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El reciente debate entre los candidatos Petro y Duque, y la broma sobre los aguacates y el petróleo muestran que no todos los verdes son ambientalistas, y que los neoliberales no renuncian a la chequera petrolera aunque el planeta sucumba.

Entre la insensibilidad neoliberal y el ambientalismo improvisado:

En el reciente debate en la Universidad de Columbia (Nueva York), y en sus ecos de los días posteriores,  los candidatos más opcionados a la Presidencia (y los más opuestos), coincidieron en cuanto a su capacidad para hacer anuncios efectistas, y en su incapacidad para proponer políticas viables.

Con el sesgo del hombre de negocios (a lo Trump) quien sólo lee los indicadores de rentabilidad económica de las petroleras, y desconoce que el petróleo es uno de los mayores causantes del calentamiento global que está generando tremendos cambios climáticos, y como un extranjero que no ha pisado tierra colombiana (y no sabe acerca del desastre ambiental causado por Ecopetrol en Barrancabermeja), el candidato de la derecha, con tono de frío tecnócrata conservadurista, anuncia que le seguirá apostando al petróleo. Pedante se burlaba de su antagonista, afirmando que el aguacate no puede ser sustituto del crudo. Al parecer este candidato no lee revistas de economía nacional pues, un año atrás, en un informe de la revista Dinero, se había catalogado al aguacate como una especie de oro verde, y se informaba que las exportaciones de este producto ascendían a US$35 millones.

Con el desparpajo de un quijote (que piensa con el deseo), el candidato que quiere tomar banderas izquierdistas y verdes, ha venido anunciando que el aguacate es de mayor importancia que el petróleo, al generar más empleos y causar menor daño ambiental. En el extremo de su éxtasis retórico afirma que hay cerca de 300 sustitutos del petróleo, que incluyen rubros como el turismo y productos metalmecánicos.

Resulta preocupante que quien, supuestamente, tiene una formación en economía, ignore dos realidades cruciales: la relación insumo-producto, y las economías de escala. En cuanto a lo primero, alguna familitaridad con los modelos insumo-producto de autores como Ricardo, Leontieff y Sraffa, permite constatar, por ejemplo, que la mal llamada agricultura verde (o agroindustria), al igual que el turismo masivo, y la industria liviana (como la metalmecánica), pueden ser altamente intensivos en uso de insumos como el petróleo y sus derivados tóxicos, y también en la extracción de minerales como el hierro y el cobre que son cruciales para estas industrias.

En cuanto a la escala (aunque un bulto de aguacate Hass pueda valer más que un barril de crudo), habría que proceder a deforestar enormes áreas del campo colombiano para implementar grandes monocultivos de aguacate, a sabiendas de que habría que competir con las exportaciones de petróleo que ascienden a US$2.614 millones.

Ni Petro ni sus asesores han aclarado si el tránsito hacia energías limpias y renovables implica un cambio de modelo, o se trata simplemente de un cambio técnico manteniendo las metas de crecimiento económico tradicional, y el sesgo exportador de productos primarios. Curiosamente Duque evoca más el pragmatismo político de los difuntos Chávez y Castro (quienes manejaron, respectivamente, la chequera de las exportaciones de crudo y de azúcar), aunque en Colombia son exiguas las reservas petrolíferas y habría que extraer gran parte de estas con la nociva técnica del fracking.

Cuentos pseudoambientalistas de viejitos verdes:

Ocho años atrás en pleno furor de la ola verde, el humorista Daniel Samper Ospina afirmó que en el país no había un partido verde sino más bien una alianza de viejitos verdes. Tiene razón a juzgar por el ambientalismo contrahecho del Alcalde Peñalosa, aunque se queda corto el columnista, pues el problema no sólo es de Colombia sino del mundo entero.

Los tecnócratas y las grandes firmas económicas defienden su zona de comodidad y son aversas al cambio, por tanto se oponen a propuestas marcadamente ambientalistas, como la adopción de energías limpias. En Colombia ellos prefieren incurrir en la absurdidad de los perdedores esperanzados que esperaron a un tal Godot (un salvador que, a la postre, nunca llegó), y por eso insisten en extraer hasta la última gota de petróleo, o aguardar con servilismo hasta que cambien las señales del mercado global para virar hacia otras fuentes energéticas. Eso se constata en una reciente editorial de la República, en donde, por lo demás, se mencionan estimativos de inversiones en energías limpias sin renunciar a las metas de crecimiento.  

