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Inaugurar la “Red Verde” en La Silla es un acto de fe periodística en la necesidad urgente de sacar el verde del clóset.
Inaugurar la “Red Verde” en La Silla es un acto de fe periodística en la necesidad urgente de sacar el verde del clóset. Las reivindicaciones ambientales han sido demasiado marginales y desoídas, en un país que se precia de ser uno de los más biodiversos del planeta.
Digo sacar del clóset porque en nuestro país el movimiento ambiental ha sido tímido, y con razón. Cuando la vida misma está en constante amenaza, y la preocupación apremiante es la supervivencia básica, es apenas entendible que las consideraciones conocidas como “ambientales” pasen a un segundo plano. Más aún en un contexto donde la epidemia de la violencia ha ensombrecido nuestra historia durante tantas décadas que varios ni siquiera podemos recordar una era de paz. Crecimos sin conocer el verdadero significado de esa palabra. Es entendible que la concentración de las reivindicaciones sociales girara en torno a los derechos humanos y las necesidades más básicas del ser humano, en nuestro país violento y desigual.
Ahora que muchos mantenemos viva la esperanza de avanzar – no sin dificultad – hacia un futuro de genuina paz y más equidad, la protección y restauración del medio ambiente debe ser una prioridad real. Y las reivindicaciones “verdes” pasan de ser marginales o la causa de algunas voces aisladas, a figurar en el centro de la agenda pública, incluyendo los debates políticos objeto de los procesos electorales.
Es una ecuación sencilla sobre la que no ahondo aquí: sin recursos naturales, no hay economía ni sociedad que prospere. Por eso lo “verde” necesita pasar de la periferia al centro, tránsito que no estará exento de obstáculos, especialmente aquellos relacionados con los prejuicios respecto del tema y sus defensores. No, “verde” no es equivalente a hippie trasnochado; ni a furibundo anti-desarrollista y anti-sistema; ni es equivalente tampoco comunista-marxista-castro-chavista-de-ultra-izquierda. Tampoco significa ignorar la necesidad apremiante de ajustar el sistema económico para que exista prosperidad e igualdad.
La protección del medio ambiente no es equivalente a ningún extremismo ni color político, ni a alguna visión particular más allá de aquella capaz de hacer una constatación básica sobre el entorno que nos rodea: la interconexión inexorable entre las dimensiones económica, social y ambiental del desarrollo. La realidad sencilla de que la vida no existe en abstracto, sino en un contexto que la hace posible, al que mediocremente llamamos “medio ambiente” (mediocremente porque como lo expone de manera brillante George Monibot, es una expresión neutra y poco precisa para lo que en realidad es: el planeta vivo). Muchos países ya se han encaminado en esta dirección, no por altruismo, ni por moda, sino porque han entendido y demostrado que el crecimiento económico compatible con el mundo natural es posible; sólo así puede ser duradero y generar un mejor futuro para las generaciones presentes y futuras. Tal vez esa es la diferencia más grande entre los países más prósperos y el nuestro: el pensamiento cortoplacista versus el multi-generacional.
Ahora que estamos ad portas de las elecciones presidenciales de 2018, unas de las más importantes de la historia reciente por cuanto serán determinantes para implementación y el futuro éxito – o no- del Acuerdo de Paz, tenemos el deber y la oportunidad de acelerar los esfuerzos en esta dirección. Es hora de sacar el verde del clóset de una vez por todas, y de ponerlo en el centro del debate político como ciudadanos responsables por nuestro propio bienestar.