Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Debemos actuar decididos y con celeridad para que todas estas iniciativas y estrategias no se conviertan en una mentira más del cambio climático.
Puedo imaginar dos tipos de lectores de este artículo que tratan de alimentar sus cargas emocionales; aquellos que no creen en el cambio climático y que buscan lecturas que les refuercen sus creencias y que les permitan respirar aliviados de no estar en esa corriente de “histeria colectiva”.
Y otro grupo que no tiene la menor duda del efecto de la actividad humana sobre el clima y que seguramente sin leer este artículo ya estarán pensando en cómo responder a esta “insensatez”.
El fenómeno del cambio climático, como otros temas, poco a poco se ha venido politizando, y seguramente decirle a un defensor de la lucha contra el cambio climático que Trump o Bolsonaro en cierta medida tienen razón, sería como convencer a un “Petrista” de que el expresidente y ahora senador Álvaro Uribe Vélez es el gran colombiano, y viceversa.
Para entender a grandes rasgos el estado actual de las discusiones científicas sobre cambio climático les propongo separar: i) los datos, ii) el análisis, interpretación y conclusiones sobre los datos, y iii) predicciones y proyecciones del cambio climático.
En cuanto a los datos, la información de registros de variables climáticas a través de instrumentos meteorológicos data de 1880, sin embargo, a través de otras metodologías se han podido hacer reconstrucciones del clima antes de esa fecha llegando a estimaciones de miles o incluso, millones de años atrás.
El Reporte Climático Global anual 2017 de la NASA y la NOAA, muestra que el top 10 de los años más calientes del registro de estos 138 años se ha presentado en los últimos 20 años. Señala además, que ocho de los últimos diez años están en el top 10, y que durante el período 2014 a 2016 se batió consecutivamente record de temperatura en el planeta.
De 1880 a 1980, se estableció un nuevo récord de temperatura en promedio cada 13 años; sin embargo, para el período 1981–2017, la frecuencia de un nuevo registro ha aumentado a una vez cada tres años. La temperatura global terrestre y oceánica anual ha aumentado a una tasa promedio de 0.07°C por década desde 1880; sin embargo, la tasa promedio de aumento es más del doble desde 1980.
Desde 1980 las temperaturas de prácticamente todos los meses han superado el promedio de la temperatura promedio del siglo XX.
Aunque pueden existir discusiones (demasiado) técnicas sobre los datos, las discrepancias sobre cambio climático surgen una vez inicia el análisis, interpretación y conclusiones de dichos datos. De acuerdo con el IPCC en el reporte especial que lanzó el pasado 6 de octubre, hay una tendencia de calentamiento global del planeta desde la época preindustrial (1850-1900) la cual es de origen antropogénico.
Seis días después Richard Lindzen, físico atmosférico americano, profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés) le dijo al Daily Mail que los reclamos de los “alarmistas climáticos” son falsos y que no ha habido ningún calentamiento significativo en el planeta en los últimos 20 años, haciendo referencia a este reporte del IPCC. Otros científicos aceptan que existe un calentamiento global, sin embargo, son escépticos sobra las causas, ya que afirman que son forzantes naturales los que están ocasionando este fenómeno (especialmente refiriéndose a la actividad solar, pero algunos también discuten otros forzantes como actividad volcánica).
Los científicos que rechazan la idea de un calentamiento global de origen antropogénico representan 0.4 por ciento de los científicos expertos en clima que publican sobre este tema, y 0.2 por ciento manifiestan que la causa (natural y/o antrópica) es incierta (Cook et al 2016).
Por su parte, el 34.8 por ciento de los científicos en clima avala que estamos en medio de un proceso de calentamiento global originado por la actividad humana (Cook et al 2016). De acuerdo con la NASA, 18 sociedades científicas americanas, entre las que se encuentran AAAS, ACS, AGU, AMS, APS, entre otras, reconocen que el hombre es el principal causante del calentamiento global del planeta. Aclarando que estos últimos no rechazan el hecho que hay forzantes naturales del cambio climático. Por su parte, el 64.6 por ciento de los científicos expertos en clima no han expresado en sus artículos científicos una posición sobre la causa del calentamiento global. Por lo tanto, entre los científicos que han tomado una posición respecto al origen del calentamiento global, 98.4 por ciento avalan que es causado por la actividad del hombre (Cook et al 2013).
