José Amar, profesor de la Uninorte y experto en el desarrollo de los niños, arroja luces para resolver el dilema de los colegios y de los papás de reabrir.
Varias alcaldías, como la de Bogotá, ya resolvieron el dilema sobre la reactivación de los colegios: por lo menos este semestre no los reabrirán.
Los colegios privados, que en principio cuentan con recursos y una infraestructura que podría cumplir con las normas de bioseguridad, aún lo están pensando, si bien una de las asociaciones más grandes, Andercop, se ha pronunciado en contra.
En el medio están los papás, quienes toman la decisión final de mandar o no a sus hijos al colegio y se debaten entre el miedo al contagio y la necesidad de reactivar su vida laboral.
La Silla Académica entrevistó a José Amar-Amar, Director de Centro de Investigación en Desarrollo Humano de la Universidad del Norte, quien lleva más de 40 años estudiando el desarrollo de los niños en situación de vulnerabilidad y tiene numerosas publicaciones como: “Educación infantil y desarrollo social”, “La función social de la educación” y “Crianza y desconexión moral en infantes”, con base en los cuales hacemos la entrevista.
Amar arroja luces sobre qué debería primar en este momento y cuáles pueden ser las alternativas a la no reapertura de los colegios.
La Silla Académica: Según cifras publicadas en el NYT, un argumento para que vuelvan a clases es que, en general, se contagian y contagian menos y es menos grave cuando se enferman. Desde el punto de vista de su desarrollo, ¿hay razones de peso para que vuelvan a clase?
José Amar-Amar: Yo empezaría por cuestionar las razones que tienen que ver con el nivel de contagio porque primero está el derecho a la vida.
Sobre el coronavirus hay muchas cosas que no se saben. Algunos estudios señalan que en los niños la Covid puede generar un síndrome de inflamación de la piel, los ojos, los vasos sanguíneos y el corazón, parecido a la enfermedad de Kawasaki.
Si bien tienen menos probabilidades de contagio no sabemos si eso cambie al estar en grupo, además del riesgo que pueden representar para la salud de sus profesores, padres, abuelos y cuidadores, en general, que viven con ellos.
Los niños, además, han estado más encerrados que los adultos durante la pandemia, porque es más fácil no dejar salir a un niño que a un adulto, así que las cifras pueden tener el sesgo de que han estado más cuidados. Y en cualquier caso, no conocemos las secuelas que deja la enfermedad porque la investigación científica se ha concentrado sobre todo en el desarrollo de la vacuna.
L.S.A.: Usted es un estudioso de los siete primeros años de vida de una persona. Se ha insistido mucho en la necesidad de socialización ¿cree que un año por fuera de clases dejaría huellas irremediables en el desarrollo de los niños?
J.A.A.: Los siete primeros años de vida son el período en que se construye el diseño, la arquitectura del ser humano. Es la etapa en que el cerebro está en mejores condiciones para captar todo lo que ocurre en el ambiente.
Después de los 10 años podemos obtener varios títulos de doctorado pero nuestras capacidades cerebrales no aumentan radicalmente. Aprender una lengua extranjera entre los cinco y los nueve años es fácil. Después la aprendes, pero lo haces con la entonación del español que es nuestra lengua nativa.
Son ventanas de oportunidad o momentos críticos para desarrollar las capacidades cognitivas (del pensamiento), afectivas (de los sentimientos y emociones) y psicosociales (de la relación con los demás).
L.S.A.: Siendo así, ¿podríamos pensar en huellas irremediables?
J.A.A.: No hay evidencia científica que sustente que si los niños no vuelven al colegio este resto de año no van a poder retomar el próximo la vida escolar o que lo que perdieron este año, lo que dejaron de aprender, no lo van a recuperar.
En el 2010, producto del desbordamiento del canal del Dique en el Río Magdalena, se inundaron cerca de siete municipios en el sur del Atlántico y mucha gente lo perdió todo.
