Francia Márquez: el talante y la terquedad que representa a los excluidos

“Es una contradicción que yo venga a acompañar esta movilización y que una de ustedes venga a decirme que no puedo subirme a una tarima porque estoy participando en política”, empieza a decir Francia Márquez, mujer negra, peinada con trenzas africanas, con un bolso tejido colgado al cuello. Está montada sobre un carro que lleva los parlantes en una movilización de mujeres en Bucaramanga, en Santander. Quienes están cerca de ella empiezan a pedir silencio a las personas que están más atrás y la multitud se calla por completo.

Unos metros antes del cruce de calles donde paró la movilización para escucharla dar un discurso, dos mujeres jóvenes se le acercaron y le dijeron que esa marcha no era para hacer campaña política. Ella les sonrió y guardó silencio. Desde el inicio había caminado siempre en la cola y sólo acompañada por una fotógrafa y tres hombres que hacen parte de su equipo de trabajo.

Sobre el carro se ve seria, con el ceño fruncido. Por primera vez, después de una hora de marcha, ha dejado de sonreír y se pone a la cabeza de los manifestantes. Ese 25 de noviembre la misma multitud se repite en casi todas las ciudades del país para conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.

“¿Y a los que están gobernando y se roban la plata qué les decimos? Pero cuando una mujer como yo, negra, empobrecida, violentada, desterrada de su casa, se para de frente para decir que va a hacer política le decimos que no puede hablar”, continúa sobre el carro y hace una pausa larga. La multitud la ovaciona, aplaude y grita para apoyarla.

Diez calles atrás, en el punto de encuentro de la marcha, los manifestantes ni siquiera la notaron. Por unas cuatro cuadras Francia Márquez caminó sin que nadie se diera cuenta de que estaba presente. Solo causó revuelo cuando una mujer, en compañía de su hija de cuatro años, la saludó, le pidió una foto, y rompió el hielo.

Luego mujeres le pedían fotos para subirlas a sus redes sociales, grupos de estudiantes hacían videos en los que ella aparecía, su propia fotógrafa la grababa acercándose a la gente. No los buscó, y tampoco se negó a ninguna foto ni a ningún saludo.

Pero sobre la tarima, Francia ya no era solo una manifestante. Su discurso ese día incluía todas las banderas que le ha sumado a su proyecto político desde que se hizo visible como una líder en el Pacífico. Lo dio en un tono que no ha sido siempre igual, pero que se ha hecho costumbre en los últimos meses: sin sonrisas y enfático.

Habló de las madres negras esclavizadas hace siglos, de las trabajadoras domésticas, las mujeres rurales, las mujeres trans, y de que estaba ahí porque quería llegar a la Presidencia representando a esas personas.

Ese día, en todo caso, era una Francia distinta a la que se hizo famosa en 2018 tras recibir el Premio Goldman por su liderazgo ambiental. Hace cuatro años, sobre un escenario en San Francisco, Estados Unidos, y vestida con unos tacones negros y un traje colorido de la región del Pacífico –donde nació–, los micrófonos le daban miedo. Y tenía que leer los discursos para que no la traicionaran los nervios.

Ahora, no solo tiene más banderas que las del medio ambiente, sino que se acostumbró a los discursos. Y a las cámaras, las entrevistas y los saludos que le hacen en la calle no solo por ser candidata presidencial, sino además una especie de celebridad en medio de los convulsionados años de movilizaciones sociales que empezaron en 2018 en Colombia.

De artista a lideresa

Muchas de las personas que conocieron a Francia Márquez antes de que quisiera ser presidenta, la vieron por primera vez cantando y bailando. Es la otra cara de la mujer que hace discursos y la que conocieron en su comunidad.

“Yo la conocí en Buenaventura en una asamblea de comunidades negras hace 10 años. Estaba cantando, pero sé que no lo hace ahora”, dice Diego Grueso, abogado de víctimas en la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), asesor de comunidades negras en procesos de acción colectiva y amigo de Francia Márquez.

