La decisión de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto hasta la semana 24 de embarazo, y las reacciones de grupos cristianos que se han opuesto a la decisión, mostró que en el país hay un dilema sobre cómo los creyentes cristianos interpretan los cambios jurídicos y sociales de los derechos de las mujeres. Esto, en una sociedad donde el 81 por ciento de la población, contando entre católicos y las distintas denominaciones protestantes, se consideran cristianos.
Para muchos sectores progresistas, la visión de la Iglesia Católica, y de los cristianos en general, se ha quedado rezagada frente a las discusiones de género y de sexualidad, pues tiende a privilegiar una visión conservadora de la familia, el sexo y el rol de la mujer, que se ve reflejada en la Biblia y en las prédicas de sus líderes.
José Luis Meza Rueda es profesor de la facultad de Teología de la Universidad Javeriana. Ha escrito, junto con otros autores, los artículos: “Aproximación teológica a la justicia y la equidad de género. Una lectura contextual de Jueces 19, bajo un proceso de IAP” y “Lectura teológica del derecho a la salud sexual. Desde la experiencia de un grupo de mujeres que vive con VIH”.
Meza ha hecho un trabajo de lectura de la Biblia con grupos de mujeres víctimas de violencia sexual, trabajadoras sexuales y portadoras de VIH, y en ese ejercicio ha encontrado que esa lectura puede resultar liberadora para esas mujeres.
LSV:
Es La Silla Vacía
JLM:
Es José Luis Meza
LSV:
¿En qué grupos de mujeres hicieron la lectura de la Biblia?
JLM:
La investigación se hizo con los grupos Huellas de Arte, Sueños sin Límites y Lideresas de Alianza, de Bogotá. Las personas que los conforman tienen en común que han sido víctimas de violencia sexual y discriminación de género.
La mayoría de ellas son mujeres, y algunas de ellas, como en Huellas de Arte, están conformadas por personas que conviven con el VIH, y otras que ejercen la prostitución. No son grupos confesionales.
De hecho, en uno de ellos la líder del grupo de trabajadoras sexuales nos dijo: “Solamente les pido una cosa: no intenten adoctrinarnos. No intenten encontrarnos porque nosotras ya estamos perdidas”.
LSV:
¿Por qué hay esa resistencia a hablar con la Iglesia entre estos grupos de mujeres?
JLM:
Hay varias razones. Una está relacionada con las estructuras patriarcales en las prácticas pastorales. Por ejemplo, hoy en día todavía en la Iglesia Católica las mujeres no pueden ser ordenadas como curas u obispos. La razón principal para sostener esto es que se dice que Jesús no eligió a ninguna mujer como apóstol. Eso hace que mucho del lenguaje de la Iglesia Católica parta de una falta de comprensión del lugar de enunciación femenino, a pesar de que la mayoría de las feligreses son mujeres.
Aunque eso está muy reevalorado en otras denominaciones, como entre los anglicanos, presbiterianos o calvinistas, donde hay mujeres ordenadas.
La otra razón es que muchas veces se parte de una teología de corte especulativo, alejada de los problemas sociales de las mujeres o de las personas vulnerables. Aunque ese no debería ser el caso siempre, pues desde la teología de la liberación, por ejemplo, se parte de la opción evangélica por los sectores más vulnerables. Lo que implica hacer una teología que llamamos “ascendente”, que parte desde la realidad y el contexto de las personas.
Paradójicamente, lo que hoy ocurre es que muchas Iglesias celebran el hecho de estar llamadas a ser el Cuerpo de Cristo en la tierra, pero a menudo guardan silencio o son ambivalentes respecto a los cuerpos humanos reales y sus funciones.
LSV:
¿Qué ejemplos tiene de esta actitud?
JLM:
Por ejemplo, en uno de los artículos que escribimos, está el testimonio de una mujer que, en su desolación porque descubre que tenía VIH, acudió al pastor de su Iglesia, y lo único que recibió de él fue una sentencia: “Tuviste que hacer algo muy malo para haber recibido semejante castigo de Dios”. Con una respuesta así, ¿quién no se aleja de su Iglesia?
Y en Colombia estamos justamente ante casos de mujeres que han sufrido violencia innombrable en sus cuerpos. Por ejemplo, en una ocasión nos contactó una mujer a la que, en el marco del conflicto armado, unos agentes ilegales abusaron de ella y de su hijo, y la infectaron con VIH a ella y a su hijo en venganza, con un mensaje de que aquí mandamos nosotros. Ahí la pregunta es qué mensaje de esperanza puede darle la Iglesia a esa persona.
