La obra de Melissa Pareja es un gran nido de basura electrónica. Como un nido de oropéndola que se descuelga del cielo a una escala monumental: más de un metro de desechos que se han convertido en un dolor de cabeza para el planeta por su irreparable contaminación.

El espectador no solo ve Cd, cables, válvulas, cintas, casetes, u otro tipo de materiales electrónicos que alguna vez fueron parte de un televisor, un computador, un teléfono u otro objeto tecnológico. Al acercarse, la obra suena, se oye, es realmente una obra sonora donde apenas se adivinan diferentes sonidos del agua: la lluvia, el río, el agua de la llave. Pero, a la vez, estos sonidos suenan “impuros”, manipulados por la artista, y tal vez por esto toca esforzarse en oír esa “pureza” del agua entre ese enjambre tecnológico. Tal cual como la realidad: el planeta sigue quejándose de la contaminación -en este caso electrónica- pero no lo oímos. 

Pareja, de 30 años, nacida en Nueva York, ha vivido también entre Medellín y Bogotá y pasó buena parte de las cuarentenas de la pandemia en una finca antioqueña junto a sus padres. Allí, en medio del encierro obligado se enfrentó a la paradoja de “estar libre” en el campo, pero también de percibir la vulnerabilidad de la naturaleza.

A medida que recorría su entorno, se fue encontrando nidos abandonados por mirlas, colibríes y muchos pájaros más. Estaban en el pasto o sobre pequeñas plantas. Por donde caminaba se los iba topando. En paralelo, tal y como ha sido su interés desde que estudió artes, se propuso recolectar el sonido que la rodeaba. Y el agua estaba muy presente: quebradas, ríos, lluvia, el goteo de la ducha. El entorno en general ha sido el punto de partida de su trabajo -los recursos hídricos han estado muy presentes como en su obra Oda al Río (2018)- y aquí fue recogiendo el sonido de sus cuarentenas.

Aprovechó que su papá conservaba chatarra electrónica y se propuso crear su propio nido que plantea la paradoja de lo que vivía en ese momento: una naturaleza aparentemente a salvo mientras el murmullo silencioso de la tecnología es cada vez más amenazante. El nido condensa los ruidos de la naturaleza, pero también confronta al espectador con su propia cotidianidad: la tecnología se ha vuelto ese “hogar”, como un nido para un pájaro. Esa gran escultura de chatarra que emite esos quejidos del “medio ambiente”, es también una confrontación con la vida misma.

Paredes, desde su pregrado en la Universidad de Antioquia y en su maestría en la Universidad de Los Andes, ha optado por hacer arte desde la tecnología, pero ella ha optado por reciclarla. Siempre va en busca de objetos en desuso, de aparatos ahora convertidos en arte, sirviendo de puente ante realidades que no siempre se ven. ¿Una escultura de más de un metro y medio con desechos electrónicos? Sí, una pequeña muestra de los 50 millones de toneladas al año que se desechan en el mundo. Una escultura de desesperanza, apenas moldeada por Paredes, pero hecha por todos nosotros.

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