Nació en 1982 en una familia minera, pobre y numerosa. En su casa, ubicada al norte del Cauca, en el municipio de Suárez, siempre había niños corriendo: alguno de sus once hermanos, luego los sobrinos, luego sus hijos y los hijos de las vecinas. Todos, incluida Francia, trabajaban recogiendo maíz, buscando oro en el río Ovejas o cultivando árboles frutales.

Pero en las reuniones familiares, que son una fiesta del pueblo porque en el Pacífico todos son una “familia extensa”, Francia era la que más animaba. Era la que bailaba al ritmo de los cununos y las tamboras, la que cantaba los alabaos, la que hacía los chistes y las presentaciones, la que actuaba en las obras de teatro del colegio.

“La primera vez que la vi fue en un evento de jóvenes. La invitaron a que nos cantara algunas cosas e hiciera poesía”, dice Victor Hugo Moreno, candidato Verde al Senado y amigo de Francia desde principios de los 2000.

Francia Márquez quería ser artista. Quería ser cantante, bailarina y actriz.

El sueño le duró toda su juventud, solo apaciguado por una suma de acontecimientos que desviaron su atención –ninguno de ellos planeado– y la llevaron a hacerse más visible en su comunidad como lideresa. Primero fue la amenaza de desviación de un río del que subsistían ella y su familia, después fueron dos embarazos –uno a los 16 y otro a los 20 años– y el abandono del padre de ambos, también el inminente despojo de su comunidad por la llegada de grandes empresas mineras al norte del Cauca y la tensión constante de un atentado contra su vida que la obligaron a migrar a Cali.

“De pronto en algún momento vuelvo. No lo hago ahora pero porque lo puse en pausa”, dice sentada en el lobby de un hotel de Bucaramanga, a las diez de la noche y de mal humor, luego de una agenda llena de reuniones políticas con líderes afro y sindicalistas de Santander.

A ese tipo de eventos políticos empezó a acostumbrarse cuando era apenas una adolescente, entre los años 1994 y 1997. Participaba en asambleas comunitarias de poblaciones negras que se hacían para evaluar los impactos de la desviación del río Ovejas al Embalse de Salvaijna para aumentar la capacidad de esa hidroeléctrica. El proyecto, según la comunidad, amenazaba la subsistencia de cientos de familias que vivían de la minería artesanal de oro a orillas del río, como la suya. Finalmente, la presión de las comunidades a las alcaldías de Suárez, Morales y Buenos Aires para que no dieran su aprobación, frenaron el proyecto.

Desde ahí Francia mostró un talante que persiste, emocional y terco, y que la hicieron tomar las banderas del medio ambiente antes que la de las mujeres, los pobres y los negros.

Defender el río amplificó su voz entre los procesos afro del Cauca, y empezó a aparecer en las conversaciones de otros líderes en la región, que la reconocían como una defensora de su comunidad en la vereda La Toma, al sur de Suárez.

El talante y el liderazgo popular

Una vez, en 2015, la invitaron a participar de un taller sobre restitución de tierras y consulta previa. Era para comunidades afro y lo dirigían abogados de organizaciones sociales que acompañaban ese tipo de solicitudes.

Para que entendieran la complejidad de todos los roles en una concertación, los asistentes tenían que asumir distintos roles en una escena, y a Francia le correspondió ser la abogada defensora de una empresa minera. “Su equipo le decía que fuera una abogada muy mañosa –cuenta su amigo Diego Grueso– pero ella no lo pudo hacer. Sus principios eran tan fuertes que no pudo siquiera performar algo con lo que no estaba de acuerdo”.

Para ese momento Francia ya era una lideresa conocida en su comunidad y en el Pacífico por su defensa del territorio y su férrea oposición a la llegada de multinacionales que querían explotar el oro que por años su familia había sacado artesanalmente del río.

Ella no solo se convirtió en la voz más importante de su vereda, sino en una de las más sonadas entre los procesos sociales de la población afro en el Cauca. Pero su liderazgo, para los años 2000, seguía muy enquistado en el Pacífico.

