Las desafortunadas declaraciones de la Vicepresidenta son una oportunidad para cuestionar la razones que sustentan la división y la diferente valoración que se hace de las ciencias como lo muestran Diana Agudelo, Tatiana Andia y Alhena Caicedo, profesoras de la U. de Los Andes.

 

Las declaraciones de la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, del viernes y del domingo pasado, sobre las carreras de psicología y sociología, han dado mucho que hablar. En La Silla Académica las tomamos como punto de partida para abrir una discusión de fondo sobre qué tan válida es o no la diferenciación entre las ciencias a partir de los métodos para obtener el conocimiento que usan, del tipo de evidencia que arrojan, de la clase de aporte que hacen y de la distancia del objeto que estudian.

En el trasfondo de cada uno de estos criterios, hay ideas preconcebidas sobre la exactitud, la legitimidad, la utilidad y la objetividad del conocimiento. 

Diana Agudelo, directora del Departamento de Psicología, Tatiana Andia, Directora de Sociología, de la Universidad de Los Andes y Alhena Caicedo, profesora del Departamento de Antropología, a partir de ejemplos relacionados con los resultados de sus investigaciones cuestionan la menor valoración que muchas veces se le ha dado a las ciencias sociales con base en esos criterios que han servido para que muchos dividan las ciencias entre exactas e interpretativas, o duras y blandas, por ejemplo, con preferencia por las primeras.

1 La distinción entre ciencias blandas y ciencias duras por los métodos ya no aplica

Diana Agudelo
“Los métodos de investigación le sirven a un problema, no a una ciencia en particular”

No sólo las ciencias sociales usan más métodos cuantitativos sino que las ciencias naturales y la economía, en particular (hace parte de las ciencias sociales pero ha buscado “endurecerse” con el tiempo por los métodos que usa en buena medida), necesitan de métodos cualitativos como las entrevistas a profundidad para soportar las mediciones de un fenómeno y enriquecer los datos numéricos, es lo que se conoce como investigación basada en métodos mixtos según la explicación de Diana Agudelo, directora del Departamento de Psicología de los Andes, que cada vez hace más difícil sostener que hay una división tajante entre ciencias por los métodos que utilizan.

Lo que le da además el carácter de científico a un conocimiento es, entre otras cosas, el proceso de sistematización y, aunque, históricamente se ha pensado que solo se logra sistematizar cuantificando, estableciendo una tendencia porcentual, combinando variables, utilizando un prototipo o una ecuación, la evidencia indica que no es la única forma. La observación es también un método para obtener conocimiento sistemático o el análisis de discurso. 

El siguiente ejemplo muestra, justamente, esa mixtura que cada vez más hay en los métodos:

Agudelo y Diego Lucumí, con su grupo de investigación, están haciendo un estudio con pacientes que sufren de hipertensión arterial en Bogotá, Quibdó y Medellín para ver qué factores influyen en el control de la enfermedad que es el principal riesgo de muerte en todo el mundo. 

Cuenta que a partir de mediciones objetivas como los ingresos mensuales de los pacientes, el sexo, la edad y otras variables encontraron que no solo cuestiones tradicionales como la dieta, el ejercicio o los medicamentos, explican el control de la hipertensión, sino que otras condiciones como los medios de que dispone una persona, el nivel educativo, la raza, la cultura, también son determinantes. 

En Quibdó, por ejemplo, pasa algo particular. Allí la hipertensión está ligada a un alto consumo de sal y de todas las recomendaciones que hacen los médicos ésta es la que menos cumple la gente.

Para entender ese resultado las mediciones objetivas son insuficientes: “Esto nos obligó a hacer entrevistas a profundidad a partir de las cuales encontramos que detrás hay una historia ancestral de salar los alimentos para conservarlos pues no tuvieron nevera por mucho tiempo”. 

El hallazgo es importante porque las guías de atención integral del sistema de salud que recomiendan bajar los niveles de sodio, requieren trabajo con las poblaciones de la mano de profesionales, como los antropólogos, para modificar creencias arraigadas en la cultura.

2 La ‘cientificidad’ de un conocimiento está sobre todo ligada al poder

Tatiana Andia
“La ciencia también es el resultado de coaliciones de poder que hacen que la investigación fluya en un sentido y no en otro”

Según Tatiana Andia, directora de Sociología de los Andes, “una evidencia se considera más legítima muchas veces porque hay gente más poderosa detrás y más financiación”.

Así lo demuestran los resultados de la investigación que hizo Andia sobre el desenlace que tuvieron tres campañas que arrancaron en los 80 y terminaron a comienzos del siglo XXI, contra el tabaco, la fórmula infantil de leche materna y los fármacos.