Para los niños fue dramático porque perdieron también su perro, su gallina, sus juguetes, que aunque parezcan algo menor, tenían un significado muy importante. Lo que comprobamos con esa investigación que duró como tres años, es que los niños tienen una capacidad de resiliencia mayor que los adultos para recuperarse de las condiciones adversas. En algunos casos termina, incluso, siendo una ganancia porque aumenta su valía propia al superar la prueba.
En la situación actual hay pérdidas en todos los sentidos. No sólo en el económico, sino en la calidad de las experiencias: se ha reducido nuestro grupo de interacción, ha habido cambios en los códigos de comportamiento, el sistema comunitario se ha debilitado y, por supuesto, se ha visto afectado el rol que cumple el colegio en la socialización de los niños.
Si al cabo de un año no dieran con una vacuna contra el coronavirus o con un medicamento para que la enfermedad no fuera tan grave, habrá que pensar en alternativas más drásticas.
Pero soy optimista, en psicología social hay una corriente que es la naturalista que supone que la naturaleza pone orden a todo.
L.S.A.: En sus artículos usted destaca cuatro actores importantes en el desarrollo de los niños: la familia, el colegio, la comunidad y el Estado. La contrapartida de las clases virtuales es que los estudiantes están más cerca de sus padres ¿qué efectos tiene esto en su desarrollo?
J.A.A.: Con todo lo importante que puede ser la escuela, ninguna enseñanza es tan penetrante y persistente como la de los cuidadores primarios. Ellos son las fuentes de estímulo más preciadas y el tipo de afecto que le dan a los niños es lo que en buena medida va a determinar su vida.
Ningún niño se parece al director del colegio
Ningún niño se parece al director del colegio, en cambio muchos rasgos de su personalidad tienen que ver con la relación que han tenido con sus padres y lo que han aprendido de ellos.
A los padres les ha tocado volver a ciertas formas tradicionales de asumir la responsabilidad sobre los hijos y aún con lo difícil que ha sido para ellos, algunos niños están contentos de tener a sus padres en casa porque antes los veían poco.
A eso se suma que en Colombia las cuidadoras han sido predominantemente las mamás, pero ahora también hay unos papás encerrados que han tenido que hacerse cargo.
Los colegios deberían hacer un esfuerzo grande capacitando a los padres en juegos dirigidos (que tienen una intencionalidad) dado que a edades tempranas son la práctica más formativa porque a través de ellos los niños aprenden, se proyectan e interiorizan normas básicas para vivir con otros.
L.S.A.: Otra razón a favor de que los niños vuelvan al colegio tiene que ver con la reactivación económica ¿qué ha implicado la escolarización de los niños bajo esta perspectiva?
J.A.A.: Los hogares y escuelas infantiles se masificaron después de la Revolución Industrial porque los papás empezaron a salir a trabajar.
No surgieron para mejorar la calidad de la educación del niño sino para compensar la ausencia de los cuidadores infantiles en el hogar.
Una profesora de preescolar que tiene entre 12 y 16 niños a cargo, por buena que sea, nunca podrá darles lo mismo que sus cuidadores primarios.
Algunos niños están contentos de tener a sus padres en casa porque antes los veían poco
Es una mirada tradicionalista, pero ese fue el origen. Pero algunos países desarrollados han buscado formas de promover que los padres vuelvan a pasar más tiempo con sus hijos sobre todo a edades tempranas.
Tras un estudio realizado en Suecia en el que se encontró que los niños pasaban entre 20 y 30 horas más al mes frente a un televisor que con sus papás, se amplió la licencia de maternidad para que los primeros dos años de forma alternada, el papá y la mamá estuvieran en casa.
L.S.A.: ¿Qué cambios debería empujar esta crisis en términos de la metodología educativa y, sobre todo, para compensar el tiempo perdido?
J.A.A.: La educación es la gestora de cambios pero a la vez es la más conservadora de todas.
Esta pandemia nos hizo dar un salto brusco en el sistema educativo y pasamos rápidamente a una forma de educación a distancia que a muchos no les gustaba.
De hecho, el MinEducación suele poner muchas trabas para homologar títulos de programas a distancia y en algún momento le exigió al solicitante presentar el pasaporte para constatar la presencialidad en el exterior.
