Humberto de la Calle tiene una larga y destacada trayectoria pública, y no es normal —y menos ahora que tantos piensan que pueden empezar su carrera aspirando a la Presidencia— que alguien con su experiencia decida terminar su carrera pública llegando al Congreso de la República. Él sí. Y más que porque se muera de ganas de hacerlo, lo hace porque es de las personas que obedecen más a un cierto sentido de deber patriótico que a los deseos del corazón.
Su nombre fue clave para unificar a la Coalición Centro Esperanza pero desde el portazo que le dio Ingrid Betancourt ha quedado en una situación incómoda pues fue avalado por el movimiento de ella y entrará a encabezar una lista que apoyará a su rival. Su candidatura, entonces, ha quedado en manos del Consejo Nacional Electoral, al que le pidió un concepto para saber si incurre en una eventual doble militancia. Si le dicen que sí, le toca retirarse.
En todo caso, La Silla Vacía lo entrevistó como parte de una serie de entrevistas con las principales cabezas de lista al Senado.. Esta es la entrevista editada para mayor claridad.
L.S.V:
es La Silla Vacía.
D.L.C:
es Humberto de la Calle
L.S.V:
¿Por qué decidió lanzarse al Congreso justo ahora?
D.L.C:
Después de la configuración y mi papel en el impulso de la Coalición de la Esperanza, tomé la decisión de desistir de una hipotética candidatura presidencial y me pareció que mi papel era simplemente ayudar allí. Nunca me pasó por la mente ser congresista, dijéramos que no hace parte de vida ni mi ruta de vida.
Pero se presentaron varios acontecimientos, que me hicieron cambiar de parecer
L.S.V:
¿Cuáles?
D.L.C:
Por un lado, la situación de polarización y fanatismo que vive este país, con esas amenazas del populismo y del caudillismo, que exige fuerzas en el centro que —aún si no llegasen a ganar la Presidencia— puedan convertirse en una voz de oposición a través del control político que impida los desbordamientos de esos extremos.
En segundo lugar, llevamos cuatro años de parálisis del espíritu reformista que ha caracterizado a Colombia y yo creo que eso hay que retomarlo. Y ese es un espíritu reformista, lo mismo que el control político, que pasa fundamentalmente por el Congreso.
L.S.V:
Además, los de la Coalición le rogaron que lo hiciera…
D.L.C:
Bueno, y tercero, lo que sí es público y conocido: los colegas de la coalición me invitaron, me pidieron, hubo receptividad para encabezar la lista y tomé esa decisión en el entendido de que esto no es una aventura personal.
Yo no tengo ningún interés en ser senador para mi propio gusto o para ganarme un dinero, o para calentar la curul, sino dentro de un esquema mayor que es la configuración de una bancada de centro que tenga esa capacidad a la cual ya he aludido
L.S.V:
Desde esa perspectiva entonces cómo interpreta lo que sucedió la semana pasada
D.L.C:
Yo creo que esos acontecimientos de la semana pasada rompen el fundamento de la Coalición de la Esperanza. Hace dos años empezamos a trabajar en esto y tenía un propósito político central que era defender una posición política de Colombia ceñida estrictamente al Estado de Derecho, sin caer en caudillismo ni populismo, exaltar las bondades del llamado Centro. A eso, sumado, claro está, un propósito de cambio audaz.
Me parece que esos acontecimientos, lamentablemente en forma poco responsable, terminan afectando un mensaje de esta naturaleza, que además lo que busca es preservar una unidad básica, un núcleo que pactamos y que tiene características éticas y programáticas, sin perjuicio de diferencias dentro de los miembros de la Coalición. Creo que eso es lo que tenemos que rescatar ahora.
L.S.V:
¿La decisión de Gaviria de recibir adhesiones de políticos tradicionales desdibuja la naturaleza de la coalición?
D.L.C:
Fueron decisiones individuales de los adherentes y también del candidato Alejandro Gaviria. Es algo que no debe aplaudirse, pero que debimos haber corregido internamente. De hecho, al otro día de los incidentes, se expidió un estatuto preciso para regular este tipo de adhesiones y me parece que es el punto de encuentro que permitía superar esto y no caer en este desmembramiento de la coalición, que ha sido muy dañino.
