La Gallup mostró que el nacionalismo se está fortaleciendo por los venezolanos y que muchas políticas de Duque son desaprobadas. La Silla Académica habló con Laura Quintana, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de Los Andes, sobre los afectos que se pueden mover alrededor de eso.

 

Se acaba el 2018 que fue un año de elecciones en las que quedó en evidencia un país muy dividido. En medio del surgimiento de “nacionalismos” en otras partes del mundo, y de uno en Colombia que se fortalece según encuesta Gallup que salió ayer, la Silla Académica habló con Laura Quintana, filósofa y profesora del Departamento de Filosofía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Los Andes, sobre los afectos que se pueden mover en la gente alrededor de eso y de las políticas de corte neoliberal del presidente Iván Duque.

Sobre estos temas Laura Quintana está próxima a publicar su libro “La Política de los Cuerpos” y ha publicado numerosos artículos como “Jacques Rancière and the Emancipation of Bodies“, “La estética de la política y la política de la estética: Colaboraciones, pasajes, fronteras” y “Construcción de paz, participación política y movimientos sociales“.

El 2018 ya se cierra. En las últimas elecciones presidenciales quedó en evidencia la alta polarización del país. Usted estudia los afectos que se mueven en la política ¿Cuál es la evaluación que hace de los que se movieron este año electoral?

Laura Quintana: Más que polarización lo que hubo en las pasadas elecciones, y también en el plebiscito del 2016, fue la movilización de lo que llamo afectos inmunitarios.

La polarización en la que tanto se insiste no pienso que tenga que ver con la incapacidad de la gente para asumir una postura presuntamente moderada, más racional, y en el medio, o en un cierto centro.

Más bien tiene que ver con la producción de formas de estigmatización, derivadas de prejuicios incrustados, de caricaturas que se producen sobre el otro (“el comunista castrochavista”, “el uribestia”) que desencadenan lo que ya mencionaba que son afectos inmunitarios. Esto es, formas de sentir, reacciones y actitudes que hacen percibir al otro como amenaza para la salud, para la estabilidad y en muchos casos para una pretendida pureza de la sociedad.

Disposiciones emotivas que encierran a las personas en sí mismas y en la culpabilización de un otro que se responsabiliza de daños sociales padecidos. Algunas formas de odio, el resentimiento, el miedo y ciertas promesas para un futuro que se presenta como aterrador, tienen este efecto. Pero también formas de escepticismo, descreimiento sobre la posibilidad de cambiar las cosas, que proliferan en Colombia por la desconfianza en las instituciones, las formas de despojo y corrupción que tienen una larga historia en el país.

LSA: Usted señala en su libro que es un error pensar que quienes se movilizaron en contra del plebiscito, o a favor del Brexit o de Trump tienen simplemente una actitud poco crítica y autónoma. Por el contrario, señala que lo que está detrás es lo que usted llama la “política inmunitaria” ¿a qué se refiere con eso?

L.Q.: Me interesa repensar lo que entendemos por actitud crítica. Tomando elementos del filósofo francés Jacques Rancière insisto en que una persona no es crítica simplemente porque puede ver más allá, o porque tenga  un mayor saber o una mejor forma de pensar, sino porque es capaz de transformarse o cambiar unas condiciones dadas, y esa capacidad a veces no es posible desarrollarla en las condiciones sociales dadas, que por el contrario la inhiben.

Con eso en mente tomé distancia de lecturas que leyeron esos fenómenos recientes, culpabilizando simplemente a los electores por su ignorancia, falta de entendimiento y proclividad a la manipulación.

En lo que hay que fijarse es en las condiciones (económicas, sociales, políticas) que hacen que las personas sientan que no hay chance para ellas en el mundo, que hay un “estado de cosas” que no se puede cambiar.

Y también en qué es lo que hace que las personas culpen a otros por los daños que padecen, en lugar de ver estos daños como vinculados con fenómenos sociales más amplios, que tienen una larga historia.

