Gonzalo Ordóñez. Créditos: Universidad Externado de Colombia

Gonzalo Ordóñez, profesor de la U. Externado, aporta seis ideas sobre el impacto que tendrá la digitalización de nuestra sociedad con el confinamiento

Con el confinamiento, los colombianos que tenemos acceso a Internet y a computador o a cualquier otro aparato electrónico -que somos cerca del 70 por ciento como lo contamos en esta historia nos hemos visto avocados a usar la tecnología para trabajar y para interactuar socialmente.

Entrevistamos a Gonzalo Ordóñez-Matamoros, director del centro de investigación y proyectos especiales -CIPE- de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado y coautor del libro que está próximo a publicarse de la serie “Así habla el Externado”: “Disrupción Tecnológica, Transformación Digital y Sociedad”.

A partir de la conversación con Ordóñez y de la lectura de su capítulo “Las ciencias sociales y humanidades en la cuarta revolución industrial”, La Silla Académica presenta seis ideas sobre cómo el coronavirus puede impactar el lugar de la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad.

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El coronavirus acelera la Cuarta Revolución Industrial

“Internet existe hace muchos años, pero es más reciente que las máquinas se conecten entre sí y tomen decisiones a partir del análisis de los datos, que puedan aprender y perfeccionarse sin la intervención humana”.

Esto es lo que caracteriza, dice Ordóñez, la Cuarta Revolución Industrial: las fronteras entre lo humano y lo digital se tornan borrosas y lo tecnológico permea casi todos los campos de la sociedad.

“El coronavirus va a disparar el uso de big data, la inteligencia artificial, las apps, de manera exponencial” dice el investigador.

La gran diferencia en la forma como los países han lidiado con la pandemia ha estado marcada por el grado de alfabetismo científico de los Estados y también por qué tanto los ciudadanos están dispuestos a aceptar que los Estados desplieguen toda su tecnología para controlarlos:

“En Corea del Sur han sido tan importantes los especialistas informáticos como los médicos y enfermeros”, como lo ilustró el filósofo Byung-Chul Han.

A través de georreferenciación, sistemas de reconocimiento facial y análisis de datos tienen mapeada a la población y controlada su ubicación, sus movimientos, su temperatura corporal -un indicador fundamental en esta pandemia- lo que combinado con los cuerpos de seguridad y salud pública, ha permitido una acción inmediata, aunque también ha generado un debate sobre los derechos a la privacidad de la gente.

“En Asia, contrario a lo que sucede en Occidente, la paranoia -no digo que no haya razones históricas para eso- respecto al uso de la información es mucho menor que en Europa donde ha sido mucho más difícil contener el contagio”.

Lo que vendrá, anticipa Ordóñez, es el uso de las nuevas tecnologías que se desarrollen para prevenir futuras epidemias y para resolver problemas de salud pública, en general: “la mayoría de aplicaciones que estaban siendo desarrolladas sobre todo para el marketing político y de productos, pueden adaptarse para innovar en monitoreo de condiciones de salud”.

“Estamos ante un cambio paradigmático fundamental: el coronavirus es el detonante pero el canal va a ser la Cuarta Revolución Industrial”.

 
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Se harán más necesarias las ciencias sociales para entender la complejidad

Los riesgos para las libertades y la democracia que tienen los sistemas de control con que cuentan Estados como el de Corea del Sur o Taiwán, los expuso Harari, el filósofo, en una columna reciente, en la que dice que estas tecnologías y sus dueós nos llegan a conocer mejor de lo que lo hacemos nosotros mismos.

“Estas tecnologías pueden ser manipuladas para hacer que ciertos intereses públicos y privados primen sobre otros, para controlar la sociedad” enfatiza Ordóñez.

Anticipa que va a haber un mercado enorme de tecnologías en salud y seguridad, tras la crisis provocada por el coronavirus.

Por lo que las ciencias sociales, según Ordóñez, y en general, aquellas que tienen como centro de estudio al individuo y la sociedad, tienen un rol fundamental en formar criterio para comprender la complejidad de la realidad y ayudar a adaptarnos a su cambio permanente.

“Al mismo tiempo esas mismas ciencias y cada uno de nosotros tiene también el reto de familiarizarse más con la tecnología para comprender sus beneficios y los riesgos inherentes” explica Ordóñez.

De esa forma podremos ser menos vulnerables al encanto y el deslumbramiento de lo que nos ofrecen; “Podremos discernir entre lo útil, lo bueno, y lo que no lo es”, según el investigador.

 
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Se resignificará el trabajo humano

El profesor agrega que además del desempleo que ya está dejando el confinamiento y la volatilidad de la economía, por la caída del precio del petróleo, una aceleración del desarrollo tecnológico con el coronavirus también puede desencadenar el desplazamiento de cierto tipo de trabajos que hoy hacen personas. Se calcula que 375 millones de personas en el mundo tendrán que buscar nuevos tipos de trabajo en 2030 según el documental American Factory. 

Pero para el investigador lo que eso implica es una resignificación del recurso humano. Así como la tecnología cierra espacios, abre otros.

“Ha habido siempre el temor de la relación entre tecnología y desempleo, pero la dicotomía que no es tan obvia. Las personas tienen la opción de reaccionar a los cambios o de que estos sucedan a pesar de ellas. Tenemos que desarrollar la capacidad de hacer ejercicios prospectivos para poder ir creando las ofertas de las demandas del futuro. Y en eso de nuevo, las ciencias sociales y la formación científica son imprescindibles”.

 
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La digitalización acelerada puede hacernos querer no salir de la casa

La digitalización es un paso intermedio hacia la virtualización que sería el reemplazo casi total de la realidad física, al estilo de algunos espisodios de la serie de Netflix “Black Mirror”, explica Ordóñez.

