El paro armado del Clan del Golfo en 11 departamentos dejó oficialmente 26 personas asesinadas —incluidos dos militares— y más de 300 capturadas por parte del Ejército entre lunes y martes. Pero sobre todo, el paro dejó en miles de habitantes que vivieron cuatro días de confinamiento obligado un sentimiento de zozobra y miedo que no padecían desde las épocas más crudas del conflicto. 

Varios hasta el martes seguían sin salir de sus casas. En municipios como Galeras, en Sucre, o Montelíbano, en Córdoba, las clases de los colegios hasta ayer seguían a medias. En Buenavista, San Onofre y Colosó, en Sucre; y San Pablo, en Bolívar, están circulando mensajes de whatsapp y amenazas para que se desmonte toda la publicidad política.

El miedo del que hoy aún no se reponen es la emoción prevalente en los testimonios que recogió La Silla Vacía de 24 habitantes —comerciantes, profesores, funcionarios de alcaldías, líderes barriales y comunales— de ocho zonas afectadas por el paro armado en Córdoba, Sucre, Bolívar, Magdalena Medio, Santander, Chocó y Antioquia.

“Fue otra pandemia, pero con terror”

La mayoría de los entrevistados en los Montes de María, el Sur de Córdoba y en Chocó ya había vivido la violencia de inicios de siglo. Volver a esas épocas les removió los peores recuerdos del terror que padecieron cuando eran mucho más jóvenes.

“Jamás habíamos vivido esto. Hacía como 20 años, con la cuestión de la guerrilla, cuando los paramilitares entraron acá y quemaron el comando, ni cuando estaba la guerrilla cerraban el comercio, ni nada de eso —dijo una campesina de Colosó, en Sucre— Yo decía: ‘Dios mío que nos guarde’. Desde que mataron a mi hija, yo no quiero escuchar tiros, eso me pone muy nerviosa.”

“Fue otra pandemia, pero con terror”, nos dijo una líder de víctimas en San Pablo, Bolívar, que como varias fuentes, prefieren no publicar su nombre. Antes del paro estaba en Simití (Bolívar) y cuenta que cuando volvió a su pueblo “la gente comenzó a decir que había paro y vi que la gente corría, cerraban fuerte sus portones”.

En ese momento sintió miedo. También preocupación por sus hijos más pequeños, porque podrían quedar con el trauma de la guerra. Y ella, que fue desplazada hasta San Pablo luego de que le quitaran su tierra los paramilitares, sabe que es una carga muy pesada para cargar en la vida.

Como ellas, los otros 22 entrevistados estuvieron guardados en sus casas.

En Montelíbano, al sur de Córdoba, el periodista Organis Cuadrado —quien dirige un portal de noticias — recibió una llamada de su esposa, que acababa de ver cómo dos encapuchados llegaron en moto a la tienda vecina de su casa. Les dijeron que tenían que cerrar.

“Ella creía que habían llegado a matarme”, nos dijo el periodista, quien desde hace tres años tiene escolta, porque el Clan y los Caparrapos lo amenazan vía whatsapp. “Desde ese día estoy guardado, lejos de mi casa”. El miedo en su voz es notorio.

En Tuchín, Córdoba, “hubo una revolución”, cuando la gente se enteró del paro, según cuenta Francisco, un comerciante informal de 45 años. “Eso se hizo la revolución en menos de 15 minutos”, cuenta. “Pa’ decirle que fue un desastre: todo el mundo cerrando, todo el mundo buscando a sus hijos en el colegio, en el hogar, todas las oficinas de la Alcaldía, todo eso cerró”.

Un miedo que se prolonga

Hoy, tres días después de que el Clan diera por terminado su paro, la sensación de inseguridad por fuera de la casa continúa. “No siento seguridad, no tengo seguridad, tengo mucho miedo de mandar a mi niña mañana al colegio, no lo he decidido”, nos dijo una funcionaria pública en Sucre. “Me toca trabajar mañana, bajo esta incertidumbre que no sabemos. Nunca habíamos vivido la guerra tan cerca”.

“Está muy vacío, la gente sigue con temor”, reconoce desde Puerto Wilches, en Santander, el empresario Leonardo Gutiérrez. “Aunque dicen que ya acabó, está vacío, la gente el lunes no salió a la calle, no hay clases, todo está paralizado”.

Muchos ya conocen esa sensación porque la vivieron en otros paros armados. Así nos lo dijeron cuatro personas en Montelíbano (Córdoba) y San Pablo (Bolívar). 