Gran parte de las discusiones se centran en la cuantificación del efecto de los forzantes naturales y antrópicos. Los datos existentes se vienen usando para analizar el efecto en el calentamiento global de variables naturales (Oscilación multidecadal del Atlántico, manchas solares, erupciones volcánicas, etc.) y de origen antropogénico (emisiones de Gases de Efecto Invernadero – GEI – por uso de combustibles fósiles y actividades como la deforestación y la producción agropecuaria).
La serie histórica de datos existente sigue siendo limitada para lograr resultados contundentes, y por eso muchas de las discusiones en los artículos científicos giran en torno a los métodos y la serie de datos empleados.
Por ejemplo, cuando se trata de hacer un análisis del efecto de la concentración de CO2 atmosférico sobre la temperatura, las mediciones directas continuas de esta variable están disponibles sólo desde 1958, y por esta razón si el análisis quiere ir más allá de los últimos 60 años entonces se debe recurrir a datos derivados de núcleos de hielo que son menos confiables que las mediciones directas; en este sentido, los investigadores se enfrentan a la disyuntiva de usar los datos directos de la concentración de CO2 atmosférico, con una serie muy corta (hablando de clima) o a una serie de 138 años, recurriendo a una serie de datos que combina información proveniente de métodos directos e indirectos. Los resultados y conclusiones son diferentes para los dos casos.
Si sumamos a lo anterior las limitaciones en la exactitud de los modelos climáticos debido a otros factores, entonces las predicciones estarán sometidas a un alto nivel de incertidumbre y una baja credibilidad, a pesar de que las evaluaciones de las predicciones muestran un buen desempeño de los modelos para representar el clima a gran escala. Sabemos que estos modelos predicen muy bien el sentido de los cambios en el clima regional, pero no son tan exactos para determinar la magnitud del cambio (Stouffer and Manabe, 2017; Rahmstorf et al 2012; Frame and Stone, 2013), y hay que tener en cuenta que la incertidumbre aumenta en la medida que se pasa del corto al largo plazo, y de una escala global a una escala local. Otro elemento a tener en cuenta es que forzantes naturales como variaciones solares, erupciones volcánicas y fenómenos ENOS no se pueden predecir, y por lo tanto, a lo sumo, se pueden incorporar en las predicciones como procesos estocásticos.
Las proyecciones del cambio climático son todavía más complejas porque añaden incertidumbre sobre escenarios socioeconómicos. Esto quiere decir que en el clima futuro incidirá la senda de desarrollo económico que predomine a nivel mundial. Más tecnologías limpias a cambio de un decrecimiento en el uso de combustibles fósiles, menos deforestación, sistemas agropecuarios más eficientes y bajos en carbono conducirán a menores emisiones de GEI y menor tasa de calentamiento global.
Precisamente está es la lógica tras el Acuerdo de París donde la gran mayoría de países del mundo se comprometieron con una serie de medidas para reducir las emisiones de GEI y limitar el incremento de temperatura a menos de 2°C y ojalá limitarlo a 1.5°C. No obstante, en el reporte especial el IPCC estima que habrá un incremento de temperatura de 0.2°C por década y que después del año 2030 se superará el límite de 1.5°C, y teniendo en cuenta que para la década comprendida entre 2006 y 2015 ya alcanzó un valor de 0.87°C.
Los políticos, directivos, funcionarios y la sociedad en general tomamos día a día decisiones que marcan el rumbo de los próximos años, e incluso décadas, con muy poca información técnica, con mucho menos que este exiguo resumen. Parte del problema radica que son pocos los que se atreven a enfrentarse a un mar de soporífera información científica de difícil digestión, así que es más fácil ceñirse a los argumentos y posiciones que se plantean en la arena política ya que son mensajes más cortos y claros, sin importar la robustez técnica que los pueda soportar. Al final, toda esta discusión termina en medio de las redes sociales que al final nos llevará a la simplificación de hechos puntuales, verdades a medias y, en algunos casos, estudios descontextualizados que se convertirán a lo largo del tiempo en las mentiras del cambio climático.
