Las marchas multitudinarias, los cacerolazos e incluso los desmanes debilitan más a un Presidente ya débil. No la tiene fácil y anoche mostró que no ha tomado la iniciativa.

Foto: Nicolás Galeano – Presidencia

Un año, tres meses y dos semanas después de haberse posesionado como Presidente de Colombia, Iván Duque enfrenta el mayor reto de su Gobierno después de un día con tantos eventos que parece un año.

Con él, el país entra en un campo de zozobra que si bien no es, por lo menos hoy, comparable con el que dejaron las recientes protestas en Chile o Bolivia, que eran el espejo de las marchas que sumaron a cientos de miles de manifestantes ayer, sí es muy fuerte para un país acostumbrado a una mayor solidez institucional que sus vecinos.

Es el mayor reto y probablemente el más difícil de solucionar porque la fragilidad e impopularidad de su Gobierno, que muestran las encuestas y que ayer dejaron patente las marchas y el extendido cacerolazo, que no tiene precedentes recientes en Colombia, tiene ahora al frente a una ciudadanía empoderada con la que es difícil negociar porque no tiene un líder claro, no manifiesta un reclamo único y porque corre el riesgo o de darles la espalda o de hacerlo con sus electores. 

Claro, si es que no decide seguir el camino actual, como parece haberlo esbozado en su alocución de anoche en la que no anunció ningún cambio ni ninguna decisión más allá de su intención de “profundizar el diálogo social”.

Una marcha grande, variopinta e inicialmente tranquila

La marcha de ayer nació por una convocatoria tradicional, de las centrales obreras, a hacer un paro nacional, pero creció como espuma a otros movimientos sociales, a personas que no suelen ser activistas e incluso a primimarchantes, personas que nunca habían asistido a una marcha pero que decidieron intentarlo con ésta ya sea por moda, por el rechazo a Duque o porque era una marcha con una convocatoria tan amplia que casi cualquiera podía encontrar una razón para salir.

 

Eso las llevó a no ser la usual marcha de los movimientos sociales, como las del primero de mayo y a ser más grandes como las que rodearon al plebiscito de octubre de 2016, y seguramente las mayores desde las multitudinarias marchas contra las Farc en 2008.

Participaron decenas de ciudades grandes e intermedias como San Gil, con marchas que probablemente no tengan precedentes en tamaño en algunas como Valledupar o Sincelejo.

La diferencia con esas marchas más usuales también se notó en las demandas múltiples que presentaban los mismos manifestantes. Como contamos en nuestro tuiterazo,

También fue distinta la relación que inicialmente hubo con la Policía: poca vigilancia, cero choques; por ejemplo, en nuestra crónica en vivo contamos hacia la una de la tarde que en Medellín, “los dos mil uniformados no están alrededor de los manifestantes sino más bien cuidando las estaciones del Metro y parados en las calles aledañas. Un helicóptero sobrevuela, también vigilando a distancia”. 

Lo mismo pasaba en Neiva, Barranquilla, Popayán o Bogotá, donde Duque estuvo primero en un congreso de la Corporación Excelencia en la Justicia, y luego en el Puesto Unificado de Mando para coordinar el manejo de las marchas en todo el país.

Por eso, era una  marcha como la que pedían muchas voces de lado y lado, que aunque por su caudal le ponía presión a un presidente con baja popularidad, sin un discurso que tenga una bandera fácilmente identificable ni que emocione a la gente, con un gobierno con choques intestinos, críticas de aliados políticos y gran incertidumbre en su agenda legislativa, no le traía dolores de cabeza por violencia y problemas de orden público.

Eso se mantuvo hasta el final en algunos lugares como Barranquilla, donde el saldo de las protestas fue que hay una ciudadanía activa y empoderada.

Pero a medida que pasaba el día fue cambiando para dar lugar a situaciones de violencia en muchas ciudades, que dejan un ambiente más caldeado e incluso una sensación de más falta de gobierno. Una sensación que afecta a todo el país y que podría poner a Duque contra las cuerdas si no logra interpretar adecuadamente el momento.

La tensión y la violencia suben

Por la mañana los choques fueron aislados y puntuales, esencialmente alrededor de tres portales de Transmilenio en Bogotá y alrededor de la Universidad del Valle, en del sur de Cali. Pero no ensombrecieron el inicio de las marchas allí y en las demás ciudades.

La situación empezó a cambiar a inicios de la tarde: en Cali seguía la tensión en el sur, en Bogotá una de las dos concentraciones, la de la calle 26 (la otra era la Plaza de Bolívar, que se iba llenando con quienes venían de varios puntos) terminó chocando con el Esmad que evitó, con gases lacrimógenos, que pasara la carrera 68 hacia el occidente.

Con eso si bien la Policía evitó la amenaza de que la marcha, en su mayoría de estudiantes de la Universidad Nacional, bloqueara el aeropuerto al estilo de las manifestaciones de Hong Kong, también dejó las primeras grandes imágenes de violencia, con piedras, insultos y carreras en Bogotá.

Casi al tiempo, en Cartagena ocurrió algo similar cuando parte de la marcha intentó pasar del Centro Histórico al barrio de Bocagrande y el Esmad lo evitó con gases.