Se trata de pensar en las condiciones que permiten que puedan emerger y tomar fuerza lo que se ha llamado políticas del miedo, que mueven los afectos inmunitarios de los que he hablado antes. Con esto problematizo también la idea de que las personas críticas (las que reconocen los problemas más álgidos del país y lo reflejan en su voto) se mueven por razones y argumentos y las no-críticas (quienes votan por fanatismo o temor) por emociones y afectos. Las emociones y afectos siempre están presentes, también en las posiciones que parecen más razonables.

Lo que hay que considerar es el tipo de afectos que se mueven:  los afectos inmunitarios, de los que he hablado, tienen como efecto simplificar la complejidad del mundo social, y cerrar a las personas a las formas de relación que los hacen depender de otros, a la diferencia, que más bien se asume como amenazante.

LSA: ¿A qué se refiere entonces con política inmunitaria?

L.Q.: Una política inmunitaria es una política que todo el tiempo genera condiciones de inseguridad y riesgo, que hacen sentir a las personas constantemente amenazadas (de perder su empleo, de vivir  condiciones de pobreza, de ser violentadas y despojadas).

En Colombia, estas condiciones de amenaza constante se han dado por un largo tiempo, pero se han agudizado con políticas públicas neoliberales (de flexibilización laboral, de regulación jurídica en favor de las corporaciones trasnacionales) que constantemente generan esas condiciones de riesgo que hacen que la gente se siente muy amenazada y eso desarrolla afectos inmunitarios que llevan a identificar a un otro como quien pone en riesgo mi empleo o mi seguridad y del que tengo que defenderme.

Durante la campaña del plebiscito la derecha movió esos afectos inmunitarios, de resentimiento, de odio, de amenaza, de rechazo a un otro del cual me tengo que proteger, y estos afectos tuvieron un efecto poderoso.

Quienes estábamos a favor del plebiscito no pudimos, en cambio, producir una política que moviera otro tipo de afectos.

LSA: ¿Por qué?

L.Q.: Porque mientras el uribismo ha explorado muchísimo un lenguaje afectivo muy efectista, un ala de la izquierda y del sector progresista se ha apegado demasiado a un discurso de la deliberación no emotivo, desafectado.

La campaña por el Sí al Plebiscito se basó demasiado en la idea de que la gente no conocía lo que estaba en juego y en ese sentido fue muy paternalista y pedagogizante. La propaganda política trataba al espectador como un ignorante y esto tuvo un efecto contraproducente.

El uribismo ha explorado muchísimo un lenguaje afectivo muy efectista.

Laura Quintana

LSA: Usted dice que frente a esas políticas del miedo y la estigmatización se requiere de otras narrativas, que movilicen otros afectos ¿cuáles serían esas otras narrativas?

L.Q.: Siguiendo con el ejemplo del plebiscito, me parece que faltó hacerle sentir a la gente más el conflicto violento, mostrarle que afectó vidas concretas. Habría sido muy importante visibilizar a la gente afectada a través de narrativas o formatos que no las revictimizaran y que no mostraran su experiencia de una forma simplista, pero sí que sensibilizaran.

Formatos que permitieran que las personas tomaran la voz para hacerse valer como sujetos capaces, que han sido dañados, y no meramente como víctimas que no tienen la posibilidad de comprender lo que les pasó. Esto podría generar afectos más relacionales, de indignación, solidaridad, co-pertenencia que permitieran que reconociéramos los daños de los otros, como daños que nos conciernen en tanto que han sido producimos por condiciones de un mundo que también habitamos.

En contraste, es habitual en los medios de comunicación, sobre todo, tradicionales, presentar repetidamente a la víctima resumiendo lo que le pasó entre lágrimas pero no se explora cómo ella lee sus vivencias y el conflicto, la manera en que éste la ha afectado.

Eso ha generado que muchos que no han tenido una experiencia cercana con el conflicto se hayan impermeabilizado frente a éste y a las injusticias, el sufrimiento que ha producido. Por eso se termina viendo a la víctima simplemente como el pobrecito o pobrecita a la que le pasó x o y, y como alguien completamente ajeno.

LSA: ¿Cree que en las próximas elecciones locales y regionales se movilizarán esos mismos afectos que primaron en la campaña del plebiscito y en las presidenciales?