Ahora la lucha contra la corrupción es fundamental. No me queda ninguna duda. Y también el clientelismo muchas veces deriva en mermelada y en corrupción. Pero la generalización finalmente es totalmente contraproducente, porque disparar con regadera los ataques de corrupción hace que justamente los verdaderos corruptos queden ahí, achapados y cubiertos por esa generalización. Me parece que esto no es blanco y negro y que debemos tener la capacidad de examinar caso por caso.
Hay, por ejemplo, miembros del Partido Liberal, jóvenes que han significado una renovación importante y que no se les puede condenar a las tinieblas.
L.S.V:
Con su candidatura ahora en manos del CNE, ¿pierde impulso su campaña?
D.L.C:
Yo respetuosamente espero las decisiones del Consejo y espero que las tomen con plena libertad, ojalá rápidamente, pero yo sigo totalmente comprometido en mi campaña y estoy trabajando incluso más que antes de estos incidentes, porque sinceramente creo que frente a las disyuntivas que se le presentan a Colombia, una coalición de la naturaleza que hemos venido alentando es la mejor solución.
L.S.V:
Cualquier presidente que llegue le va a tocar hacer una reforma tributaria, una reforma pensional, y varias otras reformas estructurales y complicadas. ¿Cómo ve su rol ahí como cabeza de una bancada de centro?.
D.L.C:
Aquí vamos a tener que afrontar una serie de dilemas y en un momento muy complejo, por razones de tipo fiscal y macroeconómico, que son secuelas de la pandemia.
Yo veo a estos candidatos presidenciales pintando pajaritos de oro. Me parece que nadie está diciendo la verdad. La Tierra Prometida está después del Mar Rojo y yo creo que cualquiera que gane la Presidencia va a tener un desgaste enorme, porque las disyuntivas son inaplazables: reforma pensional; discusión sobre el sector privado en la salud; el tema tributario que no da más y que exige, ahora sí, la famosa reforma integral que no se ha hecho; un examen sobre la flexibilización laboral de cara al gran problema de la informalidad. Son todas decisiones impopulares.
El gran éxito de un presidente va a ser aprovechar rápidamente la luna de miel y ser capaz de ejercer una pedagogía que amortigüe la impopularidad de la cual no se va a salvar. Y ahí es donde el Congreso sí tiene que jugar un papel o de contención frente a ideas de tipo populista y también de caja de resonancia de la explicación pedagógica y de la toma de decisiones para que Colombia entienda que esta disyuntiva en la que estamos saldrá bien a la larga. Pero lo que yo veo al frente es, para parodiar al señor Churchill, sangre, sudor y lágrimas.
L.S.V:
¿Y cuales son las cosas que usted trae para lograr jugar ese papel de contención frente al populismo y de reformismo al mismo tiempo?
D.L.C:
Yo creo que lo primero que he mostrado en la práctica es que no rehuyo las dificultades. Cuando llegué al ministerio de Gobierno para la Asamblea Constituyente, muy rápidamente el periódico El Tiempo dijo ‘el país al borde del caos, y ese señor ministro de Gobierno, De la Calle, es un incapaz. Eso debieron haber nombrado Hernando Durán Dusan’. Así me recibió El Tiempo y finalmente logramos una Constitución moderna. Luego vino lo de La Habana. Nadie daba un peso por ese proceso. Mis amigos me dijeron que yo era un loco, que como se me ocurría ir a hablar con una guerrilla y que eso era simplemente un fracaso.
Creo que tengo la capacidad de sortear dificultades. La humildad para oír creo que me la reconocen universalmente. Y luego, experiencia, porque dijéramos que solo esos dos hitos a los que he hecho alusión —Constituyente y paz— me han colocado, por suerte, simplemente, en parte por azar del destino, en condiciones de acreditar y adquirir una capacidad de manejo de situaciones complejas.
L.S.V:
Si Petro ganara, él ha propuesto reformas muy estructurales al modelo económico. ¿Qué tanto de eso tiene que pasar por el Congreso y qué tanto contrapreso realmente puede ser en un eventual gobierno suyo?
