Puede ser casualidad, pero en una misma semana ocurrieron los siguientes hechos:
Camino a una entrevista, el taxista escuchó que hablaba con un político y cuando colgué y verificó que era una periodista, me pidió un favor. Quería que le entregara una carta al Presidente Santos para que intercediera por él ante el banco que le quería quitar su casa porque estaba hace meses retrasado en el pago de la deuda. El taxista estaba seguro que si Santos hablaba con el banco, el gerente de la sucursal accedería a refinanciarle la deuda.


Puede ser casualidad, pero en una misma semana ocurrieron los siguientes hechos:
Camino a una entrevista, el taxista escuchó que hablaba con un político y cuando colgué y verificó que era una periodista, me pidió un favor. Quería que le entregara una carta al Presidente Santos para que intercediera por él ante el banco que le quería quitar su casa porque estaba hace meses retrasado en el pago de la deuda. El taxista estaba seguro que si Santos hablaba con el banco, el gerente de la sucursal accedería a refinanciarle la deuda.
Le contesté que estaba segura que el Presidente no se ocuparía de ese tipo de cosas. “Sí, tiene razón”, me contestó resignado. “Me han dicho que ese no es allegado al pueblo como era el doctor Uribe. Él sí, él sí le haría a uno esa vuelta”, dijo.
Dos días después, estuve en un pueblo del Putumayo. El alcalde era un ferviente seguidor de Álvaro Gómez, de Álvaro Uribe y de Andrés Felipe Arias. Hablando informalmente con él, me contó que los sindicalistas que trabajaban en el municipio le habían hecho una huelga por un tema de salarios y que ahora sí había sentido la falta de Uribe. “Me la trataron de hacer en julio pero como todavía estaba Uribe, les metí el Esmad y la disolví porque sabía que el presidente me apoyaba”, me dijo. Pero agregó que con Santos no era así, que era inasequible. “Entonces, me tocó negociar con los sindicalistas”.
Y luego, un amigo me cuenta que estuvo en una reunión con directivos de gremios y que estaban criticando a Santos por ‘elitista’ porque a excepción de la Asamblea General de Fenalco y de la Asobancaria, había rechazado todas las demás invitaciones gremiales y enviado a sus respectivos ministros, a diferencia de su antecesor que no había faltado a ninguna.
Fueron tres episodios de sectores muy diversos, pero que apuntaban todos a lo mismo: Santos no es Uribe y de Uribe lo que más extrañan es que estaba ahí para ellos. Para solucionarles el problema, para ser su cómplice o su invitado de honor. Era de ellos.
Mientras el contacto de Uribe con la gente era personal y basado en la minucia, el de Santos hasta ahora ha sido principalmente institucional. Ese cambio de estilo, que puede ser mucho más eficiente desde el punto de vista gerencial, comienza a ser resentido por algunos, comenzando por el Congreso.
Uribe atendía, si era necesario, a cada congresista personalmente. Cada ley o acto legislativo que iba a presentar lo socializaba en detalle, con un desayuno para cada tema en Casa de Nariño. Santos discute los proyectos, hasta seis u ocho de ellos, en una sola reunión, y preferiblemente con los presidentes de los partidos de la coalición de Unidad Nacional.
Los funcionarios del ex presidente atendían cada cita que solicitaba un político (o un empresario). Según dijeron varios congresistas a La Silla Vacía, una cita podía demorarse a lo sumo una semana en ser concedida. Con el nuevo gobierno, hay algunos senadores que han tenido que esperar hasta tres semanas.
“Santos es un bacán, no se pone a llamar a la gente, no se sube en un helicóptero. Su estilo es muy calculador y de menor esfuerzo”, dijo un político a La Silla Vacía. “Para eso ha armado comisiones y delegaciones para todo”.
Uribe controlaba toda la política desde Palacio y a punta de llamadas y desayunos, halagos e insultos, concentraba todo el poder político. Si había un conflicto le salía al paso en los medios o en los consejos comunales, donde recibía las quejas de los ciudadanos y los solucionaba al instante, saltándose cualquier conducto regular e incluso a sus ministros, cuyos nombres son en su mayoría difíciles de recordar.
Santos, en cambio, nombró un equipo técnico y, con algunas excepciones, de alto perfil en quienes delega el manejo de las situaciones propias de su cartera. Incluso en los Acuerdos por la Prosperidad, que reemplazaron a los consejos comunales, la interlocución de Santos es con los políticos, con los alcaldes y con los expertos, no con los ciudadanos.
Por eso, en los círculos políticos se resiente el protagonismo de Germán Vargas Lleras, dicen que el Ministro del Interior sigue en campaña o está preparando la próxima, cuando simplemente está cumpliendo las funciones propias de su cargo pero que antes estaban bajo el control férreo el Presidente.
Santos y Uribe se parecen en su afición mediática, pero sus audiencias son muy diferentes. Uribe siempre prefirió las radios comunitarias, los canales regionales y los noticieros de televisión, que le llegaban más directamente al pueblo y con menos mediatización por parte de los periodistas. Despreció desde el comienzo a la mayoría de los medios escritos y a casi todos los columnistas de opinión, a quienes tildaba de pasarselas en cócteles hablando paja. Y a través de estos medios de transmisión instantánea logró personificar el increíble rol de ser el representante del pueblo ante su gobierno. La fuente de su poder radicó en la identificación del colombiano de a pie con su proyecto.
Santos, en cambio, tiene relaciones cercanas con los grandes medios impresos y se comunica a través de ellos con las élites, su principal audiencia. El actual presidente nació en el seno del poder y gobierna desde el poder. Varias de las reformas que ha propuesto hasta ahora –como la de justicia, la de regalías, la de estabilidad macroeconómica, la de ordenamiento territorial- apuntan a un rediseño institucional del poder, que posiblemente redundará en beneficio del hombre del común pero que no lo tienen a él como eje de las mismas.
Su fuente de poder reside en el poder. Y por eso, el que todavía no tenía de su lado al ganar las elecciones con una coalición política mayoritaria se lo ha ido ganando con sus propuestas de reformas progresistas que han incorporado las ilusiones de aquellos que votaron en su contra.
En los meses que vienen, comenzará la dura tarea de convertir las expectativas en realizaciones, sacando adelante proyectos que parecen irreconciliables: impulsar la ‘locomotora’ de la minería y a la vez cumplir con el Pacto Ambiental; restituirle la tierra a los desplazados y sacar adelante una ley de víctimas sin aumentar impuestos ni reducir gastos y sobre la base de una bonanza que el Ministro de Minas ya ha advertido que no existe, para citar solo dos casos.
No será fácil complacer a todo el mundo. ¿Será Santos capaz de gobernar sin populismo así pierda popularidad? ¿O cuando esto suceda -si sucede- renunciará a su talante naranja como lo hizo durante la campaña?