La crisis ministerial provocada por el presidente Gustavo Petro esta semana es un parteaguas para su gobierno. Lo que acaba de ocurrir —y seguramente lo que viene de ahora en adelante— más que el resultado de una estrategia política es y será fruto de su talante.
Como alcalde de Bogotá, Petro demostró ser un líder audaz, con una visión propia para la ciudad y con capacidad de introducir nuevos temas en la agenda, tal como lo ha demostrado en estos primeros nueve meses. También fue un líder coherente que puso a los más vulnerables en el centro de su discurso.
Como contó La Silla en campaña, varios de sus exfuncionarios dicen que nunca lo vieron descontrolarse, gritar ni decir una mala palabra, ni siquiera en los momentos más difíciles de su alcaldía. Pero que, a la vez, era tímido y distante, lo que dificultaba trabajar con él.
“Él no es grato, nunca te agradece, asume que estás trabajando, que te toca hacer lo que te toque”, recuerda una exfuncionaria de la Alcaldía que lo conoció de cerca.
De esa falta de gratitud ya ha dado varias señales durante su presidencia, la más reciente en su discurso en Zarzal, Valle, el 25 de abril, día anterior a su revolcón ministerial, cuando describió lo que para él significaba un “gobierno de emergencia”: “Que tenga funcionarios que trabajen de día y de noche, cuyo corazón esté a favor de la gente humilde y no simplemente de ganar un salario y unas comisiones…”. Lo dijo como si alguno de los ministros que salieron no hubiera trabajado con ese compromiso.
“Él decía: ‘Cada persona es dueña de su miedo’”, recuerda la misma exfuncionaria. Y quizás eso era lo más difícil para sus subalternos, lo del miedo, porque, en palabras de otra persona cercana, a Petro “no le asusta el martirio, eso le da una fuerza muy grande, una ventaja sobre los demás, es incapaz de sentir miedo”.
El mismo día que echó a siete ministros confesó a su equipo, según contó Daniel Coronell en su Reporte Coronell: “Sé que con esta decisión estoy caminando por el filo de la navaja, pero cuándo en mi vida no ha sido así”.
Como no le teme a nada, espera lo mismo de sus subalternos; durante su alcaldía, Petro empujaba a sus secretarios hasta el límite, y por eso muchos renunciaron; no estaban dispuestos a sacrificar su vida privada ni a quedar empapelados de por vida por tentar los límites de lo que parecía imposible legal o políticamente en ese momento. Petro, en cambio, desafió a todas las ‘ías’, que lo multaron y le embargaron sus cuentas durante años, hasta que agotó las instancias judiciales y al final salió adelante.
Según supo La Silla, la entonces ministra de Agricultura, Cecilia López, ya había renunciado hace un mes cuando Petro le pidió incluir un artículo en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) que, a juicio de López, permitiría la expropiación exprés de tierras. El presidente se comprometió en marzo a no presentar el artículo para evitar la renuncia de López a quien le parecía “una expropiación arbitraria”.
Esa resistencia de López, lejos de hacer reflexionar al presidente sobre si quizás estaría cometiendo un error insistiendo, fue interpretada como una falta de un compromiso real con los más vulnerables, como lo hizo saber el presidente en su discurso de Zarzal, donde la señaló a ella con nombre propio.
Y ya sin la ministra López, La Silla confirmó con tres fuentes diferentes que el gobierno volvió a evaluar incluir el artículo en el PND y se lo hizo llegar a la presidenta de la Comisión Tercera, desatando el escándalo que finalmente lo llevó el viernes a renunciar a él.
En Zarzal, Petro lamentó que el gobierno aún no hubiera podido cumplir sus promesas de restitución de tierras a los campesinos y lo atribuyó a una falta de “decisión del gobierno, de audacia del gobierno”.
Pero durante su alcaldía, a pesar de que el equipo era muy similar e igualmente homogéneo ideológicamente al del nuevo gabinete, muchas de sus promesas no las pudo aterrizar precisamente por su talante como gerente público.
Parte de sus limitaciones obedecieron a que durante su alcaldía, Petro no logró armar consensos con las otras ramas del poder, ni con los municipios vecinos de la ciudad, ni con el sector privado. Tampoco con la población en general, pues su popularidad nunca superó el 36 por ciento que lo eligió.
Una de las grandes diferencias que varios analistas y personas cercanas a él señalaron entre el Petro que fue elegido en el 2022 y el que gobernó la ciudad diez años antes era que había aprendido a tender puentes con gente que no pensaba necesariamente como él. Porque fue precisamente su habilidad para armar una coalición más grande que la izquierda y el Pacto Histórico lo que posibilitó su triunfo en la segunda vuelta.
También fue con esta lógica que armó su esquema de gobernabilidad, sostenido en tres patas: el movimiento social representado en el Congreso y en las ministras activistas de su gabinete; los partidos liberal, conservador y La U con cuotas en su gobierno; y la tecnocracia liberal que representaban José Antonio Ocampo, Cecilia López y Alejandro Gaviria. Un esquema que le permitió —entre otras cosas— sacar adelante una ambiciosa y progresista reforma tributaria y el acuerdo de Escazú.
