El presidente Gustavo Petro ha dicho que a la reforma agraria le falta una gran asociación nacional campesina que se la apropie. “Necesitamos una fuerza social campesina de verdad, no solo en los demandantes de tierra sino en los transformadores agrarios”, dice.

A finales del año pasado, el gobierno organizó la primera convención nacional campesina, a la que asistieron más de 2.500 campesinos, para iniciar este proceso. Fueron, entre otros, líderes de organizaciones campesinas del Catatumbo y de Arauca, las cuales ya lograron un mayor protagonismo en los diálogos regionales que desembocaron en el texto del Plan Nacional de Desarrollo. 

Hace muchos años, estuve en estas reuniones para organizar políticamente el campesinado y el país. Era militante de una opción alternativa en Zipaquirá que se llamaba Carta del Pueblo, hoy impulso la gran Convención Nacional Campesina. https://t.co/56dBcm8nRx— Gustavo Petro (@petrogustavo) December 2, 2022

No sería la primera vez que las asociaciones de campesinos ganan protagonismo en la antesala de una reforma agraria. En los años 70s, la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc) tuvo un rol determinante. Fue esa organización precisamente el lugar que eligió Orlando Fals Borda, considerado el padre de la sociología colombiana, para trabajar con los campesinos de Sucre y Córdoba en un proceso de memoria histórica sobre la propiedad de la tierra.

Justamente para hablar sobre la figura de Fals Borda, su relación con Anuc, y los caminos que tiene la idea de formar una asociación nacional campesina, la Silla Académica entrevistó a Joanne Rappapport, profesora de estudios culturales en la universidad Georgetown, en Estados Unidos. Es la autora de numerosos textos sobre América Latina, entre los cuales está El cobarde no hace historia. Orlando Fals Borda y los inicios de la investigación-acción participativa, (2021) publicado por la Universidad del Rosario, y una historieta que saldrá publicada el próximo año con la editorial del Rosario sobre Fals Borda y su trabajo con las asociaciones agrarias. 

LSA:

es La Silla Académica

JR:

es Joanne Rappaport

LSA:

Petro habla de la necesidad de crear una organización nacional campesina. ¿Qué le parece esta idea?

JR:

A lo largo del tiempo, el Estado y la sociedad han ido reconociendo la existencia de actores étnicos, como los indígenas y los afros. En contraste, el campesino, por varias razones, se ha quedado relegado frente a estas identidades. Así ocurre, por ejemplo, en la Constitución de 1991, que no habla de los campesinos como sujetos políticos. Eso tiene que ver con el hecho de que Colombia es hoy un país mayoritariamente urbano, y apenas el 20 por ciento de la población vive en el campo, y en condiciones de mayor pobreza. Entonces, sí estoy de acuerdo en que hace falta desarrollar una mayor conciencia nacional campesina.

Pero la politización de las causas campesinas tuvo un momento muy fuerte a finales de los sesentas y a comienzos de los setentas que, de todos modos, terminó debilitado, y por esta razón el movimiento campesino perdió mucha representatividad. Por eso, la organización campesina que pide Petro debe evitar errores pasados de estos movimientos. A lo que me refiero es que, si quieren formar una organización nacional campesina, no puede ser como cuando se formó la Anuc.

LSA:

 ¿Cómo debería ser entonces?

JR:

Una organización nacional campesina debería reconocer, primero, que el campesinado es muy heterogéneo, y lo componen campesinos sin tierras, pero también campesinos medianos que no participaron en las luchas porque sí tenían tierras, así como gente organizada en cooperativas, afros, indígenas y toda una diversidad de actores. También han cambiado mucho los campesinos en los últimos 50 años. Habría que entender esos cambios.

Es muy bueno que el presidente esté pensando en esas problemáticas de la tenencia de la tierra. También que esté en el poder una vicepresidenta que viene de esas realidades y que las ha experimentado en carne y hueso, pero no se puede negar que es un proceso complejo. 

LSA:

Cuéntenos acerca de ese antecedente de organizaciones campesinas como Anuc. 