D.L.C:
Depende. Hay unos poderes presidenciales innatos que se derivan de la Constitución, incluso de carácter extraordinario. Sería muy difícil predecir hasta qué punto Petro pueda pensar en acudir a ese tipo de mecanismos, tipo emergencia económica, etc.
Pero aún en ese caso me parece que se ha demostrado en Colombia que tenemos controles bastante eficaces. Particularmente, la Corte Constitucional. Las grandes reformas de las que estamos hablando exigen un tratamiento legal, y a veces constitucional. Por eso yo sí creo, repito, que el centro de gravedad más que antes en Colombia va a pasar por el Congreso, por mucho que sean enormes los poderes presidenciales.
Lo fundamental el día que haya una elección es tener la decisión de no permitir que se desvertebren los controles políticos y constitucionales que emergen de nuestro ordenamiento y respetar el resultado. Parecería una verdad de perogrullo.
Si el señor Petro gana, hay que respetar el resultado. Pero él tiene que respetar la configuración del sistema político, sin perjuicio del ejercicio reformista que seguramente hará, pero que necesariamente tiene que contar con el Congreso.
L.S.V:
¿Qué tanto margen de maniobra tiene una persona por más honorable que sea en una institución tan deslegitimada como el Congreso?
D.L.C:
Hay un desprestigio universal de casi todos los congresos del mundo y hay un enorme debilitamiento de la democracia representativa. Aquí cargamos ese lastre acentuado y es un Congreso que se caracteriza por dos cosas: que frente a temas difíciles y complejos, prefiere huir. Es un Congreso huidizo, entonces no habla de aborto, no habla de eutanasia, no hablo de matrimonios de personas del mismo sexo y siempre está escurriendo el bulto. Y en cambio, en aquellos clamores de la opinión, se pone en contra de ella. Por ejemplo, el tema de su remuneración, el tema del largo receso, los privilegios y ventajas que tiene un congresista. Hay una mezcla de un desprestigio universal y uno criollo.
L.S.V:
¿Y hay algo que desde el Congreso usted planea hacer frente al desprestigio más criollo?
D.L.C:
El desprestigio criollo está muy ligado a una corrupción sistémica. Mi idea es realmente buscar configurar una bancada que se articule con el Presidente, no para enmudecer ni para convertirse en una simple marioneta del Presidente. Pero sí para articular una política sin la pasión que vemos todos los días de la compraventa de votos en el Congreso a través del sistema de la mermelada. Y lo digo porque creo que la gran corrupción se origina allí. La macro corrupción es hija del sistema político.
Por eso también la necesidad de ir al Congreso a cambiar el propio Congreso no es una tarea fácil, pero me parece que no debemos desistir de la cacareada reforma política, que es algo que venimos tratando de implantar desde hace 30 años y que quedó como un segundo punto del acuerdo de Paz convenido para ser desarrollado luego a través de los mecanismos habituales. Y el resultado es nefasto. No hay una coma en el cumplimiento del acuerdo en materia de reforma política.
L.S.V:
Si gana Fajardo, que es el candidato de su coalición que va punteando, ¿cómo se imagina su gobernabilidad si es tan reticente a pactar con los políticos?
D.L.C:
No es una tarea fácil e incluso yo me atrevería a decir, así parezca políticamente incorrecto en este momento, que en el arranque del primer gobierno de Uribe hubo algo semejante. Eso se fue deteriorando después, como todos los colombianos lo vimos.
Incluso al ex ministro del Interior, Fernando Londoño, que me vapulea todos los días, yo le reconozco que fue capaz de relacionarse con el Congreso a base de la autoridad del Ejecutivo.
Ahora, la prenda de garantía de Fajardo es que ha gobernado dos veces, como alcalde y gobernador, sin acudir a ese tipo de mecanismos. Si alguien puede exhibir eso es Fajardo. Por lo menos tiene derecho a que le demos una oportunidad.
L.S.V:
Pero es bien diferente esa relación de la Gobernación con la Asamblea que la del Congreso frente al Presidente.
