Se acaba el actual periodo de gobierno en la ciudad y es un buen momento para hacer un balance de sus resultados en el campo del patrimonio cultural. 

Empecemos anotando que la gestión del patrimonio en la ciudad se enmarca en el Plan de Desarrollo “Un Nuevo Contrato Social y Ambiental para la Bogotá del Siglo XXI”. A partir de allí se delimitan la misión y visión, apuestas y objetivos estratégicos del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural. 

En resumidas cuentas, los principios orientadores celebran la diversidad, la inclusión y el fortalecimiento de vínculos sociales. Destacan el valor simbólico, las múltiples memorias y relatos. Definen el patrimonio como un campo de debate, e invitan a pensar el papel de la escala de barrio y la complejidad del ordenamiento territorial.  

Hasta ahí, una luna de miel. Sin embargo, y acotando el problema, poco o nada de ese discurso logró materializarse. Antes bien, el trillar las palabras anuló su significado y hoy por hoy deja a la vista lo que esta detrás del decorado. Desorden administrativo, contradicciones profundas y expectativas fallidas.

Sobre los patrimonios integrados

Hace cientos de años, los sacamuelas anunciaban de un pueblo a otro su oficio y arte de forma colorida y rimbombante. El espectáculo y el espejismo. La promesa y el engaño. En buena medida, el retintín de los patrimonios integrados tiene algo de esto. 

El Instituto emplea este eslogan para hacer hincapié en la visión de su marca. Sin embargo, la propuesta que plantean reproduce estereotipos, desconoce debates contemporáneos y se agota en parloteos. 

Argumentan que el patrimonio no debe considerarse como bienes materiales arraigados al pasado, de carácter monumental e impuestos por un estado hegemónico. Que sobre ellos no debe cimentarse una identidad inmutable y que no deben ser ordenados en categorías estáticas. Así, los patrimonios integrados son un proceso y un activo social que se negocia en función del contexto y de su carácter colectivo y territorializado. 

En síntesis, replican la idea de que el patrimonio debe ir más allá de lo que los expertos llamaron el discurso autorizado del patrimonio. Lo cual insisto no está mal, pero en vez de ser el punto de llegada, desde hace varias décadas fue el punto de partida en el mundo entero para pensar y actuar sobre el universo patrimonial. 

Hoy por hoy resulta cuando menos anacrónico advertir que el patrimonio no es un aparato ideológico del estado cimentado en piedra para erigir un solo modelo nacional. Borran con el codo lo que escriben con la mano cuando llaman a integrar el patrimonio de la segmentación de categorías que ellos, y solo ellos, interpretan con mirada decimonónica. El indicar que el patrimonio es una construcción social, y por tanto siempre es el resultado del ejercicio de agencias en contextos específicos es viejo sainete. 

El discurso del “enfant terrible” de hace unas décadas se ha transformado hoy en el sonsonete tragicómico de un dudoso “sacamuelas”. Ese odioso discurso autorizado del patrimonio de las entidades supranacionales de mitad del XX se ha transformado radicalmente. 

Cada día se expiden nuevas guías operativas, se proponen cartas culturales, declaraciones, recomendaciones, convenios y memorandos. Por no hablar de la rica producción intelectual a escala global y de las múltiples escuelas teóricas que existen sobre la materia y que trascienden las referencias bibliográficas de los noventa que aparecen en los textos conceptuales del Instituto. Pero lo más importante, los grupos interesados en el concepto de patrimonio desde hace tiempo vienen transformado su lugar de enunciación.

Sinteticemos diciendo que en la actualidad el patrimonio, o mejor los criterios de valoración que le dan sentido, los campos desde dónde se piensan y la gente que lo vive, van mucho más allá del patrimonio mismo en términos ontológicos, epistemológicos y estéticos. 

Sobre la gestión del patrimonio

Primero, reconocer el esfuerzo hercúleo de funcionarios y contratistas por componer y remendar las medias rotas de los procesos que se les imponen desde arriba. Segundo, hay que destacar iniciativas que por más de una década han sido exitosas: El programa Civinautas que desde la experiencia sensible discute el concepto de patrimonio con niñas y niños es una maravilla aun cuando institucionalmente no recibe la atención que debería. El sello editorial del Instituto que tiene un catálogo envidiable y sus ediciones, contra viento, marea y recortes de presupuesto han sido impecables. 

