Estas mariposas fueron hechas por las víctimas en uno de los talleres de origami que organiza el Albergue Solferino para ayudarles a sobrellevar el trauma de haber tenido que abandonar su hogar.. Foto cortesía de: Voluntarios de la Cruz Roja

Con la reducción en el número de desplazados que llega a Bogotá, la Alta Consejería ha podido invertir en mejores programas para ayudarles a superar el trauma por el que han pasado.

Gracias a que el número de desplazados que llega a Bogotá ha bajado drásticamente en los últimos años, en parte gracias al Acuerdo con las Farc, la Alta Consejería Distrital para las Víctimas ha podido transformar su atención de un refugio temporal, en el que se limitaba a explicarle sus derechos, a un hogar en el que inicia el proceso para superar su duelo y proyectar una nueva forma de vida.

Menos camas, más terapia

Desde 2008, el Albergue Solferino -ubicado en la localidad de San Cristóbal- es operado por la Cruz Roja (su nombre refleja el nacimiento de esa organización) y se encarga de la atención de los desplazados recién llegados Bogotá; antes de que sean reconocidos como tal por la Unidad Nacional de Víctimas.

Para la Alta Consejera para las Víctimas, Ángela Anzola, es positivo que sea la Cruz Roja quien los atienda, pues en las regiones ya tienen la reputación de ser neutrales en el conflicto y, así, pueden acoger con más facilidad a las víctimas de diferentes actores (incluyendo a las del Estado).

La mayoría de víctimas que llegaron a Bogotá fueron desplazados de regiones en donde se vivió la guerra en carne propia (Chocó, Bolívar, Antioquia, Caquetá y Valle del Cauca).

Solo desde 2000, de acuerdo al Registro Único de Víctimas, suman casi 500 mil personas, más que toda la población de la localidad de Usaquén.

Pero, a medida que el proceso con las Farc se fue consolidando, esa cifra empezó a bajar.  

En 2010 eran más de 17 mil. Luego, en 2013 y 2014, superó los 23 mil, en 2015 bajó a 13 mil,  en 2016 a 6 mil y este año, en el que hasta julio habían llegado 925 personas desplazadas, se estima que sumarán menos de 2 mil.

De estos 925, 608 se hospedaron en Solferino.

Hasta este año, la atención del Albergue se concentraba en darle a los desplazados un lugar para dormir, comer y conocer sus derechos. Pero, con la reducción de personas desplazadas, desde este año tiene un enfoque que puede ayudar a que la llegada a la ciudad sea más reparadora.

“Antes el Albergue era más como un hotel en donde los desplazados encontraban donde dormir y comer y los talleres que recibían eran más bien informativos. Ahora, tenemos un enfoque más terapeútico dirigido a la elaboración del duelo y a la construcción de un proyecto de vida en Bogotá”, nos dijo una funcionaria de la Alta Consejería que trabaja en el Albergue.

Para hacerlo, quitaron varios camarotes que necesitaban para poder alojar a 80 personas y pusieron camas sencillas en algunos cuartos. Con eso, aunque ya solo pueden dormir 50 personas, las familias pueden estar más unidas y mantener más privacidad, con lo que los desplazados tienen un choque menos fuerte al llegar a Bogotá.

Así, mientras que hace un año una familia que llegaba sin mamá tenía que dormir en un cuarto con otros hombres (los niños duermen con sus mamás en unos cuartos exclusivos para mujeres y niños), ahora pueden seguir durmiendo juntos y sin otras personas.

Además, como tienen que alimentar menos personas, en enero reajustaron el presupuesto para contratar a un personal más capacitado en la recuperación de duelo.

Así, mientras que antes los desplazados llenaban sus días con talleres liderados por un trabajador social y un psicólogo en los que les contaban cuáles eran sus derechos y cómo ejercerlos, ahora los talleres los dirige un terapista ocupacional, que se enfoca en ejercicios de manualidad (como mandalas, talleres de pintura y chocolatería) para ayudarles a canalizar el duelo de haber perdido su hogar y su núcleo familiar.

Este mural fue hecho en uno de los talleres que ofrece el Albergue por una mujer que fue víctima de una violación colectiva. Foto cortesía de: Voluntarios de la Cruz Roja.

También han reforzado los talleres para ayudarles a adaptarse a una nueva vida en Bogotá; hay de emprendimiento, de cómo hacer un a hoja de vida y de cómo moverse en la ciudad  (una vez hubo una señora que fue a una cita médica en un hospital y no pudo entrar porque no sabía cómo usar un ascensor).

Esa nueva atención lleva apenas unos meses y falta ver cuál será su impacto sobre la vida de las personas que siguen llegando desplazadas. Pero muestra que, aunque la violencia sigue y en regiones similares a las de antes, las nuevas víctimas que lleguen a Bogotá posiblemente tendrán mejores perspectivas que las de hace 5, 10 o 20 años.

Estudié Literatura y Filosofía en la Universidad de Los Andes y de ahí salí a hacer la práctica en La Silla Vacía. Cubrí Bogotá, el Caribe y, ahora, política y Congreso. @jpperezburgos