JR:

La Anuc fue creada en 1967 y en un comienzo contó con apoyo del gobierno. Fue concebida como una organización campesina semioficial, como parte de una estrategia para promover la participación campesina, como si se tratara de un sindicato estatal. La creación de esa organización campesina le permitió al presidente Carlos Lleras Restrepo canalizar el entusiasmo político campesino, mientras intentaba atenuar la intransigencia de ciertos sectores agrarios de élite minimizando el impacto de las reformas sobre sus posesiones, como cuenta el investigador León Zamosc.

Pero con los años, estos mismos campesinos gradualmente empezaron a criticar las debilidades que caracterizaban a la reforma agraria de Lleras, que terminó concentrando la tierra en un grupo más pequeño de poseedores, pues muchos propietarios y pequeños productores que pensaban que les expropiarían sus propiedades, las dejaron en manos de propietarios más grandes.

Por esta razón, en 1972, una parte importante de los miembros de la Anuc se separó y conformó una organización paralela que promovía la acción directa para reclamar latifundios. Fals Borda y sus compañeros fueron aliados de este sector radical del movimiento campesino, que convocaba a que el campesino luchara por la tierra a través de ocupaciones de fincas y rechazando el sistema bipartidista. Sólo en 1971 se presentaron 645 episodios de tomas de tierras que fueron respaldadas por la Anuc.

LSA:

Según cuenta en su libro, el movimiento campesino eventualmente perdió fuerza. ¿Qué pasó con las organizaciones campesinas del país?

JR:

En parte esto tiene que ver con los conflictos internos de la izquierda, que se debatía entre vertientes del marxismo, y debates sobre si las asociaciones campesinas debían constituir un partido político o qué tan cercanos debían o no ser del gobierno.

También tuvo que ver la represión tremenda del gobierno: de la policía y del Ejército en los setentas, y luego de los paramilitares en los 90s. Uno de los libros del Centro Nacional de Memoria Histórica de Donny Meertens y Absalón Machado, La tierra en disputa, habla de cómo arrasaron con los hombres que estuvieron en la Anuc y quedaron las mujeres, quienes establecieron organizaciones más pequeñas.

En ese sentido, las organizaciones indígenas, como el Cric, han resultado más exitosas a la hora de mantener su capacidad de influencia, en parte, yo creo, a que la memoria funciona diferente en una comunidad indígena. La memoria oral y los derechos sobre la tierra se han ligado más estrechamente. Por ejemplo, muchas comunidades indígenas tienen historias orales o mitos que defienden sus derechos sobre los resguardos, historias orales basadas en títulos de resguardo. Entonces, resucitar las memorias es proteger legalmente a la comunidad y a sus derechos.

Los campesinos, en cambio, se vieron desplazados, lo que les negó la posibilidad de crear vínculos vitales con el espacio, algo fundamental para la construcción de la memoria indígena sobre el territorio.

La Anuc aún existe y está en proceso de redimirse, pero sí perdió mucha fuerza. Las negociaciones actuales con Fedegán son un ejemplo de que la Anuc es actor, pero no es el único ni será el único que tenga protagonismo en la reforma agraria que busca Petro. 

LSA:

Cómo terminó Fals Borda vinculado con las asociaciones campesinas. 

JR.:

El sociólogo colombiano Orlando Fals Borda (1925-2008) venía de fundar la Facultad de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia, donde atrajo financiación extranjera con la que buscó consolidar la sociología como una disciplina basada en investigación empírica, en consonancia con las tendencias académicas vigentes en el Norte global, donde se había formado.

Fals se retiró de la Universidad Nacional a finales de la década de 1970, y se marchó a Ginebra, donde fue investigador sobre el cooperativismo. Desde esa ciudad sostuvo un intercambio epistolar con otros académicos, con quienes buscó nuevas formas de apoyar movimientos populares. Y trabajó directamente, entre 1972 y 1974, con la Anuc, en el Departamento de Córdoba.