La misma red transnacional de activismo de defensores de los consumidores estuvo detrás de las tres campañas, pero las coaliciones de expertos que armaron en cada caso fue distinta. 

Hoy es claro para todo el mundo que el tabaco es malo y mata. El éxito de esta campaña tuvo que ver con que los médicos que la apoyaron eran de las universidades y de los hospitales más top de EE.UU. y de Europa: “estudiaban y trabajan en el hospital John Hopkins o en Mount Saint de New York y llevaban décadas haciendo estudios longitudinales que mostraban los riesgos epidemiológicos macro del cigarrillo” cuenta Andia.

Esto se explica porque el tabaco afectó primero a los consumidores de los países ricos. Todo el mundo fumaba y de repente empezaron a tener ellos mismos o sus familiares cáncer de garganta y de pulmón y a morirse, así que impulsaron la investigación médica de los epidemiólogos más destacados y lograron que la Organización Mundial de La Salud adoptara un tratado antitabaco, siendo la primera vez que regulaba un producto, que obligó a los países a tomar las medidas que todos conocemos.

En contraste, para la campaña contra la fórmula infantil de la leche materna, los médicos europeos y gringos que estaban detrás era los que hacían trabajo en África, por el estilo de “Médicos sin fronteras”, que veían los efectos de desnutrición y muerte en los niños. 

Sus pruebas no eran los estudios longitudinales de los médicos anti-tabaco, sino la estadística descriptiva: estimaciones de porcentajes, que no resultaron suficientes para la élite médico científica. 

Por eso, según Andia, la campaña logró posicionar la idea de que la fórmula infantil no es tan buena como la leche materna, pero el resultado final fue una lista de buenos deseos no vinculante y el acuerdo de no hacer propaganda mentirosa.

La campaña que fracasó totalmente fue la de los fármacos. Detrás estaban farmacólogos de Berkeley que analizaron los vademécums de los países latinoamericanos y encontraron que había medicamentos que, por ejemplo, en EE.UU ya habían sido cancelados por sus efectos nocivos.

A pesar de la contundencia de esa evidencia, porque no lograron formularla a partir de estudios complejos sino tan solo del análisis de los vademécums, lo único que lograron fue un compromiso de autoregulación de los médicos. 

Lo que muestra este caso es que depende mucho cómo se empaquete el conocimiento científico para que sea creíble. El tabaco, la fórmula infantil y los fármacos como los del ejemplo, son todos perjudiciales para la salud y en los tres casos había evidencia de ello, pero sólo las del tabaco lograron el efecto esperado por el tipo de estudios que son más valorados y por las personas que los hicieron que se perciben como más capaces.

Uno de los fenómenos que muestra esto claramente dice Andia, es el de muchos de los descubrimientos de contaminantes en el mundo que, antes de que intervinieran científicos, los movimientos de personas afectadas  tenían la intuición de que algo malo estaba pasando, como pasó con el mercurio en el agua, el plomo en las pinturas o el asbesto en Colombia, y fueron ellos quienes hicieron presión para que se estudiaran los casos. 

3 La distinción entre ciencias útiles e inútiles no puede estar dada por su aporte a la producción

Alhena Caicedo
“En Colombia las ciencias sociales están relegadas porque no generan productos que inyecten la economía del país”

El censo es uno de los mecanismos a través de los cuales el Estado nombra las cosas y muchas veces si no te nombran no existes para las políticas sociales. Esto es lo que sostiene Michael Rodríguez-Muñiz, un investigador norteamericano que estudia los activistas que tratan de convencer a los inmigrantes latinos, muchos indocumentados, de que pese al miedo que les produce ser visibles para las autoridades, se dejen contar porque solo de esa manera el Gobierno sabrá cuál es su poder electoral, por ejemplo. 

Todas las poblaciones: los afro, los raizales, han peleado por tener una pregunta en el censo. 

En Colombia pese a haber sido un país predominantemente rural hasta hace muy poco, “los campesinos aún no han logrado eso” cuenta Caicedo, profesora del Departamento de Antropología de los Andes.

Lo que coincide, según ella, con el hecho de que el Gobierno Duque no aprobó la moción que hubo el año pasado en la ONU para que se adoptara una legislación que reconozca el sujeto campesino y con que en algunos planes de desarrollo “se recurre a eufemismos como pequeño productor rural o empresario agrícola en vez de la palabra campesino” afirma Caicedo.

“El Estado no sabe hoy cuántos campesinos hay en Colombia. ¿Cómo va a tener una política sobre lo que no tiene información?. El Dane mide la población rural pero no todos son campesinos. En el censo aparecen dentro de la categoría “población resto”. 

Algo que puede cambiar a partir del próximo censo gracias al aporte de la Antropología y otras ciencias sociales. 

