En Colombia los lugares comunes también sirven para clasificar a las personas como si se trataran de especies en vías de extinción: “la clase dirigente”, “la gente de bien”, “los bien acomodados”, entre tantos otros calificativos que la sociedad parece imponer a personas sin que se sepa muy bien qué significa eso. Desde que comenzó la pandemia, el artista Diego Rueda —nació en Bogotá y estudió en la Universidad Nacional— se puso a reflexionar sobre eso y más cuando se dieron las protestas sociales. No quería tomar una posición política, ni personalizar un ataque contra alguien en específico, sino mirar por qué hay tanta falta de empatía -históricamente hablando- con los gobernantes de turno.

Sus obras son una especie de catarsis, imágenes de confrontación donde no hay rostros humanos, pero sí una “naturaleza política” expuesta a manera de zoológico si se quiere. ¿Acaso qué es la clase dirigente? ¿Es como si fuera una especie humana diferente? La naturaleza es un tema constante en su obra y se interesa por las múltiples formas en que se manifiesta desde las estructuras, los comportamientos, la sexualidad; pero también cómo la naturaleza se convirtió en parte de la agenda política. A pesar de que comenzó a trabajar sobre fotogramas de películas de cine -su tesis de grado recreaba en acuarela fotogramas de Taxi Driver, por ejemplo- la naturaleza ha sido una constante en su trabajo. 

Por eso, adicionalmente a esta obra que se exhibió en la Feria del Millón de Bogotá, su trabajo se refiere también a los paisajes. Por ejemplo, en acuarela recreó imágenes del páramo de Sumapaz. A simple vista se ve la belleza de un escenario apacible, esperanzador, pero en el que también se esconde la violencia en la que Rueda alude tácitamente a Los Cuadernos de la violencia. Memorias de infancia. De Villarica a Sumapaz, de Jaime Jara Gómez. Ahí un niño narra lo que vivió en carne propia en esas zonas que vivieron bombardeos y enfrentamientos con el ejército mucho antes de que comenzaran “oficialmente” las guerrillas y las autodefensas. En un tono conmovedor el libro relata una historia dramática mientras que Rueda, en acuarela, con una técnica amable a la vista, deje entrever belleza, y la certeza de que la naturaleza es ajena a decisiones políticas.

En 2018, en La feria del millón había presentado una paradoja más y eran paisajes que, desde lejos, lucían espléndidos, “bonitos”; pero que de cerca eran la recreación de fosas comunes que el artista había visto en imágenes de prensa. Es la reflexión de saber que la naturaleza está ahí y que simplemente la humanidad llegó a imponer otra cosa. En medio de la biodiversidad de “la magia salvaje” colombiana, se esconde algo más problemático. Dentro de lo exótico también hay relatos “exóticos” de la maldad. En obras diminutas, difíciles a primera vista, y que solo se entienden con una mirada cercana, detallada -como pasa en la realidad- es que el espectador puede reconocer lo que pasa. De lejos- nuevamente como la realidad- todo parece plácido.

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