L.Q.: Yo esperaría que la discusión política no tuviera que plantearse siempre identificando un contra, un otro amenazante. Así operó en el plebiscito la estigmatización de los guerrilleros y, en las últimas elecciones, el castrochavismo. Pero no soy muy optimista y seguro van a operar discursos amenazantes de ultraderecha contra los venezolanos y los exguerrilleros, y otros enemigos que se puedan crear.

Lo que podría hacer cambiar el panorama político para las regionales es que haya una reacción de insatisfacción frente al gobierno de Duque, y sus políticas equívocas y de favorecimiento de intereses gremiales, corporativos y particulares, en detrimento de lo público.

LSA: En su libro menciona que el “consensualismo” -al que de alguna manera aspira Duque con su Pacto Nacional – en vez de contrarrestar las estrategias de promoción del odio y el resentimiento las alimenta ¿Por qué?

L.Q.: La idea de que lo más importante es poder llegar a consensos tras una discusión muchas veces invisibiliza, niega los conflictos, que no se pueden eliminar en la vida social. Lo importante en una discusión no debería ser tanto llegar a un consenso, sino permitir que diferentes puntos de vista se expresen y que las personas puedan incluso cambiar de opinión sobre cosas que previamente daban por sentadas.

El consensualismo tiene mucho que ver con una visión muy tipo Santos o Blair. Ese progresismo liberal que quería ser muy inclusivo, que pretendía que todos podían estar de acuerdo si se asumía una postura técnica.

Y estamos viendo ahora fracturas en ese consensualismo a través de nuevas formas de derecha, que han puesto en cuestión el lenguaje de lo políticamente correcto, pero que en todo caso comparten los presupuestos económico-sociales del consensualismo progresista. Pues ambos asumen la necesidad de un cierto modelo económico, que vinculan a la idea de desarrollo, y éste con intervenciones que, al final, terminan favoreciendo intereses corporativos.

Ahora lo que hay que pensar es cómo las políticas inmunitarias, de las que he hablado, pueden dar lugar a nuevas formas de fascismo, cuando la identificación de un otro amenazante trae consigo la idea de que ese otro se debe neutralizar, reducir o eliminar.

A Duque le interesa poco defender lo público, está muy a favor de las corporaciones. Santos también estaba en defensa de las corporaciones, pero por lo menos pensaba que un ambiente de inversión necesitaba un clima de seguridad social

Laura Quintana

LSA: ¿Encuentra de alguna forma justificadas estas nuevas formas de fascismo?

L.Q.: No justificado, de ningún modo, pero no hay que perder de vista que es una reacción a un neoliberalismo que fortaleció los afectos inmunitarios con sus formas de precarización, de reducción de las condiciones en que viven las personas, y que con sus políticas consensuales no le estaba dando cabida a otras visiones del mundo ni permitiendo que éstas se transformaran en conflictos políticos.

El reto de los sectores más progresistas y de izquierda, si se quiere, es entender y canalizar mejor otro tipo de afectos que se manifiestan ahí.

La izquierda ha pretendido reducirlo todo a un conflicto económico social y no es sólo eso, pues los conflictos son múltiples. Lo que pasa con el discurso de ultraderecha es que narra esos conflictos de una manera muy problemática, pues logra que la inconformidad de la gente frente a formas muy precarias de vida se convierta en odio y resentimiento frente a otros que identifican como culpables. Pero por más problemática que sea esa visión, no se pueden dejar de lado los afectos que produce y que movilizan a la gente.

LSA: Usted señala que en la base del odio y el resentimiento que hoy se promueve en el mundo está “el sujeto emprendedor” que cree que los conflictos sociales se pueden resolver en espacios privados. ¿Por qué?

L.Q.: El sujeto emprendedor, dueño de sí, autónomo y soberano, es decir, que se asume como único responsable de su destino, de su sobrevivencia, de su éxito es un presupuesto muy problemático del mundo que habitamos.

Entre otras cosas, esta idea ha dado lugar a cierta tendencia a psicologizar los problemas, a verlos como una cuestión de cada persona, cuando lo cierto es que muchas veces son problemas sociales, del mundo en que vivimos. Lo contrario es la “politización de los problemas” que permite que las personas se unan y organicen alrededor de experiencias difíciles que comparten y a partir de eso lleven a cabo cambios en su forma de pensar y de sentir.