Finalmente, la inclusión de la Estructura Integradora de Patrimonios en el Plan de Ordenamiento Territorial es un primer paso en la dirección correcta. La planeación de ciudad gana al incluir el patrimonio como punto de arranque de reflexión. 

Pasando la página, hay cuatro puntos que vale la pena revisar con lupa. 

  1. Declaratorias 

El primero, relacionado con los procesos de declaratorias e inclusiones en las listas de patrimonio que es un ejemplo lamentable de cómo su sonoro discurso integrado aridece en la realidad. Y es que una de las metas del plan de gobierno es gestionar en el cuatrienio tres declaratorias de Patrimonio Cultural Inmaterial.

Error gigante porque con ello la gestión de esos procesos se impone desde arriba, desde el aparato burocrático del gobierno. Dónde queda entonces la escucha, la participación, el proceso y el activo social de los patrimonios integrados. Al final del día terminamos con ciudadanías instrumentalizadas para cumplir con la recolección de firmas. 

Como todo acto de poder y ejercicio de imposición atiende a los intereses de quienes deciden. Así: los usos y disfrutes de la bicicleta, la metodología de trabajo del Teatro la Candelaria y el Festival del Sol y la Luna escenifican el uso estratégico del patrimonio para lograr beneficios, pagar favores y aruñar votos. Hablamos de un aparato que revive el discurso autorizado del patrimonio de mitad del siglo XX para volver y espantar como muerto en vida. Hablamos de procesos tan políticamente cargados que no se entiende quienes podrán ser sus entes gestores. 

Y al margen de lo anterior, proyectos desatinados como la impopular y desproporcionada declaratoria de Sumapaz como patrimonio de la Humanidad que hizo agua y se hundió en el olvido. O el Palo del Ahorcado en Ciudad Bolívar que se trabaja desde el Instituto como un bien material y no como un símbolo social relacionado con la memoria de la localidad. 

La inercia, el pasmo y la falta de imaginación de los miembros del Consejo Distrital de Patrimonio es evidente, qué falta hace un representante de las universidades en ese espacio. 

  1. Planes Especiales de Manejo y Protección (PEMP)

Durante estos cuatro años el trabajo de elaboración e implementación de los Planes ha avanzado poco y sea dicho de paso, al vaivén de los mandatos de las secretarías de Planeación y Movilidad. Aun cuando hoy tengan a los ojerosos funcionarios trabajando a doble turno para cumplir a toda costa con las metas de gestión.

El del Centro Histórico sigue sin arrancar en pleno y los esfuerzos de la administración se han centrado en socializar, explicar y comunicar una y otra vez el instrumento. Mientras que, a ojos vistas, el estado actual de abandono de este sector lo niega todo: la reivindicación del derecho a la ciudad, la estructura integradora de patrimonios, la reutilización de la ciudad construida, la apropiación y significación social del territorio, el sentido y el valor de la escala de barrio. 

El del Parque Nacional consolidó un diagnóstico centrado en lo simbólico y en lo ambiental. Pero una de sus falencias, más allá de la discusión sobre el futuro de la Carrera Séptima, tiene que ver con la participación ciudadana. Esta que por lo menos en papel es prioritaria para el Instituto, en el ejercicio de la práctica se resuelve con un puñado de entrevistas a profundidad, un par de grupos focales y un taller, lo que desdice toda reivindicación de voces, narrativas y memorias. 

Así mismo, en los procesos de Teusaquillo y Bosa se han hecho esfuerzos por consolidar un diagnóstico y afanar una formulación, pero nuevamente basta dar una ojeada a la lista de asistentes a los espacios de participación para dimensionar el famélico balance frente a paisajes significativos y de una altísima densidad patrimonial.

Hay que recordar que el sentido de entender algo como patrimonio, y, sobre todo, la importancia de que el Estado lo reconozca como tal, es precisamente el adquirir un régimen especial de protección y quedar cobijado bajo una norma de superior jerarquía. Por lo tanto, el corto avance en dichos Planes y la falta de participación comunitaria desatiende la finalidad de reconocer algo como patrimonio. 

  1. Activaciones y entornos patrimoniales

Un problema de fondo en el campo del patrimonio tiene que ver con que las personas entiendan, reconozcan y hagan propio el concepto. De nada vale decir que la gente es la que debe decidir los usos del concepto si no lo perciben como algo que existe y que es importante. En síntesis, la estrategia global del patrimonio tiene un componente pedagógico. El Instituto para no usar el término apropiación, que remite directamente a algo que no es propio, emplea el término activación para este fin. 

