Hoy comienza la dejación de las últimas armas de las Farc que culmirá el 27. Tanto en Tierra Grata, Cesar, como en Caño Indio, Catatumbo, reina la esperanza. Así incluso lo grabamos.
Hoy comienza el día de varios días en que los guerrilleros de las Farc terminarán de dejar todas sus armas y que culminará el 27 con una ceremonia en Mesetas presidida por el presidente Juan Manuel Santos y el jefe guerrillero Timochenko. Será una semana para llenarse de esperanza.
A pesar de que la bomba del sábado en el Centro Comercial Andino de Bogotá, el secuestro de dos periodistas holandeses en el Catatumbo y el miedo sembrado por el Clan del Golfo en todo el Pacífico nos recuerden que otros conflictos permanecen, esta semana se desarma la guerrilla que junto con las otras ha sido responsable de más de 24 mil secuestros, 343 masacres, 854 ataques a poblaciones, según los datos del Centro de Memoria Histórica.
“Estamos cerrando una página de la historia y comenzando a escribir otra”, dijo el guerrillero Pablo Catatumbo en su sentido discurso de La Elvira la semana pasada. “Nuestro compromiso con la paz es total y vamos a darlo todo por la construcción de ese país con el que soñamos”.
Ya las palabras les van ganando la partida a los fusiles de las Farc. Nosotros en La Silla Caribe y La Silla Santandereana así lo constatamos en dos de las zonas veredales en donde está concentrada esa guerrilla.
Un día para grabarse
Henry Suárez, del frente 41 de las Farc, quien ya dejó su arma, se encontró en nuestra grabación con Manuel Zuleta Londoño, un estudiante de la Universidad del Magdalena de 19 años que le entregó como objeto muy preciado un libro. Una imagen para guardar.
Es jueves 15 de junio en la zona veredal de la Serranía del Perijá a la que los nombres le hacen algunos guiños: se llama Tierra Grata y queda entre los municipios de La Paz y Manaure, en el Cesar. (Las Farc la rebautizaron como ‘Simón Trinidad’).
Hasta allí, en donde se concentran los frentes 41 y 19 del Bloque Martín Caballero, llegamos para grabar una sección del programa La Pepa, que La Silla Vacía hace en alianza con Canal Capital para desmontar las mentiras, y que será transmitido el próximo domingo a las 8.30 p.m.
Invitamos a 10 personas de la sociedad civil para que se encontraran con un grupo igual de guerrilleros que ya hubiese hecho dejación de su arma individual para que en un gesto simbólico, esas personas, incluyendo una víctima de las Farc, entregaran un objeto personal muy preciado y difícil de dejar a cada uno de esos ahora ex combatientes, en el entendido de que para que la reconciliación sea posible todos debemos poner sobre la mesa algo importante.
Tierra Grata, con su nombre tan bien puesto, es de los sitios de concentración farianos más tranquilos de los 26 que hay en el país.
La razón principal es que en sus alrededores no hay cultivos ilícitos y, por tanto, ningún actor ilegal buscando ocupar los espacios de las Farc en la cadena del narcotráfico o cocaleros en resistencia poniendo en duda la implementación de los acuerdos, como por ejemplo ocurre en el Catatumbo o en Tumaco.
La Paz, a más o menos media hora de Valledupar, tampoco es ya el evidente centro de acopio y distribución de la gasolina ilegal que entra al país por La Guajira que fue por muchos años y, en parte como consecuencia del cierre de la frontera con Venezuela en ese departamento, de un tiempo para acá ha vuelto a ser simplemente el pueblo que produce juglares y reyes vallenatos y almojábanas y deditos de queso.
Así es que la zona veredal se ha convertido en una suerte de territorio de peregrinación por el que todas las semanas pasan cómodamente de 50 a 100 personas entre estudiantes, organizaciones sociales, víctimas, políticos locales, líderes comunales, curiosos. A conocer, a proponer, a hacer preguntas, a recibir pedagogía de los acuerdos o a tomarse una foto.