LSA: ¿A eso se refiere cuando plantea que para que una acción colectiva pueda ser transformadora de las condiciones dadas se necesita que las personas experimenten previamente una transformación de sí?

L.Q.: Lo que veo allí es un círculo virtuoso. Ciertas prácticas en comunidad pueden ser más reparadoras que un tratamiento psicológico sofisticado que a veces trata el dolor sólo desde la perspectiva de la enfermedad. Y a la vez, hay experiencias individuales que llevan a tomar otra posición frente al mundo.

Lo he visto en el trabajo que he hecho con movimientos sociales y comunidades.

Al atender algunas experiencias de las Madres de Soacha, por ejemplo, he descubierto que el sólo hecho de llamarse así ya las cuestiona sobre su condición no sólo de madres sino de mujeres, y las empodera generando cambios al interior de sus hogares, en la forma cómo se relacionan con otros miembros de la familia.

LSA: ¿Cree que la idea del emprendedor en la que se basa la política de la economía naranja de Duque, y el rechazo a la protesta social que es la bandera de su Ministro de Defensa, apuntan a debilitar el espacio público para manejar los conflictos sociales y políticos?

L.Q.: Sin duda. El neoliberalismo ha dado lugar a formas de precarización de las condiciones en que viven las personas, un ejemplo es la flexibilidad laboral. Y eso va de la mano del discurso que hoy está en todas partes, incluida la jurisprudencia, de que cada quien es dueño de su vida, tiene que autogestionarse y es responsable de su éxito. Ese es el discurso del emprendimiento de Duque también.

El efecto de esa narrativa a nivel global es la “despolitización”, que consiste en interpretar una serie de conflictos sociales fuertes como conflictos de individuos, de intereses o de opiniones, simplemente, y como una cuestión de fallas en la personalidad, o de falta de capacidad o bajo rendimiento de cada persona.

Para mí el problema grave que tenemos ahora no es la polarización sino la despolitización.

LSA: ¿Por qué?

L.Q.: Porque ese discurso individualizante puede hacer que pierdan sentido luchas por derechos sociales, que ahora se hacen ver como anacrónicas, pues apuntan a que lo público se fortalezca en la era del emprendimiento, del éxito individual.

Son luchas que ya no se consideran viables económicamente, en las condiciones actuales del mercado que es lo que regula nuestro presente. Eso es lo que está pasando actualmente con la discusión sobre la financiación de la educación pública.

Sin embargo, el ser humano es el ser más dependiente, necesita de otros, del cuidado mutuo y en ese sentido es que deben entenderse los derechos sociales que el Estado debería garantizar. Así lo plantea Judith Butler en un texto interesante que se llama “Cuerpos aliados y lucha política”.

LSA: Petro es una de las personas que más moviliza a la gente, lo demostró en su alcaldía y, en su campaña presidencial ¿Cree que el  video en que se le ve recibiendo fajos de billetes va a afectar el tipo de afectos que moviliza y su poder de convocatoria?

L.Q.: Estoy de acuerdo con quienes han señalado que es una cortina de humo.

No se ve bien esa transacción y puede despertar sospechas, pero no ha habido una demostración legal de que hubo corrupción y pienso que detenerse en eso contribuye a desviar la discusión.

A míi personalmente no me gusta del todo la figura algo caudillista de Petro, que piensa lo político de una forma paternalista, en la que tiene que haber un representante del pueblo que defienda sus intereses, pero considero que es importante en el espectro político porque propone políticas progresistas que permitirían transformaciones importantes frente a una opción paternalista regresiva, como el uribismo, que cierra el espectro político, con consecuencias que han sido nefastas para la vida del país. Entonces es muy preocupante pensar que haya una campaña para deshabilitar políticamente a Petro.

LSA: Usted habla de que la acción de los movimientos populares debería concretarse luego en instituciones que conduzcan a más transformaciones ¿no es eso contradictorio con que los movimientos sociales parecieran a veces ir contra instituciones públicas o reemplazar a instituciones como los partidos políticos?