D.L.C:
Lo es. Por eso digo que estoy absolutamente consciente de que es una tarea muy difícil, pero tampoco me parece imposible pues el volumen de poderes que tiene el propio presidente le permitiría gobernar, estableciendo unos hechos en virtud de los cuales el Congreso tenga que volcarse a cooperar con él. Pero la segunda respuesta va dirigida más bien a despertar el interés de los colombianos en la necesidad de votar y votar por fuerzas que garanticen que quien llegue a la Presidencia logre ese panorama que estamos describiendo. Porque estoy de acuerdo en que un presidente solitario o con muy escaso apoyo en el Congreso nos puede conducir a una crisis de gobernabilidad.
L.S.V:
¿Qué tan importantes son realmente las reformas legislativas para desarrollar el país?
D.L.C:
Las leyes tienen dos aspectos: uno, que es el coercitivo y la capacidad de cumplir la ley, de hacerla cumplir. De todos modos, es un elemento en una sociedad que es imprescindible, así ese cumplimiento sea defectuoso. Pero el otro componente es pedagógico. Las leyes también contribuyen a crear un nuevo clima espiritual, una nueva ética. Pongo un ejemplo: cuando pasamos de la prohibición absoluta del aborto a la permisividad frente a las tres causales, eso generó una ética nueva. Son muy pocos ahora los que quieren echar atrás y decir que todo aborto exige cárcel y ahí hay un gran poder de la ley.
Pero además de esta reflexión general, de todos modos, en Colombia la capacidad del Congreso sigue siendo poderosa, no sólo en lo que le compete por la vía legislativa, sino en algo quizás más importante, y es la capacidad de control político.
L.S.V:
¿Cuál es para usted la coalición soñada en el Congreso en 2022?
D.L.C:
Yo diría que hay dos bancadas, la ideal y la subóptima. La bancada ideal me parece que debería estar compuesta por la Coalición de la Esperanza y el Nuevo Liberalismo y allí habría bancadas subóptimas dependiendo de los temas. Yo confío, por ejemplo, en que para los temas morales y de disyuntivas éticas, muy buena parte del liberalismo podría acompañarnos en esto. Los temas macroeconómicos, pues la voz de la de la derecha, llamémoslo así, donde coexisten grupos de economistas muy destacados,no se puede desdeñar. Luego, para decirlo de otra manera, una reforma tributaria exigiría todos esos ingredientes. Luego, no descartemos que podía haber coaliciones temporales dependiendo de los temas, pero el núcleo yo sí creo que está en nuestra coalición de la Esperanza y seguramente, el Nuevo Liberalismo
L.S.V:
Usted llega con el firme propósito de servir de contención del populismo y de impulsar las reformas progresistas del Ejecutivo. ¿Pero tiene un proyecto en el corazón?
D.L.C:
Yo no puedo caer en la tentación de aparecer como una especie de candidato presidencial vestido de congresista, soy consciente de los poderes limitados tiene un senador. Pero hay temas en los que sí pretendo trabajar con mucha devoción y con seriedad.
Me parece que los temas de seguridad son muy buena parte del Ejecutivo, pero las normas de seguridad son una colcha de retazos que además chocan entre sí. Y cuando hablo de seguridad hablo no sólo del orden público sino también de la seguridad ciudadana. Y no sólo a nivel legal, sino en particular, la doctrina que hay detrás de eso. Lo digo con mucho respeto: tenemos una policía del Estado de Sitio, una policía que entiende, siente o piensa, más allá de las normas, que hay un enemigo en las calles y que sale con esa noción, como lo vimos en las movilizaciones del año 19 y las más recientes.
Esa doctrina no surge necesariamente de la policía. Yo creo que detrás también está el poder civil y por eso he insistido en la necesidad de una dirección civil de la Policía. Dirección civil no es necesariamente ponerle charreteras a un civil, es la orientación de la recuperación del policía como el primer eslabón del Estado de Derecho. Y en segundo lugar, creo que tenemos que ir derivando hacia un ejército cada vez más profesional y cada vez más limitado, como dice la Constitución de la defensa de la soberanía.
Y hay un tercer elemento que se desprende de esto. Yo quiero impulsar un servicio social obligatorio, porque me parece que los colombianos no tenemos un punto de encuentro.