A pesar de la oleada de desastres causada por el calentamiento global, en el mundo existe una obsesión enfermiza por mantener el crecimiento económico. Lo que resultó de la Cumbre parisina de 2015, fue un ambiguo consenso por mantener las emisiones de gases de efecto invernadero (causadas principalmente por la combustión de carbón, petróleo y gas, por las excrencias del ganado, y por la deforestación) sin llegar al peligroso tope de  los 2 grados centígrados.

En su reciente libro Esto lo cambia todo: capitalismo del desastre, Naomi Klein argumenta que esta meta es favorable al clima de los buenos negocios, y permite mantener las metas de crecimiento. La ausencia de una política global para poner freno al cambio climático, y la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, muestran que en el mundo existe una especie de pacto tácito suicida para salvar el crecimiento económico aunque la vida se acabe a causa del desmesurado calentamiento global.

En los últimos años hay una tendencia hacia el abandono del carbón (pues este genera más gases efecto invernadero que los otros combustibles fósiles), y por una cómoda sustitución: usar más gas y más petróleo (¡posar de ambientalistas sin perder la rentabilidad!). A esto se suma que, gracias a la controvertida técnica del fracking (fracturamiento hidráulico de rocas), ha aumentado la oferta de petróleo en el mundo, con dos externalidades positivas para los negocios: a) alguna autosuficiencia energética de Estados Unidos, al menos en el corto plazo; b) una baja de precios del petróleo que pone a tambalear a regímenes peligrosos para los Estados Unidos (como Venezuela y los países árabes) y dificulta el mercadeo de energías limpias (éolica y solar) que por los insumos minerales y las tecnologías para captarlas y transformarlas hoy no se pueden vender tan baratas como el llamado oro negro.

En Colombia se persiste en ir aún más atrás. Mientras en Europa, China y Estados Unidos hay un tránsito hacia una economía sin carbón, la locuaz Claudia López, líder del supuesto partido verde, meses atrás afirmó que Colombia debería no sólo seguir extrayendo sino, además, incrementar la extracción de este combustible fósil. Aunque los líderes de la Alianza Colombia de Fajardo afirman que se opondrán al fracking y respetarán las consultas populares, no se apartarán de la economía extractivista, y seguirán vendiendo algunas falacias como una que se lee en su programa: “Apoyaremos la buena minería y la explotación de hidrocarburos que protejan el ambiente, proporcionen empleo, generen encadenamientos productivos, transfieran tecnología y respeten a las comunidades locales …”

Un mundo sin combustibles fósiles y un cambio en el modelo económico

En Colombia, además de la audaz retórica de Petro,  hay voces solitarias como la del economista José Antonio Ocampo, quien ha señalado que en el futuro no hay que apostarle al petróleo.

En el mundo aunque el negocio del petróleo asciende a unos cinco trillones de dólares, y el cabildeo para mantener el negocio en Estados Unidos asciende a US$64 millones, existen voces disidentes que están explorando la factibilidad de una economía sin combustibles fósiles, y con fuentes más limpias, descentralizadas y democratizables de energía como la solar y la eólica. Se destacan dos inicativas: el encuentro de académicos y diplomáticos en octubre del año pasado en Berlín y un reciente reporte de científicos que muestran escenarios de un mundo sin combustibles fósiles, condensado en un informe del canal aleman DW.

El problema a resolver no es de microeconomía elemental: quizás algún consumidor pueda encontrar bienestar subjetivo al sustituir el pan por la arepa, o el vino por la cerveza; seguramente alguna firma optará por dejar el petróleo y cultivar aguacates. El problema a solucionar es el de un cambio en el modelo económico.

En otra parte he mostrado que una política de mínimo extractivismo se basa en el hecho de que las energías y minerales extraídos no se producen, simplemente se substraen de la naturaleza y, por tanto, las economias extractivas equivalen a una muerte a crédito (a un notable deterioro del medio ambiente): como la venta de un órgano de algún desesperado y pobre especímen humano que, por ejemplo, vende un riñón para subsistir en el corto plazo con una renta extraordinaria.

Economías con alta eficiencia ecológica como la agricultura orgánica, las artesanías, el turismo ecológico, y el uso doméstico de energías limpias, son una apuesta factible de recursos renovables, aunque no aporten el lucro y el crecimiento que tanto anhelan tecnócratas, negociantes, y políticos. Todo esto implica transformaciones estructurales como la adopción de la frugalidad y el ahorro energético (en lugar de la enfermiza sociedad consumista), y la generación de empleos y mejores remuneraciones (pecuniarias o sociales) para quienes se ocupen del cuidado de otros seres y de la naturaleza.

Profesor Titular de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario. Fue asesor del ex Alcalde Mayor de Bogotá Antanas Mockus en temas de acción colectiva; y fue consultor para el International Center on Nonviolent Conflict para el estudio de los movimientos...