Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Las voces de los líderes sociales representan la diversidad de Colombia y su esfuerzo por construir un proyecto colectivo de país. Cada asesinato es una oportunidad menos de lograrlo.
En lo que va de 2018, en promedio un líder social ha sido asesinado cada día. Desde diciembre de 2016 se ha asesinado un líder social cada cuatro días (INDEPAZ).
Cada uno de esos líderes representa un proceso colectivo de gobernanza territorial. Son los representantes de las acciones colectivas, de los esfuerzos y las iniciativas que la gente ha construido y soñado en sus territorios durante años y generaciones.
Sus liderazgos radican en su capacidad de reunir y dar voz a las ideas y perspectivas, generalmente ignoradas y silenciadas en Colombia.
Esas voces son la expresión de la diversidad de Colombia, no en ese sentido folclórico que se exhibe en postales, eslóganes turísticos o patriotismos vacíos, sino en las propuestas y visiones diferentes que se tienen de lo que debería ser el desarrollo y la vida en un Estado de múltiples geografías.
Como decía Chow, el “aparato” [del desarrollo] permite a los ‘otros’ ser vistos, pero sin prestar atención a lo que dicen” (lo cita Arturo Escobar en “La invención del Tercer Mundo” (1996 p. 361)). En el caso de Colombia esos “otros”, pueblos y comunidades rurales, pero también habitantes de las periferias urbanas, llenos de propuestas organizativas no siempre acordes a los modelos de economía y de desarrollo dominantes, son vistos de manera distante, sin empatía.
Y cuando los observamos, es únicamente con el interés del que quiere consumir un producto exótico o una artesanía bonita. Hasta ahí. Si ese producto exótico empieza a opinar y expresar su derecho a la diferencia se vuelve problemático y, por tanto, motivo suficiente para ser ignorado o eliminado.
No es casualidad que más del 83% de los asesinatos aparezca relacionado con conflictos por tierras y recursos naturales (INDEPAZ).
Colombia es diversidad biológica y cultural. Nos gusta repetirlo, nos gusta cómo suena mientras no incomode. No queremos asumirlo como una responsabilidad, ya que eso implicaría no sólo consumir esa diversidad como un producto más que nos genera satisfacción, sino también escuchar lo que nos intenta decir a través de las distintas voces que la representan.
Esas voces incomodan, pues son el grito de la diferencia. Escucharla implica entender que no existe un solo modelo de país y que estas múltiples geografías no pertenecen a una sola forma de entender el mundo.
Cada líder social asesinado es una multitud de visiones de país que se apaga. Cada visión de país es una oportunidad de construir un modelo propio de sociedad, basado en nuestra diversidad social y geográfica.
Son acumulados históricos de ideas, luchas, voces, propuestas, sufrimientos, alegrías, conocimientos, frustraciones, que se silencian en un segundo. No son visiones perfectas, están llenas de dificultades y errores, son negativas y positivas, pero son oportunidades que, al ser ignoradas y silenciadas, nos alejan cada vez más de la posibilidad de aceptarnos como país verdaderamente complejo y diverso.
Es una tragedia eterna: no escucharnos en nuestra diversidad no elimina nuestra complejidad, pero sí dificulta canalizarla hacia un proyecto colectivo de país. Por eso, cada líder asesinado es una oportunidad menos para Colombia. Es un suicidio colectivo. Y cada vez que ignoramos sus voces contribuimos a ello.
Los liderazgos y las voces que representan siempre renacen y se renuevan. Ojalá, por lo menos, los asesinatos nos incomoden lo suficiente como sociedad para no ignorarlos.
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