Esa situación de violencia empezó a escalar y poco antes de las 4 de la tarde a la Plaza de Bolívar empezaron a llegar grupos de jóvenes encapuchados y a lanzarle piedras a policías que no eran del Esmad y custodiaban el Palacio de Liévano, donde está la Alcaldía.

Eso a pesar de que a algunos encapuchados, los demás manifestantes los lograron frenar, y cuando, en medio de la lluvia, algunos de los manifestantes se empezaron a ir, pues ya habían pasado los discursos.

Casi a la misma hora también empezaron algunos choques en otros lugares, como el centro de Cali o el de Popayán, y luego la situación empeoró en Bogotá, con los ya conocidos ataques al Palacio de Liévano, el de Justicia y Capitolio, y finalmente la intervención del Esmad con gases para evitar más daños.  

Curiosamente, algo parecido ocurrió luego en otros lados: encapuchados enfrentaron al Esmad en Medellín hacia las 5 de la tarde en el puente que une los campus de las universidades nacional y de Antioquia, tras una jornada tranquila; en Cartagena la Policía lanzó gases hacia las 6; en Pasto casi a las 7 empezó la pelea entre encapuchados y Esmad; y en Manizales pasó lo mismo pero todavía más tarde.

La situación se puso particularmente grave en Cali, donde hacia las 2 la Alcaldía decretó el toque de queda a partir de las 7 de la noche por los disturbios en el sur, incluyendo fuertes ataques a Unicentro, pero siguieron los saqueos.

Para el anochecer hubo rumores fuertes de ataques de pandillas a conjuntos residenciales, que llevaron a que sus residentes sacaran armas y dispararan a presuntos atacantes:

#21NLaSilla en #Cali reciben con palos y pistolas a vándalos que intentarían entrar a sus unidades. Una fuente de la Alcaldía nos dice que “las autoridades ya están desplegando esquema de seguridad con ejército y Esmad”. Pide no reenviar audios de WhatsApp que no puedan verificar pic.twitter.com/LH6n5mdU8j— La Silla Vacía (@lasillaenvivo) November 22, 2019

También era crítica, a la hora de publicar esta nota, la situación en Facatativá, cerca de Bogotá, donde encapuchados quemaron la alcaldía y atacaron a los policías.

Un cierre de zozobra para un día que empezó con silencio y parálisis, pasó por la alegría de las marchas en paz y de la policía respetuosa de ellas, se empañó luego con la violencia y las imágenes incluso de incendios y saqueos, y revivió a su carácter más cívico con el cacerolazo.

En todo caso, dejó a Duque con un problema adicional: cómo enfrentar esos brotes de violencia y vandalismo, y más con situaciones tan críticas como la de Cali, o las que anoche seguían pasando en el centro de Bogotá, o en su localidad de Suba, que por la angustia y zozobra afectan a cualquier mandatario.

¿Y ahora qué?

El cierre de la jornada de ayer sumó a imágenes de saqueos, incendios e incluso disparos en Cali, un cacerolazo convocado por redes sociales y que se extendió velozmente por Bogotá y replicó en otras ciudades como Medellín, Bucaramanga o Barranquilla. Un cacerolazo sin antecedentes en Colombia, que hizo que la jornada de protestas durara más de 12 horas y que posiblemente sumó a las protestas a mucha más gente de la que marchó.

Esa reacción ayudó a refrendar que ayer hubo marchas cívicas y pacíficas, y a darle más fuerza al reclamo contra Duque: de hecho incluso hubo un plantón frente a su casa, al norte de Bogotá

Esta es la verdadera alocución presidencial. Calle 145 con 7, en la casa de Duque.#cacerolazo21n #Cacerolazo #paro21denoviembre #ParoNacional pic.twitter.com/qhj7aDdscx— Sergio Fernández (@SergioFerG) November 22, 2019

Como en Colombia no son usuales los cacerolazos, es difícil evaluar la fuerza y significado del de anoche. 

Pero la forma orgánica en la que creció muestra que por lo menos en Bogotá el rechazo es extendido. Y no es sorprendente: es una ciudad en la que el candidato que apoyó el uribismo quedó de cuarto a la alcaldía en 2015 (Pacho Santos, con el 12 por ciento de los votos) y hace un mes (Miguel Uribe, con otros apoyos y el 13,5 por ciento), en la que ganó una fuerte crítica del uribismo como es Claudia López, donde en 2018 perdió Duque, en primera vuelta con un tercer lugar y menos del 27 por ciento de los votos, y en segunda con el 41 por ciento. 

Pero que no sea solo un tema de Bogotá, sino que las marchas en el fortín uribista de Medellín hayan sido tan exitosas y que haya habido cacerolazo también allá y en lugares como Pereira, refuerzan la difícil situación.

El lío es qué hacer cuando al frente hay reclamos que van desde críticas a la minería en Bucaramanga hasta contra la resolución que regula la pesca de tiburones, en Medellín, o contra la economía naranja, pasando por la protección a los líderes sociales, el cumplimiento de los acuerdos con la Farc y los campesinos, los derechos de los habitantes de calle y un país “en el que quepamos todos” (lo que parece ser una demanda amplia de mayor equidad, que otros también señalan).

