¿Y si el mundo no es como lo vemos en un mapa? ¿Y si alguien por error o a propósito nos está mostrando una imagen equivocada del lugar donde vivimos? Los mapas de Natalia Mejía podrían aludir a la novela Historia del Cerco de Lisboa, de José Saramago, en donde un corrector de textos recibe un libro y decide introducir la palabra “no” para cambiar todo el sentido de la historia de esa ciudad. Esa simple palabra le da toda la vuelta al hecho de que los cruzados “no” ayudaron al entonces Rey Portugués en ese cerco de Lisboa. ¿Acaso puede pasar esto con los mapas?
¿Cómo en la antigüedad se delimitaban, se creaban, se imaginaban, los mapas de un mundo casi desconocido? ¿Debemos confiar ciegamente en esos territorios con fronteras y extensiones que alguien puso ahí? La obra de la artista Natalia Mejía ha implicado mucha investigación sobre la cartografía: ha pasado por el Agustín Codazzi en Bogotá hasta el archivo del Museo Naval de Madrid, donde se topó, por ejemplo, con esos mapas originales de la tierra conquistada vista por los españoles.
Este interés surgió desde hace muchos años, pero tuvo una mayor claridad cuando esta artista egresada de la Universidad Nacional terminó el posgrado de Historia y Teoría del Arte, Arquitectura y Ciudad. Empezó a cuestionarse por Bogotá — ha vivido prácticamente toda su vida aquí — y el contraste entre sus construcciones y el fondo de montañas que sirven de telón de fondo. Así llegó a un texto de arqueoastronomía, en el que entendió cómo culturas prehispánicas se basaban en el cielo para levantar los lugares donde habitaban. El equinoccio o el solsticio, la relación con los cuerpos celestes y sus ciclos — o el ciclo de un planeta como Venus, por ejemplo — determinaban sus decisiones: ese “mundo” que se fue construyendo también tuvo mapas, dibujos, planos.
Mejía, convencida del carácter contemporáneo que puede tener el grabado como técnica, fue viendo el crecimiento de la ciudad desde entonces, esculcó y revisó, para ver cómo la ciudad se movía como un cuerpo vivo de acuerdo con los “cartógrafos de turno”. En España, por ejemplo, pudo ver cómo se veía el planeta antes del descubrimiento de América. Se interesó por la “portabilidad” de los mapas, de que se pudieran guardar en cualquier parte, en esa posibilidad de tener el mundo en una hoja de papel.
Después apareció el huevo como metáfora de un mundo redondo, ovalado. Fue así como decidió recolectar cientos de cáscaras, para triturarlas, hacerlas polvo y construir una especie de papel que sirve de soporte para albergar esos mapas. Desde los archivos y su propia perspectiva ella crea su propio mundo.
3.HEIC / Cascara
Lo mismo ha reflexionado sobre el universo. Los cuerpos celestes, las estrellas, los planetas, las imágenes que se conocen también son renders. “La cartografía me lleva a crear una imagen de un lugar que no conocemos”, dice. ¿Eso que vemos y que creemos es el universo, realmente es? Los mapas y las imágenes celestiales de Natalia Mejía nos confrontan con la paradoja de vivir o no en un mundo que nos muestran “otros”, recordándonos lo poco que sabemos de eso que llamamos universo.
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