De reunión en reunión, aterrizó en el Proceso Nacional de Comunidades Negras (PCN), el proceso social afro más importante de esa región del país. Ahí estrechó los vínculos con varios de los líderes afro que hoy la acompañan en su campaña a la Presidencia.

En 2009 el Gobierno Nacional aprobó licencias mineras en el municipio de Suárez, y el Consejo Comunitario de La Toma –del que hacía parte Francia Márquez– empezó a exigir el cumplimiento de la consulta previa y los procesos de socialización con comunidades antes de empezar a explotar el oro.

Esa movilización convirtió a los líderes de la región en objeto de amenazas y le permitió a Francia hacerse más visible a nivel nacional. Desde entonces la vida de ella, sus dos hijos y sus once hermanos estaba en entredicho y el liderazgo que antes parecía una fiesta empezó a ser un riesgo inminente. 

En parte por eso es que Francia dejó de cantar y bailar como lo hacía antes. Y cambió su talante. Solo reservado a sus eventos familiares, que son casi lo mismo que una fiesta del pueblo, los bailes con cununo y los alabaos con las matronas de la comunidad dejaron de ser la carta de presentación de Francia en las reuniones. En cambio se hizo cada vez más frecuente el tono con el que ahora da los discursos de su campaña presidencial: terco y emocionado, pero distante.

“Ella es muy emocional. Casi siempre saca las cosas así, de acuerdo a la emoción que esté viviendo en ese momento”, cuenta Clemencia Foy, otra lideresa afro del Cauca que conoció a Francia en 2012 en medio de reuniones comunitarias para oponerse a la minería en esos territorios.

Desde hacía tres años que los líderes de todas las veredas de la región y de por lo menos cuatro municipios del norte del Cauca se reunían constantemente para presionar a los gobiernos nacional y locales para frenar la explotación. Hacían asambleas, mandaban cartas, hacían marchas y plantones. Pero era un reclamo muy común en el Pacífico.

Por eso, con una idea sacada de la nada, que no había discutido previamente, Francia decidió convocar a un grupo de mujeres para que marcharan desde el Cauca hasta Bogotá. Quería pedirle personalmente al Gobierno Nacional, en ese entonces en cabeza de Juan Manuel Santos, que frenara la minería a gran escala.

Era ya diciembre de 2014. En Suárez las retroexcavadoras y la maquinaria pesada habían llegado y estaban a orillas del río Ovejas listas para empezar a explotar. En algún momento, incluso, los líderes de La Toma se pararon en frente de la maquinaria para que no pudiera avanzar. La principal preocupación era que explotar el oro contaminaría el río; el mismo que una década atrás habían logrado conservar en su cauce.

Pero en las noches los motores sonaban. Y los reclamos seguían presentes. Francia tuvo la idea de caminar hasta Bogotá en una reunión de mujeres del Cauca. Solo cuatro le compraron la propuesta. “Nos dijo que había pensado en sacar un grupo de mujeres que quisieran ir a Bogotá para hacer la denuncia pública de lo que está pasando en el río. Cuando dijo que íbamos a ir caminando, todos se quedaron atónitos”, cuenta Foy.

No había despliegue logístico, ni ruta definida, pero ella insistió y 15 mujeres, con turbantes en la cabeza, arrancaron al día siguiente hacia el centro del país. La llamaron la Marcha de los Turbantes. Caminaron 22 días y llegaron hasta el edificio del Ministerio del Interior. Eran en total 150 mujeres en el edificio.

El salto nacional llegó con amenazas

“Fue la primera vez que supe de Francia Márquez”, cuenta una exfuncionaria del MinInterior que llegó al edificio el mismo día que las mujeres de la Marcha de los Turbantes llegaron a él.

Se quedaron una semana dentro del edificio. Para no tener que salir, y de paso evitar que las dejaran afuera, todas lavaron la ropa en los lavamanos de los baños, la extendieron en el lobby del edificio y durmieron en cambuches improvisados en el mismo lugar.