De un lado, era claro que el Presidente era el blanco de la molestia: aunque los manifestantes criticaban diferentes cosas, lo veían como el causante de ellas, además de que su “¿De qué me hablas, viejo?” quedó para muchos como una manifestación de desconexión o indolencia.

#21NLaSilla este es uno de los pendones con más fotografías entre los marchantes que permanecen en el centro de #Neiva. pic.twitter.com/eZz0181Hx7— La Silla Vacía (@lasillaenvivo) November 21, 2019

En #Bogotá en la carrera 7 #21NLaSilla De esto hablan algunos. pic.twitter.com/QMTrix1AEH— La Silla Vacía (@lasillaenvivo) November 21, 2019

#21NLaSilla “Lo que sigue es esperar la respuesta del Gobierno. Que esas reformas no se hagan y cumpla los acuerdos con los sectores” pic.twitter.com/wYEdX3DPo0— La Silla Vacía (@lasillaenvivo) November 21, 2019

El enredo es que no hay un representante claro de quienes salieron ayer, y por eso Duque enfrenta un reto semejante al que enfrentó Juan Manuel Santos a la hora de renegociar con el No tras el plebiscito de 2016, pero sin el equivalente a un Uribe.

Por eso, es más parecido a lo que le pasó en Francia a Emmanuel Macron al negociar con los ‘chalecos amarillos’: no había con quién hacerlo y cuando consiguió unos voceros, muchos manifestantes los desconocieron.

El comité organizador del paro, que conforman esencialmente sindicatos, dignidades y la bancada de izquierda, le pidió anoche una reunión inmediata con la amenaza de mantener la movilización social si no ocurre, y así abrió una puerta a tener ese papel. 

Sin embargo, anoche el Presidente no hizo referencia a ese posible encuentro, a pesar de que era una ocasión para aceptarla para aterrizar su idea del diálogo social.

E incluso si la cita se da, no es fácil que Duque salga bien de ella.

Por un lado, porque no parece tener mucho margen para negociar.

Primero, porque ya había entregado parte de lo que podría negociar: en los últimos días anunció que va a objetar el artículo del presupuesto sobre universidades y pagos de sentencias judiciales contra el Estado que criticaban los convocantes, y rechazó propuestas controversiales de su propio círculo como aumentar la cotización de los trabajadores para la pensión o un salario mínimo más bajo para los menores de 25 años.

Segundo, porque en muchos puntos si lo hace daría un reversazo que le podrían cobrar: ha dicho que algunos reclamos son mentiras, como que su reforma tributaria aumente la carga a la clase media o que quiera prohibir la protesta social, ve otros como sus éxitos, como crear un holding para empresas financieras del Estado o encontrar una solución para Electricaribe; y unos más los señala como problemas heredados (un argumento que repitió en la alocución de anoche), como las dificultades para proteger a los líderes sociales o para implementar el Acuerdo con las Farc.

Y, tercero, porque echarse para atrás en algunas podría debilitarlo frente a su propio electorado, el uribista, que en parte parece estar distante de él, como dar un reversazo en la prohibición de la dosis personal de drogas.

Por eso, es difícil que logre sacarse de encima esta presión enfrentando directamente a los marchantes y sus reclamos, lo que le deja el camino de buscar gobernabilidad pactando con los políticos cuotas burocráticas o partidas presupuestales como  la criticada ‘mermelada’ que entregó Juan Manuel Santos, algo a lo que se ha negado desde que se posesionó, o cerrándose a la banda del uribismo más duro.

Aunque con eso ha coqueteado y le ha funcionado temporalmente con decisiones como el rompimiento con el ELN y con Venezuela, o las objeciones a la ley estatutaria de la JEP, no le han funcionado a mediano plazo. 

Además, no dio señales de ello anoche, en el cierre de un día lleno de eventos y emociones.

Si bien dijo que los vándalos son delincuentes pero no tomó decisiones fuertes: como dijo un político uribista que pidió no ser citado, “Duque no dijo nada. Tiene que hacer revolcón”, en la misma línea de este congresista uribista:

No era para hablar de la forma. Era para hablar del fondo.— Gabriel Santos G. (@GabrielSantosCD) November 22, 2019

Al final, con la alocución Duque deja el mensaje de que no se siente contra las cuerdas. 

Hoy, cuando están citados nuevos cacerolazos en las ciudades; los próximos días, cuando el Congreso empiece a discutir su reforma tributaria; y las semanas siguientes, cuando aparezcan nuevas encuestas y haya reacciones a decisiones presidenciales como el usual recambio decembrino de la cúpula militar o la definición su terna a Fiscal, se sabrá hasta dónde mantiene ese mensaje y qué tanto le sirve para sacar al país de la incertidumbre y la zozobra.

Fui usuario y luego periodista de La Silla Vacía. Tras más de una década haciendo de todo en esta escuela de periodismo, de la que fui director editorial, me fui a ser lector y SuperAmigo. Ahora me desempeño como redactor jefe de El País América Colombia.