El discurso del 20 de julio del tercer año es, en términos prácticos, el último en el que el presidente es el verdadero protagonista. Ya que el año siguiente se sabrá quién será su sucesor, y si los colombianos votaron por el cambio o la continuidad.
El del tercer año, además, suele ser en el que el presidente fija las prioridades para lo que le resta de mandato y “pinta” el año que le queda generando una visión de futuro y un mensaje sobre el legado que espera dejar.
En este, en particular, tenía Iván Duque el reto adicional de interpretar dos episodios radicales que marcaron el año: la pandemia y el mayor estallido social que ha vivido el país en décadas. ¿Se sintonizó el presidente Duque con lo que el momento requería? Más con lo primero que con lo segundo.
En la primera línea de la pandemia
El Presidente hizo un reconocimiento explícito de las pérdidas que hemos tenido tantos colombianos con la pandemia. Hasta ahora el covid ha reclamado la vida de uno de cada 400 colombianos. Por lo menos una de cada 80 familias colombianas enfrenta un duelo por una muerte directa. Un dolor que hasta el momento no había sido reconocido tan explícitamente por el Presidente, salvo cuando murió por covid su ministro de Defensa, y amigo, Carlos Holmes Trujillo.
En medio de una enumeración larga de los logros de su Gobierno en alistar el sistema de salud para atender la pandemia —duplicar las camas de cuidado intensivo, pasando de 5.400 a más de 12.000; pasar de 1 laboratorio que procesaba mil pruebas al día a más de 160 que procesan más de 100 mil pruebas diarias, y haber aplicado 25 millones de dosis — Duque también reconoció el inmenso esfuerzo de todo el personal de salud.
“A esos héroes y heroínas de todo el sector de la salud, también los celebramos hoy y les decimos: Gracias, ¡gracias por ser la primera línea de la vida!”, dijo, reinterpretando el nombre de los grupos de jóvenes que han hecho resistencia, muchas veces violenta, a la Policía en las calles.
Fuera del balance en salud, el Presidente también mostró sus logros en la reactivación económica, incluyendo las ayudas a la nómina de 194 mil empresas, aunque duplicó la cifra que ha dado su propio Dane sobre el número de colombianos que gracias a los subsidios se evitó que cayeran a la pobreza. El Presidente habló de 4 millones, mientras el Dane ha dicho que son unas 1,8 millones de personas.
En su discurso, el Presidente interpretó el momento de la pandemia y ofreció una luz al final del túnel con sus promesas sobre terminar la vacunación este año.
Frente al estallido social, en cambio, su desconexión o negación es más evidente. Duque y su coalición tienen una favorabilidad menor al 30 por ciento en las encuestas más favorables. Durante las protestas murieron 47 personas, 31 en episodios donde organizaciones de derechos humanos, señalan la responsabilidad de la Fuerza Pública. Los abusos oficiales cometidos durante la protesta provocaron una visita de la Cidh y un informe en el que ponía en tela de juicio la democracia en Colombia.
“Noto una gran dosis de negacionismo en su discurso. Creo que a Duque y su círculo, y los intelectuales que lo respaldan les aplica el concepto de pensamiento de grupo: nadie se atreve a desentonar de la mirada positiva. No hay reconocimiento de errores”, dice Juan Gabriel Gómez, profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.
Duque, en ningún momento reconoció explícitamente estos reparos nacionales e internacionales. Su discurso se enfocó, no en los abusos de la Policía, sino en herramientas para luchar contra el “vandalismo”. Aunque incluye elementos para avanzar en la profesionalización de los uniformados, no reconoce el grave problema de legitimidad que tiene la policía, particularmente entre los jóvenes pobres.
“Nuestra Fuerza Pública está sujeta a los más altos estándares en materia de derechos humanos y, por eso, al tiempo, la respaldamos, la fortalecemos y le exigimos”, dijo en su espaldarazo más pronunciado. En el recinto las mayorías de la coalición del Gobierno aplaudieron de pie a los comandantes de las Fuerzas Armadas presentes durante el discurso, mientras algunos miembros de oposición les gritaron “asesinos”.
Contexto
El discurso de Duque jugó en esa polarización. No tendió ningún puente con ese país que está inconforme, que cree que la protesta es legítima y que no quiere al presidente ni a las instituciones que él representa. Cuando habló de “caminar hacia adelante escuchándonos mejor y hallando consensos”, limitó la discusión a la figura de los consejos de juventud, una figura de participación limitada y aún no ensayada.
“No quedarse a escuchar a la oposición revela su talante. Aún así, Duque se atreve a hablar de consensos. ¿De quiénes?”, se pregunta el profesor Gómez. En efecto, luego de terminar su discurso, el presidente se retiró del recinto antes de los discursos de la oposición.