Se quedaron ahí hasta que Juan Fernando Cristo, el ministro del Interior, y Juan Manuel Santos, aceptaron tener un diálogo con ellas y otros funcionarios del gobierno. Desde ese mismo día las retroexcavadoras y la maquinaria pesada dejaron de sonar en el Cauca y empezaron su desmonte. De paso, el nombre de Francia Márquez empezó a resonar en el resto del país.

Estando aún en el ministerio, los medios de comunicación empezaron a replicar un discurso que Francia dio dentro del edificio. Turbante de colores en la cabeza, camiseta blanca, y un tono de voz fuerte. “400 años aportándole a la construcción de este país, ¿y somos perturbadores de mala fe? 400 años enriqueciéndoles los bolsillos a otros y empobreciéndonos nosotros, ¿y somos perturbadores de mala fe? Cuántas de nosotras tenemos que ir a casas de familia a lavarles los calzones a muchas, ¿y somos perturbadores de mala fe?”, dijo en un salón donde había funcionarios del Gobierno.

Ese grupo de mujeres negras le ganaron la pelea a un empresario y varias multinacionales que querían explotar el oro. Pero después vinieron las amenazas más fuertes y un atentado. Hacerse visible fue una ganancia, pero también una condena.

Dos meses después, en la noche, Francia estaba empacando las maletas suyas y de sus dos hijos para salir del Cauca rumbo a Cali, donde vivía por ratos porque allá había terminando su carrera de Derecho meses antes. Hasta entonces, y más después del abandono del padre de sus hijos, ella había vivido en la casa materna, donde creció toda su familia.

En La Toma se rumoraba que las amenazas que desde hacía años existían contra Francia Márquez estaban subiendo de tono. Pero ese día, ella estaba en una reunión y uno de sus compañeros, angustiado, le dijo que se fuera para su casa.

“Ahí mi tío me dijo que me estaban buscando para matarme. Y mis hijos estaban ahí conmigo. Yo me quedé fría, no sabía ni qué decir ni qué hacer. Nos mandaron un carro desde Cali y nos fuimos a las cinco de la mañana”, contó en una entrevista que le dio a la Deusche Welle en 2018.


Foto: Fundación Goldman

Desde ese día vive entre Cali y el Cauca. A la casa de su familia, que siempre estaba llena de niños, vuelve para reflexionar sobre las decisiones más difíciles, que casi siempre toma por impulso y digiere después. Las piensa mientras siembra árboles frutales y mientras ve a su mamá sembrar hortalizas. Las analiza con los pies en el río Ovejas, comiendo sancocho de pescado –el plato que mejor sabe preparar–, y rodeada de su familia completa.

Al Cauca, por ejemplo, llegó a deshacer los pasos de la primera elección popular a la que se lanzó para seguir su lucha y sus reclamos desde el Congreso. A inicios de 2018 Francia Márquez se inscribió como candidata a la Cámara por la circunscripción afro con el Consejo Comunitario del Río Yurumanguí. Encabezó la lista y alcanzó menos de ocho mil votos, casi todos de su comunidad, que no le alcanzaron para ocupar un escaño en el Congreso.

Esa elección fue también su primer acercamiento a Gustavo Petro, el líder del Movimiento Colombia Humana y su competencia directa en la consulta del Pacto Histórico en marzo de este año. Petro apoyó la lista de ese consejo comunitario en el Cauca, en el que también estaba un líder afro de Buenaventura, Leonard Rentería, y Ariel Palacios, hoy candidato a la Cámara apoyado por Francia Márquez.

Es una alianza que persiste y que Francia sostiene a pesar de las críticas a Petro. Defiende ese vínculo porque fue el que impulsó su entrada a la política, y tanto lo ha hecho que le hizo un guiño justo el día que dio un salto a las tarimas internacionales y se convirtió en la defensora ambiental más importante de latinoamérica en 2018.

Ella recibió el Premio Internacional Goldman en diciembre en una ceremonia en la Casa de la Ópera en San Francisco, Estados Unidos. Su mamá la había acompañado a ese viaje, al que asisten políticos de todo el mundo y líderes de todos los continentes.