LSV:
¿Cómo intentan ustedes desmarcarse de esas actitudes de algunas Iglesias?
JLM:
Partimos de la idea de que el silencio y el estigma vividos por las mujeres son un dolor al que la Iglesia tiene que dar una respuesta. Recordamos las palabras del arzobispo Desmond Tutu para el caso de los portadores de VIH: “El silencio mata, el estigma mata. No deberíamos querer que aquellos que viven con el VIH sean el equivalente moderno del leproso bíblico que tuvo que llevar una campanita y anunciar ‘soy impuro’”.
Entonces, lo que hacemos es que identificamos qué problema las aqueja a las mujeres, y luego sí les preguntamos qué texto de la Biblia quieren trabajar.
Ya la lectura misma se hace desde un contexto de “conciencia comunitaria”, mediante preguntas que no solo inquieren por los personajes del texto y por sus acciones, sino también por la existencia de casos reales que son similares a los narrados en el texto, así como por la manera en que las comunidades hacen frente a tales situaciones y los recursos con los que cuentan para ello.
La ventaja de este ejercicio es que no requiere ninguna intervención de expertos, porque la idea no es encontrar la interpretación adecuada de lo que dice la Biblia, sino despertar historias en las mujeres que la leen. “La palabra de Dios es viva y eficaz”, dice el apóstol Pablo.
Eso quiere decir que la Biblia se actualiza en las historias de las mujeres en nuestro país. Con ellas elegimos historias que tienen que ver con mujeres y que uno nunca escucha en la liturgia, pero que están en la Biblia, como los terribles relatos en los libros de Samuel o de Jueces.
2 Samuel, 13: la violación de Tamar
El relato cuenta la lucha entre Amnón y Absalón, herederos al trono de David. Atrapado en su profunda pasión por Tamar, hermana de Absalón, Amnón se finge enfermo para hacer que David envíe a Tamar a su casa para cuidar de él. Una vez en la casa de Amnón, mientras intenta ayudarle a recobrar su salud, la princesa virgen es violada y luego es echada fuera de la casa. La manera en que Tamar es presentada al comienzo de la narración, como la hermana de Absalón, indica que esa doble humillación no es infligida sólo sobre ella, sino también sobre la casa de Absalón. Cuando Tamar se da cuenta de las intenciones de su medio hermano Amnón, lo confronta:
“Tamar entonces le respondió: no, hermano mío, no me hagas violencia; porque no se debe hacer así en Israel. No hagas tal vileza. Porque ¿a dónde iría yo con mi deshonra?… más él no la quiso oír, sino que pudiendo más que ella, la forzó, y se acostó con ella. Luego la aborreció con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado.. Entonces Tamar tomó ceniza y la esparció su cabeza, y rasgó la ropa de colores de que estaba vestida, y puesta su mano sobre su cabeza, se fue gritando” (2 Samuel 13).
Algunos testimonios de mujeres que responden a la lectura de ese relato:
“¿Qué hace la persona con el diagnóstico del VIH? Pues, piensa: “No le diré a los demás… porque van a empezar a señalarme”, ¿Por qué? Porque las personas no tienen la información debida y van a decir: “Yo no me le acerco porque usted tiene vih y de pronto me lo prende”. Y empiezan a alejar a la persona y la estigmatizan como en el caso de Tamar. La violan y ella debe callar. “Siga viviendo pero no vaya a decir que usted ha sido violada”.
“Eso es lo que ocurre en muchos hogares… la mujer es violada, bien sea por un familiar o un extraño, y la solidaridad de género hace que las mismas mujeres digan: ‘Cállese, no vaya a decir nada porque donde sepan que fue violada se nos forma un problema”.
“Bueno, donde yo trabajo hay 200 operarias y cuando yo me enteré de mi situación, yo las miraba a todas y me decía: “¿Cómo será cuando lleguen a saber que yo soy así? Yo creo que ni me voltean a mirar”. En ese tiempo de la Biblia había un rechazo muy grande, pero todavía existe. Conozco una persona que tiene VIH y prefiere venir a Bogotá para que no lo atiendan en Ibagué porque piensa que todo el mundo allá está viendo. Yo le digo: “Usted va hasta Bogotá cada mes por miedo a que sepan que vive con VIH”. Él me dice que sí, que porque es profesor del SENA y de una universidad, porque él cuida su imagen y, si alguien se entera, a él se le acaba el mundo”.
“Yo creo que el hecho de que Tamar tenga que aceptar y decir: “no, venga, quédese conmigo que aquí no ha pasado nada”, da mucho qué pensar. Tener que aceptar, tener que estar con su violador, con su victimario, para garantizar que ella tenga un estatus ante los demás y evitar esa deshonra”.
