Guillermo Quintero, Daniela Maldonado, Laura Ordóñez y Joris Lachaise.

El documental Transfariana (2023) está en sus últimos días en cartelera. Una película franco-colombiana que cuenta la historia de amor en la cárcel entre Laura Katalina Zamora, una mujer trans que paga una condena de 52 años en La Picota, y Jeison Murillo, el vocero de los prisioneros políticos de la guerrilla de las Farc que estaba negociando la paz con el gobierno en La Habana. 

Laura Katalina tiene la pena en prisión más alta para una persona trans en América Latina, y su historia en prisión refleja la discriminación contra personas trans en Colombia, el país con mayor registro de asesinatos de personas LGBTIQ+ en América Latina en 2022.

Para discutir sobre la situación de las personas trans en las cárceles, y sobre el lugar de estas identidades en la guerrilla de las Farc, La Silla Académica entrevistó a Daniela Maldonado, fundadora de la Red Comunitaria Trans, una organización dedicada a la defensa de los derechos trans en Colombia. A Joris Lachaise, el director francés del documental y a Guillermo Quintero, su productor. También a la profesora Laura Ordóñez, del departamento de Antropología de la Universidad del Rosario y autora del artículo: “Mujeres encarceladas: proceso de encarcelamiento en la penitenciaría femenina de Brasilia”, que alimenta esta entrevista. 

La Silla Académica: en la guerrilla de las Farc se decía: “aquí no hay hombres ni mujeres, aquí hay soldados de la revolución”. ¿Qué pudieron entender haciendo el documental sobre cómo esa visión afectaba las identidades sexuales en sus filas?

Guillermo Quintero: Eso de que no hay mujeres y hombres funcionaba en el discurso, pero no en la práctica. En la práctica, las Farc eran una organización muy discriminadora, muy estructurada en el seno del patriarcado. Nunca hubo una mujer en el secretariado de las Farc. Esa idea de que no había género lo que hacía justamente era borrar la diversidad sexual dentro de ese grupo, incluidos los cuerpos trans. 

Los imaginarios de la guerrilla de las Farc eran muy conservadores y rurales, y más en los temas sexuales. Por eso, como muestra el documental, los compañeros de Jeison se escandalizan cuando él, que era guerrillero, decide tener una relación con una mujer trans y lo excluyen del movimiento. Ahí se muestra el lado más reaccionario de las Farc.

Aunque también hay que reconocerles a las Farc que a partir del caso de Jeison, el secretariado aceptó revisar sus actitudes sobre el género de cara a la negociación de paz y lo reintegraron al movimiento antes de firmar el Acuerdo de Paz.

La Silla Académica: Laura, ¿estás de acuerdo con esa lectura de la guerrilla de las Farc como un movimiento que discriminaba a las minorías sexuales?

Laura Ordóñez: Sí. Aunque muchas de las mujeres desmovilizadas de la guerrilla de las Farc con las que he podido hablar repiten ese discurso de que no había hombres y mujeres, en la práctica, obviamente, sí había relaciones de desigualdad. Cuando uno iba desentrañando ese discurso veía prácticas como la planificación forzada de las mujeres, y claramente ahí había cosas muy machistas. Eso también les pasó a las personas de la comunidad LGBTIQ+ que entraron a esas filas. 

Debió ser muy duro, por ejemplo, para los hombres que se sentían identificados con una identidad de género femenina, pero les tocaba representar todos los días al mero macho, al guerrero, al fuerte, al violento. Un lenguaje corporal de la guerra para una persona que no quería representar el epítome de la masculinidad. 

No conozco el primer caso de una persona que tuviera una identidad trans aceptada al interior de las guerrillas. Hay una idea errada de que la izquierda, por ser progresista, no es machista u homófoba; claramente, ese no es el caso, y la relación de las Farc con estos grupos lo demuestra.  

Laura Katalina Zamora y Jeison Murillo en Transfariana (2023)

La Silla Académica: El documental Transfariana muestra en el personaje de Jeison Murillo a un crítico de esas actitudes dentro de las Farc. ¿Qué lecciones les dejó su activismo por la causa trans dentro de la guerrilla?