“Recuerdo que el último paro armado que hubo, pues no fue como tan, tan violento”, nos dijo una profesora en Montelíbano quien tuvo que sacar a sus estudiantes del colegio para que no los mataran, porque el Clan dio esa orden el jueves pasado. “Antes los otros grupos daban tres días de anticipación a la comunidad para que compraran víveres y todo lo que pudieran, porque iba a haber tres días de paro y no iba a haber nada abierto”.

“Cuando los elenos hacían los paros mandaban mensajes con anticipación para proveer”, nos dijo una líder de víctimas en San Pablo, Bolívar. “Y a estos (el Clan) no les importa si hay comida o no hay”. Ella se enteró del paro porque a su hijo dos encapuchados lo obligaron a cerrar su heladería.

En Quibdó, la capital del Chocó, vivir con miedo al Clan del Golfo es parte de la rutina. Ese grupo subcontrata a pandillas locales que controlan varias comunas de la ciudad. “El panorama no ha cambiado tanto: nos veníamos encerrando a las 5, 6 de la tarde”, dice una gestora cultural. “Las calles en las noches parecen un cementerio”.

En otra comuna quibdoseña, el abogado Américo Gallego, vio cómo les quemaron las motos a los conductores. “Como acá todos vivimos del rebusque, las personas que trabajan en los moto-taxis sufrieron porque les dañaron su medio de sustento”.

Quemas de motocicletas durante el paro en Quibdó.

“La Alcaldía fue la primera que cerró”

Durante los cuatro días de paro, el presidente Duque y sus ministros de Interior y Defensa insistieron en que la Fuerza Pública estaba desplegada en las calles. Pero los 24 entrevistados nos dijeron que la presencia de autoridades en sus municipios durante el paro fue nula o muy escasa, salvo en algunos municipios de Santander como Puerto Wilches y Barrancabermeja.

“El municipio se vio tan solo que, como cosa extraña, la misma Alcaldía fue la primera que cerró”, nos señala Tulio Hurtado, un líder barrial de 52 años que vive en Nóvita, Chocó. “Y no abrieron esos días, nada de institucionalidad”.

“No hubo Fuerza Pública, nosotros nos extrañamos: ¿qué pasa con el alcalde?”, nos dijo Nelly Rojas, presidenta de la junta de acción comunal de San Pablo, Bolívar. “Hicieron un consejo de seguridad pero a nosotros no nos incluyeron, solo hasta el lunes se pronunció el alcalde”.

Para Nelly, la culpa de la situación la tienen el alcalde y el gobernador. “No vamos a decirle a Duque que es el culpable de la situación, si ese señor está allí batallando contra esa JEP comunista, una JEP que todo le aplaude a los sicarios de las Farc y que limita al presidente”.

Nelly no ha salido de su casa desde que levantaron el paro. “Salir ahorita representa un riesgo, salir con un ataúd al lado”.

Varios municipios en Córdoba y Bolívar decretaron toques de queda alternos al paro. Uno de esos fue Carmen de Bolívar. La reacción de los habitantes fue de rabia.

“Estamos en el paro de los ilegales y el gobierno les complementa diciendo que tenemos que quedarnos en las casas, para salvaguardar un poco el orden público, pero las autoridades no hicieron mucho para restablecer el orden”, nos dijo un líder de víctimas que vive en la cabecera del municipio.

Ese líder conoció el caso de un joven que, por no parar en un retén ilegal del Clan el viernes pasado, recibió un tiro en la pierna. Dice que el Ejército no les ayudó. “El papá del muchacho herido fue en busca de ayuda a ver si le podían colaborar para rescatar al muchacho y simplemente le dijeron que no, que se quedara quieto”.

Esa sensación de desamparo se suma a la desconfianza que ya tenían frente a la Fuerza Pública. En Montelíbano, Catalina Durán es dueña de un motel que lleva meses pagándoles vacunas al Clan del Golfo. Dice que ir a la Policía a denunciar no es una opción. “Cuando empezaron las extorsiones denunciamos a la Policía y a las pocas horas llegaron los del Clan a decirnos que por qué estábamos abriendo la boca. Es muy frustrante no poder confiar en las autoridades y saber que algunos están aliados con ellos”. Cuenta que fue el Clan el que “dio permiso” a la gente para salir a hacer mercado el sábado, de 9 a 12 del día.