Y, al mencionar las elecciones que se avecinan, donde la oposición, en cabeza de Gustavo Petro, aparece punteando, Duque hizo una invitación provocadora: “digámosles no a los promotores del odio, evitemos el camino fácil para obtener placeres momentáneos, que dejan cicatrices eternas”. Este tipo de críticas las extendió a la Cidh, a la “anarquía” en la protesta, y al costo de los bloqueos.
Y una vez más, Duque demostró el hombre conservador que es. Arrancó invocando a Dios y a la Virgen de Chiquinquirá (pese al fallo de la Corte que se lo prohibió). Demostró la fe que tiene en el uso represivo de la ley: dos de los logros que rescató de la pasada legislatura fueron haber creado nuevas penas, para los delitos ambientales y los violadores de niños. Finalmente, aunque mencionó varias veces el concepto de equidad, mostró que su noción no está asociada a cambios de fondo en el estatus quo.
Duque no ha tenido en los últimos tres años una visión ambiciosa sobre su gestión. Las mismas referencias grandilocuentes revelan poco más que una enumeración de programas y cifras. El parque eólico más grande de la historia; la inversión en educación, deporte y cultura más altas de la historia; la nueva reforma tributaria, “es el salto de desarrollo humano más grande de las últimas décadas”, dijo, de una reforma que no es la que el Gobierno propuso en primer lugar, y que en realidad esbozaron (y van a pagar) los empresarios.
A juzgar por lo que dijo en el discurso sobre lo que dejaría al final de su mandato, esa ambición tampoco la tendrá en el último año.
El paro sin impulso y la oposición dividida
Sin embargo, no es claro cómo estos vacíos de liderazgo y visión vayan a ser capitalizados. Las anticipadas marchas del 20 de julio, convocadas por el Comité del Paro, y la reunión de las primeras líneas, mostró el agotamiento de la protesta.
La mayoría de las concentraciones fueron modestas en tamaño. Y, si bien en su mayoría fueron pacíficas, los disturbios violentos regresaron a puntos en Bogotá, Cali y Medellín.
Justo en el día en el que los promotores de la protesta buscaban mostrar el poder de la calle para presionar por su agenda —ahora en el legislativo— la movilización social volvió a mostrar que se mueve con ritmos propios, difíciles de controlar y anticipar. El “combate épico” que anunciaron miembros de las primeras líneas tampoco se dio. Ni las infiltraciones subversivas anunciadas desde el Gobierno y la inteligencia policial.
La protesta en Colombia se activa en sus propios términos y parece esquiva a emparejarse con las coyunturas procedimentales de la política legislativa. De donde, además, surgen mensajes confusos desde los líderes de oposición. Como las fracturas profundas que explotaron ayer entre el movimiento que apoya a Gustavo Petro y el partido Verde.
El rompimiento se dio alrededor de la figura de Gustavo Bolívar, el senador de la Colombia Humana que apareció con casco y bandera al revés para apoyar a la primera línea que él mismo ha financiado. De acuerdo al Estatuto de la Oposición cada nueva legislatura se delega a un miembro de los partidos declarados en oposición para ejercer como vicepresidente del Senado. El turno era para Bolívar.
Sin embargo, los partidos de la coalición de Duque le cobraron su activismo con la primera línea y votaron en blanco. Su elección quedó en el limbo. Luego, en un acto que ha sido considerado una traición por el petrismo, el partido Alianza Verde, en vez de apoyar la posición de que Bolívar debía ser el representante de la oposición, propuso a su propio candidato, Iván Leonidas Name. En una segunda votación, de la cual se retiró la Colombia Humana, Name fue elegido, y la oposición quedó fracturada.
“Es una traición a las minorías. Aceptable en el Centro Democrático, pero jamás en el Partido Verde. Traición”, escribió Bolívar.
La movida fue liderada, según sus mismos copartidarios, por la senadora Angélica Lozano, aliada y pareja de Claudia López, la alcaldesa de Bogotá a la que Gustavo Petro le hace oposición en el Distrito. Y fue criticada incluso por algunos miembros del mismo partido Verde. El drama de la oposición terminó opacando incluso la elección de los presidentes del Congreso cercanos al Gobierno Duque, en la Cámara y el Senado, que fueron elegidos a pesar de tener varios cuestionamientos.
Una investigación de Cuestión Pública reveló que el nuevo presidente del Senado, Juan Diego Gómez, del partido Conservador, hizo un negocio con una persona que luego terminó en la lista Clinton. Y Jennifer Arias, la mujer más joven en llegar a la presidencia de la Cámara de Representantes, del Centro Democrático, tiene un padre condenado por homicidio y un hermano por narcotráfico.
Al final, la ambición limitada que presentó el presidente Duque en su discurso del 20 de julio se vio emparejada. En el Congreso, por los problemas de la oposición y los cuestionamientos de sus nuevas directivas, y, en la calle, por el agotamiento de la protesta.