Fue en ese discurso, frente a cientos de personas, que Francia Márquez le hizo un guiño al movimiento político de Gustavo Petro. “Viva la Colombia Humana”, dijo al final. Y selló una cercanía con ese movimiento que persiste, con diferencias, hasta hoy.

Su “familia extensa”, como le llama Francia a su comunidad, la vio después desde la pantalla de su celular reunidos en la cancha del pueblo. La vieron temblar cuando empezó su discurso y empezar de nuevo. Estaba nerviosa, como no se le ha visto en la campaña presidencial. Francia estaba pasando de ser la mujer que frenó la minería a gran escala en el norte del Cauca, a ser la voz de los liderazgos ambientales de toda suramérica y el Caribe.

La estatuilla que le dieron está en la casa de la familia de Francia en La Toma, la “casa ancestral”. Es una escultura de plata en forma de círculo que se llama Ouroburo, y que cada año reciben seis líderes de todas partes del mundo por defender el medio ambiente. Entre los ambientalistas, al premio lo conocen por ser una especie de Premio Nobel, el más importante reconocimiento por la defensa del planeta.

La estatuilla es, todavía, una especie de objeto mágico que todos en La Toma muestran con orgullo y que sienten propio, un premio colectivo. Cuando Francia lo llevó al Cauca, después de su viaje a San Francisco para recibirlo, todos sus primos, hermanos, los hijos de los vecinos, se tomaron fotos con él. Algunos las subieron a sus redes sociales.

“Siento que ese premio también me enseñó a ver los privilegios. Un día yo no era nadie para este país ni para el mundo, y después al día siguiente yo era alguien porque alguien dijo que soy alguien”, recuerda Francia en el lobby del hotel en Bucaramanga, ya sin la prevención de los primeros minutos .

Su nombre llenó los titulares de los medios de comunicación en Colombia, y recibió el aplauso de políticos, periodistas y líderes de opinión en todo el país.

Fue lo que la catapultó después como una celebridad, además de lideresa. Tal vez la líder afro más reconocida que ha tenido Colombia y la que más en serio se ha tomado su papel de ser visible ante el país y el mundo. Todavía con impulsos y con decisiones que reflexiona solo después de tomarlas, pero en las que persiste hasta llevarlas al límite. Como la de llegar a la Presidencia.

De Llano Verde a la Casa de Nariño

El 11 de agosto de 2020 cinco jóvenes, entre los 14 y los 16 años, fueron asesinados en el barrio Llano Verde, al oriente de Cali. Es un barrio pobre, de fachadas coloridas, al lado de un cañaduzal y habitado por familias que son en su mayoría desplazadas de otras partes del departamento. A los jóvenes los mataron, según el reporte de la Fiscalía, al medio día de ese martes.

Francia estuvo al día siguiente en el sepelio. Se reunió con las mamás de los cinco jóvenes y les dio su apoyo. Algo había en esa historia que la conmovió de un modo distinto.

Diez años antes, muy cerca de ese mismo barrio en el que murieron los cinco jóvenes, una hermana de Francia perdió a su hija de ocho años. La mató una bala perdida durante el enfrentamiento de dos combos. Su hermana, la única de la unión entre su papá y su mamá, no había vuelto a ser la misma; estuvo internada en hospitales psiquiátricos más de tres veces durante dos años.

Diez días después de esa masacre, el 25 de agosto, Francia anunció que quería ser presidenta.

“No teníamos ni idea en el equipo de la campaña de 2018. Estábamos trabajando para volverlo a intentar en el Congreso. Pero cuando vimos el anuncio supimos que estaba hablando en serio. No había vuelta atrás”, cuenta Maury Eliana Valencia, una de las integrantes del equipo de trabajo de Francia Márquez, y quien la acompañó desde 2018 en su candidatura al Congreso.

Cuando salió la noticia, Francia estaba en una clase de una especialización en Escrituras Creativas que estaba cursando en la universidad Icesi de Cali.

Estando en medio de la clase, virtual por la pandemia, las compañeras comentaron el anuncio a través de un chat de Whatsapp. Le preguntaron si era en serio y después empezaron a fantasear con la idea de cómo sería la posesión de Francia como presidenta de Colombia en 2021.