Sin embargo, esa tranquilidad que exhibió en los primeros meses se agotó y el liderazgo de Petro volvió a ser impaciente. Ante los escollos que enfrentó su reforma de la salud, Petro decidió atrincherarse como lo hizo en Bogotá, convencido de que él gobierna para la minoría que lo eligió. En la ciudad no hizo ningún esfuerzo para tender puentes con el 65 por ciento restante que rechazaba sus políticas.

En su discurso de Zarzal —que, como le dijo a La Silla alguien de su círculo cercano, “revela qué quiere y qué piensa realmente el presidente”— Petro volvió a hacer explícito (como lo hace la agenda de negociación pactada con el ELN) que él entiende que su mandato es el del “pueblo del estallido social” que “fue a las urnas y se calmó”. “Pero ahora están burlando las decisiones de las urnas y eso no debe ser”.
Porque para Petro, y varios de sus funcionarios, sus reformas ya fueron avaladas íntegramente por el pueblo cuando fue elegido pues fue eso lo que prometió en campaña. Una idea que desconoce que un poco menos de la mitad de los colombianos no votó por él y que por lo menos el 10 por ciento que sí lo hizo en segunda vuelta no creía a rajatabla en su programa pues su primera opción había sido otra. Y fue precisamente su apertura al centro lo que los convenció.
“Es bueno que Petro quiera cumplir sus promesas electorales, pero su tesis de que las reformas de su programa ya fueron aprobadas por el pueblo es equivocada y ojalá la abandone —escribió este domingo en su columna el jurista Rodrigo Uprimny— ya que expresa una visión problemática de la democracia que puede tener consecuencias institucionales y políticas muy negativas”.
Las consecuencias
Una de esas consecuencias es que cuando Petro habla de la necesidad de un “pacto social” no parecería significar lo mismo que han explicado líderes cercanos a él como Iván Cepeda, y es que está abierto a una negociación en el Congreso y con las demás fuerzas que discrepan de él para llegar a unos consensos mínimos.
Pareciera más bien entender que sus reformas son en sí mismas el “pacto social” —el vehículo, el único para él— para evitar un nuevo estallido social.
Quizás por eso es que en su ilustrativo discurso de Zarzal dice que no entiende si es que el “Congreso de Colombia quiere guerra” cuando lamenta que no hubiera quedado su polémico artículo sobre las tierras en el Plan de Desarrollo.
“El gobierno no encuentra caminos para aprobar sus reformas, por más de que intenta, no encuentra caminos para aprobarlas”, dice el consultor político Gonzálo Araújo. “Lo que propone no le resuena a mucha gente”.
Una muestra de lo poco que ha resonado su reforma de la salud fue la poca gente que salió a marchar en febrero cuando Petro la convocó a la calle y el que ninguna organización de base se haya hecho presente en el Congreso para defenderla. De hecho, según dijo una fuente a La Silla que lo supo de primera mano, encuestadores han prevenido a Palacio de convocar a la gente a la calle porque sus propuestas no tienen el favor popular.
Hoy nuevamente se pondrá a prueba ese camino de convocar al pueblo a las calles para apalancar las reformas en el Congreso, con la ventaja a favor del presidente de que los sindicatos siempre salen a marchar el 1 de mayo. Si no tiene éxito de sumar más manifestantes ahora, quizás con los recursos que el gobierno le quiere inyectar a la economía popular contratando más de 2 billones de pesos este año con las más de 50 mil juntas de acción comunal pueda fortalecer la movilización popular en el futuro.
Pero mientras trabaja en que eso suceda a partir de los subsidios y de radicalizar su discurso contra las élites económicas, políticas y mediáticas, el camino que le queda a Petro —y que ya anunció el nuevo minInterior— es el de romper el partido Liberal alentando la fractura que ya existe al interior y sonsacarle otros votos a La U y a los conservadores para conseguir el apoyo suficiente para aprobar sus reformas. Es un camino difícil y costoso, pues va en contra de la idea de unos partidos fuertes y disciplinados. Pero como lo han demostrado otros presidentes, no es imposible.
“Velasco hace rato viene impulsando una cosa programática antigavirista, los samperistas también pueden lamerse las heridas y aspirar a algo”, dice el analista político Francisco Gutiérrez. “Mantenerse en el mundo de la coalición no implicaría necesariamente negociaciones al detal. Podría buscar fracturas faccionales, que es una práctica muy colombiana”.
Entonces, seguramente lo que verá el país hasta las elecciones de octubre es un gobierno y un presidente más confrontacional en sus alocuciones y mas transaccional en el Congreso. Y, dependiendo de cómo le vaya al Pacto Histórico en esas elecciones, habrá más de lo primero o más de lo segundo.