Jueces, 19: El levita y su concubina
El relato cuenta la historia de un levita (alguien dedicado al servicio del Templo) y su concubina, que llegan a la casa de un anciano que los aloja una noche, luego de lo cual hombres perversos llegan a ella pidiendo que saque al levita para violarlo. Pero el hombre anciano prefiere entregarles a su hija y a la concubina para que no le hagan nada al levita:
“Saca el hombre que tienes de visita, queremos acostarnos con él. Pero el dueño de la casa les rogó: no amigos míos, por favor, no cometan tal perversidad, pues este hombre es mi huésped. Miren, ahí está mi hija, que todavía es virgen. Y está la concubina de este hombre. Humilladlas y haced con ellas como os parezca” (Jc 19, 22-25).
“Es algo indignante… Ver que una como mujer puede ser ofrecida por el propio padre o por el propio marido a otras personas” . También: “[Siento] rabia, impotencia. Sobre todo, ese sentido de impotencia que yo no valgo, que yo no puedo valerme por más que quiera valerme”.
Sí claro, ese es el machismo. Es que yo creo que esa es como la expresión más latente del machismo, ¿cierto? o sea, ¿cómo mantener la hombría a toda costa? ¿sí?”.
“La formación es un aspecto muy importante, que le quiten a uno el chip que aparece en ese relato de que debía ser sumisa, que era la propiedad de otra persona. Uno también tiene derecho a exigir y tiene derecho a decidir sobre sus cosas y las cosas de la casa”.
LSV:
¿Cuál es el efecto de las lecturas de la Biblia en esos contextos de mujeres vulnerables?
JLM:
El efecto más palpable es despertar las voces de las mujeres. Reflejadas en esas historias, muchas toman conciencia de su situación, se empoderan y toman decisiones transformadoras de su propia vida, como compartir su relato o terminar con sus abusadores.
Por ejemplo, tenemos el testimonio de una mujer del atlántico que nos contó que durante seis meses no dijo una sola palabra después de un hecho de violencia que sufrió. En las sesiones, ella dijo: “en este proceso, siento que ya puedo decir algo”. Entonces, es la posibilidad de volver a recuperar la palabra, y recordar que tienen nombre y que tienen historia.
Creemos que Dios se sigue revelando a través de las historias de esas mujeres. Ahí Dios está hablando.
También el logro es quitar esa asociación de una Iglesia que se presenta como alguien que juzga. Que dice, por ejemplo, que el VIH es un castigo de Dios relacionado con la inmoralidad sexual. En nuestro afán de condenar instituciones como la prostitución, terminamos condenando a las mujeres que ejercen ese oficio, que lo hacen por razones muy complejas.
LSV:
Usted dice en su artículo que en estos grupos encontraron interpretaciones originales de esos textos de la Biblia, que nunca habían visto en los expertos. ¿Qué ejemplos puede dar?
JLM:
Sí, por ejemplo, sobre Juan 8, el relato en el que una mujer es el personaje principal, porque ha cometido adulterio, y la gente pide que la apedreen. A lo que Jesús responde: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
Las mujeres dijeron cosas que yo no había visto en ninguna interpretación de expertos sobre este texto, y es que, siendo el personaje principal, la mujer del relato no tiene nombre y tampoco voz. Solamente habla después de que Jesús le pregunta: ¿dónde están los que te condenaron?, y ahí ella dice: ya no están.
También vieron algo que yo no había visto nunca y es que, luego de que se van quienes la juzgan, la mujer se pone de pie. Es decir que todo el tiempo en el relato la mujer ha estado aplastada, en el suelo, silenciada. Pero cuando habla, se pone de pié. Y en ese gesto ellas ven un gran símbolo de poder, en recuperar la palabra y levantarse.
LSV:
Finalmente, ¿cómo cree que impacta sobre la discusión del aborto esa actitud teológica de partir desde las personas y sus situaciones?
JLM:
Las iglesias en general son vitalistas. Asumen que la vida, como es un don de Dios, debe ser preservada desde su comienzo hasta su fin. Esa convicción no tiene por qué cambiar. Ahí la lección es, partiendo de esa base, entrar en diálogo con otras posiciones y discutir versiones alternativas, y entender por qué desde los contextos difíciles de las mujeres, algunas pueden pensar algo distinto. No juzgar de antemano ni definir una posición teológica sin ir antes a los contextos.
Para la Iglesia, si su causa es el principio de defensa de la vida, este debe aplicarse para la vida en todos los momentos y situaciones. La vida de las mujeres, de los campesinos o los desplazados. No sólo el comienzo de la vida.