“Iría vestida con su falda y su cununo”, dijo una. “No va a ser en la casa de Nariño”, agregó otra. Francia leía esos mensajes desde un escritorio de su casa en Cali.

Sueña con ese día. Con una posesión desde el Cauca donde su mamá y sus once hermanos también quepan en la foto. “Yo no voy a ir a la Casa de Nariño. No sé si tenga que ir, en términos de seguridad y de lo que implica la seguridad para una presidenta en este país. Todavía no sé qué significa eso. Pero si mi espíritu, mi alma y mi ser pudieran decidir libremente, pues no iría”, dice. Tiene un objetivo específico si llega a presidenta: “Que ningún niño tenga que morir de hambre en este país”. Y sabe que no puede cambiarlo todo y que en su gobierno seguro no lo logrará todo. “Si lograra hacer un gobierno que se preocupa por la vida de la gente, así no haga mucho más (porque seguramente no vamos a hacer más) sería como que ya hice algo concreto”.

Foto: Juan Mejía- Human Pictures

Lo cierto es que, cuando hizo el anuncio de aspirar a la Presidencia, Francia no tenía muy claro qué significaba. No había soñado con ser presidenta, no lo había comentado con su familia, su equipo de trabajo no tenía idea de que tendría que empezar a hacer esa campaña. Pero lo de Llano Verde la conmovió y lo decidió sola, sin un plan definido para enfrentar ese proyecto.

La campaña ha dependido de otros

Para lanzar oficialmente su candidatura, Francia Márquez usó un afiche que diseñó y le regaló Guache, un artista urbano de Bogotá. “Lo hice porque es histórico ver una voz ambientalista, lideresa, mujer, que es diferente a lo que presenta la política”, dijo Guache.

El diseño retoma el de los carteles de Hope que se usaron durante la campaña presidencial de Barack Obama en 2008 y el de We can do it!, que se ha convertido en ícono del feminismo a nivel mundial.

Ese regalo fue un boom en las redes sociales, suficiente para demostrar que Francia Márquez llegaba como un mensaje renovador en la política colombiana y era capaz de fortalecer una campaña fuera de su territorio.

También fue la muestra de que esa campaña se movería gracias a la voluntad de gente que cree genuinamente en Francia, que no tiene recursos para financiar propaganda.

Pasar de ser una lideresa ambientalista a abanderar los discursos de las mujeres y el movimiento feminista, ha sido la estrategia política más importante de su candidatura y la que le ha significado los apoyos más grandes.

Por ejemplo, en la Convención Nacional Feminista —que convocó el único movimiento político de mujeres, Estamos Listas— las mujeres del movimiento social acordaron impulsar a Francia Márquez a la Presidencia, aún cuando no tenía ni movimiento ni aval de ningún partido.

Y cuando Soy Porque Somos, el movimiento que quiso impulsar por firmas, no logró recoger las 600 mil necesarias para impulsar una candidatura propia, las mujeres del Polo Democrático presionaron a su partido para que le dieran el aval. Lo recibió el 12 de diciembre.

Pero esa estrategia también le ha costado encontrones con varias de las personas que están en el Pacto Histórico, en especial un sector de feministas que defienden a Gustavo Petro. Son peleas que incluso ponen en entredicho los principios de dignidad que ella dice defender, y por la que le han cuestionado su permanencia en la coalición.

Lo que empezó con una emoción que no tenían las demás candidaturas del Pacto Histórico, porque Márquez tiene una forma de hacer política alejada de las maquinarias, fue después un camino lleno de incertidumbres y costos para ella.

Por su talante ha peleado con los líderes más visibles del Pacto y los más cercanos a Petro. Peleó con Gustavo Bolivar cuando en una entrevista radial dijo que “no le cargaría las maletas a Petro” y Bolívar respondió que él sí lo haría. Luego con Isabel Zuleta (candidata al Senado) tras señalar que en el Pacto han sido racistas al negarle a los afro puestos elegibles en la lista al Senado. Zuleta respondió diciendo que ella era una candidata afro. Y su propia coalición le ha quitado los espacios de representación más importantes sin que ella haga más que amagar con su salida, que de paso significaría renunciar a la candidatura a la Presidencia.

