En la conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow, en el 2021, se buscó la consolidación de acuerdos internacionales para disminuir los efectos destructivos que está produciendo el cambio climático. 

Este consiste en las alteraciones a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos que pueden ser naturales como las variaciones del ciclo solar o determinados por las actividades humanas. 

Estas últimas, desarrolladas a partir de la industrialización capitalista desde el siglo XIX, han sido el principal generador del cambio climático debido principalmente a la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas. 

En el Sexto Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (Ipcc) de agosto de 2021 se calcula que el número de días cálidos aumentará en los próximos años en la mayoría de las regiones del mundo y que los mayores incrementos tendrán lugar en los trópicos.

Las precipitaciones se incrementarán también de forma más intensa determinadas por el constante crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Según se prevé, las precipitaciones se intensificarán en las latitudes altas, en el Pacífico ecuatorial y en algunas partes de las regiones monzónicas, pero disminuirán en los subtrópicos y en zonas limitadas de los trópicos. 

Quienes más sufrirán por el calentamiento global son las poblaciones desfavorecidas y vulnerables, algunos pueblos indígenas y las comunidades locales que dependen de medios de subsistencia agrícolas o propios de las zonas costeras.

Según el ND-Gain Country Index de la Universidad de Notre Dame, Colombia ocupa el puesto número 84 entre los países más vulnerables a eventos climáticos extremos como sequías, supertormentas, grandes precipitaciones y otros desastres naturales. 

La situación climática se ha hecho más grave de año en año por las inundaciones en varias ciudades del país y por los conocidos episodios de lluvias torrenciales. En noviembre del año pasado, el presidente Gustavo Petro decretó “Desastre Natural” debido a las fuertes lluvias ocasionadas por el fenómeno de La Niña. 

Los niveles de las lluvias de los últimos meses en Colombia, afirmó el Ideam, son los más altos de los últimos 40 años y hay un 54% de probabilidades que este fenómeno climático se propague hasta 2023. 

Más de 800 municipios han sido afectados y el número de muertos llegó a 266 en noviembre de 2022. En muchas regiones se han perdido buena parte de las cosechas, y se ha afectado la producción en los renglones de la ganadería, la porcicultura y la avicultura.

Según los reportes del Ipcc, los más graves desastres a nivel mundial generados por el cambio climático en el 2022 fueron i) las lluvias torrenciales del monzón en Pakistán que provocaron las inundaciones más severas en la historia de ese país, ii) las inundaciones que se dieron en el este de Australia durante el inicio de 2022, iii) las olas de calor que se produjeron en Europa en el último verano, llegando a temperaturas de 47.0°C en Portugal, y iv) el Huracán Ian, de categoría 4, que ha sido uno de los más poderosos y destructivos en las últimas décadas y afectó especialmente el estado de Florida y el oeste de Cuba.

En el informe del Ipcc, se indica que si no se detienen o disminuyen las emisiones de CO2, monóxido de carbono y otros gases que causan el efecto invernadero la temperatura global seguirá subiendo, ocasionando que se aumente el nivel del mar, disminuyan las capas de nieve y hielo, cambie la tendencia en las precipitaciones y todo ello afectará la productividad agrícola, ganadera, la vida forestal y las condiciones básicas de la vida humana.

En este contexto Colombia, al igual que los demás países del mundo, debe emprender una transformación de sus sistemas y estructuras productivas. Los sistemas energético, terrestre, urbano y de infraestructuras, como el transporte e industrial, tendrán que ser reestructurados en función de conseguir importantes reducciones en las emisiones y un amplio conjunto de opciones de mitigación.

En Colombia se discute actualmente con mucho apasionamiento la política de descarbonización propuesta por el presidente Gustavo Petro que busca eliminar en los próximos años la producción de gas, carbón y petróleo en Colombia. 

