En Colombia, la formación universitaria es más antigua que su historia republicana. Sus primeras instituciones de educación, como el Colegio Mayor del Rosario, fundado en 1645, comenzaron durante la colonia, y desde entonces han tenido una historia que se mezcla con la formación de las élites políticas y económicas del país.

375 años después, este rol contrasta con un fenómeno reciente de desaceleración de las matrículas en muchos programas de pregrado, especialmente en universidades privadas, lo que ha hecho más urgente la pregunta sobre si la universidad ha dejado de tener en las nuevas generaciones el atractivo y la promesa que tuvo para muchos jóvenes antes.

La Silla Académica entrevistó a Nathalia Urbano, profesora principal del programa de Sociología de la Universidad del Rosario. Ella es coautora del estudio “Jóvenes y aspiraciones de carrera: Factores asociados” (2021). A partir de su artículo y de la entrevista con ella, La Silla extrajo siete claves que ayudan a entender si la educación superior en Colombia se encuentra en crisis, y cuáles serían las posibles causas de esto. 

1. La crisis no es que los jóvenes no quieran ir a la universidad

A pesar de que en ocasiones se habla de una “crisis de la educación superior en Colombia”, ese diagnóstico hay que matizarlo con unas cifras de largo plazo. En las últimas tres décadas, el número de estudiantes en la educación superior se ha incrementado año a año.

Según el Sistema Nacional de Información de la Educación Superior del ministerio de Educación, en 1990 se encontraban matriculados un poco menos de 500 mil estudiantes en programas de pregrado. Para 2018 este número alcanzaba casi 2.3 millones, y, para 2022, la matrícula total en educación superior llegó a los 2.5 millones de estudiantes.

Pero no sólo son más los que entran a la educación superior, sino más los que quieren llegar a ella. Por ejemplo, de los estudiantes registrados en 2014 para presentar la prueba Saber (uno de los exámenes de final del bachillerato) el 97 por ciento aspiraba a seguir estudiando, y el 77 por ciento a hacerlo a través de estudios universitarios.

En 2022, un estudio de una consultora mostró que el 80 por ciento de los jóvenes bachilleres considera importante estudiar en la universidad y valoran los conocimientos que puede alcanzar ahí. “Para muchas familias la universidad es todavía el principal medio para lograr una inserción laboral y ampliar el capital cultural”, dice la profesora Nathalia Urbano.

Con todo, casi la mitad de los jóvenes del país todavía no llega a la universidad o a un programa de educación superior. La cobertura en 2021 llegó al 54 por ciento, un dato que todavía deja muchos jóvenes entre 17 y 21 años por fuera, aunque es mayor que la cobertura de hace 10 años, que era del 44 por ciento. 

2. Pero sí se ha desacelerado el ingreso a las privadas

Si bien el deseo de seguir estudiando de los jóvenes sigue muy vigente, y en números brutos hay un aumento, la tasa de matriculados va a la baja.

Desde 2017 se empieza a ver clara una tendencia de desaceleración de la matrícula, especialmente en universidades privadas. Cada año alrededor de 72 mil estudiantes menos ingresan, cuando antes tenían incrementos entre 50 mil y 70 mil estudiantes nuevos.

En cambio, los datos más recientes muestran un aumento en la matrícula de las instituciones públicas: de tener 1.1 millones de jóvenes en 2019, pasaron a tener 1.3 millones en 2021. Un aumento de cerca de 200 mil estudiantes.

Para la profesora Urbano, esta situación tiene sus matices: “La desaceleración no sucede con el mismo ritmo en todas las instituciones del sector privado. Muchas tienen estrategias para salir de las principales ciudades y llegar con oferta de programas a regiones. De los 2 millones 400 mil estudiantes matriculados en 2021, el 34 por ciento estaban en Bogotá, el 13 por ciento en Antioquia y el 7 por ciento en el Valle del Cauca. Es decir, más de la mitad de los estudiantes matriculados en todo el país se encuentran en la capital y en dos departamentos”.