L.Q.: Hay dos vertientes de pensamiento. Una muy anarquista que piensa que el Estado necesariamente es violencia y dominación y otra muy institucionalista que piensa que lo político sólo se puede dar al interior del Estado.

La institucionalista es problemática porque no permite reconocer que hay movimientos de protesta, de desobediencia social, que hacen ver que un marco institucional está produciendo violencia.

La anarquista también es problemática, porque hace pensar que uno se puede ubicar por fuera de la violencia y de la dominación. Y, a mi modo de ver, son irreductibles, siempre las va a haber con o sin Estado.

De hecho, no se ha inventado un mejor aparato que el Estado, que con cierto monopolio de la violencia y ejerciendo lo que Etienne Balibar ha llamado formas de contra-violencia, pueda crear condiciones para que las violencias, que en todo caso se producen en sociedad, no den vida a instituciones de violencia que compitan, y se persigan entre sí, de formas muy destructivas. Por eso, cuando falla ese monopolio, como lo hemos visto en Colombia, con las instituciones para-estatales de los paramilitares y la guerrilla, el efecto no puede ser sino una violencia exacerbada.

Más allá de esas dos polaridades lo que es importante pensar es en otras formas de institucionalidad que permitan acoger el conflicto social, en lugar de neutralizarlo. Eso implica que en algunos casos se pueda reconocer y aceptar que ciertas instituciones no son legítimas. Cuando un Estado se protege tanto de su inestabilidad lo que genera es aún mayor inestabilidad.

Lo que ha tendido a pasar siempre y en los proyectos revolucionarios es que las instituciones que se crean, después se protegen contra el conflicto. Eso le pasó a la Revolución Soviética, a la cubana, al chavismo. Tras haber derrocado una estructura que se asociaba con una gran injusticia ya no dejan aparecer el disenso porque tienen que protegerse contra lo que amenaza su estabilidad.

LSA: ¿Cuáles son los límites de la movilización social… para no caer en la violencia que a veces critica?

L.Q.: Nos tenemos que deshacer de ese lenguaje pacifista simplificador. La violencia no es eliminable de la vida, pero hay formas peores de violencia. Interrumpir el tránsito en una vía, ocupar un lugar, pintar un grafiti, son formas de violencia que, en todo caso, no se comparan con una violencia física o estructural.

Hay ciertas formas de violencia importantes, sobre todo las simbólicas, porque dejan ver otras peores que no se logran confrontar con un debate entre expertos. Los movimientos hacen uso de diferentes formas de violencia simbólica y hay mucho que experimentar en este nivel. En todo caso, la violencia armada sí mostró que lleva a espirales de violencia y por eso no la justifico, excepto cuando sea la única forma de defenderse, como en casos mundialmente reconocidos como la resistencia europea. Hannah Arendt decía que no se podía luchar frente a Hitler parándose como Gandhi.

LSA: ¿En un país como Colombia en el que está creciendo la clase media, hay riesgo de que transitemos hacia una situación como la de los chalecos amarillos en Francia?

L.Q.: Aunque no he estudiado este fenómeno a fondo, puedo decir varias cosas.

En Francia ha habido un Estado de bienestar muy fuerte que se ha venido deshabilitando, aunque nunca tanto como en Alemania, o peor aún en Reino Unido. Y ese Estado ha generado formas de solidaridad y ha hecho que la gente sea muy consciente de las conquistas de derechos que ha alcanzado.

Eso explica que el movimiento de quienes estaban protestando por el alza de la gasolina, rápidamente haya encontrado resonancia en otros actores sociales que no están de acuerdo con los recortes neoliberales que propone Macron. Y los movimientos en Francia se han caracterizado por adoptar mecanismos de acción fuertes, a veces violentos.

