Presentamos la introducción del libro “10.000 Horas en La Silla Vacía: periodismo y poder en un nuevo mundo”, el libro que escribió Juanita León por nuestro cumpleaños de diez años y que salió en librerías esta semana.

as marchas iniciadas el 21 de noviembre de 2019, convocadas por el denominado Comité Nacional de Paro, en contra de las políticas del presidente Iván Duque, habían sido el bautizo político para los periodistas más jóvenes de La Silla Vacía, quizás como lo fue la Ola Verde para los que bordeaban los 30 en 2014, y la Asamblea Nacional Constituyente para mí, y muchos de los que nacimos en los setenta. Todos estaban convencidos de que después de esa movilización masiva de la ciudadanía, el país ya era otro.

Era el 7 enero de 2020. Me volvía a reunir con todo mi equipo después de un año y medio sabático en Oxford, Inglaterra, durante el cual escribí gran parte de este libro, y pude leer y reflexionar sobre La Silla en la distancia.

Me había ido justo después del triunfo de Iván Duque a la Presidencia, tras una intensa y polarizada campaña electoral que habíamos cubierto minuto a minuto, desde el Caribe, el Pacífico, los Santanderes, el Sur, Antioquia y Bogotá, y durante la cual fuimos atacados duramente por militantes de izquierda y de derecha, desatando en el equipo, y sobre todo en mí, una intensa reflexión sobre lo que debía ser un medio en pleno siglo XXI en Colombia.

Cuando La Silla nació, en 2009, como un medio nativo digital, pionero en América Latina, menos del 2 % de nuestras visitas venían del celular. Hoy, con casi un millón de usuarios únicos al mes, más del 75 % nos consultan desde los móviles. En esa época, Facebook y Twitter apenas se estrenaban en Colombia. Instagram no existía. Ahora, la mayoría de personas empiezan y terminan su experiencia informativa en alguna de las redes sociales.

La Silla surgió cuando la mayoría de medios tradicionales de la región veían Internet como una mera plataforma para distribuir sus impresos y no anticipaban la gran amenaza que sería para su modelo de negocio. El debate para ellos ahora es erigir muros de pago o agonizar.

Los dilemas para los medios nativos de Internet no son menos existenciales. El debate público ha migrado hacia las redes sociales, un espacio que privilegia —casi que exige— filiaciones decididas (así cambien a la semana siguiente), en el que un periodismo basado en hechos y datos fríos es percibido, en el mejor de los casos, como tibio. Por el lado del negocio, la expectativa de que cuando la pauta siguiera a la audiencia hacia Internet, el modelo de sostenibilidad de los impresos se replicaría en la web, tampoco se cumplió. Aun así, el espacio que en 2009 La Silla ocupaba prácticamente sola hoy está poblado de medios digitales, de todas las tendencias ideológicas y calidades periodísticas.

Este libro aspira a documentar algunos de esos cambios que Internet ha desencadenado en el periodismo y la política en Colombia en la última década, a partir de la ventana que me ha ofrecido ser la fundadora y directora de La Silla Vacía desde su creación hace ya más de diez años, un período marcado por las redes sociales. Una revolución que le ha planteado dilemas trascendentales a la profesión del periodismo, tras casi un siglo registrando cambios drásticos en la sociedad, pero sufriendo muy pocos ella misma.

La transformación producida por Internet es tan profunda que, incluso, cuestiona pilares esenciales del periodismo, como el valor de la verdad, cuando entra en conflicto con el sentido de identidad de la audiencia; del lenguaje argumentativo propio de un texto, que riñe con el más emocional de los memes y los stickers, que condensan en una imagen un evento o un personaje y, a partir de allí, construyen narrativas difíciles de desvirtuar por artículos reporteados bajo los cánones tradicionales de la profesión; del concepto de relevancia, que compite con el de popularidad, definido por los algoritmos. O, incluso, de la importancia de registrar la memoria de una época, cuando el olvido es cada vez más protegido judicialmente como un derecho.

Las redes sociales han alterado la forma como mucha gente construye sus nociones de realidad, y, por ende, han tenido un profundo impacto no solo sobre el periodismo,sino también sobre la política. Durante la vida de La Silla, las redes permitieron que un personaje como Álvaro Uribe, con tan solo una cuenta en Twitter, pudiera armar la oposición más efectiva que ha existido contra un gobierno en Colombia; que Antanas Mockus, el exalcalde de Bogotá que venía de una seguidilla de estruendosas derrotas electorales, pudiera protagonizar alrededor de Facebook una ola de entusiasmo sin precedentes entre los jóvenes urbanos en la campaña para la Presidencia de 2010; que un joven zanquero en Santander, apoyado por una página web que denuncia infracciones de tránsito, le quitara la curul en la Cámara de Representantes a un gamonal; o que una movilización en las calles, sin un liderazgo centralizado, pusiera contra las cuerdas al gobierno de Iván Duque. Las redes han desvalorizado a los intermediarios y han reducido las barreras de entrada a la política, con lo cual también han comenzado a marcar las horas finales del clientelismo en Colombia, abriéndoles paso a voces más independientes y, también, a nuevos populismos.