A varios de los entrevistados, la falta de policía y militares les causó “ira e impotencia”, sobre todo al compararlo con el despliegue de uniformados durante el Paro de hace un año que puso contra las cuerdas a Duque: “Me pongo a pensar que cuando los muchachos protestas sacan tanquetas, sacan todo el Ejército, Esmad, policía, las motos, los carros, todo lo que tienen”, nos dijo la funcionaria pública de Sucre. “Y ahora que la población necesitaba que nos mostraran el poder de la fuerza militar no se vio. No se vio nada, nos sentimos desamparados por el gobierno”.

“Se siente uno con ira por la impotencia, viendo a las autoridades por acción o por omisión acolitar esos desmanes”, dijo otro funcionario público que trabaja en Sincelejo, la capital de Sucre. “Son sentimientos que lo llevan a uno a pensar que al pueblo lo dejaron sólo y que se componga como pueda”.

Quema de vehículos durante el paro en Puerto Libertador, Córdoba.

“Reafirmo mi voto”

Que el paro haya ocurrido a menos de un mes de la primera vuelta presidencial enrarece el ambiente en muchas de las zonas consultadas. Más aún cuando desde ayer martes, en al menos cuatro municipios —Buenavista, San Onofre y Colosó, en Sucre, y San Pablo, Bolívar— circularon panfletos y cadenas de whatsapp ordenando quitar la publicidad de Federico Gutiérrez y Gustavo Petro.

Mientras que en sitios como Buenavista nos dijeron que las amenazas para quitar la publicidad iban contra quienes hacían campaña por Petro, el expresidente Álvaro Uribe dijo que en San Onofre había una prohibición hacia la campaña de Gutiérrez.

Más allá de esa situación, lo que les dejó el paro armado a la mayoría de los entrevistados es la necesidad de votar “por un cambio”. Nueve personas nos dijeron que ese cambio lo representaba Petro; dos personas más indicaron que su voto era por Gutiérrez y el resto prefirió no cantar su voto.

Los que tenían claro el voto indicaron que el paro se los reafirmó. Algunos que habían votado siempre por el que decía Uribe ahora, decepcionados, dicen que lo harán por Petro.

“Córdoba siempre ha estado del lado de Uribe y del que dice Uribe y no vemos nada, los grupos armados siempre han hecho lo que se les da la gana toda la vida”, dice Catalina Durán, la dueña del motel en Montelíbano. “Yo voy a votar por Petro, estamos cansados de la inseguridad. Y uno quiere ver algo diferente. El tipo tiene cuatro años y si no funciona pues ya miramos por quién votar”.

En San Pablo, Carmen de Bolívar y Quibdó, los votos por Petro ya estaban claros antes del paro. “Me reafirma la condición de poder darle un voto a alguien que pueda hacer una transformación de este paro armado”, nos dijo el líder de Carmen de Bolívar.

Nelly Rojas, la presidenta de la junta comunal de San Pablo, en Bolívar, participa activamente en la campaña de Gutiérrez y dice que “la gente de bien votará por Fico”.

Sus miedos sobre una posible presidencia de Petro —”nos monta una dictadura”, dice— fueron reafirmados tras el paro. “Es que uno ve el ataque horrible del petrismo y uno escucha lo de Otoniel y el ataque de esa campaña contra Duque, ahí es donde uno se da cuenta de que la campaña de Petro la apoyan los grupos al margen de la ley”.

En Bolívar, Antioquia y Sucre, tres líderes locales dicen que de acá en adelante tendrán que ser más cautelosos. “No podemos andar hablando de nada, tengo entendido que van a quemar a quien tenga carteles pegados, de cualquiera de los candidatos”, dijo una líder barrial de Colosó, Sucre, que apoya a Petro. “El paro da más fuerza para votar por él (Petro), aunque da miedo, mi familia no quiere que siga haciendo campaña”, nos dijo otro líder comunal en San Pablo, Bolívar.

“Ya casi que son las elecciones y uno no quiere ni imaginarse cómo va a ser ese día”, señala una líder en Turbo, Antioquia. “La gente dice ‘si el paro estuvo duro así, no nos queremos imaginar qué va a pasar en las elecciones’. Muchas personas están considerando no salir a votar”.

En todos ellos, abunda la desesperanza.

“Quede el que quede, no importa”, nos dice desde Tarazá, Antioquia, la dueña de un restaurante que tuvo que cerrar los cuatro días de paro. “Porque vamos a seguir en las mismas, quede el que quede. No va a trabajar por el pueblo y el pueblo es el que va a sufrir”.

Luego del paro, esta mujer mandó correos a las dos campañas presidenciales que puntean, contándoles lo que había vivido en esos cuatro días de paro, encerrada en su casa. Quería que los candidatos fueran a Tarazá a ver la situación de primera mano. “Pero ni me respondieron”, dice.