Ante la presión de las organizaciones campesinas que han estado muy activas desde el paro de 2013, según Caicedo, y que se refleja en campañas como: “todo campesino cuenta”, se conformó recientemente una mesa de expertos cuya secretaría técnica está en manos del Instituto Colombiano de Antropología e Historia -Incanh que le está dando al Dane los lineamientos de qué es lo que tiene que medir más allá de la noción de poblador rural, por ejemplo, para poder incluir esas preguntas en el próximo censo y saber cuántos campesinos hay en el país. 

Este tipo de aportes de las Ciencias Sociales son los que ponen en cuestión que la utilidad de las ciencias solo se midan por su funcionalidad al aparato productivo nacional, a la industria del país. 

“Ese es el tipo de conocimiento que desde el Estado han promovido en los últimos 10 años personas que no hacen parte de las ciencias sociales”, concluye Caicedo. “Desde 2012-2013 ninguna convocatoria de Colciencias está dirigida exclusivamente o preponderantemente a financiar proyectos de ciencias sociales. En la Comisión de Sabios, por ejemplo, no hay ningún científico social visible. El Estado no debe avalar una forma de producción de conocimiento sino todas las formas de conocimiento”.

4 La pretensión de objetividad de las ciencias “exactas” es una ilusión

Diana Agudelo
“Si la ciencia la hacen sujetos el carácter subjetivo está implícito”
Tatiana Andia
“En las ciencias sociales es más visible la subjetividad, pero no implica que en las otras no haya y sea incluso más difícil de rastrear”

La dificultad para entender las ciencias sociales como ciencias tiene que ver con los fenómenos que estudia. “En la lógica de la ciencia positivista el conocimiento debe ser exacto y aséptico: libre de la intervención del investigador: de sus convicciones y sus prejuicios”, dice Agudelo. 

Los científicos sociales, por definición, están más cerca de lo que estudian.  Por ejemplo, “es difícil que alguien que está analizando la exclusión social no tenga una opinión a partir de su propia experiencia, o de que alguien que está evaluando a una persona con autismo, no genere una conexión con ella”, explica Agudelo.  Esto ha dado lugar, incluso, a métodos de investigación como la acción participativa que parte del involucramiento del investigador y también a una amplia reflexión sobre las limitaciones que tiene los científicos. 

Esto también pasa con la economía, dice Andia, que es una disciplina que se precia de científica en un sentido distinto al de otras ciencias sociales pero que también tiene su principal fuente de información en las personas y en la sociedad “lo que pasa es que hay más distancia entre quien opera el dato y la fuente”. 

Los datos que la economía usa son casi siempre el resultado de una encuesta, la Encuesta Nacional de Hogares, por ejemplo, o del censo mismo:

“Cuando un economista está corriendo un modelo, tiene una fila con la identificación de una persona o una familia, según el caso, y luego una columna con variables. Como está tan lejos de ese dato, puede borrar variables porque son irrelevantes e individuos porque no cuadran, y ¡eso es muy subjetivo!”, explica Andia, que es economista. “El ejercicio más violento de la economía es limpiar la base de datos, que literalmente es eliminar todo lo que no cuadra. De pronto no es un error, sino un ser humano que no cuadra”.

La cercanía que tiene el sociólogo, en cambio, le impide comportarse de la misma manera. Puede que no termine incluyendo una persona que no encaja en las categorías de análisis pero le queda más difícil hacerlo.

La otra idea que sustenta que ciencias como la economía sí sean percibidas como exactas es que sus resultados son reproducibles. Algo que también cuestiona Andia, porque puede que si se toman los mismos datos y se corre el modelo el resultado sea igual, pero lo que se omite es que “no es reproducible volver a encuestar a la misma gente, hacerle las mismas preguntas y limpiar la base de datos de la misma manera. No es reproducible como no lo son las ciencias sociales porque siempre los investigadores toman sus propias decisiones”. 

En últimas, la confiabilidad que es una cualidad que parece haberse reservado a las ciencias que se perciben como más exactas porque usan predominantemte métodos cuantitativos, por ejemplo, también es limitada: 

“Las ciencias sociales son más transparentes porque están más cerca de la gente que estudian, uno está como más desnudo. Uno de tus entrevistados se puede quejar de que lo malinterpretaste. En cambio, concluye Andia, para llegar a que un economista hizo un supuesto mal, hay que empezar por entender cuál fue el ejercicio que hizo”.

Soy la editora de La Silla Amazónica desde 2024 y estoy a cargo del Curso de Inmersión de La Silla. Fui la editora del Detector de Mentiras desde mediados de 2022 hasta 2023. Y previo a eso fui la editora de La Silla Académica desde 2017, un espacio que creamos con Juanita León para traducir periodísticamente...