Tierra Grata también es pionera en el país por dos planes piloto, ambos impulsados por Pastoral Social, la ONG de la Iglesia Católica: la primera oficina para que los campesinos vecinos a una zona veredal presenten proyectos de desarrollo y un programa para que los guerrilleros se reencuentren con sus familias. El segundo lo propuso el comandante Solís Almeida, quien quiere encontrar a sus padres desplazados
Con el ingrediente musical de que allí está Julián Conrado, el llamado cantante de las Farc, y su guitarra animando algunas de esas visitas.
El alcalde de Ciénaga de Cambio Radical, Edgardo ‘el Nene’ Pérez, visitó la semana pasada esta zona veredal para conocerla. Allí entonó a capela junto a Julián Conrado ‘Señor Gobierno’, canción que le escuchó al ‘cantante de las Farc’ cuando era estudiante y que nunca pudo olvidar: Señor Gobierno, hágame el favor, ¡dígale al pueblo quién es usted!/ No le de miedo decir quién es, así podríamos hablar mejor/ Todos sabemos que detrás de usted se esconde un mundo de corrupción.
Encuentro bajo el árbol
Abril, sus ojitos claros, su libro de colorear y sus tres años de edad, llegaron a la zona veredal justo cuando acaba de escampar, pasado el mediodía. Toda esa semana estuvo lloviendo en La Paz. La acompañaban sus padres, Stalin Ballesteros, docente de la Universidad del Magdalena y miembro del colectivo Hijos e Hijas por la Memoria; y Claudia Vásquez, activista cofundadora de la Casa de la Memoria de Santa Marta.
Viajaron más de tres horas por carretera para poder estar ahí, en el círculo que armamos con sillas plásticas bajo un árbol, en el área llamada “de recepción”, que es hasta donde pueden llegar normalmente los civiles que visitan el sitio.
Claudia invitó al centro a Lucero Zabaleta, del frente 19. Abril la compañó. Al lado de nuestro camarógrafo, otro comandante en la zona, llamado Aldemar Altamiranda, grabó la escena con su tableta:

También tuvo su turno don José Luis Peralta, un campesino de Minas de Iracal, corregimiento del municipio de Pueblo Bello, en el Cesar, que se hizo tristemente famoso por haber pasado de despensa agrícola a pesadilla azotada de tiempo en tiempo por las Farc, el ELN y los paramilitares.
En distintos años, los tres grupos lo desplazaron a él y a sus seres queridos. El jueves pasado, entregó como sus objetos más preciados una Biblia y el machete y la lima que le han servido para trabajar la tierra.
Se los recibió Sara Narváez, del bloque Martín Caballero:

Así, 10 veces en total. Cada tres o cuatro minutos, dos universos con sus razones pasaban al centro del círculo bajo el árbol a darse la mano, mientras el resto veíamos con emoción.
El lapicero con el que alguien comenzó a escribir un libro como proyecto de vida, una colección de cómics difícil de conseguir, la camiseta de la selección Colombia que regaló una abuela, una agenda con poesías y memorias. Todo lo querido de lo que, en un gesto simbólico, un grupo de personas se desprendió para entregarlo a otro grupo de personas que se comprometió a nunca más empuñar las armas.
“En 1989 decidí empuñar las armas para pelear por la justicia social y la paz de Colombia. En este momento, abrazaré este libro, lo cambiaré por las armas”, dijo Miguel Pérez, antes de estrecharle la mano a Carlos Rueda, un estudiante de licenciatura en Ciencias Naturales de la Universidad Popular del Cesar.
Ratico después, fue Henry Suárez el que prometió delante de Manuel Zuleta Londoño, estudiante de Negocios Internacionales en la Universidad del Magdalena: “Decirte que ya hice dejación de mi arma y mi dotación personal porque, así como lo dijo nuestro comandante, nuestra arma de ahora en adelante va a ser la palabra”.
Manuel tiene 19 años y Henry entró a los 15 a la guerrilla.