“También le han hecho una apuesta para agrandar la oferta de formación virtual, que ha venido creciendo especialmente después de la pandemia. El tema de la calidad de esta oferta es un asunto aparte, pero sí son estrategias que han servido para aumentar las matrículas”, dice la profesora Urbano.

Para la analista, un factor evidente que está detrás de esta desaceleración tiene que ver con los costos de la matrícula en las universidades de élite, que en el sistema colombiano son también normalmente las que tienen mayores niveles de calidad:

“Estudiar en una institución privada, que sea acreditada y de calidad, es algo que muy pocas familias se pueden permitir. Y aquellas que tienen cómo pagar matrículas en estas universidades, prefieren enviar a sus hijas e hijos a otros países para cursar estudios universitarios”, dice. Los datos respaldan ese efecto de salida: mientras que 43 mil estudiantes entre 18 y 29 años salieron a estudiar en el exterior en 2014, en 2019 fueron más de 50 mil. 

3. Habrá menos jóvenes para llenar las universidades

El cóctel demográfico de la disminución de la mortalidad y las bajas tasas de fecundidad, que inciden en un mayor envejecimiento y descenso de la población joven es un reto existencial para las universidades. 

En Colombia, la base de la pirámide poblacional – que, en principio concentra la demanda actual y potencial a futuro de educación superior– muestra una fuerte tendencia a disminuir.

Esa realidad de la disminución de la población joven viene en conjunto con un aumento paulatino de la oferta de programas e instituciones, los cuales no recibirán una demanda suficiente de estudiantes en las siguientes décadas. Para la profesora Nathalia Urbano, esta es una oportunidad para replantear qué puede hacer la universidad para atender las necesidades de los jóvenes que no logran hacer la transición a la educación superior y a personas de otros grupos etarios.

“No es que vayan a faltar jóvenes, porque sigue siendo cierto que alrededor de la mitad de ellos todavía no logran hacer la transición a la universidad. Entonces la pregunta es cómo desde las universidades privadas se puede ampliar el foco para que más estudiantes entren al sistema educativo de alta calidad. Algunas universidades privadas siguen muy orientadas en ofrecer sus programas a estudiantes con recursos, y que suelen venir de familias que tienen pocos hijos. La amenaza demográfica lo que hace es acelerar la necesidad de que las universidades repiensen cuál es su audiencia actual, y cuál es la que pueden atraer en el futuro”, dice. 

4. No es sólo un problema colombiano

En Estados Unidos se reportan caídas de 2,9 millones de estudiantes respecto al último pico que tuvieron de matriculados en 2011. En América Latina, Cuba y Puerto Rico muestran un decrecimiento de las matrículas y Chile no cree en sus matriculados. Aunque hay algunas excepciones, como Argentina, donde las tasas de matrículas crecen a un ritmo lento, pero con un sistema de cupos públicos más amplio.  

Algunas encuestas muestran que los jóvenes están buscando en las universidades un tipo de instituciones que no sólo los formen, sino que también les ayuden a abordar temas que les preocupan. Un documento publicado por la Unesco, en 2022, mostró que jóvenes de 43 países consideran que para que la educación superior satisfaga sus necesidades, debe ser accesible, innovadora y de alta calidad, así como abordar cuestiones de sostenibilidad, cambio climático, ser equitativa e inclusiva.

La profesora Urbano interpreta esta encuesta: “Para los jóvenes, la educación ya no se trata solamente de un medio para mantener o mejorar, a través de un título, cierto nivel de vida. Los jóvenes quieren estudiar, pero no solamente eso. La pregunta para las mismas universidades es: ¿cómo pueden pensar una oferta de formación con estas características que mantenga los estándares de calidad que ya conocemos pero que haga más de lo que están haciendo hoy?”, dice. 