Este galimatías es el restaurante perfecto para escoger a la carta resultados y conclusiones, y seleccionar el menú que más le convenga de acuerdo con sus intereses económicos y políticos. Algunos políticos escépticos de la responsabilidad del hombre en el cambio climático, como el actual presidente de EEUU, se aferran a las conclusiones de este 0.6 por ciento de científicos para tomar decisiones que tendrán repercusiones en las próximas décadas, por ejemplo, que un país se retire del Acuerdo de París sobre cambio climático, tal como sucedió con EEUU, y como ahora lo anuncia el candidato favorito a ganar las elecciones de Brasil. Lo que sin duda conllevará a afectar el financiamiento y tecnología para países en vía de desarrollo que luchan por un crecimiento verde, el afianzamiento de fuentes convencionales altamente contaminantes (carbón y petróleo) y la postergación de la investigación en fuentes de energía limpias, entre otros.
Todo este problema radica en el temor de tomar decisiones bajo incertidumbre, que de hecho se hace permanentemente. Los políticos generalmente consultan a economistas para soportar sus decisiones en proyecciones macroeconómicas que resultan de modelos que simplifican la realidad y tratan de proyectar el comportamiento de la economía de un país, a partir del comportamiento de ciertas variables.
De hecho, hay un mal chiste sobre economistas que dice que la mitad del tiempo lo gastan tratando de predecir qué va a pasar y la otra mitad del tiempo la dedican a explicar por qué no pasó. El punto aquí no es burlarnos de un grupo de profesionales que pone en riesgo su prestigio a cambio de suministrar información técnica para soportar la toma de decisiones, sino de explicarle a la gente que todo el tiempo estamos tomando decisiones bajo incertidumbre, y que en el caso del clima es igual.
En el caso de Colombia, si revisamos algunos de los más relevantes instrumentos de política adoptados en la última década podemos decir que hay una inclinación por soportar nuestras decisiones de acuerdo con la evidencia que presenta la mayoría de científicos expertos en clima, lo cual considero personalmente es lo más sensato. Podemos mencionar entre otras: la Estrategia Nacional de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal – ENREDD+ (2009), la Estrategia Colombiana de Desarrollo Bajo en Carbono – ECDBC (2011), la Estrategia Financiera para Disminuir la Vulnerabilidad Fiscal del Estado ante la Ocurrencia de un Desastre Natural (2012), el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático PNACC (2012), Contribución Prevista y Determinada a Nivel Nacional – NDC (2015), la Política Nacional de Cambio Climático – PNCC (2016), la Ley No. 1931 por la cual se establecen directrices para la gestión del Cambio Climático (2018).
No obstante, el avance en la implementación de las medidas necesarias para lograr las metas propuestas en todos estos instrumentos de política todavía deja mucho que desear ya que la implementación en terreno de todas estas acciones no es evidente; así que debemos hacer un mayor esfuerzo para poder pasar del plano de las buenas intenciones.
Hay muchas barreras que debemos superar, entre otras, lograr una mayor conexión, comunicación y coordinación entre los planes nacionales y las acciones en terreno, direccionar los recursos nacionales e internacionales hacia verdaderos cambios en el territorio, poner en marcha muchos de los planes, estudios y proyectos que ya han sido formulados y evitar seguir sobre diagnosticando los problemas, especialmente, se debe lograr un mayor involucramiento del sector privado en el planteamiento e implementación de las medidas requeridas, pues finalmente serán ellos quienes decidan qué cambios hacer, y también serán quienes sufran los costos de no implementarlos.
El reto es enorme, muchos de los cambios requeridos ya están identificados. Debemos actuar decididos y con celeridad para que todas estas iniciativas y estrategias no se conviertan en una mentira más del cambio climático.