Del otro lado, hay posiciones radicales en contra de la educación institucionalizada como la del pensador austriaco Iván Ilich que dice: “todo lo importante en mi vida lo aprendí antes de ir a la escuela, por fuera de la escuela y después de salir de la escuela”.
Sin irnos a los extremos, si yo fuera Ministro de Educación estaría coordinando con el MinTic la posibilidad de garantizar que los estudiantes en todo el país tengan un mayor acceso a internet de forma que puedan estudiar a distancia el resto del año -la Alcaldía de Bogotá ha estado promoviendo campañas para esto- y al mismo tiempo revisaría qué componentes del currículum académico se pueden reducir para enseñar lo esencial.
También garantizaría que nadie pierda el año por ningún motivo. Sería un doble castigo para los niños en medio de un sistema improvisado.
En Corea, que tiene el mejor sistema educativo del mundo, cuando un niño pierde el año o no está en posibilidad de pasar al siguiente, le abren un proceso al profesor porque su obligación era que el niño aprendiera y si tenía alguna dificultad, debía tomar las medidas pertinentes.
L.S.A.: ¿Dados los problemas en la calidad educativa que tiene Colombia, sobre todo, de los colegios públicos, cree que se justifica reabrir en las condiciones precarias de bioseguridad que tienen?
J.A.A.: Aunque considero que no se deben reabrir en ningún caso, es cierto que Colombia tiene uno de los sistemas educativos más segregados del mundo.
Es claro cuál es la escuela para el pobre y cuál es para el rico y eso ha producido una gran desigualdad cognitiva, aunque se aplican las mismas pruebas para medir a ambos.
Las facultades cognitivas son las herramientas mentales que un niño adquiere a través de la educación para desenvolverse con éxito en la vida: la capacidad de experimentar, clasificar, seriar, planificar.
¿Por qué un niño se da cuenta que un billete de 20 mil vale menos que el del 50 mil? porque tiene capacidad de seriación (menor a mayor) o porque puede clasificar: estos son iguales o diferentes.
Donde mayor déficit se ha encontrado en estudios sobre niños colombianos es en la capacidad de planeación, de anticiparse a los hechos, que bien podría ser una característica de toda la población colombiana.
Eso fue lo que encontró Rebeca Puche, una psicóloga colombiana muy importante, tras hacer un experimento que consistía en un juego con casas de diferente color ubicadas una tras otra, muebles de los colores de las casas y un camión, todos de juguete. El ejercicio consistía en pedirles a los niños que organizaran las cargas en el camión para entregarlas en las respectivas casas según el color.
Lo esperado es que acomodaran la carga de forma que dejaran a la mano la de la primera casa y la de la última, al final, o viceversa según el recorrido que decidieran hacer, para que fuera fácil descargar sin desorganizar.
La mayoría de los niños menores de siete años no hicieron bien la prueba. Luego la replicó en primaria y tampoco, y luego hizo una reunión con los profesores y les puso a hacer otro ejercicio de planeación y tampoco les fue bien.
Estoy seguro de que muchos niños que van a colegios públicos dadas las carencias que tienen no aprenden lo más importante ahí, desgraciadamente.
En ese sentido podría ser una ganancia que los niños de escuelas públicas puedan tener un acceso real a tecnologías.
L.S.A.: ¿Qué diferencia hacen?
J.A.A.: Lo que hemos encontrado en nuestras investigaciones es que la tecnología es potente para cerrar brechas en diferentes campos.
Con un proyecto que hicimos con dinero de regalías llevamos tecnología a cerca de 7 mil familias vulnerables en el Atlántico para que cuidaran mejor a sus hijos.
Previo a la intervención, el 67 por ciento de los niños entre 0 y 5 años tenía déficit cognitivo y comunicativo que de mantenerse así los condenaría al fracaso en la escuela primaria; tras ocho meses de trabajo, mejoraron los indicadores con solo mejorar la calidad del cuidado que los padres o cuidadores les daban.