5. Las humanidades no son el centro de la crisis

La caída en las matrículas de programas como sociología o antropología, en algunas universidades privadas élite, es otro fenómeno que se ha dado dentro de la caída general de matrículas. Los primeros semestres de estos programas lograron en los últimos semestres un ingreso de entre tres y cinco estudiantes, lo que ha preocupado a estas unidades académicas.

Sin embargo, también en este caso hay matices y no se puede hablar de una crisis generalizada en todos los programas de ciencias sociales y humanidades. Hay programas de sociología que están logrando inscripciones por semestre de 25 y 30 estudiantes, aunque con valores de matrícula que están al 40 por ciento del costo de las universidades de élite.

“Hay todavía un interés en estudiar sociología, no es el área de las ciencias sociales o las humanidades el que perdió su valor, sino que estudiar estas carreras en ciertas universidades resulta ser muy caro. Además algunas consultas recientes realizadas a jóvenes en varios países, indican que las ciencias sociales continúan estando en los primeros lugares de los intereses de formación”, dice Nathalia Urbano.

En cualquier caso, las ciencias sociales y humanas siguen siendo la tercera área de conocimiento con más estudiantes en la educación superior: 441 mil para 2021, sólo detrás de economía y administración, que tienen 768 mil estudiantes, y las ingenierías, que suman 644 mil. 

6. El perfil de riesgo: un hombre cuya mamá no terminó el bachillerato

En una investigación de la Universidad del Rosario que se hizo en conjunto con la Universidad de Toronto, se estudiaron los factores asociados a las aspiraciones de carrera de bachilleres en Colombia. El estudio concluye que entre hombres y mujeres jóvenes, los hombres son quienes presentan un porcentaje más alto entre aquellos que no aspiran a seguir estudiando.

Este porcentaje aumenta aún más cuando se trata de una persona cuya madre no terminó la secundaria: casi el doble de personas frente a aquellas cuya madre culminó este nivel educativo. A esto se suma un tercer factor, y son las personas categorizadas en Colombia como Sisben 1 y 2, que tienen mayor probabilidad de no aspirar a seguir estudiando o a preferir programas técnicos y tecnológicos.

En resumen, según concluye el estudio, ser hombre, tener peores condiciones socioeconómicas y venir de madres con menores niveles educativos, es el cóctel más duro contra la aspiración a continuar estudiando.

En esta investigación, indica Urbano, también se concluye que en estudiantes que en algún momento desertaron del sistema educativo aumenta la posibilidad de aspirar a continuar en programas cortos, pero no entrar a una formación de pregrado. 

7. No basta con ampliar los cupos

Para Nathalia Urbano, es necesario fortalecer la universidad pública como una solución para seguir ampliando el tránsito a la educación superior de muchos jóvenes, pero cree que no basta simplemente con ampliar cupos.

“¿Cómo lograr que estos jóvenes que transitan a la educación superior pública permanezcan y culminen su proceso de formación? El tema de la deserción académica es algo alarmante que deben revisar tanto las universidades públicas como las privadas”, dice Urbano.

Desde la universidad privada se necesita hablar de iniciativas nuevas de financiación de la educación. Es un trabajo de creatividad de las universidades que no debería depender de lo que haga el Estado, dice Urbano.

“Programas como Ser pilo paga, o Generación E fueron una forma de financiar las universidades privadas durante un tiempo, y, de hecho, la matrícula de muchas universidades privadas se mantuvo un poco a flote en medio de la crisis. Sin embargo, cuando estos programas se acabaron, se empieza a sentir nuevamente el golpe. Las privadas no pueden depender de esos salvavidas”, concluye. 

Soy la practicante de La Silla Académica. Estudio Literatura y Narrativas Digitales con una opción en Periodismo. Anteriormente trabajé en el departamento editorial de Perífrasis: Revista de Literatura, Teoría y Crítica.

Soy editor de la Silla Académica y cubro las movidas del poder alrededor del medioambiente en la Silla.