En Colombia, por el contrario, el movimiento social ha estado muy fragmentado, en gran parte por las condiciones difíciles, a contra-corriente de las que siempre ha tenido que emerger. A veces se ha dado una movilización más amplia como en el caso del Paro Agrario, pero es difícil que esto tenga lugar de manera constante, porque se han puesto en marcha demasiados mecanismos que impiden que la gente se empodere. Y porque en el país por mucho tiempo la protesta social se asoció con la insurgencia, y esto ha dificultado que pueda organizarse y articularse en movimientos contra-hegemónicos más amplios. Además, la coerción y formas de represión frente a la protesta social es muy fuerte, lo hemos reconfirmado recientemente, y mucha gente se ha vuelto muy escéptica y piensa que no se va a lograr nada, mediante este tipo de manifestaciones.

En Francia, en cambio, siempre han logrado resultados importantes, también porque no ha habido esa estigmatización de la protesta social.

LSA: Usted habla constantemente de lo común y cuestiona la idea de que es un cuerpo social bien ordenado, ¿qué es entonces y cómo se construye eso?

L.Q.: Yo problematizo la idea de cuerpo social que hay en la tradición política porque supone una imagen orgánica de la comunidad, integrada y armónica, o que debe serlo. Pero las comunidades están siempre atravesadas por numerosos conflictos.

Algunos esquemas de democracia representativa diseñan formas de participación que no permiten que se exprese el conflicto. No se permite que la opinión se forme, sino que hay unos libretos pedagogizantes para que la gente opine como se piensa que estaría bien, y unas formas de intervención ciudadana muy limitadas.

Como decía Hannah Arendt, la clave es la pluralización de los espacios de participación pública, donde se debate lo que atañe a lo común, que es algo que no está dado, sino que debe construirse en espacios que permitan discutir lo que puede valer y debería ser reconocido como común.

LSA: ¿Ve algunas señales de optimismo en ese sentido en Colombia?

L.Q.: Muchas de las señales de optimismo en esta dirección provienen de movimientos sociales que luchan por formas de igualdad y contra la privatización de todo, que es una consecuencia del neoliberalismo contemporáneo.

Además, al interior de muchos de esos movimientos que se han dado en el país, y no han dejado de darse pese a las continuas amenazas y muerte de sus líderes, se producen prácticas inventivas, que apuntan a crear formas de producción de lo común, desde los territorios y sus necesidades locales. Por ejemplo, hace tiempo fui a unos encuentros del Congreso de los Pueblos y me pareció interesante la forma como participaba la gente.  

A los congresos nacionales de paz iba gente de muchas regiones y organizaban las discusiones de manera que la opinión se iba formando en núcleos pequeños que luego se articulaban con unos más grandes y esa era una idea de representación de abajo hacia arriba, de lo local a lo nacional, que intentaba acoger la diversidad de los territorios.

Mi interés por estudiar los movimientos sociales viene del interés por reflexionar sobre el hecho de que la gente sabe muy bien lo que lo afecta y a veces diseña formas de pensar sus problemas y resolverlos que quienes viven en Bogotá con sus técnicas de gobierno no son capaces de entender. Hay mucha sabiduría política que se puede producir en estos movimientos, desde sus saberes locales. De hecho, es así, de abajo hacia arriba, desde lo local a lo más general, que puede producirse un común que realmente nos concierna.

Para citar:

Quintana, L. (2019). La política de los cuerpos. Próximo a publicar.

Quintana, L. (2018). “Jacques Rancière and the Emancipation of Bodies”. Philosophy and Social Criticism. 1-27

Quintana, L. (2016). “La estética de la política y la política de la estética: colaboraciones, pasajes, fronteras”. En ¿Cómo se forma un sujeto político?: prácticas estéticas y acciones colectivas. (comp) Manrique, C.A. Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales. 1-27.

Quintana, L. (2016). “Construcción de paz, participación política y movimientos sociales”. En Intervenciones filosóficas en medio del conflicto: debates sobre la construcción de paz en Colombia hoy. (comp) Fjeld, A. Universidad de los Andes. Facultad de Ciencias Sociales. 212-234.

 

Soy abogada con maestría en derecho, mi tesis fue sobre las causas del bajo apego que tenemos a las normas en Colombia desde la Colonia. Terminé en La Silla Vacía porque me apasiona el análisis político, después de trabajar muchos años en derecho privado y de trabajar casi uno en el Congreso....