En sus palabras, la activación es un proceso de movilización colectiva de sentidos y referentes que debe consolidar estrategias de identificación, valoración, gestión y sostenibilidad. En sus palabras, el proceso debe llevar a comprender el patrimonio como un bien común y como la fuente de decisiones de ordenamiento territorial. Debe llevar a la consolidación de laboratorios vivos de creación, innovación y sostenibilidad. 

Pero, nuevamente aparece la realidad. Por una parte, la activación alrededor del Museo de la Ciudad Autoconstruida en Ciudad Bolívar ha sido difícil, no hay un diálogo que reconozca e integre la institución a los proyectos comunitarios de la localidad. Contar visitas es importante, pero lo es más consolidar tejidos. 

Por otra parte, la activación de los sectores fundacionales de Suba, Bosa y Usme con sus conversatorios y recorridos son loables, pero no sirven de mucho si el indicador es la activación misma, se confunde el medio con el fin. Qué comunidades de salvaguardia se han consolidado, qué instrumentos efectivos de ordenamiento territorial se han propuesto, qué investigaciones han incluido sus resultados más allá de la voz de los expertos.  

A la postre, si la activación se concibe como el fin, no se alcanza a ver más allá. Es un misterio pensar qué viene para los centros fundacionales y qué quedará de los intentos en La Merced, El Sagrado Corazón y Teusaquillo. La activación es el parloteo del sacamuelas cuando deja a las personas llenas de expectativas. La participación en el Plan Parcial de Renovación Urbana de San Bernardo es uno de sus más tristes testimonios. 

Ahora bien, tres temas estratégicos de ciudad quedarán soterrados por el discurso de la activación. El Antiguo Cementerio de Pobres y sus Columbarios, el Parque Arqueológico de la Hacienda el Carmen y el Complejo Hospitalario San Juan de Dios. Cada uno de ellos banderas que hubiera podido izar la administración distrital, pasan de agache aminorados porque a las visitas, los recorridos, los conversatorios, las páginas web y las publicaciones se los lleva el viento del olvido si no van acompañados de obras. No valen las buenas intenciones en lotes vacíos. Acá la tarea está toda por hacer.    

  1. Divulgación 

A veces el diálogo se confunde con el monólogo y más cuando hay un afán por colorear embrollos de tiempos, metas e indicadores. Durante el cuatrienio el Instituto ha procurado que se le oiga y ha generado espacios para ello. Unos muy interesantes como sus podcasts, sus paisajes sonoros o la serie audiovisual Venga le Cuento, otros innecesariamente vanidosos como En “Voz Alta”, su nombre lo resume bien. 

Acá el punto está en que nuevamente la coherencia queda huérfana y lo bueno se diluye en alharaca. La dimensión social del patrimonio se construye de forma dialógica entre agentes que comparten y transforman sus propias voces dando sentido pleno al proceso de valoración. Acá no sucede eso porque al final lo que queda es propaganda y autopromoción. 

Ejemplo, lo sucedido en el cuatrienio con esculturas y monumentos en espacio público. Un escenario magnífico de reflexión colectiva sobre memoria, espacialidad, materialidad, estética, política y significación. Mucho aspaviento y nuevamente el resultado es un globo hinchado de expectativas fruto de una conversación que nunca fue. 

Mirando hacia adelante, sería bueno que los candidatos a la alcaldía y al concejo le presentaran atención al patrimonio. Sería bueno que ideas poderosas formuladas durante las últimas décadas en el campo del patrimonio pudieran tomar formas concretas desde la administración pública. Sería bueno un Instituto coherente y responsable con las comunidades. Sería bueno no aplazar otros cuatro años una inclusión real de otras formas de ser, estar y habitar la ciudad.  

Dejemos los oficios y las artes del sacamuelas como un pintoresco recuerdo de los espectáculos públicos del dolor de otros siglos, no sea que la administración actual se encapriche y los quiera declarar como uno de sus patrimonios integrados. 

Es docente investigador en la Universidad Externado de Colombia. Se doctoró en antropología en la Universidad de los Andes. Sus áreas de interés son los conceptos y las relaciones entre el patrimonio cultural, los medios emergentes y la apropiación social de la tecnología.