Entre otras labores, alentó a este grupo de activistas campesinos para que analizara colectivamente las circunstancias que llevaron a que en esta región se concentraran tan grandes haciendas ganaderas, y a que recuperaran las historias sobre la resistencia y la organización campesina entre los años 20 hasta los 60.

Los aprendizajes derivados de esos ejercicios de memoria debían contribuir a la formulación de acciones políticas como la recuperación de la tierra. Este enfoque fue denominado por Fals Borda “investigación-acción”.

LSA:

¿Qué proponía Fals Borda con su idea de la investigación-Acción Participativa (IAP)?

JR:

Más que una serie de técnicas, la IAP es una postura frente a las comunidades que se investigan. La idea es establecer una posición horizontal entre el investigador y el investigado, de modo que las comunidades que son investigadas participen también en la investigación y ellas mismas ayuden a decidir para qué se va investigar. En Colombia, muchas de las investigaciones que usaron ese enfoque tuvieron un énfasis en la recuperación de la historia de comunidades marginadas.

Fue el caso de Fals Borda, que fundó el grupo Rosca de Investigación y Acción Social. En todas las partes donde trabajó este grupo, la investigación tenía que ver con la recuperación de la historia, recordar la historia de líderes y lideresas campesinas en indígenas, y de los procesos de despojo. Fals Borda sostenía que entre teoría y práctica debía existir una relación dialéctica. Desde esa perspectiva, los investigadores se volvían activistas también. 

LSA:

Como cuenta en su libro, la IAP fue una entre otras metodologías que surgieron en el continente, entre los años 60s y 70s, y que tenían en común una visión del mundo social como parte de la investigación. ¿A qué estaban respondiendo estas metodologías latinoamericanas?

JR::

​​Las metodologías latinoamericanas de finales de los años 60s y comienzos de los 70s, estaban inspiradas en análisis marxistas sobre la desigualdad económica, fueron concebidas deliberadamente con un propósito emancipador y promovían la transformación radical mediante la cooperación política con movimientos populares.

Para esta época, varios intelectuales latinoamericanos cuestionaron las ciencias sociales positivistas generadas en el Norte global, las cuales, según decían, planteaban modelos que no eran aplicables a América Latina o a otras regiones del Sur global, debido a que prestaban poca atención a las dificultades estructurales que afrontaban sus habitantes. Tenían en mente el triunfo de la Revolución cubana y cierto auge revolucionario en varios países.

Entre los casos destacados está el pedagogo brasilero Paulo Freire, cuya metodología de conscientização [consciencia crítica] fue explicada en Pedagogía del oprimido [1970], que buscaba instruir a los adultos obreros y campesinos en formas de identificar las relaciones de opresión bajo las cuales estaban obligados a vivir.

Este tipo de metodologías basadas en la transformación social también florecieron, para la misma época, en África e India, y Fals Borda tenía contacto con muchos académicos de esos lugares. 

LSA:

¿Por qué Fals Borda decidió investigar sobre las luchas campesinas en el caribe juntándose con la Anuc? 

JR:

En ese momento las luchas campesinas eran muy importantes, y el ejemplo inmediato era el caso de la revolución cubana, que era de bases campesinas. En Colombia, la fundación del Incora y la reforma agraria era centrales, así que lo que hizo Fals Borda y su grupo fue escoger los sitios donde habían más luchas agrarias, en el país, y así fue que llegó a los departamentos de Córdoba y Sucre, precisamente en el momento en el que se estaba creando una línea más radical de la Anuc.

La elección del caribe no fue arbitraria. Esta región, entre las décadas de 1920 y 1960, fue escenario de la creación de ligas campesinas, cooperativas y otras organizaciones de agricultores que ponían en entredicho la autoridad de grandes terratenientes y gamonales. No obstante, el caos generado por La Violencia en la década de 1950 permitió a los acaparadores de tierra arrebatar parcelas ocupadas por campesinos minifundistas en el alto Sinú.

También tenía que ver con el hecho que él era costeño, así que sentía más sintonía con esa parte del país que con otros lugares.

LSA:

¿Cómo evalúa el efecto que tuvo el trabajo de Fals Borda y su grupo en la Anuc, y qué tanto se lograron sus objetivos respecto a la tenencia de la tierra?