Joris Lachaise: En el personaje de Jeison se encarna un pensamiento crítico dentro del movimiento de las Farc, pues él ve todas las fallas que este grupo ha tenido en su discurso a través de los años. En una de las escenas dice que lo único que los guerrilleros le han aprendido al Che Guevara es a dejar abandonadas a sus familias. Él, antes que nadie, entiende las convergencias que hay entre la lucha de la revolución armada de las Farc y la lucha de las personas trans, pues ambos vienen de bases excluidas y marginadas en la sociedad. 

Las prostitutas trans, por ejemplo, como proletarias del sexo, encuentran una cercanía mayor con las Farc que con algunas figuras de buena familia de la comunidad LGBT que no venían de contextos de exclusión tan grandes. Alrededor de 2016 hubo una convergencia de luchas entre las Farc y la comunidad trans que permitió reformular las preguntas políticas de la izquierda sobre cómo luchar contra la opresión social. 

Jeison es capaz de salirse del dogma y eso le permite, por ejemplo, abrazar la causa de Yurani, la mujer trans que entró como un guerrillero, hizo su transición en la cárcel y era excluida dentro de las Farc. La historia de Jeison muestra la posibilidad de hacer la revolución dentro de la revolución en la guerrilla. Lo revolucionario ahí es que dentro del movimiento se abra la posibilidad teórica, y real, del amor entre una mujer trans y un guerrillero.

Guillermo Quintero, productor, y Joris Lachaise, director de Transfariana (2023)

La Silla Académica: ¿Qué pudo entender de la violencia de las Farc contra las personas trans en la interacción de la Red Comunitaria Trans con los miembros de esa guerrilla?

Daniela Maldonado: Mucho del discurso de las Farc sobre el género tenía unas bases muy católicas. Tenían, por ejemplo, cantos a la Virgen María. Estas partían desde el miedo y el pecado, y ponían unas reglas sobre qué debía ser lo masculino y lo femenino. Hablando con miembros de la guerrilla, ellos me decían: “a nosotros nos enseñaron que sólo hay hombres y mujeres, y por eso había que exterminar lo que no entraba ahí”. 

Esa idea hizo que a muchas hermanas y compañeros trans les dañaran la vida, los sacaran de sus territorios, y así muchos terminaron en la ciudad donde también llegaron a otros espacios de discriminación y violencia. Salían huyendo del territorio porque la guerrilla los sacaba, pues era pecado y no era de Dios no ser hombres o mujeres, pero llegaban a una ciudad donde ser puta y travesti era otro pecado. 

La Silla Académica: Las cuestiones de género y de las minorías sexuales volvieron a aparecer en la mesa de negociación de las Farc y el gobierno Santos cuando la derecha cuestionó que el acuerdo amenazaba la familia tradicional colombiana. ¿Cómo interpretan esa manera de atacar el acuerdo de paz?

Joris Lachaise: La derecha conservadora, que se moviliza por millares en las calles para oponerse al Acuerdo de Paz, hace una doble oposición. Se posicionan en contra de la ideología de género y también del socialismo del siglo XXI. Al mismo tiempo no quieren que el país caiga en manos de los ateos y los comunistas, pero también que no caiga en manos  de los homosexuales. Hay una resistencia paradójica porque califican al Acuerdo de Paz y a la guerrilla de querer “mariquizar” a la sociedad colombiana cuando las Farc no habían sido precisamente un grupo que les diera cabida a esas identidades.  

Laura Ordóñez: Ahí se ve reflejado ese miedo homofóbico de la contaminación. De que la mariquería se le puede prender a las personas. Que se nos va a pegar a todos. La derecha utilizó ese miedo homofóbico para posicionar exitosamente una oposición política y así lograron movilizar distintos miedos alrededor del acuerdo que lo terminaron hundiendo en el plebiscito por la paz. Esos miedos no han dejado de existir en la sociedad colombiana y siguen vigentes en muchos sectores.

La Silla Académica: Laura Zamora, la mujer trans que protagoniza Transfariana, se encuentra en una cárcel para hombres. ¿Pueden elegir las personas trans a qué cárceles van? 

Daniela Maldonado: Desde 2016 las personas trans pueden elegir a qué cárcel quieren ir según su identidad de género. Esto se puede hacer desde que el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) emitió una reforma antidiscriminatoria al reglamento de los reclusos. Entre los beneficios está que las personas sean reconocidas con el nombre con el que se auto-reconocen, sin importar si corresponde con el nombre que aparece en los documentos de identidad.

La Silla Académica: ¿Qué violencias sufren en las cárceles colombianas?

