reto de vida y de especie requiere que logremos lo impensable. Antes de 2023 -año en el que, según el Acuerdo de París se hará una rendición de cuentas global-, todos los países deben volver a aumentar sus compromisos, así como deben hacerlo también todos los actores no estatales.
Mostrar ese camino de esperanza es el otro componente crítico para seguir caminando hacia el futuro sin que la desesperanza se apodere de las mentes y los corazones; para que no caigamos en el derrotismo conformista del “todo está perdido”; para que, a pesar de y gracias a la honestidad brutal que necesitamos, trabajemos con aún más ahínco; para que nos entreguemos a esta transformación con la fe de que estamos transitando hacia un habitar viable, más próspero, compasivo y bello en el planeta.
Ambas historias -la de la honestidad y la de la esperanza- se entrecruzan y llevan su verdad. Seguramente ambas darán lugar a narrativas poderosas durante y después de la COP26. La clave está en no caer en los lugares comunes que ambas sugieren y que parecerían contradecirse entre sí (“seamos honestos, todo está perdido” frente al “nunca hemos avanzado tanto, hay esperanza”).
Vivimos tiempos paradójicos. De esta tensión puede florecer un llamado a la acción poderoso y necesario.