Fernando Escobar nació en Bogotá. Sus prácticas de derecho en la Universidad Libre lo llevaron a Altos de Cazucá y al municipio de Soacha cuando tenía 19 años. Ya lleva 20 años allí. Se quedó trabajando con organizaciones sociales a pesar de la violencia que todos los días asusta a los habitantes de estos dos lugares. Su trabajo no es simple: defender los derechos humanos en Colombia. Muchos creen tener motivos para matarlo, pues como consecuencia de sus denuncias se desbarató un macabro negocio y se destapó el escandalo más grande al interior de las Fuerzas Militares, el de los falsos positivos.

“Cuando se supo que los desaparecidos de Soacha estaban en una fosa en Ocaña, las autoridades se escandalizaron, pero nunca se imaginaron la magnitud del tema”, Fernando Escobar. Foto: Laura Rico Piñeres
En octubre de este año la Personería de Soacha lanzará la segunda parte de la campaña que busca prevenir el reclutamiento ilegal de menores de edad.
Hasta el momento hay 52 militares implicados por los 19 homicidios de Soacha.
Las madres de Soacha han formado un grupo de apoyo para no olvidar a sus hijos y dar a conocer sus historias.  

Fernando Escobar nació en Bogotá. Sus prácticas de derecho en la Universidad Libre lo llevaron a Altos de Cazucá y al municipio de Soacha cuando tenía 19 años. Ya lleva 20 años allí. Se quedó trabajando con organizaciones sociales a pesar de la violencia que todos los días asusta a los habitantes de estos dos lugares.

Este hombre pequeño, joven, de cabello negro y lacio, que sonríe constantemente, es el Personero de Soacha. Su trabajo no es simple: defender los derechos humanos en Colombia. A finales del año pasado una carta de amenaza llegó a su oficina. Fue la primera que recibió y ya van tres.  Por eso  varios escoltas no lo pierden de vista, ni en su casa, ni en su trabajo, ni cuando quiere estar solo. Muchos creen tener motivos para matarlo, pues como consecuencia de sus denuncias se desbarató un macabro negocio y se destapó el escandalo más grande al interior de las Fuerzas Militares, el de los falsos positivos.

Recorrer las calles de Soacha, hablar con los jóvenes, con las señoras, y con los niños, le enseñó a Escobar a querer  a estas personas y a compartir sus problemas. Pronto su preocupación era una sola: el reclutamiento de niños y jóvenes. No se sabía muy bien para qué se los llevaban. Pero Escobar compartió la tragedia de muchas familias. Se dio cuenta que todos los días había un desaparecido. “Que pasó la camioneta con vidrios polarizados y se lo llevó, que se lo llevaron para la guerrilla, que la policía se lo llevó y no aparece”, eran las quejas de las madres.

Los habitantes de Cazucá y Soacha aprendieron a vivir con el dolor del reclutamiento y con el temor a denunciar. Pero a pesar del miedo, Escobar empezó desde 1997 a recopilar información de las desapariciones. Organizó una carpeta con los casos. En el año 2000 denunció ante Policía y el CTI  el reclutamiento de jóvenes y menores de edad en Soacha y Cazucá. No tuvo éxito.

Pero insistió. No se cansó de recopilar las denuncias y los testimonios. Escobar guarda la historia triste de Soacha en su celular, donde tiene registro de fechas de reuniones, homicidios, desapariciones y denuncias.   
A la Personería llegó en marzo del 2008 y a finales de junio del mismo año se reunió con el asesor Presidencial José Obdulio Gaviria. Le llevó sus carpetas. En ellas mostraba evidencias de los casos de Soacha: muchachos desempleados, sin muchas oportunidades en la vida,  desaparecían. José Obdulio escuchó con reservas y tomó nota del caso. Para ese entonces, Escobar había vuelto a denunciar  ante las autoridades. “Pero decían que el personero estaba delirando”, dice Escobar. 

Sólo él  había logrado conectar los hechos, sabía que no estaba loco. Tenía indicios de que los desaparecidos estaban en Ocaña, pues otros jóvenes contaron de las propuestas de trabajo que les hicieron. Para ese momento desde la emisora la Voz de Ocaña se reportaban muertes todos los días, la gran mayoría en combate. 

Se destapa el escándalo

El 23 de septiembre de 2008 Escobar recibió una dolorosa noticia que le daba la razón.  Ese día, hallaron los primeros cadáveres de los  jóvenes desaparecidos en fosas comunes en Santander y Norte de Santander.

Cuatro días después en su despacho no cabían las personas que pedían ayuda. Una mamá, Luz Edilia Palacio, fue la primera en denunciar formalmente ante Escobar la desaparición de su hijo. Aún no estaba segura de que Jáder Palacio estaba en una fosa común en Ocaña, pero temía lo peor.  A partir de ahí las denuncias no pararon.

A principios de octubre todavía no era clara la participación de las fuerzas militares en la desaparición y muerte de los muchachos. Pero el 4 de ese mes, El Espectador publicó el artículo cuya fuente principal fue Escobar: “La guerra que pasó de agache”. Allí, el Personero alertaba sobre lo sucedido: el desplazamiento era el pan de cada día en Soacha, las “Águilas Negras” amenazaban a los jóvenes y los desaparecidos aumentaban.

El escándalo reventó. Era imposible mantenerlo más en silencio. El 30 de octubre en la mañana, Escobar estaba en la Plaza de Soacha acompañado de niños, madres y jóvenes. La campaña que preparaba desde marzo para prevenir el reclutamiento por fin era una realidad y la presentaba ante los habitantes del municipio: “No más niñez y adolescencia  reclutada”.  El mismo día y a las mismas horas, el presidente Uribe preparaba una esperada rueda de prensa, en ella anunció la destitución de 27 militares por los falsos positivos de Soacha.

Era un doble triunfo para Escobar. Aunque muy pocos episodios le han causado satisfacción en un año de malas noticias, ese día  sentía tranquilidad porque, por lo menos, ya era claro que no se había inventado esta historia que el país ya conoce:

Un nutrido grupo de militares montaron una empresa de la muerte en todo el país. Soacha, como meses después, dijo el relator de la ONU para las ejecuciones extrajudiciales, Philip Alston, fue solo la punta del iceberg. Algunos civiles se encargaban de convencer a los jóvenes de irse a algún lugar de Colombia a trabajar. En la mayoría de los casos el destino era el municipio de Ocaña, en Norte de Santander. Allí eran asesinados y mostrados como guerrilleros muertos en combate. Por cada muerto los soldados recibían de dos  a cuatro  millones de pesos.

Los casos de Soacha fueron 19 y las madres de estos muchachos se asentaron en la Personería que es, hasta ahora,  su segundo hogar. Escobar dispuso un salón, gaseosa y torta para que ellas se reúnan a hablar. Solo hablar les ayuda compartir el dolor  de perder a sus hijos.  Así lo hacen cada miércoles las que hoy se conocen como las Madres de Soacha.

Escobar se apersonó de su causa,  no solo quiere que superen su duelo, sino que trabajen y tengan  mejores condiciones de vida para ellas y sus familias. Ha recorrido diferentes empresas para buscar algún proyecto productivo en el que puedan participar, ya que son en su mayoría desempleadas o tienen trabajos inestables en casas de familia o cafeterías. Además, y al igual que la  mamá de Escobar, son casi todas, madres cabeza de hogar. Aunque  los empresarios todavía no han querido cogerle la caña a Escobar, seguirá insistiendo.    
 

Periodista Universidad de Antioquia.