JR:

La Fundación del Caribe, que fue el grupo que crearon para trabajar en Sucre y Córdoba, fue un grupo muy pequeño. Trabajó en hacer historias campesinas ilustradas en formas de cómics, dibujados por el ilustrador cordobés Ulianov Chalarka, para que pudieran leer los campesinos, pero más allá de esos actos, es muy difícil evaluar el impacto del grupo de Fals Borda sobre la Anuc.

Esto, en parte, porque el movimiento campesino era mucho más grande que ellos, y eventualmente algunos líderes terminaron peleando con Fals Borda, que sólo trabajó tres años en la asociación. Eso tuvo que ver con que hubo peleas internas en la izquierda, que se trasladaron a la Anuc, y con que Fals Borda era visto con sospecha por muchos sectores de izquierda. 

LSA:

¿Por qué era visto con sospecha?

JR:

De entrada, Fals Borda nunca se afilió con ningún partido de la izquierda. En esa época la izquierda la manejaban partidos relativamente pequeños y él no estuvo en ninguno de esos.

Ya desde su época como decano de sociología de la Universidad Nacional, tenía en contra a muchos estudiantes que lo tildaban de agente de la CIA por la financiación que consiguió de Estados Unidos para la Facultad, lo que terminó pasando en su salida de la universidad. En adelante, los proyectos de investigación que lideró eran independientes, y fuertemente financiados por la Iglesia Presbiteriana, a la que pertenecía.

En esta época, la teología de la liberación no sólo se daba en el catolicismo, sino en el Consejo Mundial de Iglesias, o sea, los presbiterianos, los episcopalianos, etcétera. Con esto quiero decir que la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos tenía un grupo considerable de miembros que lograron establecer citas con una fundación para financiar proyectos que tenían que ver con participación, con liberación, etcétera, en varias partes del mundo. Fals Borda consiguió bastante dinero por parte de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos, por lo que para algunos militantes de la izquierda eso lo hacía sospechoso.

LSA:

En su libro usted muestra que la IAP ha sido una herramienta muy influyente más allá de la figura de Fals Borda. ¿Cuáles han sido algunos usos más recientes?

JR:

 En 2013, en Montes de María, se hizo una caminata pacífica con un pliego de peticiones sobre educación, servicios sobre salud y la necesidad de crear una memoria viva del conflicto hecha por la gente y no por los funcionarios del Centro Nacional de Memoria Histórica. Para que la gente pudiera realizar la investigación, el Centro Nacional de Memoria Histórica dio entrenamiento a la gente utilizando la IAP. El resultado de este proceso se puede encontrar en el libro Un bosque de memoria viva.

Más allá de esa experiencia, el Centro de Investigación y Educación Popular, Cinep, un instituto jesuita de investigación, procuró conectarse con clases populares, las cuales eran consideradas por esa institución como actores revolucionarios con los cuales podían establecerse alianzas intelectuales y políticas. El Cinep ha venido empleando técnicas de investigación participativa en comunidades urbanas marginales desde comienzos de la década de 1970, e incentiva el uso de la IAP entre juventudes que viven en entornos urbanos y rurales en la Costa Caribe.

También, los investigadores del Centro Nacional de Memoria Histórica han empleado frecuentemente metodologías participativas, en consonancia con las pautas formuladas en un manual escrito por la antropóloga Pilar Riaño-Alcalá (2009), que enseña técnicas para la recuperación de la memoria histórica del conflicto, así que lo que comenzó con Fals Borda se ha convertido en toda una lección para este momento de la historia de Colombia donde la reflexión sobre la memoria se convirtió en una tarea de muchas instituciones nacionales.  

Soy la practicante de La Silla Académica. Estudio Literatura y Narrativas Digitales con una opción en Periodismo. Anteriormente trabajé en el departamento editorial de Perífrasis: Revista de Literatura, Teoría y Crítica.

Soy editor de la Silla Académica y cubro las movidas del poder alrededor del medioambiente en la Silla.