Además, en plena época de campaña, donde son frecuentes los debates, las reuniones políticas, los espacios de conversación con otros candidatos, entre Francia y los demás se nota una distancia que ella misma ha sabido propiciar.

En los debates, por ejemplo, se queda en el camerino y sale solo cuando van a salir al aire. Apenas saluda, pero no abre la conversación. Y en los eventos públicos —incluso de su propia coalición— casi nunca sonríe.

“Me siento incómoda en los debates. La gente se pone como de una escena de teatro y yo no voy a hacer parte de la escena; yo voy a decir lo que pienso y lo que siento y la verdad —dice— Yo ni hablo con ningún otro candidato. Y como muchos son todos ‘dediparados’, yo no les paro bolas. Estoy en lo que estoy y punto. No tengo mucha afinidad con ellos, no los conozco, no sé quiénes son”.

A varios sectores políticos les ha cerrado la puerta a invitaciones que le han hecho luego de los portazos de su propia coalición. A Ingrid Betancourt y Carlos Amaya les dijo que no cuando le hicieron guiños para que se uniera a la Coalición Centro Esperanza.

Y a miembros de su misma corriente, como la Colombia Humana y el Polo Democrático, que le han dicho que le falta preparación y que empiece su vida política en el Congreso, les dijo que lo que ella quería era ser presidenta. Y que solo lo hará en el Pacto Histórico. “Yo no he tenido choques con nadie del Pacto, –dice Márquez–. He tenido posturas diversas y distintas. Eso es una virtud”.

Pero el Pacto –sobre todo Gustavo Petro– ha preferido alianzas políticas que le pongan votos, por encima incluso de las ideas que dice defender. Y las peores consecuencias se las ha llevado Francia Márquez.

Petro le abrió espacio a una candidatura de Alfredo Saade, un cristiano que se opone al aborto, a pesar de decir que el suyo sería el gobierno de las mujeres y lucharía por sus derechos. Ese es el discurso que Francia mejor representa dentro de la coalición.

Petro también está buscando una alianza con el Partido Liberal, aunque dijo que no se uniría con partidos tradicionales y con maquinaria política. E incumplió la promesa de que en los primeros puestos de la lista al Senado hubiera candidatos afro. Justo los que Francia Márquez quería poner.

Aunque ella es la segunda precandidata con mayor votación dentro del Pacto Histórico, y la posible fórmula vicepresidencial si Petro cumple su promesa de darle ese puesto a quien lo siga en la consulta, no tiene ni un solo candidato propio en la lista al Senado.

Los dos que presentó, Vicenta Moreno y Carlos Rosero, llevan años liderando procesos de comunidades negras en el Pacífico.

Ahí Francia puso el freno y amagó con irse de la coalición, aunque no le sirvió de nada porque Petro no cambió la estrategia de priorizar sus votos. Y amagó otra vez después, convocando a una asamblea nacional de sus seguidores para decidir su permanencia en el Pacto Histórico. Pero tampoco se fue, porque lejos del Pacto, a ella se le agotan las opciones.

Francia sigue ahí porque tiene pocas puertas abiertas, casi nada de experiencia y un talante que no la deja dar el brazo a torcer. Pero sobre todo porque está convencida de que la suya es una fuerza capaz de movilizar miles de votos para acercarse a la Presidencia y tiene sueños —como la posesión desde su vereda, vestida con su vestido de colores y en compañía de sus hermanos— en los que piensa cuando no puede dormir.

* Este perfil hace parte del libro “Los presidenciables”, de La Silla Vacía. Pueden encontrarlo en las principales tiendas virtuales y desde abril en todas las librerías del país. 

Periodista de la Universidad de Antioquia. Escribo sobre temas de género y medio ambiente en La Silla Vacía. En Twitter estoy como @CastrillonElisa.