No hay que hacer a veces unos esfuerzos grandilocuentes sino usar la ciencia en lo que se necesita.
En la línea del concepto de telemedicina nosotros acuñamos el de telecuidado.
A cada familia le entregamos material pedagógico -un libro con una serie de recomendaciones sobre el cuidado-, les dimos unos talleres para explicárselos y después de haber estudiado las costumbres que ellos ya tenían, desarrollamos una plataforma de mensajes de texto que enviábamos a sus celulares y que buscaban potenciar sus prácticas en torno a la salud, higiene y alimentación de los niños. Después les hacíamos seguimiento para ver cómo los aplicaban.
La idea ahora es entregarles la plataforma a las comunidades para que ellos mismos la administren.
Este es solo un ejemplo de lo que se puede lograr.
L.S.A.: Usted habla de la importancia de la interacción en la construcción de autonomía en los niños ¿Qué impacto tiene para los niños volver al colegio sin poder tener contacto físico?
J.A.A.: El impacto que tiene es que la labor de socialización y el valor comunitario de la escuela se pierde en parte con el distanciamiento social que tendrían que tener los niños y la imposibilidad de interactuar entre sí, el límite en la cantidad de estudiantes y las restricciones para que puedan moverse libremente y explorar el entorno, lo que es importante a edades tempranas.
Por eso también me parece que las ventajas de que los niños vuelvan ahora al colegio son limitadas frente al riesgo que corren para su salud y la de quienes los rodean.
En la coyuntura actual el aprendizaje no es lo más importante
Para lo que se tienen que preparar los colegios, en todo caso, es para que cuando los niños vuelvan, puedan superar el impacto psicológico que ya están teniendo por el encierro que genera muchos temores, lo que se conoce como “el síndrome de la cabaña”. En varias regiones de China, se calculó que el 10 por ciento de la población tras la cuarentena sufrió diferentes trastornos. Los niños, por supuesto, no son ajenos a eso.
Los niños necesitan educación, pero necesitan vivir. En la coyuntura actual el aprendizaje no es lo más importante.
L.S.A.: Mucho se ha hablado sobre el dilema de volver al colegio, menos de los retos en términos de contenido que impone la pandemia que ha mostrado grandes problemas de las sociedades contemporáneas. ¿Cuáles cree que deberían ser los cambios en respuesta a eso?
J.A.A.: Aunque suene idealista, tras la pandemia los niños y jóvenes van a ser más conscientes del valor de la naturaleza, que es una tendencia que ya está. El discurso ecológico va a coger mucha fuerza en quienes han vivido esta experiencia y no querrán repetirla. Aunque Trump culpe a China, la mayoría culpa a la degradación que hemos hecho del medio ambiente.
El discurso ecológico va a coger mucha fuerza en los niños que han vivido esta experiencia y que no querrán repetirla
La educación sobre todo en Occidente, como lo señaló el gran sociólogo norteamericano Robert Merton, ha estado muy orientada a un proyecto social basado en el individualismo, en la productividad, en el consumo y en la acumulación de riqueza, con un impacto muy negativo sobre la naturaleza.
Este poema popular muestra lo que ha sido la historia de muchas personas de mi generación:
“Ahí va Romero en ese ataúd/ en su juventud buscando dinero perdió su salud/ Ahí va Romero en ese ataúd/ en su senectud buscando salud perdió su dinero./ Y ya sin dinero y ya sin salud, ahí va Romero en ese ataúd”.
Los niños de ahora van a tener un modelo social diferente y la educación tendrá que responder a eso.
Para citar:
Amar-Amar, J. (1998). Eduación infantil y desarrollo social. Investigación y Desarrollo, 7, 1–17.
Amar-Amar, J. (2000). La función social de la educación. Investigación y Desarrollo, 11, 74–85.
Martínez González, M., Robles Haydar, C., Amar Amar, J., & Crespo Romero, F. (2016). Crianza y desconexión moral en infantes: Su relación en una comunidad vulnerable de Barranquilla. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 14(1), 315–330. https://doi.org/10.11600/1692715x.14121011214