Daniela Maldonado: Cuando una persona trans llega a un escenario como la cárcel, ya hay una historia larga de abandono y marginalidad que la lleva a ese lugar. Comúnmente, los trans se desempeñan en oficios altamente criminalizados y vienen de escenarios empobrecidos donde hay pocas oportunidades, y ahí se prestan más condiciones para que muchas personas trans terminen en las cárceles. Es el caso de lo que le pasó a Laura Zamora, que sufre esa triple criminalización por ser puta, por ser pobre y por ser travesti. Su condena tan alta no se explica solamente por su acción delictiva.

Ya estando en la cárcel, surgen unas necesidades de comida, de higiene personal, de ropa, que hace que muchas personas trans vean en el trabajo sexual la posibilidad de mantener una estabilidad económica dentro de la cárcel. Muchas saben que sus familias no las van a visitar ni tienen redes de apoyo que les puedan ayudar económicamente. Ante eso, muchas prefieren, como mujeres trans, estar en una cárcel de hombres donde va a haber más posibilidades de ejercer trabajo sexual o de hacer peluquería y así ganar plata. 

Es interesante que la cárcel es el sitio menos pensado para poder vivir el tránsito de las personas trans. Pero la cárcel termina siendo un espacio en el que muchas compañeras han transitado. Tal vez precisamente porque es un espacio lejos de las familias u otros círculos de coerción, entonces se puede allí hacer la transición, precisamente en un lugar que está pensado para disciplinar los cuerpos.  

Daniela Maldonado, fundadora de la Red Comunitaria Trans. 

Guillermo Quintero: Lo curioso es que Laura Zamora, al comienzo, estuvo en el Buen Pastor (una cárcel de mujeres), pero allá sufrió mucha discriminación y violencia, y por eso decidió salir de ahí y pedir que la trasladaran a la Picota, donde en todo caso también es discriminada. Este movimiento de una cárcel a otra muestra la dificultad que tienen estas personas con una identidad de género distinta a encontrar un lugar en los marcos institucionales. En ambos lugares las discriminan. 

La Silla Académica: Laura, en sus investigaciones usted ha planteado cómo la cárcel es a la vez un lugar que disciplina los cuerpos de los presos y un lugar que facilita la construcción de género. 

Laura Ordóñez: Un aspecto interesante, que no se conoce a menudo y que está en la historia de Brasil y de Latinoamérica, es que el surgimiento de las prisiones femeninas está marcado por una idea de que las mujeres tienen que estar separadas de los hombres justamente porque pueden pervertir a los hombres criminales. Inicialmente esa separación surge no para proteger a las mujeres, sino a los hombres. Históricamente las cárceles están pensadas como lugares masculinos, no están pensadas para las mujeres. 

También, las razones de la criminalización son históricamente distintas entre hombres y mujeres. Los hombres están más asociados al crimen, y las mujeres a la locura. A las mujeres las encarcelaban porque eran prostitutas, borrachas o desviadas. En ese sentido, las cárceles para mujeres eran lugares muy religiosos, tenían un carácter muy católico de prescripciones morales sobre comportamientos, usualmente sexuales, que estaban desviados. 

Eso se ve en las diferencias de criterios para recibir visitas domiciliarias, por ejemplo. Las mujeres tienen muchos obstáculos para recibir visitas íntimas. Tienen que estar casadas o demostrar que estaban viviendo con sus parejas por un tiempo o que es el papá de sus hijos. Hay muchos obstáculos, a diferencia de las cárceles de hombres, donde entran hasta prostitutas y donde, básicamente, si no permiten la entrada de visitas íntimas la cárcel la incendian en menos de una semana. 

Estas asociaciones ponen en riesgo a las personas LGBTIQ+ dentro de las cárceles porque se les considera agentes peligrosos, pues en el imaginario son promiscuos sexualmente, están enfermos y pueden llevar estos comportamientos maricas a otras personas. 

Pero también porque el hecho de que un cuerpo femenino esté en una cárcel de hombres lo hace vulnerable a ser sujeto del deseo masculino; como es un cuerpo femenino, así tenga pene, los hombres se sienten con el derecho de acceder a él porque lo desean o por razones correctivas, como cuando se escucha que las quieren violar para “quitarles lo marica”. 

También es muy importante contrastar cómo las relaciones de género al interior de las cárceles no pueden ser pensadas de la misma forma que fuera de ellas. 