En Tierra Grata, en un punto que no se alcanza a ver desde la recepción, los contenedores de la ONU ya tienen el 60 por ciento de las armas individuales de todos en el campamento. Esta semana terminarán de dejar el resto.
“Las armas ya cumplieron su función”
La zona veredal de Caño Indio en el Catatumbo el viernes terminaron de dejar también el segundo treinta por ciento. Lo hicieron dos días después de que venciera el plazo original para hacerlo.
“No nos podemos pegar de las fechas, eso es lo de menos, nosotros vamos a dejar las armas, estamos trabajando día y noche para que eso sea así”, le dijo a La Silla Reinel Páez, el comandante de la Unidad Frontera del Bloque 33 de las Farc.
El Catatumbo es una de las zonas más convulsionadas del país debido a que además de las Farc, el ELN y el reducto del EPL que no se desmovilizó en los 90 tienen presencia en ese territorio.
Solo ayer se confirmó que dos periodistas holandeses fueron secuestrados presuntamente por el ELN en Filo Gringo, en el Tarra, la misma zona en la que la periodista Salud Hernández fue raptada por esa guerrilla a comienzos del año; y en Hacarí hay reportes de la desaparición de 11 jóvenes quienes habrían sido retenidos por uno de los grupos que opera en la zona.
Aunque por esa razón son más altas las probabilidades de que en el proceso de transición los desmovilizados sean reclutados por alguno de los grupos, o de que ya como civiles queden en medio de enfrentamientos, por lo que pudo ver La Silla, el discurso de sus militantes se mantiene alineado con el del proceso de La Habana.
Seis miembros de las Farc -tres milicianos y tres guerrilleros de base-, nos dijeron por aparte que estaban confiados en lo que se había acordado y que una vez les dieran la orden dejarían las armas sin chistar.
“Ahora nuestra única arma son las palabras”, “las armas funcionaron hasta aquí, ahora es el momento de hacer política”, “las armas ya cumplieron con su función”, fueron las frases que varios utilizaron para explicar la dejación.
Es difícil saber si efectivamente esa alineada se va a mantener en el tiempo, pero por lo menos por ahora en esa zona veredal del Catatumbo no hay disidencias ni desertores, ni información de que los milicianos estén engrosando las filas de otros grupos.
Según dicen todos los militantes con los que hablamos, no temen por su seguridad porque hay acuerdos con las otras guerrillas para que ninguna se atraviese en el camino de la otra.
“Son como hermanos y sabemos que no van a atentar contra nosotros”, le dijo a La Silla Carlos, un guerrillero que por segunda vez en su vida dejará las armas. La primera vez fue en el 90 cuando siendo militante del M19 se desmovilizó.
En medio de la guerra también es difícil saber si ese protocolo interno entre el ELN, el EPL y las Farc se mantendrá, y más cuando las dos primeras están peleándose el control del narcotráfico en la región.
“Uno tiene que confiar porque no tiene de otra”, le dijo a La Silla un miliciano que operaba en San Calixto, uno de los municipios en los que el EPL es más fuerte. “Apenas me digan, yo dejo mi arma”.
Muchos ahora hablan de lo que quieren ser. La mayoría veterinarios, algunos escoltas, otros enfermeros y médicos, y uno que otro lanzarse de frente a hacer política.
“Sabemos que dejar las armas hace parte de esa transición y de que vean lo que queremos”, le dijo a La Silla Jerson, un miliciano de 23, que ingresó a la guerrilla cuando tenía 12 años, y que el jueves llegaba a la zona veredal para reclamar por primera vez su cédula. “Yo fui de los que dejó el arma en la primera tanda, y mire, aquí estoy firme”, dijo, con orgullo.
Aunque sea difícil de creer y de confiar; aunque el Presidente no haya podido construir una narrativa sobre esta transición; aunque no vayamos a tener una foto que nos permita recordar el día feliz en que las Farc dejó de existir como grupo armado; y aunque aún haya gente que pone bombas y otras que las justifiquen. Aún así, esta semana podría ser el comienzo de un mejor país para vivir.