En su nueva entrada de blog, Teresita Goyeneche reflexiona acerca de lo que pasó en el Caribe el día del plebiscito.

Durante la ceremonia de los Premios Simón Bolívar, Ethan Zuckerman, Director para Medios Cívicos de MIT e invitado especial del evento, lanzó varias reflexiones provocadoras sobre los resultados del plebiscito en Colombia. Partiendo de la premisa de que los verdaderos ganadores en las urnas fueron aquellos que no salieron a votar, pidió que dejáramos de pensar en los abstencionistas como flojos y desubicados, y empezáramos a considerar los verdaderos rasgos de una generación que no confía ni en políticos, ni empresarios, ni en el ejercicio democrático, pero que hace política y gestión social a través de otros mecanismos e instituciones alternativas.

La reflexión es una mirada interesante, un enfoque esperanzador. Nos dice que no es que todo esté perdido, sino que estamos cambiando. Y eso sería un alivio, si una verdad como esa pudiera ser aplicada a nuestras formas y sistemas. Zuckerman mencionó la lluvia como un factor mínimo de los que motivaron la abstención. Pero no, en realidad fue una de las razones de más peso en la Costa Caribe, para que, con casi 20 puntos por encima del promedio nacional de abstención, no se votara. Casi el 80 por ciento de las personas aptas para decidir, no lo hicieron.

El tema pasó con algo de ruido en la prensa local y nacional. Se mencionó en análisis, se discutió en columnas y se usó en chistes que, una vez más, perfilaron al costeño promedio como un flojo que no sale a votar si no le pagan el voto. Pero el tema fue más grave que eso y pudo haber sido evitado. A miles de personas en departamentos como Bolívar, Magdalena, Atlántico y La Guajira, se les negó el derecho al voto porque a pesar de que el huracán Matthew hubiera sido anunciado días antes de las votaciones, éstas no fueron aplazadas.

Uno de esos miles es el abogado Fabian Figueroa, quien puso la única tutela sobre el caso que pude encontrar. Él y su novia salieron el sábado 1 de octubre en la mañana a Playa Blanca, Barú. Ya estando allá, el coletazo del Huracán Matthew, que se pensó en un principio se manifestaría con alguna cantidad de lluvia, rápidamente se transformó en tormenta, y no paró desde la noche del sábado hasta el final de la tarde del domingo 2 de octubre. Cuando pudieron salir de la isla y volver a su casa en Turbaco ya el resultado del plebiscito había sido difundido.

Ese día, algunas mesas no abrieron a causa de la lluvia, como la del barrio 20 de Julio en Cartagena y la mayoría de las de la alta Guajira, como informó el Ministro del Interior, Juan Fernando Cristo. Hubo inundaciones, deslizamientos y la amenaza en ascenso de un huracán que dos días después mató a 800 personas en Haití. Todavía hoy, un mes y tres días después, hay varias personas en la región que siguen damnificadas y no han parado de luchar con la lluvia que ha arreciado en las últimas semanas.

Figueroa presentó una acción de tutela el 10 de octubre contra el Consejo Nacional Electoral, la Registraduria Nacional y la Presidencia de la República de Colombia, en la que manifestaba los motivos por los que no pudo votar y buscando abrir una posibilidad para hacerlo.

Sin embargo, el Consejo Seccional de la Judicatura de Bolívar determinó que la tutela era improcedente porque Figueroa había viajado bajo su propio riesgo, a pesar de las alertas del IDEAM del huracán en potencia. También hubo pruebas de que la mesa de votación que se le había asignado recibió votos, es decir, estaba habilitada, y finalmente -y el motivo que realmente sorprende- no hubo otras denuncias oficiales que apoyaran el avance de esta petición. A pesar de conocer otros casos, nadie pidió reivindicación. Todos aceptaron su destino como si fuera irremediable.

Pero, ¿cómo es posible que nada de esto hubiera entrado en la planeación de una de las fechas más importantes de la democracia en Colombia? La paz, negociada y pactada a puertas cerradas durante cuatro años en La Habana, no sería decidida por los habitantes de la Costa Caribe y las altas esferas del poder nacional lo sabían.

Días antes del plebiscito se habló de los posibles estragos del huracán. En la misma respuesta a la tutela de Figueroa se manifiesta que había una alerta roja por un posible ciclón desde el 29 de septiembre hasta el 2 de octubre, declarada por el IDEAM. Durante las primeras horas del 2 de octubre, el senador Armando Benedetti, y gobernadores de la región, como Eduardo Verano y Dumek Turbay, pidieron el aplazamiento de las votaciones. Sin embargo, desde Bogotá apenas se emitieron algunos tibios llamados motivacionales a salir a votar “a pesar de la lluvia” que, por supuesto, tuvieron poco efecto en la población vulnerable, donde la necesidad inmediata respondía a salvar sus casas, sus pertenencias personales y en algunos casos, sus vidas.

En los últimos días y desde la publicación del Nobel de la Paz para el Presidente Santos, la exposición internacional ha sido inédita. Tanto él como los miembros de su gabinete hablan de defender nuestro derecho a la paz hasta sus últimas consecuencias, pero regresa la pregunta: ¿cómo creemos que esta paz nos incumbe, si no todos tenemos las mismas condiciones para ejercerla? Y, por otro lado, ¿cómo queremos participar en un momento de importancia coyuntural si nos acostumbramos a aceptar las derrotas sin siquiera librar las batallas?

Porque eso si hay que decirlo, los caribeños estamos acostumbrado a pagarle con plata de nuestro bolsillo las excentricidades personales a los políticos, a morir en la puerta de los hospitales porque las leyes no nos cobijan, a tener los peores resultados académicos de todo el país porque la inversión es nuestra educación es ripiada (y en el peor de los casos) usada con negligencia, a perder sistemáticamente y aceptarlo con un movimiento de hombros como si nada.

Creer que la abstención responde exclusivamente a un tema de contracultura, como señaló Zuckerman, o que ganaron los abstencionistas, es una de esas utopías que no nos deben deslumbrar. En el Caribe, derrotar a la sociedad civil está normalizado, y mientras nos dejamos hacer goles, miramos para otro lado y aplaudimos la marejada de elogios internacionales que elevan a los que insisten en pasarnos por encima. 

Internacianalista de carrera y periodista en oficio. Aspirante a Maestra en Escritura de No Ficción en la Universidad de Columbia.