La Silla Académica: ¿Qué ejemplos tiene de esto?

Laura Ordóñez: Es conocido que tanto en las cárceles femeninas como en las masculinas las personas se relacionan sexual y afectivamente entre sí, aunque no se asuman como homosexuales, por ejemplo. 

En etnografías que he hecho en cárceles de mujeres, muchas decían que eran heterosexuales cuando entraban a la cárcel, pero dentro de ella el hecho de relacionarse con mujeres muchas veces fue más satisfactorio y menos violento que con los hombres. Igual, cuando salen, muchas se siguen relacionando con hombres, pero se vuelven simpatizantes o entendidas de las relaciones homosexuales. 

En las cárceles de hombres es interesante ver cómo el mero macho puede llegar a tener relaciones homosexuales, pero eso no lo hace un marica dentro de la cárcel. Hay un estudio maravilloso de un autor que hace una etnografía dentro de unas cárceles en Costa Rica, y encuentra cómo existen unas categorías sexuales propias de la cárcel. Están los zorros, que son los que se pueden acostar, que son pasivos y se acuestan con los que tienen poder. Están los bulas, que son activos y que tienen roles de poder en la cárcel.  Más que unas categorías sexuales solamente, son categorías definidas por las relaciones de poder. 

El bula, el jefe, es penetrador, pero su virilidad y su masculinidad nunca está puesta en cuestión. La práctica sexual no necesariamente define la identidad de género en las cárceles. 

La Silla Académica: Daniela, tú decidiste lanzarte a la política como parte de la lista cerrada a la Cámara de Representantes por el partido Farc, en 2017, pero finalmente no entraste en la lista. ¿Qué lecciones sacas de ese intento de representación política trans desde el partido de los exFarc?

Daniela Maldonado: Yo no era cercana a los procesos políticos más básicos, como votar.  Votar para mí significaba exponerme a cosas como que había filas de hombres y mujeres. Entonces si mi cédula era de hombre me tocaba ser la travesti entre los hombres haciendo fila. Mi participación política era nula. Mi idea sobre el país era otra cosa, pues yo veía cómo asesinaban a mis compañeras a diario y cómo no se podía hablar del tema porque también te podían matar. 

Por otra parte, ningún partido político quería tener una persona trans entre sus listas porque eso era equivalente a hacerse mala publicidad y que nadie votara por ellos. Así que la aversión era mutua. 

Precisamente, fue el partido de las Farc el único que tuvo el interés en hacerme parte de la lista, y eso dice mucho sobre el tipo de sujetos que cabe dentro de la representación democrática. Me pareció del putas inicialmente.

Pero luego empecé a ganar visibilidad como figura trans y, en el barrio Santa Fe se dan unas prácticas paramilitares, de microtráfico y de violencia policial que me empezaron a preocupar por mi seguridad. En el partido tampoco me ofrecían garantías de protección.

Estaba también esta actitud en el partido de: “tenemos un travesti. Llegó la travesti. Siéntate aquí, pero quédate quietica”. Como que yo no quería caer en esa actitud tipo campaña Benetton de meter todos los colores. Es como cuando te invitan a una fiesta pero no te sacan a bailar, ¿para qué te invitan? Es la inclusión, pero a medias. Eso me hizo desencantarme y terminé saliendo de la lista. 

La Silla Académica: Si no fueron las utopías de la toma del poder por las armas, ¿qué es lo revolucionario para usted hoy?

Daniela Maldonado: Las travestis y las putas. Las niñas y los niños. Lo revolucionario sería revolcar esa idea construida de qué es ser un hombre o una mujer. Hacer eso es entender que hay otras formas de entender el placer, el cuerpo y la genitalidad sin ese miedo del pecado, sin esa idea de que sentir placer está mal. 

Actualmente estamos lejos de eso porque las identidades trans siguen viéndose como un hecho criminal. En esencia, te siguen viendo como un timador. Como alguien que quiere engañar a la sociedad, a ti y a la gente. Como si esto fuera un disfraz. Y eso es súper doloroso y dañino porque sigo siendo el pillo que quiero engañarte, y tú el listo que no se deja engañar, y por eso me tratas mal y me cargas con una cantidad de prejuicios. 

Soy editor de la Silla Académica y cubro las movidas del poder alrededor del medioambiente en la Silla.