La discusión gira sobre matices que hacen difícil su comprensión para el público. La ministra Irene Vélez anunció en el Foro Económico de Davos que no se suscribirán nuevos contratos de exploración de hidrocarburos, lo cual implica que la industria petrolera del país limite su exploración a los 145 contratos ya que están firmados. ¡Escándalo! Pero se retractó y se reretractó. 

Funcionarios del gobierno como el Ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, y el director del Departamento Nacional de Planeación, Jorge Iván González, tienen posiciones más matizadas. Este último acepta que se debe acabar progresivamente con la explotación de hidrocarburos, pero considera que esto supone procesos progresivos de transformación estructural, pues el 60% de las exportaciones del país son petróleo y carbón y estos procesos no se pueden cambiar en unos pocos años.

Colombia es dependiente de la producción de hidrocarburos y aunque produce solamente el 2% de las emisiones globales de gas invernadero debe participar con los demás países del mundo en el proceso de acabar con la dependencia del petróleo y el carbón y avanzar hacia una acelerada transición energética, pero sin destruir las bases de su economía. 

Los negacionistas (derecha política, gran empresariado) afirman que no hay crisis climática y que la única forma de conseguir un crecimiento que haga posible mejorar las condiciones de nuestra economía es adoptando los modos de producción y consumo de las sociedades industriales más desarrolladas. 

El presidente Petro, de otro lado, quiere plantear una propuesta más radical con algunos presidentes latinoamericanos para enfrentar las políticas del Norte Global que conducen a la inacción climática.

Estas políticas están ancladas en el sostenimiento de las actuales estructuras del poder capitalista. Así, mientras que las potencias europeas están enfrascadas en una guerra que ha producido la destrucción de Ucrania, la muerte de miles de sus ciudadanos y un inmenso daño ecológico, la izquierda latinoamericana liderada por Petro, Lula y Boric propone a los países más ricos que destinen los recursos necesarios para salvar la selva amazónica integralmente mediante un programa de intercambio de deuda externa por naturaleza.

Pero la situación del mundo es mucho más dramática de lo que han dicho Petro o el presidente Lula da Silva en relación con la crisis climática. “Estamos de lleno en la edad de la combustión del mundo, que no se ve solo por el agotamiento vertiginoso de los recursos naturales, de las energías fósiles o de los metales que sostienen la infraestructura material de nuestras existencias. También se manifiesta bajo una forma tóxica en el agua que bebemos, en la comida que consumimos y hasta en el aire que respiramos”, escribe Achille Mbembe. 

Con la destrucción de los ecosistemas complejos se ha producido el éxodo de aquellos cuyo medio ambiente ha sido saqueado y destruido. Los grandes dispositivos científicos y tecnológicos están generando la combustión del mundo, la destrucción del agua, el aire, la tierra y creando ruinas —como la selva amazónica destruida por la tala, Bangladesh, Fiyi, Senegal y el Ártico ruso— en medio de las cuales se ven obligados a vivir aquellas poblaciones campesinas e indígenas cuyos mundos se han derrumbado. 

“Huyendo de los mundos y los lugares que se han vuelto inhabitables por culpa de una doble depredación endógena y exógena estas personas han terminado en los campos de refugiados” (Mbembe), situados en las fronteras de Europa y los Estados Unidos, los cuales han sido convertidos en lugares infranqueables para ciertas clases de población, “los condenados de la tierra” como los denominó Frantz Fanon. 

Así que además de la crisis climática es necesario articular estos planteamientos con un más amplio complejo de problemas: la destrucción de las bases físicas de vida en la tierra, el nuevo proyecto de repoblación del planeta, las nuevas formas de migración, refugio, asilo y la necesidad de descarbonización de la economía.

Es profesor titular del instituto de filosofía de la Universidad de Antioquia. Estudió fiolosofía y una maestría en filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y se doctoró en filosofía en la Universidad de Konstanz. Fue investigador posdoctoral en la Johann-Wolfgang-Goethe Universitat Frankfurt,...