La Silla Vacía apenas supera los diez años, pero como la historia digital se cuenta en años de perro, quizás solo por su avanzada edad, escribir este libro no sea un acto totalmente presuntuoso. O no solo presuntuoso. Los periodistas nos enorgullecemos de escribir el primer borrador de la Historia. Sin embargo, la historia de la mayoría de nuestros medios, y del periodismo que nos ha retratado desde que surgió la Gaceta de Santafé en 1785, no ha quedado ni siquiera en las libretas de apuntes de los periodistas colombianos. Enrique Santos se demoró hasta 2019 para contar la historia de Alternativa y aún nos debe la de El Tiempo, y Felipe López una sobre la revista Semana. Si ellos las hubieran escrito, así como Patricia Lara sobre la revista Cambio, seguramente me habrían evitado muchos de los errores que he cometido durante los años que he estado al frente de La Silla.

Contando con el privilegio de poderme dar un tiempo, escribir este libro significaba para mí profundizar un ejercicio de autorreflexión que inicié desde el primer año en un blog dentro de La Silla para contar los dilemas que enfrentamos, las discusiones interesantes de la sala de redacción, la explicación de nuestras metidas de pata, las decisiones que generan polémica en nuestra audiencia. Olga Lucía Lozano, con quien fundamos este medio, lo bautizó La Cocina de La Silla, porque desde un inicio yo quería que La Silla fuera transparente. Que se pareciera a las cocinas de los restaurantes modernos, construidas a los ojos de todos, sin temor a que los comensales vean cómo se preparan sus platos.

Este libro, que profundiza esas reflexiones, permite adentrarse en las entrañas de este medio y, en esa medida, los periodistas más jóvenes que lo lean se darán cuenta de que a veces el periodismo no es el oficio más bello del mundo, como decía el gran García Márquez, pero que siempre es uno lleno de vida.

La historia de La Silla Vacía que narro en este libro, a su manera, también es un relato empresarial. Como muchos otros emprendedores, yo arranqué con un sueño, con un capital semilla que me dio la Fundación Open Society y recursos de mi familia, y sin un modelo realista de negocio. Los primeros años fueron una sucesión de intentos fallidos por generar ingresos. Con el paso de los años, con el trabajo y las ideas de mucha gente talentosa, La Silla Vacía se ha ido convirtiendo en una empresa sostenible. Aunque, como muchas otras, en el vórtice de una gran transformación. Por eso, es posible que algunos emprendedores puedan sacar de este trayecto, si no lecciones, por lo menos la certeza de que vale la pena apostarles a las iniciativas en las que uno cree y meterles el esfuerzo que requieren.

Por último, este libro es el resultado de un fracaso personal. Fui a Oxford con la idea de escribir una novela; quería transformar una serie de cuentos de ficción que había escrito diez años atrás en una novela de amor que sirviera de pretexto para reflexionar sobre cómo nos ha cambiado la guerra a los que no la hemos sufrido, y sobre cómo conviven en Colombia la belleza y la violencia. Pero a medida que la escribía, me iba resignando a las limitaciones de mi imaginación y de mi vocabulario; escribir una novela no es un mero pasatiempo, implica otro camino, y yo estaba contenta con el que había escogido a los catorce años, cuando decidí ser periodista. La abandoné, entonces, y de esa novela que no fue, nació este libro.

Como en ningún lugar del mundo confluyen tan perfectamente el pasado y el futuro como en la Universidad de Oxford, donde hay poca tolerancia para lo perecedero, sentí que escribir en ese ambiente, apacible y nostálgico, un libro sobre de dónde venía La Silla nos permitiría acercarnos a su próximo destino.

Así, hoy hace diez mil horas*, comienza esta historia, en la que se mezclan la mía, la de La Silla Vacía, la del periodismo y la política de Colombia en la última década.

* En su libro “Fuera de serie”, Malcolm Gladwell dice que una regla para tener éxito es practicar una tarea durante diez mil horas, un umbral que La Silla Vacía ya superó y que tomo prestado para el título de este libro.