Ya tenemos algo de eso: podemos visitar museos o hacer surfing, por ejemplo, con un simulador sin pararnos de la cama. Y quienes juegan videojuegos más o menos viven en dos mundos paralelos. “Aunque también hay actividad de los sentidos, todo pasa principalmente en el cerebro” anota Ordoñez.

En esta crisis, esa transformación se puede dar con mayor intensidad en las relaciones sociales:

“En el capítulo del libro que coescribí hablo de la metáfora de las sociedades líquidas que se caracterizan por relaciones cortas, inestables, que se pueden terminar con un clic”.

La película “Her” lo ilustra bien. Es la historia de un hombre que tiene una relación sentimental con una mujer virtual producto de inteligencia artificial con quien tiene las típicas conversaciones que tiene uno con la pareja o los amigos.

“Lo que pueden hacer las medidas de confinamiento por el coronavirus, en la medida que se extiendan, es aislar más y más a las personas. Así en esta primera fase estemos viendo un reavivamiento del deseo de encontrarse con la familia y amigos por zoom, por ejemplo, ya no hacemos asados”, dice Ordóñez.

Lo que muchos están experimentando es que pueden hacer casi todo sin salir de su casa y conducir su vida a través del computador, algo que según el profesor, puede dar lugar al surgimiento de una generación de personas que crean que esta es la condición ideal en la medida que les evita entrar en contacto físico con otros y los riesgos que eso tiene.

“No creo que sea bueno o malo, dice. La inteligencia artificial, en general, impone el reto que la gente pueda distinguir entre la realidad física y la virtual. Esas transformaciones en todo caso, pueden ser en algunas personas y no en un colectivo muy amplio. Tendremos que esperar”.

 
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La diplomacia científica será más necesaria que nunca

“La competencia entre China y Estados Unidos por descubrir la vacuna. el intento de Trump de sonsacar los investigadores alemanes que están trabajando en ello, como lo denunció la canciller Angela Merkel, y en general, la carrera en que pueden estar los laboratorios para dar con la vacuna primero que los otros, es la ausencia de la diplomacia científica” anota Ordoñez.

La diplomacia científica está orientada al trabajo conjunto para lograr la solución a problemas globales o que afectan a varios países con base en el conocimiento científico y tecnológico.

Eso, según el investigador, permite en estos casos ahorrar tiempo y con ello salvar vidas: se comparte la información de manera que no se cometan los mismos errores y que puedan construir sobre lo que ya han avanzado otros, se distribuyen los costos, se divide el trabajo de acuerdo al acceso a equipos, a ciertas tecnologías e insumos que cada país tenga.

A nivel de atención hay cooperación, pero falta más a nivel de investigación en salud y de otras disciplinas. “El llamado es a abrir más la información como lo propone el proyecto de la Unión Europea S4D4C”, dice Ordoñez, quien hace parte de ese proyecto.

La diplomacia científica, justamente, implica superar las diferencias que pueda haber entre los gobiernos de los países. El caso de Colombia y Venezuela lo ilustra bien: “Hay científicos del país vecino y del nuestro que están cooperando en el marco de la crisis del coronavirus a pesar del conflicto que hay entre los gobiernos.

“Duque, por ejemplo, dice que está actuando en el marco de la Organización Panamericana de la Salud para no tener que reconocer a Maduro como Presidente”, eso hace parte de la diplomacia científica.

No es que la ciencia no sea política, aclara Ordoñez. El solo hecho de escoger un problema para investigar y no otro implica asumir una postura política. Sin embargo, “los científicos comparten otros principios que son los de su campo de estudio y tienen una preocupación común en este momento que es la salud”.

 
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Tenemos una oportunidad para el desarrollo científico de Colombia

Todo avance de la ciencia y la tecnología se acelera en tiempos de crisis o de guerras, según Ordoñez. Un estado de emergencia hace que se utilicen los recursos de manera más eficiente, que haya mayor inversión pública, se acelera la toma de decisiones.

“En Colombia hemos vivido de crisis en crisis pero no hemos aprendido de ellas para salir adelante y reinventarnos. Continúa Ordóñez, “tenemos que enfrentar esta pandemia cuando todavía no pasamos del 0.3 por ciento del PIB invertido en investigación y desarrollo” .

Algo que cree que es desafortunado porque estamos sentados en la riqueza de nuestra biodiversidad y no la estamos aprovechando. “¿Quién quita que tengamos en el patio trasero de nuestra casa la solución al coronavirus?”

El profesor, en todo caso, ve como positivo el esfuerzo que la sociedad, en general, está haciendo para entender la enfermedad, para distinguir entre un virus y una bacteria, por ejemplo, y comprender cómo puede afectar el sistema de salud.

“En otras condiciones la comprensión sería dejada solamente a los científicos aún por los mismos gobernantes”, anota Ordoñez.

“También nos hemos visto forzados a aprender a usar los medios que tenemos para comunicarnos virtualmente. Uno de los motivos de la angustia que están experimentando algunas personas en esta crisis es la sensación de que todo es nuevo y les toca aprender”.

De nuevo hay un llamado para que nuestro sistema educativo no se siga basando en enseñar a partir de la repetición sino que lo haga a partir de la creación y el diseño. Para que creemos sociedades de innovadores y no de seguidores.

“Los niños entran al colegio con una gran capacidad de absorción pero el sistema la aplana. No favorece el pensamiento escéptico, crítico, reflexivo, constructivo y creativo”.

 

Llegué a La Silla Vacía en 2017 a crear, con Juanita León, la Silla Académica, para traducir periodísticamente el conocimiento que producen las universidades. Al comienzo también hice seguimiento a los estados financieros de La Silla y a la cooperación internacional que recibimos. Desde el 2022...