Yo me eduqué en una universidad pública y ahí teníamos amigos que eran como una muestra integral de lo que es la sociedad colombiana y eso genera unas comprensiones y habilidades que hoy se han desaparecido. Los niños que van a los colegios de alta alcurnia viven prácticamente en otro país. Entonces lo que pienso es que uno, en la medida en que continúe implementando la paz, puede ir rotando o modificando el servicio militar hacia un servicio social que sirve de encuentro entre la juventud colombiana, que además tenga una que pese a ser obligatorio tenga una pequeña remuneración. Un servicio como el que yo propongo con una remuneración mantiene viva la ética, que consiste en decir a mí me pagan porque soy útil, porque hago algo y no simplemente porque me quejo. Yo creo que eso tendría enormes repercusiones de carácter social.
Tengo dos temas en los cuales estoy trabajando a fondo: uno relacionado con cambio climático y otro con la economía de cuidado.
L.S.V:
Cuando dice que parte de su labor sería frenar la amenaza populista, ¿cuál es el peor escenario que vislumbra en el que el Congreso puede jugar un rol?
D.L.C:
El populismo tiene una filosofía y un método. El mito fundacional del populismo es que yo, como gobernante, soy el que entiendo al pueblo. No necesito intermediarios, yo guío al pueblo. Es el estado de opinión que propuso el señor doctor Álvaro Uribe. Esta supuesta relación directa destruye todos los poderes intermedios y es el Congreso con las Cortes a quienes les toca ese papel de reafirmar el entramado institucional.
Me parece que el primer golpe del populismo va hacia las instituciones. Y el segundo, es utilizar la insatisfacción y las penurias de la gente para tomar decisiones que no tienen viabilidad macroeconómica, simplemente aumentando el déficit y el endeudamiento. Por eso, uno de los elementos que yo consideraría frente a un próximo gobierno que tendríamos que defender todos los colombianos es la independencia de la Junta del Banco de la República.
Esa fue la reforma más importante en el año 91 y es lo que explica por que, aún en medio de estas vicisitudes, la economía colombiana va marchando con un fundamento serio.
L.S.V:
De lo que ha dicho Petro en su discurso ve alguna amenaza al Congreso o cree que si llegara a ganar eventualmente podría armar una mayoría en el Congreso?
D.L.C:
No puedo predecir. Obviamente, los seguidores de Petro piensan que va a tener mayoría en el Congreso. Yo lo veo difícil. Yo creo que el Congreso puede llegar a estar partido en tres bloques, muy semejantes: la derecha, nuestra posición de centro y el Pacto Histórico, lo cual exigiría de Petro un proceso de concertación. Y es, en todo caso, lo que habría que esperar de él. Ahora, si se decide tomar caminos distintos, pues con mayor razón el Congreso tiene que estar ahí, salvaguardando este equilibrio institucional y modo de ser de Colombia, que pese a las enormes dificultades y tragedias que vivimos ha mantenido un apego a la civilidad.
L.S.V:
¿Qué tan cohesionada ve usted la coalición que va a encabezar?
D.L.C:
Yo creo que es un desafío. Algo que yo creo saber hacer es conjugar esas visiones heterogéneas. Pero al mismo tiempo, ahí está su poder el día que lanzamos la lista. Lo que yo vi fue alegría, es decir, en medio de estas diversidades, yo creo que es posible mantener la línea. Claro, eso va a ser parecido a lo que nos pasó en La Habana, que había que negociar frente a la guerrilla, pero había que negociar por dentro y con el establecimiento.
L.S.V:
¿Es esto un sacrificio que está haciendo o realmente está ilusionado con ganar?
D.L.C:
Para ser honesto, yo sí creo que tiene mucho de sacrificio, yo, como te lo dije al principio, estaba en otra ruta de vida, pensando más en la literatura, que siempre es algo que ha tenido que aplazar, el periodismo. Pero ya que estoy en esto, lo que sí estoy seguro es que soy capaz de cumplir con plena responsabilidad
L.S.V:
Muy poco de lo que propone tiene que ver con el acuerdo de paz. ¿Ya pasó esa página?
D.L.C:
No, es porque yo creo que la paz está consolidada en lo normativo. Lo que hay es que cumplir las leyes. Lo que sí veo, y en efecto no lo mencioné, es una tarea permanente de control político y de exigencia del gobierno, cualquiera que sea ese gobierno, de que continúe el cumplimiento del acuerdo.